Antonio
Machado, de por sí una figura fascinante, lo es más
según se sanean los viejos cauces de investigación
y se abren otros nuevos. Todavía a estas alturas existen
interpretaciones superficiales o erróneas; esta que planteo
es una de ellas, y por mi parte no existe mayor pretensión
que exponer la revisión de una impostura que se ha tomado
como verdad absoluta.
La España de la posguerra no derrocha preocupaciones literarias;
existen otras muchas de las que ocuparse en una nación
arrasada por la guerra civil y el bloqueo internacional, carente
de todo y con secuelas de difícil superación. El
régimen franquista, falto de apoyo exterior, lucha por
mantenerse a flote contra la opinión internacional, la
sociedad española está sumergida en un ambiente
dominado por la miseria, el arrivismo y la represión. Qué
puede esperar la memoria de don Antonio Machado de una realidad
política francamente hostil, que le niega «el pan
y la sal», sometiéndolo a un vergonzoso proceso de
depuración después de muerto.
En 1941 se lleva a cabo una intencionada recuperación promovida
por Ridruejo [1] en un intento
de integrarlo a la intelectualidad franquista, maniobra a la que
parece prestar aquiescencia su hermano Manuel, que oficia como
«valedor» ante el Régimen; esto propicia una
recuperación de Antonio Machado, más aparente que
real, que se limita tan sólo a la publicación de
sus poesías en la Colección Austral, en las que
faltan, naturalmente, aquellas más comprometidas y beligerantes
de los años de la guerra.
Con el tesón de unos pocos y el entusiasmo de muchos, la
España cultural de los años cuarenta va recuperando
espacio para un tratamiento de las cuestiones literarias más
cercano a la veracidad que a la imposición política.
Así es posible que en 1949 Cuadernos Hispanoamericanos
brinde un homenaje a Machado [2]
reconociendo su prestigio de poeta, y en la medida que permite
la censura política lo hace con un tono que se aparta de
manera evidente del «forzado rescate» que Ridruejo
había planificado en beneficio del Régimen.
El doble numero que le dedica Cuadernos Hispanoamericanos
[3] inicia una lenta e imparable
rehabilitación de Antonio Machado. Esta publicación
tiene un valor incuestionable, porque participan en el homenaje
numerosas firmas que más adelante serán representativas
de fidelidad al poeta, planteándose corrientes de estudio
que suponen el germen de posteriores trabajos sobre cuestiones
que en aquellos momentos estaban totalmente vedadas.
Otro de los hitos machadianos en esta época oscura es la
biografía de Pérez Ferrero [4],
que lo presenta como el poeta castellano por antonomasia y le
hace figurar como miembro de la generación del 98; una
generación literaria que a raíz del análisis
de Laín Entralgo pone de manifiesto su carácter
de revulsivo nacional [5].
En 1950 la novelista Concha Espina sorprende con la publicación
de un extraño libro, De Antonio Machado a su grande
y secreto amor [6]: híbrido
de novela «rosa» y conato de investigación,
en el que transcribe una serie de cartas desconocidas del poeta
a una enamorada anónima que la novelista identifica con
Guiomar. Ante la evidencia de Antonio Machado nuevamente enamorado,
el mundillo intelectual se convulsiona como si experimentase los
efectos de un terremoto. A pesar de que el poeta «se mantenía
bajo sospecha», el descubrimiento de esta correspondencia
suscita en España un inusitado interés que multiplica
a los entusiastas de la novedad editorial. La publicación
tuvo una amplia difusión en los países americanos
donde, en contrapartida, surgieron sus primeros detractores; reacción
tal vez influenciada por el hecho de que vivían en el exilio
los hermanos del poeta, José y Joaquín.
En aquellos primeros momentos, la versión de Concha Espina
se admite sin mayores reservas a pesar de los interrogantes que
plantea. La novelista divulgadora de las cartas de Machado publica
un trabajo poco riguroso y falto de credibilidad cuando sostiene
«que la herida siempre romántica del amor la ha llevado
[a esa amada anónima] a la tumba en plena juventud y hermosura»
[7]. Esta atrevida reflexión
no oculta la influencia de la novela rosa tan en boga en aquellos
años y una excesiva cautela para no desvelar la identidad
[8] de su protagonista a la
que atribuye, sin fundamento, el honor de haber inspirado a Guiomar.
¿Qué hay detrás de todo esto?
Un grupo de incondicionales va congregándose en torno a
la revelación que suscita preguntas y más preguntas:
¿se quiebra la imagen de un amor sacralizado hacia Leonor?
Oculta tras el nombre de Guiomar, ¿quién inspiró
a Machado un conjunto de «Canciones»? Durante mucho
tiempo, se admitiera o se negara la existencia de esa amante misteriosa,
la enigmática mujer que inspiró el amor tardío
en Machado sorteó el descrédito y ostentó
el prestigio de ser Guiomar.
Con el tiempo, la edición De Antonio Machado a su grande
y secreto amor empieza a cuestionarse: demasiado «rosa»,
incluso mala literatura para estar firmado por una autora como
Concha Espina. Las cartas se presentan fragmentadas, posiblemente
—es la tendencia del momento— para no herir susceptibilidades
y echar un tupido velo sobre la identidad de la enamorada. En
la España de los años cincuenta una férrea
censura vigila la más mínima transgresión
tanto política como moral. No obstante, para desechar dudas
en torno a la autenticidad del testimonio, en un apéndice
se editan en reproducción facsímil la mayor parte
de los fragmentos. En el entusiasmo inicial por el descubrimiento,
nadie alerta sobre el hecho de que el nombre de Guiomar únicamente
figura en los fragmentos de las cartas que transcribe Concha Espina,
mientras que en las reproducciones facsímiles un espacio
en blanco sustituye el nombre de la destinataria de la correspondencia
para mantener el anonimato de Guiomar.
Aunque se produzcan intentos aislados de ir clarificando el misterio,
durante treinta años sólo podrá manejarse
la base documental que publicó Concha Espina. La polémica
sobre la amante misteriosa va captando la atención de firmas
prestigiosas y los partidarios son más numerosos que sus
detractores; sin embargo, unos y otros tropiezan con la imposibilidad
de acceder a las fuentes originales para documentar sus acuerdos
y desacuerdos [9].
En 1982 se publica Sí, soy Guiomar [10],
y se desvela que la Guiomar de Concha Espina resulta ser la poetisa
Pilar de Valderrama; aunque se habían ido filtrando pistas
demasiado claras que fueron diluyendo el misterio hasta hacer
de él «un secreto de Polichinela». La poetisa
había fallecido [11]
antes de que saliera la edición de sus memorias; un texto
que recoge recuerdos imprecisos y que en sí vale poco;
en más de una ocasión, contradijo a sus comentaristas
para sostener sus pretensiones con argumentos que no favorecían
la labor de sus seguidores. Las memorias carecen de valor testimonial,
pues intenta hacer pasar por veraz su historia, que no es otra
cosa que un relato de sucesos sin llegar a detallar el carácter
de los encuentros ni profundizar en su relación con el
poeta [12]. El mayor merito
de estas memorias es que pone a disposición de los investigadores
las cartas sin fragmentar de Antonio Machado [13].
Tras el fallecimiento de Pilar de Valderrama, José María
Moreiro edita su trabajo Guiomar, un amor imposible de Machado
[14], en el que mantiene un
tono crítico hacia la protagonista; la cual ya no puede
intervenir, como en anteriores ocasiones, descalificando las opiniones
que no le resultaban adecuadas o favorables.
La farsa se desvela cuando el hispanista Giancarlo Depretis consigue
acceder a la correspondencia manuscrita depositada en la Biblioteca
Nacional por las herederas de la poetisa. Depretis desmonta la
manipulación de Pilar de Valderrama publicando la reconstrucción
de las cartas de Antonio Machado con estricta fidelidad; al tiempo
que cambia el título de la edición italiana, Lettere
a Guiomar, por el mas adecuado Cartas a Pilar [15],
dirigiendo la correspondencia a su destinataria real.
Esto da pie a múltiples interrogantes, que si antes ya
existían, ahora crecen como hongos y la opinión
de los machadianos empieza a divergir. Los que están a
favor ya no son tantos, e incluso cuestionan muchas cosas que
antes presentaban como favorables a la poetisa; los que estaban
en contra de la existencia de ese «gran amor» censuran
la manipulación que hizo Pilar de Valderrama de su relación
con Antonio Machado.
La amada se aproxima al poeta movida por intereses personales
alejados del afecto; aprovecha la inclinación que sentía
hacia ella para tratar de incorporarse al estamento intelectual.
La actitud de Pilar de Valderrama no expresa sentimientos de enamorada,
alentó y reprimió la relación por pura vanidad,
ejerciendo una sutil presión para que Machado «tramitara»
el reconocimiento intelectual que su poesía no recibía:
las influencias de su enamorado no favorecieron sus propósitos,
pero el amor tardío del poeta le garantizó notoriedad,
aunque fuera ajena a los méritos que ella presumía.
Machado está enamorado y vive entusiasmado su amor; sus
cartas lo traslucen. No deja de sorprender que el sentimiento
amoroso obstruya su extraordinaria capacidad literaria. Las cartas
a Pilar de Valderrama carecen de la calidad epistolar que se aprecia
en la correspondencia mantenida con sus coetáneos, Ortega,
Unamuno, Juan Ramón. Resulta impensable tratar de establecer
una referencia con la correspondencia amorosa de Salinas a Catherine
Whitmore [16] o la del propio
Heidegger con Hanna Arendt [17].
Las cartas de Machado a Pilar de Valderrama no manifiestan la
escritura privilegiada del poeta, aunque algunos párrafos
guarden el eco de su exquisita obra.
Esta afirmación, que de puro clara apenas necesita probanza,
conduce a una curiosa cuestión, que puede simplificarse
en una pregunta sugerida, apenas insinuada, por Gibson en su biografía
[18]: ¿significa esta
baja calidad que Antonio optó por ponerse a la altura de
su «diosa»? Y más: ¿era ella, en realidad
y tal como la describe Cansinos Assens, una «diletante»
[19] que componía versos
por entretenimiento, sin mayor valor formal en los mismos pero
sí en su intencionalidad? Al fin y al cabo, a pesar de
los elogios de su enamorado, no pasa de ser una poetisa mediocre
que en contados pasajes logra aciertos que permitan estimarse.
La verdadera Pilar de Valderrama era una señora distinguida,
perteneciente a la alta burguesía monárquica; con
una faceta de su personalidad que aspiraba a dotar su estatus
de un barniz seudointelectual que no amenazase ni por asomo sus
valores [20], propios de una
concepción religiosa conservadora y reaccionaria, por no
catalogar de idólatra y supersticiosa; militante de aquella
Iglesia católica fundamentalista que el propio Machado
encontraba justo combatir para no morir ahogados por su dogal
de hierro.
No puede ponerse en duda que Antonio Machado se enamoró;
las cartas existen, están ahí y dicen lo que dicen.
¿Por qué se enamoró de alguien con mentalidad
tan opuesta a la suya? Seguramente se entregó al loco amor
que menciona reiteradamente en su obra. El acto de amar continúa
siendo un misterio para el que tan sólo cabe una conclusión:
la pascaliana en torno a las intermitencias del corazón.
¿Qué razón existe para que se perpetúe
la identificación de Guiomar con la persona de Pilar de
Valderrama? Las cartas publicadas por Concha Espina manipulan
los originales para que figure Pilar de Valderrama como Guiomar.
En ningún momento la lectura de las cartas desprende tal
creencia: mucho menos que pueda ser la Guiomar que trasciende
del ideario de Abel Martín. Aquí radica la cuestión
que deseábamos plantear: Pilar de Valderrama no
es, no fue nunca, Guiomar. Negar lo establecido obliga
a proponer, ¿quién es, o fue, Guiomar?
En mi opinión, que exige un desarrollo más extenso,
Guiomar es apócrifo de apócrifo y su creación
se gesta en Abel Martín, al que el fallecimiento de su
amada [21] conduce —en
la búsqueda desesperada de un reencuentro propicio en el
terreno de lo ideal, imposible físicamente— a un
sinfín de especulaciones filosóficas que acaban
por fundirse con las de Machado en el «Cancionero apócrifo».
Todo esto, naturalmente, creado por el propio Antonio Machado,
cuyo trasunto, el filósofo-poeta Abel Martín, queda
así más definido como tal. En este punto, no queda
más remedio que retrotraerse a los años de su noviazgo
y a la figura de Leonor, ineludible momento-eje en la vida del
poeta, que tampoco es Guiomar, sino algo evanescente: quizá
la vaguedad de una sombra que busca su permanencia en el apócrifo
femenino. No es indicativo el que Guiomar-Leonor formen un único
símbolo; el proceso va más allá de esta idea,
pues en el fondo del pensamiento y el deseo del poeta, siempre
estará la niña-esposa como base de todo su desarrollo
filosófico; que en eso desemboca el anhelo machadiano [22].
Es preciso volver al texto de Concha Espina para constatar cómo
se alimenta el mito cuando transcribe los fragmentos de la correspondencia
añadiendo el nombre de Guiomar, y eliminando el nombre
de la persona a quien van dirigidas las cartas; no están
destinadas a Guiomar, sino a la señora del paseo de Rosales,
como muy claramente dejó establecido Depretis. Concha Espina
la llama Guiomar porque así nombra el poeta en sus composiciones
a la musa del «Cancionero...»; en definitiva, le da
acta de bautismo, porque así la llama él [23],
pero, ¿a quién?
En las cartas a su amada la llama Pilar, y poéticamente
le da otro nombre; entonces, ¿por qué en la única
composición conocida que le regala a ella personalmente,
la llama por su nombre y no utiliza el de Guiomar creado por él
en esos poemas que supuestamente le inspira? Se trata de una mujer
casada cuya reputación puede peligrar; si tanto soneto
y regalo no pueden hacerse públicos en el ámbito
familiar, el nombre poético de Guiomar podría haber
encabezado fácilmente el soneto. Todo ello nos conduce
a un entramado de encuentros, mensajeros y correspondencia, que
acaban creando una embrollada trama difícil de descifrar.
De ahí que el equívoco se añada al equívoco.
Y por añadidura, Machado en sus cartas declara que tiene
pendiente, entre otras cosas, la composición de un libro
a su amada, sin hacer alusión a previas composiciones [24];
y a mayor abundamiento, en una carta anterior menciona, sin enfatizar
en ningún momento, que ya ha concluido los poemas a Guiomar;
y uno no puede por menos que preguntarse si entre tanta hojarasca
seudolírica que le dedica, no podía haber resaltado
un poco más el hecho de haber concluido esas composiciones,
si en verdad estaban dirigidas a ella.
Queda en el aire si Concha Espina estaba convencida del atributo
que concedía a Pilar de Valderrama o actuó incitada
por quien le entregaba la correspondencia. Ajustándonos
a la realidad, de no haber sido ungida por Concha Espina, ¿quién
hubiera concedido tal filiación a una poetisa que muy pocos
reconocían en los recuentos antológicos del momento?
Tomemos en consideración que Antonio Machado en el capítulo
VIII de su Juan de Mairena, asocia el contenido de las
«Canciones a Guiomar» a su ideario filosófico.
En sus artículos periodísticos Antonio Machado manifestaba
sin ambages el desarrollo de su ideario y el carácter de
su obra, tal como lo demuestra el artículo [25]
aparecido en enero de 1935 en el Diario de Madrid. En
aquellas fechas, cuando aún las elecciones no habían
dado el poder al Frente Popular y Pilar de Valderrama hubiera
podido leer el artículo sin presiones ideológicas,
presumiendo que mantenía vivo el recuerdo de su relación
con el poeta, la publicación de sus escritos debería
despertar su avidez por mantener el vínculo y la lectura
le hubiera esclarecido la esencia de Guiomar. Cómo fue
capaz de urdir la manipulación de las cartas sin sentir
el mínimo pudor y atribuirse un rango que en ningún
momento le correspondía.
Estas notas y reflexiones abren un nuevo cauce de interpretación,
son alegatos insuficientes para el ambicioso desarrollo que plantean
pero permiten entrar en materia. No pretendo, no me gustaría
ciertamente, levantar una polvareda de esas al uso en los medios,
pero sí dar un toque de atención a los machadianos
para que empiecen a reparar en la verdadera personalidad de Pilar
de Valderrama. Y creo, con honestidad, que ya es hora de desvelar
de una vez por todas su exacto protagonismo y situar en el lugar
que le corresponda a cada uno de los personajes de esta historia.
Mi planteamiento no es un quehacer precipitado, ni puede resolverse
en pocas líneas, pero sirva de valor añadido a la
interpretación del pensamiento y la obra de Antonio Machado.
El camino para llegar a estas reflexiones y esbozar una aproximación
inédita sobre el planteamiento de que Guiomar no es
Pilar de Valderrama, ha supuesto una labor lenta a la que
he tratado de acceder tomando las debidas precauciones y apoyado
en una atenta y reiterada lectura de la totalidad de la obra del
poeta.
A lo largo de su existencia, don Antonio Machado fue labrando
su obra como un monolito sin fisuras, sus poemas conmovedores,
las divagaciones filosóficas que confluyen en «De
un Cancionero apócrifo» y se cierran brillantemente
en el Juan de Mairena. En ellas nada figura al azar,
por accidente o casualidad, sino con una razón de ser.
Abarcar la integridad de su obra por fuerza plantea divisar ese
«todo» —el cerro que escala el poeta en el poema
XCVIII para otear el campo soriano—, adoptar una posición
que nos sitúe en condiciones de asimilar la esencia de
su obra; un entramado sin cabos sueltos con una urdimbre de sentimiento,
sabiduría, talento y extremada elaboración que se
muestra desde cualquier perfil. Situados en este contexto, podemos
integrar su primera entrega poética, el «Cancionero
apócrifo», y sus colaboraciones teatrales. Así
nos aventuramos a relacionar la pieza teatral El loco amor,
que se quedó solamente en un título, parece apuntar
el desarrollo de lo contenido en el soneto V de los acogidos al
CLXV, que se transforma en diálogo en Desdichas de
la fortuna, o como el fallido apócrifo Pedro de Zúñiga
que transmuta en Juan de Zúñiga en la última
de sus obras teatrales, El hombre que murió en la guerra
[26].
Basten por el momento estos apuntes para despertar la inquietud
en torno a un pasaje de la existencia del poeta que se ha banalizado
de manera insólita, empañando con su mediocridad
un análisis riguroso del verdadero significado de los textos
sobre Guiomar en el pensamiento de Machado.
Sólo resta añadir que la elaboración de mi
análisis está en proceso avanzado y pendiente de
esa última soba —que diría Ortega—
antes de ocuparme de los trámites de la edición.
Llegados a este punto, me tienta la posibilidad de un debate previo
para compulsar las opiniones que suscite mi propuesta, porque
todas y cada una contribuirían a clarificar este aspecto
de la vida y obra de don Antonio Machado.
[1] Dionisio Ridruejo, «El
poeta rescatado», La Estafeta Literaria, 303, octubre
1964, pp. 6-7. También en Araceli Iravedra, El poeta
rescatado. Antonio Machado y la poesía del Grupo «Escorial»,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2001. [volver]
[2] Que ya no cuenta con el apoyo de su hermano
Manuel, fallecido en 1947. [volver]
[3] Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12,
1949, pieza bibliográfica de difícil localización.
Se completa este homenaje con el que le rindió en ese mismo
año la Revista Hispánica Moderna, de Nueva
York, y a través de su Hispanic Institute, que contó
con una espléndida biografía de Gabriel Pradal Rodríguez,
reeditada aisladamente por la misma institución en 1951.
[volver]
[4] Miguel Pérez Ferrero, Vida de Antonio
Machado y Manuel, Madrid, Rialp, 1947, El carro de las estrellas.
A ésta le siguen las ya muy popularizadas de la Colección
Austral, cuya primera edición es de 1952. [volver]
[5] Pedro Laín Entralgo, La generación
del noventa y ocho, Madrid, Colección Austral, 1956,
3.ª ed. [volver]
[6] Concha Espina, De Antonio Machado a su
grande y secreto amor, Madrid, Lifesa, 1950. [volver]
[7] Concha Espina, ob. cit., pp. 10, 120 y 126.
Pueden también consultarse las páginas que Josefina
de la Torre dedica a este aspecto en la biografía de la
novelista: Vida de mi madre Concha Espina, Madrid, Novelas
y Cuentos, 1969, pp. 186, 197-98. [volver]
[8] Ello es cierto si se recuerda, con la novelista,
que su Guiomar —me refiero a la de Concha Espina—
fallece en 1943, y si lo hace, como la novelista sostiene, en
plena juventud y hermosura, su edad ha de rondar, como mucho,
los 30 años; si, tal como se dice también en el
libro, que en esto no se aparta de la realidad, el conocimiento
de ambos tiene lugar en 1928, hay que preguntarse de inmediato,
¿qué edad tenía cuando se conocieron y enamoraron?
La respuesta es clara: la misma que Leonor al casarse o muy cercana
a ella, mientras que Antonio Machado rondaba ya los 53 años;
la incitación al paralelismo es importante o, al menos,
no deja opción alguna al equívoco. ¿Podría
ser intencionado el planteamiento? [volver]
[9] Armand F. Baker proporciona en su trabajo
El pensamiento filosófico y religioso de Antonio Machado
(Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, 1985) una lista de ambos grupos,
aunque sin carácter exhaustivo; entre los primeros, José
Luis Cano, Justina Ruiz de Conde, Gerardo Diego, Concha Espina,
Leopoldo de Luis, Bernard Sessé, José María
Valverde..., y entre los opositores, Pablo de A. Cobos, Ricardo
Gullón, Joaquín y José Machado, Jerónimo
Mallo, Ramón de Zubiría, al que hay que añadir
el del primero y canónico biógrafo de ambos hermanos,
Miguel Pérez Ferrero (véase epílogo a su
edición de Austral). [volver]
[10] Sí, soy Guiomar (Memorias de
mi vida), Barcelona, Plaza y Janés, 1981. [volver]
[11]
El 15 de octubre de 1979. [volver]
[12] Tal vez sus relaciones no fueran tan «pretendidamente
blancas», pues ciertos detalles de la correspondencia dejan
entrever lo que ocultan las apariencias. [volver]
[13] La obra se divide en dos partes, la menor
la ocupan las «memorias», que más se parecen
a un «memorando» que a otra cosa (pp. 23-99, menos
de 100 páginas); el resto del libro incluye las cartas
de Antonio Machado (pp. 103-367, 264 páginas). Como fácilmente
puede apreciarse, la diferencia entre la primera parte y la correspondencia
es enorme. [volver]
[14] José María Moreiro, Guiomar,
un amor imposible de Machado, Madrid, Espasa-Calpe, 1982
(ed. revisada y aumentada), Selecciones Austral. Hay otra edición
anterior en Gárgola, Madrid, 1980. [volver]
[15] Cartas a Pilar, Madrid, Anaya /
Mario Muchnik, 1994. [volver]
[16] Cartas a Catherine Whitmore, Barcelona,
Tusquets, 2002. [volver]
[17] Hanna Arendt y Martin Heidegger, Correspondencia,
Barcelona, Herder, 2000. [volver]
[18] Ian Gibson, Ligero de equipaje (La vida
de Antonio Machado), Madrid, Aguilar, 2006; cap. VIII, especialmente
su nota 3, donde pone en duda la recepción, por parte de
críticos que ella misma menciona, de sus dos primeros libros.
[volver]
[19] Rafael Cansinos Assens, Memorias de
un literato, Madrid, Alianza Tres, 1995, vol. III, p. 292.
[volver]
[20] Me viene muy oportunamente, para subrayar
lo dicho, la definición que da de esta clase social Giner
de los Ríos: «los de “en medio”, los
que vienen traídos y llevados por la presión —el
abuso— del poder y la semicultura del intelecto» (VV.
AA., León y la Institución Libre de Enseñanza,
León, Diputación Provincial de León, 1987,
Breviarios de la Calle del Pez, reproducción facsímil
de un fragmento de la carta en la p. 8). [volver]
[21] El único dato del que se dispone
nos lo transmite Juan de Mairena cuando habla de los esponsales
de Abel Martín, en Juan de Mairena, cap. XXVIII.
Todo esto, naturalmente, en muy estrecha relación con los
personales pensares de Antonio Machado. [volver]
[22] Antonio Machado proclama el amor dirigiéndose
a Guiomar
inventa
el amante y, más,
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás. |
Pero no es verdad eso. A menos que al verbo inventar
se le restituya su primitivo sentido de «descubrir»
lo que estaba oculto e ignorado, como en inventar un tesoro
o la invención de la cruz. Descubriéndose
a sí mismo el catedrático de francés descubrió
a Leonor, que no sabía ella misma quién era y
quizá murió sin llegar a saberlo. Tomado de Francisco
Ayala, El escritor y su imagen, Madrid, Guadarrama,
1975, p. 108. [volver]
[23] Concha Espina, ob. cit., p. 13. [volver]
[24] Véase en Sí, soy Guiomar,
carta núm. 7 y en G. Depretis la núm. 17. [volver]
[25] Este articulo conforma el mencionado capítulo
VIII de Juan de Mairena. [volver]
[26] Al menos así lo veo yo. Cf. mi
obra La vocación teatral de Antonio Machado,
Madrid, Gredos, 1976, especialmente la segunda parte de la misma
compuesta por un único capítulo centrado en dicha
obra teatral. [volver]
Fecha
de publicación: noviembre 2006
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com
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