Días
perdidos en los transportes públicos
(1992)
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Te levantas de la cama y es la guerra
Suena el teléfono. Manolo. Me comunica
que le han dejado un ojo como un plato.
En una fiesta —cosas que ocurren, me dice,
cuando uno se divierte. Algo
que, como ya se sabe, no gusta demasiado
a la mayoría de la gente.
Que si salgo, me pregunta.
Estoy trabajando. Escribo este poema,
fumo, escucho a la vecina, que otra vez
se ha puesto en pie de guerra con el crío,
la merienda, los tebeos, la leche. Pienso
que no me importaría nada ser el personaje
de ese libro que hay sobre la mesa.
Podría al menos
conocer New York, coger el metro, disparar
la Browning, romper todos los dedos de las manos
a aquellos que más odio.
Le digo que no puedo. Me atenazan
el alquiler, las moscas, el verano,
la ciudad, la gente, los semáforos.
Pero que si quiere puede pasarse por mi casa.
Bajaré a por unas latas, hay tabaco.
Charlaremos.
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La tortura, viejo y literario género...
Me hablaba
del cielo de Esmirna,
de las doradas cúpulas
que alumbra la tarde veneciana,
del aire perfumado y cómplice de ciertas
umbrosas callejuelas tunecinas, la belleza
inenarrable de Florencia,
y —cómo iba a faltar—
de ese cafetín donde en Lisboa
martirizaba los versos el Poeta...
Hay gente en ocasiones que deseas
que fuera un libro, para así
poder cerrarla con un sonoro y seco
golpe de la mano, sin marcar la página,
y devolverla luego para siempre
al lugar en que por derecho
corresponde:
los mustios anaqueles
de una rancia biblioteca.
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La verdad, por fin
Todo el día
queriendo redactar este poema
y ahora no recuerdo
qué se supone
que tenía que decir.
Los buenos escritores —no hace falta
repetirlo— son aquellos
que saben siempre, exactamente,
cuándo no deben escribir.
Pero ése
evidentemente
no es mi caso.
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Nada de particular
Hundo la cuchara
en la blanda firmeza del yogur
y me lo como, lentamente, de pie, a la luz
de la nevera abierta. Paladeo
su frescor gratificante,
su suave y precisa consistencia.
Era el último.
Quizá por eso me recuerda ese poema
de Carlos Williams, el poema
en el que habla de las fresas. O tal vez
fueran ciruelas, no lo sé. Y constatar así
que, en efecto, no hay ideas
sino en las cosas. Es verdad:
en las ciruelas, las fresas, el yogur
que termino y desecho en la basura
antes de encaminarme hacia la cama
sin nada de particular en la cabeza.
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Ya no queda tiempo
para perder el sueño
Ha sido dicho
en numerosas ocasiones
que el poeta escribe
para un futuro
que no va a conocer.
Y al paso que vamos,
no sólo el poeta.
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¿Poética?
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¿Por qué escribo?
Porque...
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Las poéticas son un poco
como los preservativos:
si te tienes que parar,
más vale dejarlo para otro día.
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