¿Dónde aquella Sevilla del pregón callejero
en la que el sol quemaba las tardes de verano?
¿Recordáis la penumbra, las velas extendidas
y el sonido del agua en la taza de mármol?
Es abril. En el fango hay lilas y jacintos.
Los nardos y el estiércol, el cuero y el esparto.
Con el olor de azahar y el litúrgico incienso,
sudor, cera quemada, vino, café tostado.
Ah la trompetería: cornetas y tambores,
tricornios y fajines, galones y entorchados;
albas y almidonadas pecheras sólo para
velar mejor los sueños del joven solitario.
Esta rueda de fuego que no cesa nos lleva
al sur, a El Puerto, a Cádiz, donde halan los barcos.
El tiempo se ha abolido. Los viejos almirantes
descansan aún de Cuba, todos condecorados.
Ritmo de fandanguillos. Mas la rueda de fuego
ahora nos enseña bastiones, puentes altos,
cúpulas y avenidas: ¿Viena, Brujas, Colonia?,
¿en qué vieja ciudad de Centroeuropa estamos?
Esta rueda de fuego nunca cesa. Creía
que paraba. Pura ilusión. El campo
está ante nuestros ojos. Un caballo galopa.
En el alba veo el humo de un cortijo lejano.
¿No es el cónsul Stendhal quien nos saluda? Asoma
Swift. Sir Walter Scott y Stevenson charlando.
Joaquín Romero entre surtidores de plata.
Algo serio a Cernuda dice Rodrigo Caro.
¿Y estos caballeros?: Valle-Inclán, don Francisco...
Sale Gustavo Adolfo y es muy leve su paso.
Mas un aire de Roma entra por la ventana
y la rueda me deja cerca del Altozano,
en la antigua Sevilla del pregón callejero
en donde el sol nos quema las tardes de verano.
¿Recordáis la penumbra, las extendidas velas
y el sonido del agua en la taza de mármol?
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