El arte en la era del consumo

(2001)

 

Violencia

Mi hija (año y medio) procuramos que nos vea
en los momentos buenos o mejores:
cuando nos abrazamos y besamos,
cuando las cosas discurren con lisura y eficacia,
cuando no hay gritos ni vajilla amenazada,
cuando nuestro roce cotidiano es fluido
y no hay asperezas que nos hagan estallar.
Es obvio que lo otro –lo regular, lo malo, lo peor–
también lo ve, y lo oye; pero creo
que después de todo
no nos las arreglamos
demasiado mal.
Es alegre, nuestra hija; y no hay foto ni momento
en que no sonría.
Le ha dado, quizá por todo ello,
por abrazar a otros críos cuando los ve.
Se lanza sobre ellos, los envuelve
con los brazos y les planta un beso en la mejilla.
A cambio de sus esfuerzos ya le han dado
algún que otro tortazo.
Delante de los ufanos padres en cuestión.
Y ayer llegó, a modo de confirmación definitiva,
la guinda del patrón de conducta habitual:
una niña, algo mayor que ella,
al verla repartir sus holas y sus besos
entre un grupo de críos,
se volvió hacia un niño y le susurró en voz baja:
«Esta niña es tonta.»

Me hubiera gustado
estamparle la jeta en el asfalto.
Y a sus progenitores
machacarles luego la cabeza.

Pero a eso
lo hubieran llamado
violencia.

 

Sabiduría

Una mujer
que pasa en bicicleta
a las dos de la mañana,
hermosas piernas morenas
bombeando los pedales
mientras la brisa le alza el vestido
y revela
un perfecto milagro
de carne femenina en movimiento.

Nuestros ojos
se cruzan un momento
y ya se ha ido.

Son cosas como ésa
las que te hacen darte cuenta
de lo poco que realmente sabes
de nada.

 

Las palabras

Las palabras son inútiles, tercas, retorcidas
como tornillos que no entran rectos.
Y me cansan. Pero son lo único que tengo.
Los juguetes de un niño pobre.
Yacen destripadas a mi alrededor.
Todo su encanto se derrama por sus vientres abiertos.
El mecanismo hace tiempo que dejó de resultar
intrigante o atractivo.
No hay desafío. No hay chispa. No hay color.
El mundo es tan gris como mi asco.
Las palabras son los puntales de mi abulia.
Pero son –lo he dicho, lo repito– lo único que tengo.

 

Tanto monta

Te dirán
que vales
lo que eres
y no lo que tienes.
Y tendrán
razón:
sin dinero
es cuando vales
exactamente
lo que eres:
nada.

 

Oportunidades

Camino por el tejado
del centro comercial.

Lo tienen montado como un jardín.

Plantas por aquí y por allá.
Flores, enredaderas, incluso
árboles pequeños, entre los que se abren
veredas bordeadas de muros bajos
en los que se demoran quinceañeros
riéndose y fumando, bebiendo,
contando chistes malos,
soltando risotadas.

Al fondo hay una carpa
con un gran cartel a la entrada:
OPORTUNIDADES

Entro y me doy una vuelta.

Abrigos de la pasada temporada,
demasiado grandes o pequeños,
o con rotos, o con manchas.

Y el precio sigue siendo prohibitivo.

Zapatos huérfanos y viudos,
del 45 y del 46. De una cutrez
indescriptible. Polos. Jerséis.
Bolsos, sujetadores.

Unas chicas andan revolviendo
entre las camisetas.

Me pruebo una gabardina.
No es mi estilo.
Cuesta diez napos y no tiene pinta
de valer ni para un baile de disfraces.
La vuelvo a colocar en el perchero.

Salgo de la carpa
y cruzo de nuevo el tejado.

Un grupo de adolescentes
posiblemente emporrados
que ya antes habían emitido comentarios
vuelven a soltar la gracia cuando paso:

«Ahí viene el ruso otra vez.»

Ah, Dios.

Un día de éstos
alguien va a acertar con nosotros
y nos vamos a llevar una sorpresa.

 
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