Rumor oculto

(1946)

 

Rumor oculto

Quiero que sea mi verso
como luna de abril,
como las rosas blancas,
como las hojas nuevas.
Que mi cítara suene
como el agua en la yedra,
que mi canto sea nada
para que lo sea todo
y que a mis versos caigan
heridas las estrellas.

 

Elegía

Me envuelvo en tu recuerdo
como en nieblas secretas que me apartan del mundo.
En la calle sonrío al amigo que pasa,
y nadie,
nunca nadie
adivinó mi muerte bajo aquella sonrisa
ni el frío sin consuelo de mis ojos que ciegan
pidiendo de los tuyos más desdén,
más veneno.
Ahora que la tarde se derrumba en las sombras,
y que el libro de versos resbala por mis manos,
ahora que la lluvia llora por los cristales
de mi ventana,
y llanto va a caer de mis ojos,
antes de que una mano encienda la dorada
llama de mi quinqué,
dime si tú no sueñas en tu balcón, ahora
que la lluvia nos une a los dos con sus lágrimas,
o si sobre el teclado de tu piano oscuro
agoniza Chopin
bajo tus manos trémulas.
Nunca sabrás el loco deseo que me tortura
de cautivar tus labios bajo mi boca ávida,
y sentir el latido de tu sien en mi mano
aprisionada como un pájaro aterido.
Pero no sabrás nunca nada de mi deseo.
Nada de cuando pienso desgarrar con mis dientes
los azules canales de tus venas
y juntos
morirnos desangrados, confundidas las sangres.
Pero estamos ajenos.
Yo sigo en mi ventana,
y tú soñando en otro mientras Chopin suspira,
ahora que aún no arde en mi quinqué la luz
y que a los dos nos une la lluvia con sus lágrimas.

 

Otoño en los castaños

Quiero morir de amor esta tarde en el campo.
Estoy echado solo, con Dios y mi poesía,
sobre la tierra húmeda del castañar que el viento
del otoño descrencha con su peine de frío.
Mátame dulcemente, muerte que nos acechas:
ven ahora callada, ven ahora, callada
por el sendero, ahora que el corazón me tiembla
de amor, que todavía puedo darlo sangrante
y destrozado pero como una fuente puro.
Ven que quiero contarte esta tarde en el campo,
a ti, que sólo tú podrías consolarme,
todo el amargo cauce de mi llanto secreto,
a ti, que eres la única confidente que calla.
Un pájaro vuela por los pinos. ¿Son tus alas
las que mueven las nubes brillantes por el cielo
o vendrás cautelosa avanzando en la sombra,
y no oiré ni el crujido de las hojas pisadas?
Si eres libertadora de todo sufrimiento,
no, no vengas ahora a esta cita en el campo,
si te llamo no quiero el olvido en tu sueño
sino el quedar por siempre eterno en mi recuerdo.
Ven pronto, pronto, muerte. Ven, muerte, que te llamo,
antes que el corazón se me enturbie de odios
y me ciña el deseo con sus llamas ardientes.
Antes de que despierte el desprecio dormido,
ven, y en tu dura piedra, haz mi dolor eterno.
Ven, muerte, que no quiero olvidar, y ya veo
al fondo del dolor la aurora del olvido.
Ven, que quiero morir esta tarde en el campo.

 

Elegía para un amigo muerto

Dime: ¿la muerte enfrió tus ojos...?
Un año ya, y más, bajo estas piedras,
bajo este mármol que en sus letras dice:
«Aquí yace...»
No. Bajo la tierra ciega,
sembrado como un grano que se pudre,
que no florecerá nunca en espiga,
estás con tu mirada desvaída,
con tu mirada azul, ya gris de frío,
azul como las flores de aquel prado
que vimos juntos.
¡Qué helado tu mirar bajo este mármol!
Dime: ¿la muerte se atrevió a mirarte
cara a cara los ojos?
Dime si bajo el párpado entreabierto
queda el azul de tu mirar,
o sólo
una ruina que ya se derrumba
en el pozo insondable de tus cuencas vacías.
No, no digas que estás ciego, que nunca
verás ya las estatuas, ni la rosa, ni el pájaro.
¿No llega hasta tu lecho este aire tan dulce
de primavera joven?
Dime, ¿no sonreirás nunca?
¡Oh, traed crisantemos! Que su aroma atraviese
la tierra y las podridas maderas de su féretro,
que hasta su nariz llegue de nuevo aquel perfume
de que tanto gustaba.
No digas que a tus huesos
se enroscan las raíces de aquel sauce lloroso
y que a tu carne llega el frío de la lluvia
cuando el ciprés gotea, monótono, en tu mármol.
El aire está esperando que de nuevo tu voz
vuelva a oírse en el mundo, y yo también espero
oír como hace tiempo el eco de tus voces
cuando alegre decías: «La vida es bella como
un camino en el mar.»
Mas no quiero acordarme.
Tu cuerpo de dios joven, bajo sábanas rígidas
se enterró aquí una tarde.
Inútil fue decir que tú no morirías,
que no podías morir porque yo estaba vivo.
¡Oh, deja que descanse!
Deja que pueda echarme sobre tu tumba blanca
y que cruce mis manos sobre mi pecho y muera
cara al cielo, igual que tú bajo la tierra.

 

Copyright © Pablo García Baena

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