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Jorge Guillén y José María Valverde: disputa sobre Antonio Machado

 

Tirso Bañeza Domínguez
IES «El Brocense», Cáceres

 

 

Introducción

Los dos autores que figuran en nuestro título son suficientemente conocidos, aunque, sin duda, Jorge Guillén lo es mucho más que José María Valverde Pacheco. Por ello, nos permitiremos unas primeras líneas a modo de presentación del que resulta más desconocido. Así, José María Valverde (1926-1996) se movió en eso que, grosso modo, podemos denominar como los ambientes literarios de la posguerra, extendiendo su actividad creativa, crítica e intelectual en general hasta su muerte. De su tarea como poeta podemos destacar Hombre de Dios (1945), La espera (1949, con la que logra el Premio Nacional de Poesía), Versos del domingo (1954), Voces y acompañamientos para San Mateo (1961), La conquista de este mundo (1961) y Ser de palabra y otros poemas (1976). Como crítico merecen recordarse sus Estudios sobre la palabra poética (1952), Azorín (1971), Antonio Machado (1978), Conocer Joyce y su obra (1978) y Cervantes (1991). Su actividad como estudioso del pensamiento y de la literatura dejó también títulos notables: Guillermo de Humboldt y la filosofía del lenguaje (1952), Historia de la literatura universal (1957, escrita en colaboración con Martín de Riquer), El barroco: una visión de conjunto (1980), Vida y muerte de las ideas: pequeña historia del pensamiento occidental (1980), Breve historia y antología de la estética (1978), Viena, fin del imperio (1990), Nietzsche, de filólogo a Anticristo (1993) y El arte del artículo (1994) pueden resultar de los más conocidos. Pero además de lo anterior y de decenas de artículos en periódicos y revistas, destacan también sus traducciones: desde El Nuevo Testamento hasta autores como B. Brech, Byron, Wordsworth, Eliot, Faulkner, Dickens, Goethe, R. Guardini, Heidegger, Hölderlin, Joyce, Lessing, Rilke, Shakespeare (su teatro completo), Whitman, etc. Recibió por su meritoria obra numerosos galardones y premios: el Nacional de Literatura ya citado, el Premio Nacional de Traducción (en 1957 y 1976), la Gran Orden de Alfonso X el Sabio, la Cruz de Sant Jordi, el Premio de las Letras de Castilla y León, etc.

Mencionábamos antes la posguerra; si decimos Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco o José García Nieto estamos mentando a algunos de los autores que mayor presencia literaria tuvieron en dicho tiempo. Ellos y otros más pululaban por revistas varias con diferente afinidad con el régimen, todas disponían de escaso margen para salir de la estrechez ideológica marcada desde el imperativo de la ortodoxia. Habrá, sin duda, afinidades entre aquéllos, más también diferencias, incluso con el transcurrir del tiempo y sin esperar demasiado algunos discreparán y osarán oponerse a los designios culturales y políticos de la dictadura. No entraremos en detalle sobre lo último, indiquemos sólo que los arriba citados nos sirven como pretexto para recrear cierta atmósfera próxima a lo que fue el ambiente literario de unas fechas que ahora (por el interés de nuestro tema) fijaríamos hasta mediados de los cincuenta.

Y suponiendo que sean atmósfera o ambiente o contexto, digamos ya que en los años que hemos marcado está también presente allí José María Valverde, uno de los nombres propios que marcan los trazos de nuestras páginas. Otro será Antonio Machado, don Antonio. Éste había estado «presente-ausente» de las revistas poéticas y literarias, y en el mundo cultural en general, durante los primeros años de la dictadura. Y decimos esto porque su figura provocaba una especie de «tensión» debido a dos circunstancias a cual más determinante una que la otra: su claro compromiso con la causa republicana y la enorme importancia de su peso literario (lo que hacía que no pudiera ser ignorado sin más).

Cierto, la figura de Machado era difícilmente ninguneada debido a razones de mérito literario que nadie discutía, pero no menos difícilmente podía ser aceptado y estar presente en el mundo cultural dada su adscripción política. Tenso dilema.

Por otra parte, es cierto que el maestro del 98 había venido apareciendo ya en la pluma de alguno de los autores más sobresalientes durante los años iniciales de la dictadura. Pensemos en Dionisio Ridruejo, quien, incluso a pesar de su cargo como jefe del Servicio Nacional de Propaganda (y tal vez en parte por ello), lo había «reivindicado» (a su modo) ya en Poesía en armas (1939). Habrá que decir que este Machado de Ridruejo resuelve el dilema antes apuntado, y lo hace de una forma concluyente: lo convierte en víctima del propio republicanismo que el gran poeta aireaba; en fin, que don Antonio fue (a su pesar y sin darse cuenta de ello) un «propagandista propagandeado» (en expresión de éxito) del aparato republicano. El jefe nacional de la propaganda falangista y franquista tenía la acuciante necesidad de hacer del poeta uno de los suyos, y es que el autor de Campos de Castilla habría sido como un menor de edad en lo referido a su dimensión política, por lo que no habría que tenérselo muy en cuenta [1]. Esto hará más comprensible y factible afirmaciones como la que Gerardo Diego hizo sobre Ridruejo al calificarlo de «gran retórico y serio poeta, castellano viejo y discípulo espiritual de Antonio Machado» [2].

Pero no está solo Ridruejo en su reivindicación de don Antonio, aunque sí será decisivo su artículo «El poeta rescatado», aparecido en Escorial en la década de los cuarenta. Será Escorial, precisamente, una revista que sin dejar de seguir las consignas del régimen tal vez no las siga de una forma tan cerril como sucedía en otros casos, aunque tuviese la intención de servir «como un arma más en el propósito unificador y potenciador de la Revolución» [3] (la falangista, claro). En general, los de Escorial, es decir, Laín Entralgo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero (puede que hasta quepa incluir aquí al otro Machado, Manuel [4]), etc., venían recogiendo en sus páginas a un Machado con el sesgo arriba indicado por Ridruejo.

No creamos tampoco que Antonio Machado se hace presente a los anteriores únicamente con posterioridad a la guerra civil, no; ya en los años treinta habían reivindicado su valía autores como Leopoldo Panero (por ejemplo, en sus Versos del Guadarrama, 1930) o Luis Felipe Vivanco [5].

Pero mencionábamos a José María Valverde, digamos ahora que también en él la figura de Antonio Machado está bastante presente. Acaso se entienda mejor esto si somos conscientes de que por los años cuarenta nuestro jovencísimo, pero ya exitoso poeta (recordemos que en 1945 había aparecido Hombre de Dios, con elogioso prólogo de Dámaso Alonso), andaba «como hermano menor de la tríada Rosales-Panero-Vivanco» [6], siendo también en gran medida partícipe con aquéllos del ideario de Escorial. Además, es conocida la gran influencia y respeto que la obra de Machado tuvo en el Valverde poeta y crítico, más aún, en su propia manera de ser. Sobre aquél se ocupó en sendas ediciones críticas de Juan de Mairena (1972) y Nuevas canciones. De un cancionero apócrifo (1971), y en su Antonio Machado (1975). Pero las fechas de estas obras nos quedan un tanto alejadas de las que aquí transitamos. Mucho antes, bastante pronto se refiere ya el aún adolescente Valverde a Machado en su artículo de 1944 «Lo religioso en la poesía actual», y le siguen otros como «Notas sobre el misterio en la poesía de Antonio Machado», «Sobre Antonio Machado» y «Antonio Machado y el orden» [7]. De forma más tangencial lo cita también en «Nuevas elegías. Anticipo» o en «Poesía total» [8], donde los versos de Valverde van introducidos por otros del maestro del 98.

Ya hemos señalado en alguna ocasión que nuestro artículo se levanta sobre tres nombres, trípode en el que convergen Antonio Machado, José María Valverde y Jorge Guillén. Éste también aparece citado por nuestro joven autor, sin entrar en detalles indiquemos que en «Poesía» y en «César Vallejo y la palabra inocente» [9] da cuenta del autor de Cántico, aunque será en «Plenitud crítica de la poesía de Jorge Guillén» [10] donde se dedicará por estos años con mayor atención al poeta del 27.

Verdaderamente, ya vemos que Machado es autor relevante en los primeros años de la formación de Valverde, también tenemos cierta idea de la polémica que la figura de aquél suscitó en ciertos creadores e intelectuales de los años cuarenta en la España franquista. Tratemos ahora sobre «la disputa» que Guillén y Valverde mantuvieron en torno a la recepción del poeta del 98.

 

La disputa

En «Sobre Antonio Machado» Valverde trata de hacer un repaso de la bibliografía aparecida sobre aquél durante los últimos años (recordemos que el artículo es de 1948), y lo hace con la vista puesta en que pronto se cumpliría el décimo aniversario de la muerte del poeta (en febrero de 1949). La conclusión a la que llega es bastante decepcionante: «un comentario a la falta de comentarios es casi lo único que cabe hacer al pasar revista a la escasísima y dispersa bibliografía de los últimos años sobre Antonio Machado», dice. Cita algunos libros, unos pocos artículos, pero queremos destacar entre ellos la referencia al prólogo que Dionisio Ridruejo hizo para las Poesías completas de Machado, editadas por Espasa Calpe en 1941. Aquí, subraya Valverde, Ridruejo «contribuye a deshacer la imagen que de Machado pudieran dar algunas actitudes prácticas de sus últimos años, haciendo ver cómo su pensamiento e ideario siguieron siendo algo mucho más noble y elevado de lo que quisieron los que le rodearon».

Lo anterior es importante porque ese «Machado rescatado» por Ridruejo es alguien con el que Valverde parece estar también de acuerdo, como si nos dejase ante un poeta en el que lo trascendente, lo religioso, fuese algo mucho más concreto, evidente y presente de lo que muchos estuvieran dispuestos a reconocerle partiendo de circunstancias más fácticas e imperiosas. Esto ya ha sido insinuado por nosotros más arriba, pero es importante para entender seguidamente los diversos y contrapuestos pareceres que Valverde y Guillén tienen sobre Machado por esta época. Lo que Valverde dice en «Sobre Antonio Machado» viene a coincidir con la carta que seguidamente consideraremos, aunque será en otros artículos donde más explícitamente se halla la reivindicación «espiritual» que Valverde hace del maestro, lo veremos también más adelante.

La disputa acontece en una extensa carta de seis páginas manuscrita que Jorge Guillén escribe a José María Valverde, fechada el 9 de noviembre de 1954. Por entonces Valverde reside en Roma, de ahí que la dirección de la misiva sea Via Nicole Fabrizi, el matasello es de Boston, en sobre típico de lo que era el correo aéreo de la época.

Jorge Guillén inicia sus líneas comunicándole que estuvo en Roma, y lamenta que Valverde se marchara de ella precisamente cuando él llegaba a Génova, lo que les impidió coincidir. Ambos poetas se conocían ya de tiempo atrás [11]. Completa las primeras líneas diciéndole que lo pasaron muy bien con Oreste Macrì [12], quien hizo para Guillén y su familia de compañero y guía.

En lo que podría ser otro registro, Guillén le hace saber que ha leído Versos del domingo (1954) y le ha impresionado gratamente, releyéndolo con fruición. Pronto emite un juicio sobre el Valverde poeta, pero antes desliza el siguiente sutil y significativo comentario (significativo por lo que vendrá más adelante): «En usted, por fortuna, es muy superior el poeta cristiano al intelectual católico; el primero es la garantía del segundo.» ¿Cristiano, católico? Guillén parece diferenciar entre una cosa y la otra, y enseguida aparece la valoración sobre la poesía de Valverde: «En conclusión: no hay otra fortuna de poeta joven que me inspire más fe, más confianza que la de usted. Ninguna hay más verdadera.»

El reconocimiento, el halago no pueden ser más claros, explícitos, sinceros. Sin embargo, no será menor la franqueza con la que le dice cómo discrepa de algo que Valverde le ha dicho en otra carta anterior a la que la ahora glosada sería respuesta. No disponemos de tal carta, pero el enfado que causó en su destinatario es claro: «Ayer llegó su carta. La redactó usted demasiado pronto. Le duraba la cólera todavía. Y la cólera le llevó demasiado lejos, hasta la injusticia, la obscenidad, el insulto... Así, en esos términos de violencia no puede dirigirse usted en España a nadie, ninguno de sus mayores —eclesiásticos, militares, civiles— lo habría tolerado. Y comienza usted: “Sin faltar nunca al cariño y a la devoción que usted ya sabe que le tengo...” No lo dudo. Y su carta misma me lo prueba.»

Pero aún no tiene nuestro lector conocimiento preciso de qué ha originado el rifirrafe, la disputa, vamos. Se trata de que Jorge Guillén había mostrado en toda su real claridad el anticlericalismo (anticatolicismo incluso) de Antonio Machado, y lo hizo mediante una cita de Machado aparecida en el prólogo que el del 27 elaboró para la obra Federico García Lorca (1898-1936), Obras completas [13], cita que Guillén tomó de la autobiografía autógrafa del poeta del 98, donde dice: «Hay que combatir el catolicismo.» En concreto, el párrafo completo está en el punto XII del prólogo (página LXVIII), titulado «Madurez y armonía»:

 
El éxito era constante y general. Aquella poesía resultaba tan española como el carácter del autor, tan bien armonizado con su país y con su época. De educación católica naturalmente [Guillén se está refiriendo aquí a Lorca], no practicante como tantos, pero vivas las raíces de sus creencias —«Oda al Santísimo Sacramento del Altar»—, jamás habría hecho suya la frase de Antonio Machado en una de sus autosemblanzas: «Hay que combatir al catolicismo» [14]. (Antonio Machado, la más jacobina de nuestras plumas ilustres: «...con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea».) Cierto que Federico pertenecía a la España liberal: con aquel paisaje se relacionaba en función respiratoria.

Lo anterior sobre Machado irritó a Valverde. Pero no interpretemos palabras de otros cuando éstos son tan elocuentes en las suyas: «Esta cita le ha puesto furioso. ¿Porque es falsa? No. Porque es auténtica. ¿La verdad no puede decirse? Nadie tanto como don Miguel de Unamuno y don Antonio Machado nos invitan a no ocultar la verdad, aunque fuese inoportuna.» Y la perplejidad de Guillén aumenta, dice, porque el propio Valverde le había reconocido (¿acaso en la carta de éste de la que carecemos?) que Machado fue no sólo escéptico, sino «antieclesiástico». Acepta Guillén que la frase objeto de la polémica no puede servir para definir la obra de Machado, pero tampoco ve por qué ha de ocultarla. Ahora Guillén también encuentra explicación a la reacción de Valverde en el hecho de que éste respira «una atmósfera de posguerra civil», y su actitud denuncia y pone bien a las claras la situación de «los sometidos —a pesar suyo, claro— a la zafia y ridícula censura del actual Régimen español. Allí no se puede repetir lo que todo el mundo sabe: que Machado, San Antonio Machado, era anticatólico. ¿Y qué? Santo, sí, pero no según una imagen desfigurada por quienes han de conciliar el pensamiento de Machado con la intolerancia de la España oficial...».

Los dos puntos de vista están claros, y manifiestas son las discrepancias respecto a la actitud de Machado ante el catolicismo y el cristianismo en general. Pero no llega la sangre al río, la amistad y el afecto mutuo entre ambos poetas parece preservarse a pesar de todo, el final de la carta así nos lo sugiere: «Todo esto es muy triste y se lo digo con pena. Pensará usted que no lo entiendo. Es posible. Y tal vez me haya conducido al error; pero, en todo caso, no la pasión de quien responde a la violencia con violencia. Como su persona y alma me inspira afecto y admiración, le hablo a usted así; tiene usted, poco más o menos, la edad de mi hijo... Yo le he comunicado lo que su actitud me sugiere. Escríbame. Muchos recuerdos a la madre y al niño [15]. Le abraza su Jorge Guillén.» De este modo, sin rencor, con elevada muestra de elegancia y buen gusto se despide el poeta del 27. Es más, antes de concluir definitivamente, a modo de sugerencia, le ofrece a Valverde: «¿Le interesaría conocer a Ernest Robert Curtius? Va a pasar unos meses en Roma repuesto en parte de su dolencia. Si usted quiere, podría yo escribir unas líneas de presentación.»

Pero no nos despidamos nosotros aún, al menos no sin antes indicar algo más sobre el tratamiento general que Machado presenta en el joven Valverde, tan molesto con el del 27. El propio Guillén nos parece que se vio sorprendido cuando recibió la queja de Valverde por airear un aspecto de Machado que el poeta del 27 daba por suficientemente conocido. Y aunque, sin duda, no es lo mismo ser «anticatólico» que ser alguien que desprecie lo trascendente, Valverde parece no distinguir por entonces suficientemente entre una cosa y la otra. Con seguridad lo último estaría influido por el inicial acercamiento que nuestro autor había hecho a Machado en «Lo religioso en la poesía actual» y en «Notas sobre el misterio en la poesía de Antonio Machado». En el primero hace una interpretación de la poesía del siglo XX como la de «un asombroso y sorprendente camino hacia Dios». Y, en tal camino, halla Valverde tres fases fundamentales: la primera correspondería a la generación del 98, la segunda a la generación de los «ismos» (trata aquí sobre los del 27) y la tercera a la generación de Rosales, Panero y Vivanco. Machado aparece mencionado en la primera, indicando que los del 98 comienzan «francamente la lucha sagrada», aunque no la llevan muy lejos porque ellos son también herederos del escepticismo del XIX. Sí habría en Antonio Machado una tendencia hacia la poesía mística, «el supremo [como lo llama en alguna ocasión] rompe angustiado el humo de sus sueños, y deja surgir la verdad, que ocultamente le mueve más de lo que parece... siempre buscando a Dios entre la niebla». Por cierto, y ya que la opinión de Guillén sobre Machado sale en un contexto en el que trata sobre Lorca, éste también es citado por Valverde en su artículo, destacando que «ha escrito uno de los más notables poemas eucarísticos de nuestro idioma, con grandes inclusiones surrealistas... El surrealismo cantando la Eucaristía...». Se refiere, sin duda, a la oda señalada más arriba por boca de Jorge Guillén.

En «Notas sobre el misterio en la poesía de Antonio Machado» hay toda una poética, porque sobre la naturaleza de la poesía se trata. Veamos algo de lo último, luego sacaremos las consecuencias:

 
Hace poco, estudiando unos versos de cierto poeta, anotaba yo: «...querer que consista (la poesía) en pensamientos o palabras es como coger agua en cesta o tender redes para cazar ángeles. Es una pura trascendencia de las ideas. Por eso en estos versos [se refiere a Machado] lo real no está dicho siquiera; lo vemos desde las palabras, como el llano desde la ladera». Inmediatamente me paré a reflexionar si aquello no sería peculiar de toda poesía verdadera. Y lo es.

Y no ha de entenderse lo anterior como que Machado escamotea referirse a las cosas, o que las esquive para «metamorfosearlas» en una especie de ideal e incontaminada belleza. Todo lo contrario, Machado «llega a nombrar las cosas insistentemente», y es que, más que eludir lo nombrable, lo que hay es una «alusión hacia lo innombrable», y apoya Valverde su aserto con una breve cita del apócrifo Juan de Mairena: «Cuando queráis hacer presente una cosa, no la nombréis, sino aludidla, iniciad la curva que termina en la cosa. Ésta no será algo material, sino dominio de lo espiritual (el recuerdo, una emoción...).» De ahí que la curva de la alusión tenga su inicio en la propia realidad, de la que toma objetos que son lanzados como «saetas a los mares inefables del alma, de donde brota, en torno a ellas, el efluvio que es la esencia de lo poético».

Y de lo anterior a los dos niveles que contempla Valverde en el misterio de lo poético: el inmanente y el trascendente. El primero corresponde al misterio de la poesía en sí misma; el segundo es el misterio de lo que nos llega a través de aquélla. Centrándose en el segundo, habla del «misterio del alma» que se da en el que la va vislumbrando vagamente, y como al fondo, unas regiones que ni el propio poeta acierta a conocer bien, Machado sería ejemplo de ello. Y también otra vez aparece Lorca, a quien incluye en una poética orientada hacia el «misterio de las cosas» (aquí Valverde no se atreve a dar una definición de en qué consiste) y hacia «el misterio de la palabra» (ahora lo que interesa es la musicalidad, la rima, «la catarsis del sonido»).

Hay, por tanto, en el jovencísimo Valverde una interpretación de la poesía de Antonio Machado vista en la senda de una trascendencia que lo pone a contracorriente de quienes, de una forma u otra, pretenden negar el misterio que inoculan sus versos. Y parece evidente que mostrar, subrayar o recordar (en la gradación que deseemos) «lo anticatólico» de Machado mermaba o disolvía tal sentido del misterio en su poesía.

 

Conclusión

Ya hemos visto que había cierta tensión expectante sobre cómo era visto o interpretado Antonio Machado en la España de mediados de los años cincuenta. Tal tensión iba más allá de la aceptación o no que pudiera recibir por parte del régimen, se trataba, en el fondo, para muchos, como parece ser que ocurría en Valverde, de algo que estaba fuera de la valoración políticamente correcta o incorrecta que pudiera darse de la figura del poeta del 98. Es como si para algunos autores, ya en el primer lustro de los cincuenta, la afinidad política de Machado (claramente republicana) estuviera ya descontada, fuera dada por supuesta en unos autores (entre ellos el nuestro) que cada vez tenían que ver menos con el franquismo y todo su entramado ideológico. ¿Qué le importaba a estas alturas a Valverde que Machado hubiera sido un proclamado republicano? Incluso Ridruejo había dejado ya por entonces de considerar que hubiera que limar u ocultar tal faceta de don Antonio.

¿Sucede lo mismo con el jacobino anticlericalismo y anticatolicismo que Guillén encuentra y proclama que existe en Machado, haciéndolo como de paso en unas páginas que no tratan sobre Machado y sí sobre Lorca? Obviamente, no. Porque Valverde podría haber dejado de ser falangista, como lo fue en el sarpullido juvenil de sus años más tiernos y de una forma muy limitada y más sociológica que políticamente (en una línea que ponía en cierto falangismo liberal una mezcla de ingenuidad y de bríos cuasi revolucionarios); pero no había dejado de ser católico. Acaso ese innominado falangismo liberal era cada vez menos franquista, e incluso gestó en su seno algo con ciertos visos de «resistencia» al franquismo, de ahí otra razón para que la cuestión de lo político en Machado dejase pronto de ser motivo de disputa para sus miembros.

En fin, Valverde reivindica un Antonio Machado abierto a «lo mistérico» y en el que dicha naturaleza parece insinuar (recordemos lo dicho más arriba sobre «la alusión») también la salida de una vereda que podría conducir al catolicismo. Ciertamente, esto era incompatible con lo que Guillén dejó escrito en su prólogo.

 

Notas

[1] Hay que indicar que tal parcialidad en la consideración hacia Machado fue pronto advertida y corregida por el propio Ridruejo, como se advierte en Once años (1950).
[2] Así lo hace en «Poesía española contemporánea», Mundo Hispánico, n.º 11, 1949.
[3] De tal modo aparece en su primer número de noviembre de 1940, en su «Manifiesto Editorial».
[4] Resulta significativo indicar al respecto que Manuel Machado participó en el número de enero de 1942 de Escorial (lo hará en más), donde se rendía homenaje a su director y divisionario azul recién regresado del frente, Dionisio Ridruejo. La aportación de Manuel Machado se tituló «Al poeta Dionisio Ridruejo, con Europa contra la barbarie oriental, soldado español».
[5] En Vivanco la etapa machadiana será incluso anterior, cuando en los años veinte se mueve en una poética de tinte existencial, previa a la más trascendente posterior.
[6] Así lo dice en Antología de sus versos, Cátedra, Madrid, 1978. Hará otra antología, ya definitiva, en 1990.
[7] Respectivamente, dichos artículos aparecen en La Estafeta Literaria, en los números 19 y 29 los dos primeros que citamos (el segundo en 1945); en Arbor, n.º 36, 1948, y en Estudios, Santiago de Chile, n.º 181-182.
[8] Los dos últimos aparecen en Fantasía, n.º 17, 1945, y en Espadaña, nº 40, 1949.
[9] Ambos en Escorial, respectivamente en el n.º 46, 1944, y en el número de octubre de 1949.
[10] Este escrito forma parte de Estudios sobre la palabra poética, obra publicada en 1952 pero con prólogo de 1951. En cualquier caso, se trata de fechas por las que Valverde estaba ya en Roma (aquí permanece como lector en su Universidad durante el primer lustro de los años cincuenta).
[11] Hay una foto de 1951 en Madrid que tiene un cierto aire de familia, en ella están en torno a una mesa Germán Bleiberg, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Carlos Bousoño, Luis Felipe Vivanco, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Melchor F. Almagro, Dámaso Alonso, Jorge Guillén y José María Valverde.
[12] La referencia a Macrì no es anecdótica. Seguramente Valverde también tuvo trato con el autor italiano durante su estancia en Roma. Así, en carta fechada en dicha ciudad el 30 de abril de 1954 y dirigida a Dionisio Ridruejo, aquél le dice que en octubre «saldrá la antología española moderna de Macrì, en que estamos mejor representados y traducidos de lo que hasta ahora podíamos esperar». Por esta fecha Valverde hace también de corresponsal en Italia de Revista, inspirada por Ridruejo. Además, Valverde publicará en Ínsula, n.º 57, febrero de 1957, «Oreste Macrì y su Poesía spagnola del Novecento».
[13] Aparecida en la editorial Aguilar, Madrid, 1954. Además del prólogo de Guillén llevaba un epílogo de V. Aleixandre.
[14] En línea parecida a lo anterior encontramos una nota manuscrita que Machado envió a Azorín para una antología que éste preparaba. Bien podría ser que la referencia machadiana de Guillén tuviera que ver con el párrafo que sigue (que figura al final de una nota manuscrita de carácter biográfico): «Estimo oportuno combatir a la Iglesia católica y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia y estoy convencido de que España morirá por asfixia espiritual si no rompe ese lazo de hierro. Para ello no hay más obstáculos que la hipocresía y la timidez. Ésta no es una cuestión de cultura —se puede ser muy culto y respetar lo ficticio y lo inmoral— sino de conciencia. La conciencia es anterior al alfabeto y al pan.» Podemos hallar lo anterior en Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), Madrid, Páginas de Espuma, 2001, p. 346.
[15] Valverde acababa de ser padre.

 

Fecha de publicación: noviembre 2007


Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
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