La obra literaria de Dionisia
García ocupa, en el panorama de las letras españolas contemporáneas,
un lugar sobresaliente, conseguido exclusivamente con la calidad de una poesía
llena de dignidad, desgranada en una serie de libros admirablemente bien construidos
a lo largo de más de un cuarto de siglo. En ellos se pone de relieve la fidelidad
a un estilo y a unos planteamientos estéticos y vitales que la autora ha ido
enriqueciendo, a lo largo de los años, con la incorporación a su universo
poético de nuevas inquietudes y reflexiones. A tenor de la repercusión
crítica que ha suscitado su obra a lo largo de ese cuarto de siglo, y teniendo
en cuenta la opinión de muchos prestigiosos críticos y estudiosos, se puede
afirmar que la obra de Dionisia García, sobre todo su poesía, pero también
su narrativa breve, se nos ofrece, en el panorama de la literatura actual, como una
realidad literaria firme en su trayectoria y consolidada en sus objetivos éticos
y estéticos.
La obra de Dionisia García
se abre con El vaho en los espejos, publicada en 1976, y ya su autora se planteaba
en las páginas de este bello libro poético una reflexión sobre la
naturaleza de la vida y, más aún, sobre la virtud de la palabra y su función
en la relación humana. Como se dice en el poema que da título al libro,
cualquier gesto cotidiano puede tener una trascendencia y producir un instante de
reflexión y, del mismo modo, de poesía. Ya en este libro se advierten algunas
de las constantes que van a enriquecer a lo largo del tiempo su obra literaria, y
una de ellas es, desde luego, el dominio de la palabra poética y el gusto, y
paladeo, de su significación. Pero junto a este placer se puede hallar también
la predilección por el silencio, por el paisaje serenamente contemplado, evocado
desde el recuerdo de personas y seres que lo poblaron. Y es posible sorprender también
los mitos literarios expresados con sólida nobleza verbal.
Con este libro inicial,
la autora mostraba ya una evidente madurez, pero sobre todo la capacidad de expresión
de una sensibilidad especial ante el mundo, nuestro mundo, sorprendido en multitud
de matices. Antífonas, de 1978, supone una continuación del libro
anterior, pero en él se advierte una clara intención de alcanzar nuevas
metas en la exploración del mundo y en la creación de la palabra poética,
como medio de expresión de los nuevos hallazgos, que exigen un verbo más
preciso, más auténtico. En realidad, los dos primeros libros constituyen
un ciclo de reflexión, admirada casi siempre, en torno al mundo que nos rodea
cotidianamente y que nos toca vivir. Por eso son tan apasionantes las visiones que
realiza Dionisia de los objetos, que adquieren la condición de poéticos
al ser expresados por la palabra. Francisco Alemán Sainz captó bien esta
virtud creadora de nuestra poeta con una frase tan ingeniosa como certera: «Lo
que Dionisia ha realizado en sus Antífonas es expresar su capacidad para
convertir las palabras en poemas.» Y, de esta forma, con naturalidad, pero también
con interiorización y recogimiento, Dionisia García va evocando el mundo
y construyendo el edificio de una palabra sólida.
En Mnemosine, de
1981, nos ofrece la autora un mundo poético de inquietud, de temor ante el mundo
y las cosas, que evidencia una autenticidad lírica que resultó verdaderamente
innovadora. La riqueza espiritual y la calidad estética del libro están
garantizadas por la reflexión de los dos grandes temas que lo configuran, y
que son el pasado, evocado a través de los recuerdos, de la memoria, muy adecuados
al significativo título del volumen, y el futuro, a través de un presentimiento
del tiempo que queda por transcurrir, como el pasado era del tiempo que ya no volverá
sino por la memoria y el recuerdo.
Tiene el primer núcleo
temático importantes representaciones en el libro: los retratos sobre la cómoda
como recuerdos vivientes del pasado olvidado, «años ausentes», «ecos
plurales». Todo son insistencias en mundos que han trascendido y que revelan
a través de los recuerdos el hecho cotidiano prendido en una escena habitual
detenida en el tiempo: la palmatoria junto a la cual descansan las manos, las margaritas
que caen del búcaro al romperse.
Está también
el futuro presidido por una actitud insegura, temerosa ante el desarrollo del tiempo,
«cuando la eternidad nos cruce el rostro». Pero hay también un futuro
prendido a realidades cotidianas, expresado a través de actitudes habituales,
como puede ser un regreso de la playa, con «miedo a partir».
Junto a este conjunto de
inquietudes, vertebrales en el libro, la autora nos ofrece multitud de evocaciones
de un mundo poético rico y variado. No ya sólo el paisaje, con el monte,
los árboles y sobre todo el mar, cargados todos de contenido simbólico,
sino también esos objetos que rodean nuestra vida como la mesa, el sillón,
la casa, poseídos todos por resonancias llenas de fuerza expresiva. Entre ellos,
el mar, el mismo siempre y a la vez cambiante, relacionado con las reflexiones sobre
el tiempo y la mutabilidad de las cosas. Y también los lugares concretos, aprendidos
más que intuidos, poseídos igualmente de una resonancia simbólica
ya establecida. Así, Manhattan y Harlem o un pub en Oxford Street en
Londres, infrecuentes salidas al exterior, por cierto, en el mundo poético del
libro.
Las imágenes de luz
y oscuridad, admirablemente evocadas en metáforas barrocas y plásticas
(bocado de la noche), también se representan por acciones vivas (romper oscuros,
cuerpo luciente, el mar que hace ocasos, el sol que se abandona sobre un sillón
vacío, símbolo de ausencia) y por imágenes aisladas de gran expresividad
(níquel de voz, tizón de hastío, piel de cobertizo)… Como se recoge
en una frase de Bergson que abre el volumen, «lo posible es el espejismo del
presente en el pasado», y a conseguirlo, y expresarlo, está dedicado Mnemosine.
Tras el libro íntimo,
entrañable y filial, Voz perpetua (1982), dedicado a la muerte del padre,
el mundo poético forjado por Dionisia García tuvo una confirmación
de solidez en el libro Interludio (De las palabras y los días) (1987),
al recuperar el tono elegíaco que formaba parte ya inseparable de su estilo.
Aparece este libro como un «interludio», como un espacio entre otras realidades,
como un paso más en el recuerdo de la vida y el tiempo, en el recuerdo de los
objetos, de los seres habituales. Criaturas presentes en otros poemarios que vuelven
con pujanza a crear nuevos mundos poéticos. Palabras y días van pasando
por este poemario sincero, de rica expresión cuidada, de estilo elegante y pausado.
Poesía de reposo físico pero de gran inquietud espiritual.
Señala Manuel Mantero,
en la presentación de la obra, que «una preocupación esencial se dibuja
en el fondo de Interludio: el tiempo pasa, y ella debe escribir y publicar,
decir algo nuevo en el libro». En realidad, el mundo poético se renueva
en este intermedio, en este «interludio» que no interrumpe un camino decidido.
La construcción elegíaca se supera a sí misma en el encuentro de las
luces asombrosas, de paisajes fijados en los tiempos que renacen sobre sí mismos.
Los objetos inertes recuperan su vitalidad por medio de la palabra y la poesía
cumple con el rito permanente de la revelación.
«Juntos en el paisaje,
en el dolor y la dicha», se dice en un verso definitorio de los motivos que
impregnan el mundo poético que ahora nos presenta la autora. Paisaje, dolor
y dicha, recuerdos, tiempos y lugares, momentos, días que pasaron y que la autora
con exaltada sensibilidad, tantas veces doliente, recupera en su interior y expresa
con palabras y con ritmos suavemente acordados, expresivos de sugerencias múltiples,
definidores de mundos ocultos en impresiones. «No tenemos —concluye la escritora—
más armas que la voz… consolamos con los cansados signos para el canto.»
Todo un manifiesto de contenida emoción elegíaca, exposición de motivos
de una poesía en la que la palabra, los nombres de las cosas, ejercen, verso
a verso, definitiva renovación.
En 1989, Diario abierto
respondía a la cuidada y ascendente trayectoria de la poesía de Dionisia.
Confirmaba su tendencia a la consideración de nuestro mundo desde un ángulo
elegíaco. La autora nos ofrece su visión de un mundo feliz reflexionado
en soledad con la angustia de quien ve desaparecer momentos, instantes, personas
y objetos. La siempre presente lección del tiempo en su obra comparece aquí,
en este «diario abierto», cuyo título constituye por sí sólo
una lección del contenido: es diario, porque está vinculado al tiempo,
a los trabajos y a los días. Y es abierto, porque no toda la poesía de
este libro es memoria. Un futuro de convivencia, como quería Jorge Guillén
en su poesía de senectud, se presiente en todo el poemario. Dionisia García
acuña ahora una serie de reflexiones espirituales que podemos denominar una
mística de lo cotidiano, una ascensión hacia el interior vivida día
a día, instante a instante, en soledad, como medio mejor de encontrar el significado
del mundo. Y en esta mística de lo cotidiano entran recursos ya conocidos de
la poesía de Dionisia e íntimamente vinculados a su propio estilo: los
objetos de la casa, esos seres cotidianos que nos acompañan y que sólo
para el poeta contienen su lección del paso del tiempo, su lección de memoria
y también su lección de futuro en convivencia. Objetos, paisajes, rincones,
sonidos —los sonidos del silencio en soledad que tan evocadores son de un interior
rico en espiritualidad— y personas, los seres amados, los amigos, en definitiva,
la convivencia diaria.
La naturalidad de un estilo
espontáneo y trabajado al mismo tiempo, y la amplitud de un vocabulario rico
en matices y en sugerencias sinceras contribuyen a la riqueza expresiva de este libro.
El verso, de andadura suave, ritmos escogidos para serenas reflexiones, y el poema
construido como ente autónomo y compacto, que forma parte de un conjunto general,
como las páginas independientes de un diario que van trazando el acontecer de
una vida.
Cuando en 1995 Dionisia
reunió su obra completa hasta ese momento, pudo el lector sentir de cerca el
encanto de los versos viejos, los medianos y más jóvenes, enlazar toda
una experiencia creadora con la palabra, agavillarla en un solo y bien nutrido volumen:
tal es la experiencia a que ha sometido su fecunda obra poética Dionisia García.
Advertir una evolución creciente, que va desde lo lejano a lo más próximo,
descubrir cómo se va forjando una personalidad original, percibir los matices
que el tiempo ha impreso en la trayectoria de una autora singular: ésa es la
experiencia que el lector puede gozar leyendo Tiempos del cantar (Poesía
1976-1993).
Es estimulante descubrir
una vez más a la gran creadora de una elegía personal. Elegía que
empieza evocando todo aquello que nos rodea y que es reflejo de un pasado irremediablemente
perdido y que en el libro final, el mejor sin duda de la serie, se convierte en la
elegía de un presente que se ha de perder. Obsérvese que es una manera
muy distinta de ver la vida y que ha cambiado al paso del tiempo y de las obras.
Y Las palabras lo saben, como reza el título de su libro de 1993. Se
ha advertido tristeza en él, en las representaciones de sus poemas. Pero se
trata más bien de un deleitarse en vivir el instante fugaz de un momento de
la vida, que por muy cotidiano o vulgar que nos parezca, revela trascendencia, la
trascendencia de un vitalismo sereno. Amar la vida, gozar de sus pequeños obsequios,
y sentir su fragilidad porque cada momento que surge en el tiempo, cada instante
que transcurre es un instante que se pierde sin remisión. Sólo la poesía
de Dionisia, sólo su palabra es capaz de detener y retratar ese momento, y...
«las palabras lo saben».
Dice un poema de Dionisia:
«aprovecha el instante»... y se refiere al instante feliz de la creación
poética, aquel en el que el poema surge original, firme, impetuoso y acertado.
Y eso ha hecho la autora en los poemas de su libro: transmitirnos instantes, sublimar
inquietudes o impaciencias, como ocurre en el poema del viajero en tren, impaciente,
pero entretenido en leer un libro, en sus pensamientos, en mirar los árboles
del paisaje. Pero es irreal, porque este viajero, es impaciente hasta en el propio
viaje: es su destino...
Lugares de paso
(199) fue la octava entrega de su ya extensa obra poética. No es vana ni inocente
esta referencia última, porque Dionisia, en su poesía, había ya forjado
un estilo y ha creado su propia continuidad. Podríamos decir que, a través
de sus libros poéticos, ha ido situando una serie de experiencias vitales encuadradas
en unos contextos concretos de contenido muy acorde: la memoria, el paso del tiempo,
la presencia de personas conocidas o anónimas, los lugares evocados, conformaciones
de imborrables recuerdos que surgen inesperadamente, mundos, en definitiva, vividos,
y recuerdos por medio de la palabra poética, son todas éstas algunas de
las constantes que definen y solidifican un mundo poético de notables singularidades,
entre las que no es la menor una expresión noble y natural, escogida en sus
significados y poderosa en sus significantes. Aunque como se dice en una de las composiciones
de este libro, «Tanto mundo no cabe en un poema». En definitiva, una palabra
poética viva y original, pertinente y eficaz en sus objetivos de comunicación.
Y Lugares de paso
¿qué aporta a esta obra ya consolidada y hecha? En primer lugar la feliz
continuidad de un estilo y la confirmación de la vitalidad de una palabra poética
que es capaz de enriquecerse y de nuevamente crear y definir mundos poéticos
diferentes. En realidad, ahora, la clave de este libro se basa en las dos coordenadas
entre las que este libro se mueve: espacio y tiempo, como ya se sugiere en el título
mismo del libro: lugares de paso, sitios que reflejan transitoriedad tempo-espacial,
por los que la autora pasa o transita, como lo hace el propio tiempo, cuyo constante
fluir presiona fuertemente sobre todas y cada una de las composiciones del poemario.
Pero ahora los escenarios también son dinámicos y móviles: varían.
Y el instante en cada poema evocado queda vinculado a un espacio concreto más
o menos identificable, que puede ser remoto o próximo, que puede estar directamente
relacionado, de forma íntima, con la propia autora (regresa la figura del padre,
presente en obras anteriores). Pero lugares que, en todo caso, forman parte, en su
conjunto, de un solo contexto: la vida, esa vida que pasa y que a veces, una vez
transcurrida, regresa a través de la memoria, esa vida que no es otra cosa que
convivencia con los demás, aunque, en algunas ocasiones, sean seres anónimos
que un día fugazmente comparecen en casual coincidencia, y enseguida parten,
dejando, en la autora, huella imborrable.
Lugares de paso, en los
que sólo el instante que produjo el milagro del poema, los eterniza con emoción,
frente a la vulgar cotidianidad estable y monótona. Lugares que se inmortalizan
en la sólida estructura poemática de todas y cada una de estas composiciones,
porque los que los vivieron y poblaron los hicieron vida, y sólo la virtud de
una palabra poética sostenida y poderosa los hace permanentes e indelebles.
Trozos de una vida que transcurrieron en un lugar concreto y que vuelven con toda
su verdad.
«Quien sus palabras
sigue / no se instala en lugar definitivo»... «Y cambia la mirada al presenciar
la vida», se escribe en el poema final, con tono de «poética»
pero también de conclusión. La novedad de Lugares de paso reside,
entonces, en la convivencia dialéctica de esas dos coordenadas básicas
y existenciales: tiempo y espacio que quedan prendidos a una lejana emoción,
a un reciente encuentro, a una enigmática visión personal o a una estructurada
conformación subjetiva de seres y enseres, de contextos concretos. Todo dicho
con un verso muy original, de serena y limpia andadura, y con una expresión
lingüística escogida, dignísima e inconfundible, como obra de quien
la ha escrito y de quien —cuando hace poesía— sabe transmitir contenida emoción
y auténtica sinceridad.
Incluso a oscuras, la poesía
de Dionisia García es toda claridad. Su último libro, publicado en una
preciosa edición bilingüe en Italia, se titula Anche se al buio (Aun
a oscuras) (2001). Se trata de veinte poemas rigurosamente inéditos y escritos
para esta edición, cuyo destino final ha sido poder leerlos también en
italiano.
Es interesante, cuando
de una autora de tanta calidad como Dionisia García se trata, ante un nuevo
libro, plantearse objetivamente cuáles son las novedades respecto a su trayectoria
anterior, tan seria como impecable. Y también cuáles son las permanencias,
aquellos elementos que mantienen el fuego de la poesía con el mismo vigor, con
similar poder de seducción. Naturalmente, como no podía ser de otra forma,
Dionisia García aporta en este libro avances sustanciales respecto a su mundo
poético anterior, que no han de pasar inadvertidos al lector atento. Desde luego,
el más importante es el estrictamente temático. La presencia del mundo,
de nuestro mundo, el paso de los días, los paisajes amables, escenarios y ambientes
vitales, en los que nuestra vida transcurre, están sometidos a ley severa: el
tiempo los transforma y destruye y la muerte los acoge inexorable, como recibe a
los humanos que los habitamos. Trascendencia, superación de estos límites
es lo que Dionisia propone para su lector (y, lógicamente, para ella misma)
basándose en un destino final, misterioso, secreto, pero seguro. Preguntas sin
respuesta, indagaciones sin resultado no han de hacer desfallecer al alma que transita
valles y caminos en busca del amado, definitivo y fiel, siempre esperando, siempre
acogiendo.
Instaura Dionisia García
ahora en su poesía una función consoladora, como lo son esos ambientes
que ella frecuenta en este libro (el interior de un templo, un momento de siesta,
un campo lleno de vides, una soleada mañana). En dos ocasiones manifiesta la
escritora encontrarse bien, como en monte Tabor, dispuesta a construir esas tres
tiendas que jamás se llegaron a levantar. Por medio de una palabra muy eficaz
y seductora, el lector también llega a encontrarse bien en algunos momentos,
aunque en otros se ve implicado en las preguntas sin respuesta, en las investigaciones
sin resultado. Pero, por encima de todo, está creer, creer en la palabra y en
el contenido de esa palabra: misión difícil, por no decir imposible, cuando
de la palabra están construidos los propios poemas. Aun a oscuras, también
a oscuras, incluso sin luz, la poesía de Dionisia posee la claridad que le aporta
su propio mundo poético, sus paisajes, sus estancias luminosas, el campo, la
luz sobre el monte, el sol sobre la viña, que no compensa, sin embargo, la falta
de esa luz que aún permanece oculta.
El lector advertirá,
entonces, qué es lo que permanece del mundo poético anterior en este nuevo
libro de nuestra autora: el agudo sentimiento del paso del tiempo y el canto elegíaco
de la pérdida de lo que antes tuvimos y hoy no poseemos, porque el transcurso
de los días todo lo cambia y destruye. La búsqueda de la paz, por encima
de los trabajos y los días, el refugio en la memoria de tiempos que fueron más
felices y que el olvido, sin embargo, no ha conseguido destruir. Tiempo, como herida,
y memoria como consuelo, en esta palabra nueva de Dionisia se concentran para lograr
una efectividad poética indiscutible.
Y permanece también
la andadura suave de su verso libre, enriquecido con frecuencias en el endecasílabo
y en el heptasílabo, la naturalidad de la expresión, la andadura armonizada
de las estructuras versales perfectamente adecuadas a las frases elegantes y sobrias.
Permanece también el esplendor de una brillante naturaleza mediterránea,
suministrada con decoro y con medida. Pero todo se transforma ante las nuevas inquietudes,
ante las interrogaciones, ante las promesas, y sobre todo, ante la esperanza de algún
día desvelar lo oculto, ya en la otra orilla.
Dionisia García ha
frecuentado el relato breve con inteligentes y medidas dosis a lo largo de su carrera
literaria. No son muchos los libros prosísticos de la excelente escritora, que
ha mostrado más constantemente en sus poesías su calidad literaria y ha
sostenido temas y tensiones en libros que son, hoy, de lo mejor que se ha escrito
en la poesía española contemporánea.
Antiguo y mate,
en 1984, nos ofrece una colección de relatos abierta, abierta a técnicas
múltiples, a ambientes variados, a sugerencias diversas. Pero hay una nota que
preside el libro de cuentos, como preside también los poemarios de la autora:
su deseo de comunicación. Su creación literaria es ante todo comunicación
y sus ficciones responden siempre al deseo no reprimido de expresar un mundo suyo
y darlo a conocer al lector. En el trasfondo de esta colección de relatos hay
un sentido poético de la realidad, un mismo mensaje cifrado de un mismo mundo
poético, artístico, creador, que el desarrollado por su autora a lo largo
de sus libros de poemas.
La construcción del
mundo de ficción está presidida por lo evocativo, la sensación evanescente
del humo dormido, del vaho en el espejo. A ello contribuye un lenguaje terso, de
frases bien construidas, marcadas por un ritmo narrativo impecable. Los espacios
narrativos, poblados de personajes inquietantes, se logran a veces, casi siempre,
con procedimientos tradicionales de vastísimo prestigio literario, que no hacen
sino engañar al lector, embaucarlo en una ficción segura, que en algunos
relatos se tornará en preocupante irrealidad, en vacilantes resultados que suspenden
la verdad de un argumento. Está muy presente en esta colección una de las
constantes de la poesía de Dionisia García: el paso del tiempo que sorprende
a los personajes y los tortura, porque el paso del tiempo transforma a los humanos
y altera su personalidad.
La ambigüedad literaria
de la expresión elegante y natural, de las frases delicadas y bien construidas,
de los diálogos corteses, no oculta sin embargo la gravedad de los problemas
tratados en los cuentos, y la incidencia sobre los personajes y sus reacciones. Todas
las cualidades estilísticas no son, sin embargo, capaces de ocultar el trasfondo
de toda la colección, nutrida de agudos problemas de la convivencia humana,
de las relaciones entre las personalidades y el preocupante paso del tiempo. Una
filosofía de la revelación practica Dionisia que vuelve a ser intérprete
de unos sentimientos, ofrecidos al lector, al que trata con total liberalidad, hasta
el punto de que al terminar algunos de estos cuentos, puede quedar suspendido en
la duda, en el enigma, en la congoja. Ficción abierta que permite al lector
reflexionar sobre sí y sobre todos los demás a través de unos mundos
artísticos bien creados y construidos.
Su segundo libro de cuentos
se titula Imaginaciones y olvidos y aparece en 1997. Se trata de una estupenda
colección de diecinueve relatos breves, escritos con soltura y amenidad envidiables
y con un estilo inconfundible. Elegancia en la expresión, frases perfectamente
cinceladas, diálogos medidos y con frecuencia inmersos en espacios de narración
y descripción debidamente acompasados, estructuras cuentísticas equilibradas
con mesura: elementos todos que hacen de la prosa narrativa de Dionisia García
un dechado de originalidad.
Pero tal actitud tiene
poco que ver con los contenidos. Los diecinueve cuentos, que se amparan bajo el rótulo
un tanto complejo de «imaginaciones y olvidos», nos presentan criaturas
angustiadas, la mayor parte de ellas femeninas. Son personajes que sufren opresión
e injusticia y que no logran superar su amargo destino. Ni la fuerza de sus impulsos
mentales, ni el empuje con que parecen estar dotados estos personajes, les permiten,
en la mayor parte de los cuentos, superar su adversa fortuna.
Hay dos elementos que configuran
muchas de las actitudes de los personajes de estos cuentos: el tiempo y la muerte.
El tiempo expresado en el propio acontecer estructural de los relatos, ya que una
mayoría de ellos nos presenta la situación tempo-espacial al final de los
hechos, y, mediante fugaces dispositivos retardatorios (técnica del flashback),
vamos conociendo las circunstancias que nos han llevado a la situación a la
que asistimos en presente: el tiempo, el pasado y la memoria presionan ferozmente
sobre el lector que se ve superado por el cúmulo de circunstancias encadenadas
misteriosamente, que van componiendo la situación a la que, absorto e impotente,
asiste.
Las vueltas al pasado son
constantes. Incluso cuando la estructura del cuento no responde al procedimiento
antes descrito, algunos recuerdos mediatizan a un determinado personaje en un momento
dado cuando evoca a un amor pasado, olvidado o incluso desaparecido. Y la muerte
es el destino de muchas de las criaturas de estos cuentos: muerte inmediata, prevista
en muchos casos, por condena, por enfermedad, muerte imparable y próxima que
mediatiza las actitudes de personajes y situaciones.
Es interesante, por último,
destacar la multiplicidad genérica de los cuentos que Dionisia nos ofrece. Multiplicidad
que ella practica en la línea de la tradición del cuento español más
castiza. Cuentos de personaje, de situación, cuentos de crónica negra,
cuentos de viajes, cuentos rurales, relatos metaficcionales... Y todo envuelto en
un clima de excelente poesía, poniendo de relieve una vez más el parentesco
tan estrecho que hay entre el género cuento y la poesía, entre ésta
y el relato breve, expresión máxima de lo que se ha denominado narrativa
lírica.
La trayectoria poética
y narrativa de Dionisia no estaría completa si no aludiésemos a un libro,
diferente, pero de un gran contenido literario y de interesante apertura genérica:
Ideario de otoño (1995). En sus aforismos nos reencontramos con todas
y cada una de las obsesiones de la autora, sus temas y motivos literarios, la presencia
del tiempo y de los espacios, los objetos, los paisajes, las lecturas de autores
preferidos, una mañana de verano, el atardecer en un pueblo: el mundo singular,
personal y propio de Dionisia García, suministrado a través de cientos
de pensamientos concentrados en la brevedad del aforismo, bien construido, elegantemente
escrito, acorde, sin duda, con toda la sólida trayectoria literaria que hemos
examinado. Un reencuentro con la autora para seguir adelante, siempre adelante, a
la espera de nuevos y granados frutos literarios.
Fecha de publicación: septiembre 2003
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