Endechas
del consuelo
(2006) |
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Huele a lluvia el rastrojo al solillo de la tarde, se siente cerca la pureza del cielo. Estar apenas vivo, que no duela, con eso basta, dejarse hacer. La luz en las colinas, frotarse los ojos por si acaso, llamar a las palabras más frías, a las secas. Sobre todo no decir, verbigracia, que la música es la cosecha del silencio. Obviarlo. |
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—Ciertos
indicios en la tarde— |
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Durante el funeral el rumor de las hojas en la chopera del camino, su murmullo cercano y tan ajeno al dolor, de espaldas a la muerte, entregado al olvido. Luego, como somos pocos, eché torpemente unas paladas de tierra sobre el ataúd. Empecé a sudar, qué vergüenza, recordé de pronto el olor del almendro cuando estalla, la mirada en vida del difunto, su sonrisa, que son tierra también, aunque los muertos hablen, como en Rulfo. |
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—Los
murmullos— |
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De madrugada te despiertas, enciendes la radio otra vez, velando tus cadáveres vuelves a la cocina. No hay día que se vaya sin derrota. A pie quieto aguantas el frío de un ardor que también perdiste. Ha empezado a nevar con ganas, mejor, para estas noches de claro en claro. Quién te recordará, de qué manera te echará en falta para tomar aliento. Acaso, alguna madrugada, alguien se apoye en la primera cicatriz de tu memoria. |
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—El
desvelado— |
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En la falda del monte la niebla y arriba el sol de octubre, tibio, la mañana. Por los cerros carrascas sueltas, peñascales, algún rebaño. Cuanto toques que crezca o al menos que no se seque por tu abulia. La tersura del acebo, que conoció la ventisca, los regatos que bajan muy crecidos por las cárcavas. Que no te ciegue lo que riela, su espejismo. Si se abriese el día, descender, con esta levedad tan nítida bajar al hombre, ser otoño sin énfasis. Existir. |
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—Contornos
de la niebla— |
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Primera escarcha y es agosto. En la silla de mimbre, desde la terraza, contemplo los tordos sobre el cable, la abubilla sola. Siento los pájaros. Su gracia que es ligera y está por encima. La sombra de una nube me aploma, me devuelve a la tierra. No piso el campo hace días, sé que en el páramo el cielo se acerca, aplasta. Y es la luz, la secreta oquedad donde mueren los pájaros. |
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—Repliegue— |
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La nieve en la ventana como entonces, mi soledad de nadie vibra, está vibrando. No son los mismos pájaros entumidos los que veo afuera, o sí, quién sabe, ocurre con frecuencia que al calor de la noche sólo me pregunto por mí y desconozco cuanto me sostiene detrás de la tristeza. Abro la ventana con reparo ante el aviso del silencio: bajarán de perfil los lobos y sabrás por qué la nieve se queda arriba. |
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—Advertencia— |
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Dureza de la piedra, soledad, cuándo perdimos la ternura, cuándo. Veo pasar la tarde y es su devenir máscara de la belleza o acaso la belleza misma entre tanta urgencia. Aunque sin piedad. Nacemos para darnos mas luego cada quien humilla al débil y algunos, a la larga, se descubren y entonces qué pensar ni cómo liberar su desazón: hundirse en la miseria o ver pasar la tarde sin vejarla, sin ofenderla. |
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—El
hombre soñado— |
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