Una educación sentimental

(1967)

 

I

El libro de los antepasados

 

Nada quedó de abril...

Era distinto abril, entonces
había alegría, y rastro de mejillones
en la escollera, canciones
a la orilla del crepúsculo, pretendientes
vanamente apostados en las esquinas
tras las persianas verdes remendadas,
tras los geranios alimentados con moñigos
de percherones lentos, espiábamos
la variación anormal de la chaqueta a cuadros
Príncipe de Gales
                   los pañuelos de rayón
blancos como paloma en el pecho, zapatos
de charol como bombillas negras, silbidos
largos, insinuantes, cuchillos de gasa sobre
la piel, si mamá se entera o vecinas
al acecho de honras ajenas
                            y más tarde
los gitanos del Bar Moderno, tamboril
de silla, canción de salmuera o la voz
del musclaire
               arri Joan que l’arròs
s’està covant
               felices tiempos de reyes asequibles,
Alfonso XIII borbónico y flemático pasaba
como pasan los reyes, con majestad,
                                    por el ensanche
cuando íbamos a entregar los largos
calzoncillos de felpa a Inogar Hermanos
                                         Confecciones
grises atardeceres de máquina Sigma,
Wertheim, Singer
                  Singer, me inclino por la Singer
                                                    cansa
menos los riñones, pero una tarde de abril
                                            entonces
en el rompeolas, compensaba trescientos
sesenta y cuatro días de viajes ensoñados,
haciendo calados, dobladillos, festones es posible
llegar hasta Suecia, John Gilbert y Greta Garbo
se aman tiernamente, respetuosamente, imposiblemente
                                       la tabla de encarar
puede ser una vasta llanura de amores gauchos
y la curva para el vientre una ensenada
donde atraquen veleros olorosos en betel y especias
con marinos dispuestos a la muerte
                                    por Jean Harlow
                                 pero a veces
pasaban multitudes vocingleras por la calle
                                                Visca
Macià qu’és català, mori Cambó qu’és un cabró
y papá habló con un marino de bigotes amarillos
en un mercante
                sobre la hamaca la luna de Benicasim
era la misma que la de Mazarrón, llegamos
a un puerto entre rocas doradas, parientes,
fotografías animadas, tardes por la Glorieta
en sillones de mimbre, paipáis de cartón blanco
con anuncios de Linimento Sloan
                                  nada quedó del puerto,
grúas retorcidas, patrulleros hundidos, serones
cargados de alcaparras y girasoles, cascotes
de bombas misteriosamente humanizadas, se oían
caer después, ya de vuelta a la ciudad, como
una noche impuesta que se impone gritando
                                           murieron
pretendientes y nadie descendió a la calle
al paso de los percherones
                            los geranios
se agostaron en cenizas amarillas
                                   luego
volvieron otras tardes de abril, no aquéllas
                                              muertas
muertas ya para siempre
                         los gitanos perdieron duende, no
cantaban, tosían de noche bajo el relente, cuando
cosíamos tristes arreglos de vestidos viejos
para mutilados cuerpos de posguerra
                                     incivil
inmutables, más allá de esta ventana, de esta
persiana, de estas macetas vacías como planetas
deshabitados, los palos grises para tender
la ropa, azoteas de arenisca y ladrillos desportillados,
negras chimeneas rotas
     y amarillos jaramagos sobre tejados en erosión.

 

II

Una educación sentimental

 

Twist

A Vicente Aleixandre y «el vals»

Esta orquesta que destruye
la geometría del ataúd, lo amargo
de un hongo de ceniza
                       no
no canta para lentos modernistas
con serrín en los ojos, en el pelo
canta para incómodas muchachas
con sostenes de esparto y vello
en un pubis punzante
                      muchachos
con cabellos teñidos y la bandera
de su camisa a media asta
                           ya
a la playa llegaron restos
de todos los naufragios, cadenas
del no faltaba más, con Dios,
siempre a sus pies
                    de valses como goma
de gomosos y faldas como colas
de cocodrilos exiliados
                         nada inocente
nada sorprendente oh difunta sabiduría
del sorprenderse
                 canta un melenudo asceta
la noche complica la soledad, young
alone by by
             y sin embargo añoramos
al uomo in frac con chistera y suicidio
que combatía a la muerte con un Yo os amo.

 

Jamboree

La muchacha era negra y cantaba
una experiencia agridulce, metálica
de micrófono, metálico el hielo usado
en la penumbra del vaso opaco
                               gin
y manos espontáneas abofeteándose
en la bromúrica África europea del sábado
                                           Baudelaire
estaba detrás del frenesí de las caderas
cadenciosas de muchachas emancipadas
abiertas al sol nocturno del saxo
                                   y nadie
intentaba decir a los de la Navy: yankee
go home, porque los yanquis –tal vez
exiliados de algún Harlem blanco– escalaban
el estrado en un salto de tragamillas
o de puntero de rugby en el partido cumbre
para recuperar el jazz y amable
en el piano de aquel pianista poeta
sabio como un soltero sin compromisos
lícitos
         y batíamos palmas si la muchacha
negra nos cantaba Remember When, ya tarde,
hacia las tres de la mañana, cuando
en la plaza del exterior, con estatua,
vomitaba algún padre de familia
                                 y
                                    abajo
–en Jamboree– la triste risa negra de Gloria
nocturna como su piel y su voz de Ella
Fitzgerald tímida, nos hacía inteligentes
de libros y cubalibres, comprobando
                                     que
tampoco había sido aquél el octavo,
el tan esperado octavo día de la semana.

 

El buen amor

Amores porque sí, certificados
amarillos en cajas de caoba con flores
esmaltadas, junto al jabón de olor
en cajones de madera repujada, cómodas
donde descansa en paz el ajuar
                                encajes
de bolillo y letras bordadas, siglas
de un contrato territorial, celosos lindes
de una ciudad de sábanas almidonadas,
castos cálculos de menstruos regulares,
celosos termómetros de infiel temperatura,
vaginas díscolas, hijos imprevistos
                                     atribuibles
a la voluntad de Dios, Padre al fin
y al cabo
           lentos días sin preguntas, sin
respuestas, pequeño y gran mundo en orden
porque sí
           porque sí
                      la vaciedad del mundo
más allá de las pinturas ya funcionales
en las paredes, del cucú que marca
la hora del regreso, de las cuentas
de las cenas sorprendentes, especiales
recetas misteriosas de vecinas nuevas,
aventuras exóticas por mares de sofrito
y olorosas especias
                     o bien relojes de zozobra
y un primo hermano habitual a las cuatro
y cuarto, porteras dormidas, despiertas
súbitamente
             y amores,
                       porque no
                                  a las tardes
sin más solución que noches que concluyen
que días que amanecen para anochecer,
que no tendrán jardines con moreras
ni bancos de cemento tras los setos
                                     como antes
cuando todavía era posible algún misterio
más allá de los labios besados, silenciosos
ahora como un mundo prohibido sin lluvias,
sin fronteras, un vasto mundo de venas
heladas, ramajes de bosques horrorosos
                                       sin pájaros
ni estrellas
              donde no cabe el miedo ni el valor.

 

Ulises

El cuerpo de ella se hizo tierra
en mil novecientos cuarenta y seis
antes él hizo la guerra, perdió la guerra,
huyó por las montañas
                       después la cárcel
volvió al Vallés y se hizo amigo
de un teósofo libertario y de un abogado
retirado y viejo que le escribe con frecuencia
muchos, muchísimos ánimos
de vez en cuando hace gimnasia en el patio,
resuelve complicados problemas de aritmética,
nos habla de violentos safaris de tomillo
y romero, del agua clara junto al camino
o nos increpa por el turbio asunto –nada claro–
del boicot a las comunidades del Bajo Aragón
–hoy se lo han dicho–
le han condenado a cinco años
y ya no caben más canas en sus cabellos blancos
después ha hecho gimnasia
ha resuelto algún problema de aritmética
ha contemplado el vuelo de unos pájaros
hacia el oeste
ha sido entonces
ha sonado la trompeta y se ha echado a llorar.

 

III

Ars amandi

 

I

Queda crepúsculo, rodajas
de cielo añil anaranjado, brisa
de otoño, destejo las persianas,
no hay vecinos en los balcones,
y nos protege el patio con gatos
y cacharros, pieles de plátanos
deshabitados, mondas de naranja
brutalmente desnudas
                     en la esquina
mujeres solas, olor a pan dormido,
chocolate a la francesa, niñas
con faldas plisadas, medias
de algodón y blusas blancas
                             los lirios
agonizaban ya seis días hace
en ese jarrón con cigüeñas y nubes
fragancia embalsamada en analgésico
                                     han encendido
los primeros faroles, huele a invierno
el eczema de luz sobre el asfalto,
salen ahora de las puertas de los Bancos
pañuelitos de seda en el bolsillo, huelo
a masaje facial y a sudor de abdominales
en el Club Náutico
                    he dejado el dinero
sobre la consola, bajo el retrato colectivo
de una esforzada promoción de profesores
mercantiles
             no, no te han visto el rostro
anochecido, anochece y una voz infantil grita lejana
no vale ¿por qué parecen ateridos esos lirios
que veíamos arder en el verano? lentos
crepúsculos
             y algo menos sabios cerrábamos
la puerta a doble llave
                        mira, ya la tarde
se arrima a las esquinas inciertas
                                    las luces
intentarán hábilmente describirnos
                                    tienes
la piel naranja por el sol poniente, sombra
de pelo sobre el rostro encendido, tacto
de ceniza
           y has de volver a casa antes de las doce.

 

III

Tápate,
tápate las metáforas, hace
un pequeño frío de pequeño invierno,
con un pequeño radiador, pequeño
tiempo para sentirnos juntos
                              menos solos
que solos habitualmente, menos sabios
para decir amor mío sin remordimientos
para creer haber sido elegidos
                                hace tiempo
en un Mercado Persa anunciado por profetas
sí, cubro también mis imágenes impacientes.

 

VII

En nuestro fin empiezan
los dietarios, de pronto las aceras
sin portales, tranvías que no van
a alguna parte, semáforos
que urgen
           noches sin adjetivar
gentes de siempre, otra vez
la sonrisa social que no necesitamos
ahora, el buenos días sin piedad
a la orilla del teléfono
                          partirán
balandros con regreso, besos quizá
bajo pérgolas, lento jazz, petirrojos
que cantan en diciembre
                         o amor
en habitaciones con lirios apagados
de vez en cuando el corazón
falseará un latido
                    donde habita
el olvido temblarán los jaramagos, ruinas
de esta habitación, no quedará piedra
sobre lirio
             ni siquiera miedo a perder
algo
      porque en nuestro fin empieza todo
lo que de gris ayer vestimos, los días
ordenados, dispuestos como un ejército
pequeño siempre derrotado
                           de siempre
el esperado día sin retorno, éste tal vez
éste si tú quieres
                    indefenso como un mito.

 

IX

Nunca desayunaré en Tiffany
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
                             nunca
aunque sepa los caminos
                         llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
          una fotografía, quizás
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
                   y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
                              el jukebox
donde late el último Modugno ad
un attimo d’amore che mai più ritornerà
y quizá todo sea mejor así, esperado
porque al llegar no puedes volver
a Ítaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
                                  nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Ítaca aunque sepa los caminos
lejana y sola.

 

XIII

Tullidos soldados de plomo, tirantes
que se quedaron cortos, primer
sol consciente, era un ocaso,
primer sol fresa, era un amanecer
se llamaba Margarita no lo pude
evitar
        duele una esquina en el pecho
de pronto el mundo amenaza
con temblores de fachadas y cloacas
melladas persiguiendo estelas
                               ya
estaba dicho aquello de la pasión
                                   inútil
el hombre, la vida, la muerte, la libertad
luego
       los rótulos sobre jarritos de loza,
tréboles azules y San Antonio, ungüentos,
las condiciones subjetivas, las objetivas,
las relaciones de producción, las culatas
cuartearon las sienes de Rosa Luxemburgo,
la hierba luisa, el boldo, la manzanilla,
una cosa es la contradicción de primer plano,
otra cosa es la contradicción fundamental
                                          amanece
lentamente, a veces es un presagio
                                   detenido
el mudo diálogo del creer y el hacer, insuficiente
la sombra que respalda, inmenso el mar
cuando llega algún barco de nombre extranjero,
brillantes las bocas de los nichos
                                    adormecen
burlonas siemprevivas, pensamientos, nomeolvides
ten, ten la pequeña memoria de una vida
porque algún frío ha vencido esa rendija
                                          oculta
por donde se queja Leo Ferre
                              si tu t’en vas,
si tu t’en vas, un jour, tu m’oubliras.

 
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