Introducción
Los dos autores que figuran en nuestro título son suficientemente
conocidos, aunque, sin duda, Jorge Guillén lo es mucho
más que José María Valverde Pacheco. Por
ello, nos permitiremos unas primeras líneas a modo de presentación
del que resulta más desconocido. Así, José
María Valverde (1926-1996) se movió en eso que,
grosso modo, podemos denominar como los ambientes literarios
de la posguerra, extendiendo su actividad creativa, crítica
e intelectual en general hasta su muerte. De su tarea como poeta
podemos destacar Hombre de Dios (1945), La espera
(1949, con la que logra el Premio Nacional de Poesía),
Versos del domingo (1954), Voces y acompañamientos
para San Mateo (1961), La conquista de este mundo
(1961) y Ser de palabra y otros poemas (1976). Como crítico
merecen recordarse sus Estudios sobre la palabra poética
(1952), Azorín (1971), Antonio Machado
(1978), Conocer Joyce y su obra (1978) y Cervantes
(1991). Su actividad como estudioso del pensamiento y de la literatura
dejó también títulos notables: Guillermo
de Humboldt y la filosofía del lenguaje (1952), Historia
de la literatura universal (1957, escrita en colaboración
con Martín de Riquer), El barroco: una visión
de conjunto (1980), Vida y muerte de las ideas: pequeña
historia del pensamiento occidental (1980), Breve historia
y antología de la estética (1978), Viena,
fin del imperio (1990), Nietzsche, de filólogo
a Anticristo (1993) y El arte del artículo
(1994) pueden resultar de los más conocidos. Pero además
de lo anterior y de decenas de artículos en periódicos
y revistas, destacan también sus traducciones: desde El
Nuevo Testamento hasta autores como B. Brech, Byron, Wordsworth,
Eliot, Faulkner, Dickens, Goethe, R. Guardini, Heidegger, Hölderlin,
Joyce, Lessing, Rilke, Shakespeare (su teatro completo), Whitman,
etc. Recibió por su meritoria obra numerosos galardones
y premios: el Nacional de Literatura ya citado, el Premio Nacional
de Traducción (en 1957 y 1976), la Gran Orden de Alfonso
X el Sabio, la Cruz de Sant Jordi, el Premio de las Letras de
Castilla y León, etc.
Mencionábamos antes la posguerra; si decimos Dionisio Ridruejo,
Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco o José
García Nieto estamos mentando a algunos de los autores
que mayor presencia literaria tuvieron en dicho tiempo. Ellos
y otros más pululaban por revistas varias con diferente
afinidad con el régimen, todas disponían de escaso
margen para salir de la estrechez ideológica marcada desde
el imperativo de la ortodoxia. Habrá, sin duda, afinidades
entre aquéllos, más también diferencias,
incluso con el transcurrir del tiempo y sin esperar demasiado
algunos discreparán y osarán oponerse a los designios
culturales y políticos de la dictadura. No entraremos en
detalle sobre lo último, indiquemos sólo que los
arriba citados nos sirven como pretexto para recrear cierta atmósfera
próxima a lo que fue el ambiente literario de unas fechas
que ahora (por el interés de nuestro tema) fijaríamos
hasta mediados de los cincuenta.
Y suponiendo que sean atmósfera o ambiente o contexto,
digamos ya que en los años que hemos marcado está
también presente allí José María Valverde,
uno de los nombres propios que marcan los trazos de nuestras páginas.
Otro será Antonio Machado, don Antonio. Éste había
estado «presente-ausente» de las revistas poéticas
y literarias, y en el mundo cultural en general, durante los primeros
años de la dictadura. Y decimos esto porque su figura provocaba
una especie de «tensión» debido a dos circunstancias
a cual más determinante una que la otra: su claro compromiso
con la causa republicana y la enorme importancia de su peso literario
(lo que hacía que no pudiera ser ignorado sin más).
Cierto, la figura de Machado era difícilmente ninguneada
debido a razones de mérito literario que nadie discutía,
pero no menos difícilmente podía ser aceptado y
estar presente en el mundo cultural dada su adscripción
política. Tenso dilema.
Por otra parte, es cierto que el maestro del 98 había venido
apareciendo ya en la pluma de alguno de los autores más
sobresalientes durante los años iniciales de la dictadura.
Pensemos en Dionisio Ridruejo, quien, incluso a pesar de su cargo
como jefe del Servicio Nacional de Propaganda (y tal vez en parte
por ello), lo había «reivindicado» (a su modo)
ya en Poesía en armas (1939). Habrá que
decir que este Machado de Ridruejo resuelve el dilema antes apuntado,
y lo hace de una forma concluyente: lo convierte en víctima
del propio republicanismo que el gran poeta aireaba; en fin, que
don Antonio fue (a su pesar y sin darse cuenta de ello) un «propagandista
propagandeado» (en expresión de éxito) del
aparato republicano. El jefe nacional de la propaganda falangista
y franquista tenía la acuciante necesidad de hacer del
poeta uno de los suyos, y es que el autor de Campos de Castilla
habría sido como un menor de edad en lo referido a su dimensión
política, por lo que no habría que tenérselo
muy en cuenta [1]. Esto hará más comprensible y
factible afirmaciones como la que Gerardo Diego hizo sobre Ridruejo
al calificarlo de «gran retórico y serio poeta, castellano
viejo y discípulo espiritual de Antonio Machado»
[2].
Pero no está solo Ridruejo en su reivindicación
de don Antonio, aunque sí será decisivo su artículo
«El poeta rescatado», aparecido en Escorial
en la década de los cuarenta. Será Escorial,
precisamente, una revista que sin dejar de seguir las consignas
del régimen tal vez no las siga de una forma tan cerril
como sucedía en otros casos, aunque tuviese la intención
de servir «como un arma más en el propósito
unificador y potenciador de la Revolución» [3] (la
falangista, claro). En general, los de Escorial, es decir,
Laín Entralgo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo
Panero (puede que hasta quepa incluir aquí al otro Machado,
Manuel [4]), etc., venían recogiendo en sus páginas
a un Machado con el sesgo arriba indicado por Ridruejo.
No creamos tampoco que Antonio Machado se hace presente a los
anteriores únicamente con posterioridad a la guerra civil,
no; ya en los años treinta habían reivindicado su
valía autores como Leopoldo Panero (por ejemplo, en sus
Versos del Guadarrama, 1930) o Luis Felipe Vivanco [5].
Pero mencionábamos a José María Valverde,
digamos ahora que también en él la figura de Antonio
Machado está bastante presente. Acaso se entienda mejor
esto si somos conscientes de que por los años cuarenta
nuestro jovencísimo, pero ya exitoso poeta (recordemos
que en 1945 había aparecido Hombre de Dios, con
elogioso prólogo de Dámaso Alonso), andaba «como
hermano menor de la tríada Rosales-Panero-Vivanco»
[6], siendo también en gran medida partícipe con
aquéllos del ideario de Escorial. Además,
es conocida la gran influencia y respeto que la obra de Machado
tuvo en el Valverde poeta y crítico, más aún,
en su propia manera de ser. Sobre aquél se ocupó
en sendas ediciones críticas de Juan de Mairena
(1972) y Nuevas canciones. De un cancionero apócrifo
(1971), y en su Antonio Machado (1975). Pero las fechas
de estas obras nos quedan un tanto alejadas de las que aquí
transitamos. Mucho antes, bastante pronto se refiere ya el aún
adolescente Valverde a Machado en su artículo de 1944 «Lo
religioso en la poesía actual», y le siguen otros
como «Notas sobre el misterio en la poesía de Antonio
Machado», «Sobre Antonio Machado» y «Antonio
Machado y el orden» [7]. De forma más tangencial
lo cita también en «Nuevas elegías. Anticipo»
o en «Poesía total» [8], donde los versos de
Valverde van introducidos por otros del maestro del 98.
Ya hemos señalado en alguna ocasión que nuestro
artículo se levanta sobre tres nombres, trípode
en el que convergen Antonio Machado, José María
Valverde y Jorge Guillén. Éste también aparece
citado por nuestro joven autor, sin entrar en detalles indiquemos
que en «Poesía» y en «César Vallejo
y la palabra inocente» [9] da cuenta del autor de Cántico,
aunque será en «Plenitud crítica de la poesía
de Jorge Guillén» [10] donde se dedicará por
estos años con mayor atención al poeta del 27.
Verdaderamente, ya vemos que Machado es autor relevante en los
primeros años de la formación de Valverde, también
tenemos cierta idea de la polémica que la figura de aquél
suscitó en ciertos creadores e intelectuales de los años
cuarenta en la España franquista. Tratemos ahora sobre
«la disputa» que Guillén y Valverde mantuvieron
en torno a la recepción del poeta del 98.
La
disputa
En «Sobre Antonio Machado» Valverde trata de hacer
un repaso de la bibliografía aparecida sobre aquél
durante los últimos años (recordemos que el artículo
es de 1948), y lo hace con la vista puesta en que pronto se cumpliría
el décimo aniversario de la muerte del poeta (en febrero
de 1949). La conclusión a la que llega es bastante decepcionante:
«un comentario a la falta de comentarios es casi lo único
que cabe hacer al pasar revista a la escasísima y dispersa
bibliografía de los últimos años sobre Antonio
Machado», dice. Cita algunos libros, unos pocos artículos,
pero queremos destacar entre ellos la referencia al prólogo
que Dionisio Ridruejo hizo para las Poesías completas
de Machado, editadas por Espasa Calpe en 1941. Aquí, subraya
Valverde, Ridruejo «contribuye a deshacer la imagen que
de Machado pudieran dar algunas actitudes prácticas de
sus últimos años, haciendo ver cómo su pensamiento
e ideario siguieron siendo algo mucho más noble y elevado
de lo que quisieron los que le rodearon».
Lo anterior es importante porque ese «Machado rescatado»
por Ridruejo es alguien con el que Valverde parece estar también
de acuerdo, como si nos dejase ante un poeta en el que lo trascendente,
lo religioso, fuese algo mucho más concreto, evidente y
presente de lo que muchos estuvieran dispuestos a reconocerle
partiendo de circunstancias más fácticas e imperiosas.
Esto ya ha sido insinuado por nosotros más arriba, pero
es importante para entender seguidamente los diversos y contrapuestos
pareceres que Valverde y Guillén tienen sobre Machado por
esta época. Lo que Valverde dice en «Sobre Antonio
Machado» viene a coincidir con la carta que seguidamente
consideraremos, aunque será en otros artículos donde
más explícitamente se halla la reivindicación
«espiritual» que Valverde hace del maestro, lo veremos
también más adelante.
La disputa acontece en una extensa carta de seis páginas
manuscrita que Jorge Guillén escribe a José María
Valverde, fechada el 9 de noviembre de 1954. Por entonces Valverde
reside en Roma, de ahí que la dirección de la misiva
sea Via Nicole Fabrizi, el matasello es de Boston, en sobre típico
de lo que era el correo aéreo de la época.
Jorge Guillén inicia sus líneas comunicándole
que estuvo en Roma, y lamenta que Valverde se marchara de ella
precisamente cuando él llegaba a Génova, lo que
les impidió coincidir. Ambos poetas se conocían
ya de tiempo atrás [11]. Completa las primeras líneas
diciéndole que lo pasaron muy bien con Oreste Macrì
[12], quien hizo para Guillén y su familia de compañero
y guía.
En lo que podría ser otro registro, Guillén le hace
saber que ha leído Versos del domingo (1954) y
le ha impresionado gratamente, releyéndolo con fruición.
Pronto emite un juicio sobre el Valverde poeta, pero antes desliza
el siguiente sutil y significativo comentario (significativo por
lo que vendrá más adelante): «En usted, por
fortuna, es muy superior el poeta cristiano al intelectual católico;
el primero es la garantía del segundo.» ¿Cristiano,
católico? Guillén parece diferenciar entre una cosa
y la otra, y enseguida aparece la valoración sobre la poesía
de Valverde: «En conclusión: no hay otra fortuna
de poeta joven que me inspire más fe, más confianza
que la de usted. Ninguna hay más verdadera.»
El reconocimiento, el halago no pueden ser más claros,
explícitos, sinceros. Sin embargo, no será menor
la franqueza con la que le dice cómo discrepa de algo que
Valverde le ha dicho en otra carta anterior a la que la ahora
glosada sería respuesta. No disponemos de tal carta, pero
el enfado que causó en su destinatario es claro: «Ayer
llegó su carta. La redactó usted demasiado pronto.
Le duraba la cólera todavía. Y la cólera
le llevó demasiado lejos, hasta la injusticia, la obscenidad,
el insulto... Así, en esos términos de violencia
no puede dirigirse usted en España a nadie, ninguno de
sus mayores —eclesiásticos, militares, civiles—
lo habría tolerado. Y comienza usted: “Sin faltar
nunca al cariño y a la devoción que usted ya sabe
que le tengo...” No lo dudo. Y su carta misma me lo prueba.»
Pero aún no tiene nuestro lector conocimiento preciso de
qué ha originado el rifirrafe, la disputa, vamos. Se trata
de que Jorge Guillén había mostrado en toda su real
claridad el anticlericalismo (anticatolicismo incluso) de Antonio
Machado, y lo hizo mediante una cita de Machado aparecida en el
prólogo que el del 27 elaboró para la obra Federico
García Lorca (1898-1936), Obras completas [13],
cita que Guillén tomó de la autobiografía
autógrafa del poeta del 98, donde dice: «Hay que
combatir el catolicismo.» En concreto, el párrafo
completo está en el punto XII del prólogo (página
LXVIII), titulado «Madurez y armonía»:
|
El
éxito era constante y general. Aquella poesía
resultaba tan española como el carácter del
autor, tan bien armonizado con su país y con su época.
De educación católica naturalmente [Guillén
se está refiriendo aquí a Lorca], no practicante
como tantos, pero vivas las raíces de sus creencias
—«Oda al Santísimo Sacramento del Altar»—,
jamás habría hecho suya la frase de Antonio
Machado en una de sus autosemblanzas: «Hay que combatir
al catolicismo» [14]. (Antonio Machado, la más
jacobina de nuestras plumas ilustres: «...con un hacha
en la mano vengadora, España de la rabia y de la
idea».) Cierto que Federico pertenecía a la
España liberal: con aquel paisaje se relacionaba
en función respiratoria. |
Lo
anterior sobre Machado irritó a Valverde. Pero no interpretemos
palabras de otros cuando éstos son tan elocuentes en las
suyas: «Esta cita le ha puesto furioso. ¿Porque es
falsa? No. Porque es auténtica. ¿La verdad no puede
decirse? Nadie tanto como don Miguel de Unamuno y don Antonio
Machado nos invitan a no ocultar la verdad, aunque fuese inoportuna.»
Y la perplejidad de Guillén aumenta, dice, porque el propio
Valverde le había reconocido (¿acaso en la carta
de éste de la que carecemos?) que Machado fue no sólo
escéptico, sino «antieclesiástico».
Acepta Guillén que la frase objeto de la polémica
no puede servir para definir la obra de Machado, pero tampoco
ve por qué ha de ocultarla. Ahora Guillén también
encuentra explicación a la reacción de Valverde
en el hecho de que éste respira «una atmósfera
de posguerra civil», y su actitud denuncia y pone bien a
las claras la situación de «los sometidos —a
pesar suyo, claro— a la zafia y ridícula censura
del actual Régimen español. Allí no se puede
repetir lo que todo el mundo sabe: que Machado, San Antonio Machado,
era anticatólico. ¿Y qué? Santo, sí,
pero no según una imagen desfigurada por quienes han de
conciliar el pensamiento de Machado con la intolerancia de la
España oficial...».
Los dos puntos de vista están claros, y manifiestas son
las discrepancias respecto a la actitud de Machado ante el catolicismo
y el cristianismo en general. Pero no llega la sangre al río,
la amistad y el afecto mutuo entre ambos poetas parece preservarse
a pesar de todo, el final de la carta así nos lo sugiere:
«Todo esto es muy triste y se lo digo con pena. Pensará
usted que no lo entiendo. Es posible. Y tal vez me haya conducido
al error; pero, en todo caso, no la pasión de quien responde
a la violencia con violencia. Como su persona y alma me inspira
afecto y admiración, le hablo a usted así; tiene
usted, poco más o menos, la edad de mi hijo... Yo le he
comunicado lo que su actitud me sugiere. Escríbame. Muchos
recuerdos a la madre y al niño [15]. Le abraza su Jorge
Guillén.» De este modo, sin rencor, con elevada muestra
de elegancia y buen gusto se despide el poeta del 27. Es más,
antes de concluir definitivamente, a modo de sugerencia, le ofrece
a Valverde: «¿Le interesaría conocer a Ernest
Robert Curtius? Va a pasar unos meses en Roma repuesto en parte
de su dolencia. Si usted quiere, podría yo escribir unas
líneas de presentación.»
Pero no nos despidamos nosotros aún, al menos no sin antes
indicar algo más sobre el tratamiento general que Machado
presenta en el joven Valverde, tan molesto con el del 27. El propio
Guillén nos parece que se vio sorprendido cuando recibió
la queja de Valverde por airear un aspecto de Machado que el poeta
del 27 daba por suficientemente conocido. Y aunque, sin duda,
no es lo mismo ser «anticatólico» que ser alguien
que desprecie lo trascendente, Valverde parece no distinguir por
entonces suficientemente entre una cosa y la otra. Con seguridad
lo último estaría influido por el inicial acercamiento
que nuestro autor había hecho a Machado en «Lo religioso
en la poesía actual» y en «Notas sobre el misterio
en la poesía de Antonio Machado». En el primero hace
una interpretación de la poesía del siglo XX como
la de «un asombroso y sorprendente camino hacia Dios».
Y, en tal camino, halla Valverde tres fases fundamentales: la
primera correspondería a la generación del 98, la
segunda a la generación de los «ismos» (trata
aquí sobre los del 27) y la tercera a la generación
de Rosales, Panero y Vivanco. Machado aparece mencionado en la
primera, indicando que los del 98 comienzan «francamente
la lucha sagrada», aunque no la llevan muy lejos porque
ellos son también herederos del escepticismo del XIX. Sí
habría en Antonio Machado una tendencia hacia la poesía
mística, «el supremo [como lo llama en alguna ocasión]
rompe angustiado el humo de sus sueños, y deja surgir la
verdad, que ocultamente le mueve más de lo que parece...
siempre buscando a Dios entre la niebla». Por cierto, y
ya que la opinión de Guillén sobre Machado sale
en un contexto en el que trata sobre Lorca, éste también
es citado por Valverde en su artículo, destacando que «ha
escrito uno de los más notables poemas eucarísticos
de nuestro idioma, con grandes inclusiones surrealistas... El
surrealismo cantando la Eucaristía...». Se refiere,
sin duda, a la oda señalada más arriba por boca
de Jorge Guillén.
En «Notas sobre el misterio en la poesía de Antonio
Machado» hay toda una poética, porque sobre la naturaleza
de la poesía se trata. Veamos algo de lo último,
luego sacaremos las consecuencias:
|
Hace
poco, estudiando unos versos de cierto poeta, anotaba yo:
«...querer que consista (la poesía) en pensamientos
o palabras es como coger agua en cesta o tender redes para
cazar ángeles. Es una pura trascendencia de las ideas.
Por eso en estos versos [se refiere a Machado] lo real no
está dicho siquiera; lo vemos desde las palabras,
como el llano desde la ladera». Inmediatamente me
paré a reflexionar si aquello no sería peculiar
de toda poesía verdadera. Y lo es. |
Y no ha de entenderse lo anterior como que Machado escamotea referirse
a las cosas, o que las esquive para «metamorfosearlas»
en una especie de ideal e incontaminada belleza. Todo lo contrario,
Machado «llega a nombrar las cosas insistentemente»,
y es que, más que eludir lo nombrable, lo que hay es una
«alusión hacia lo innombrable», y apoya Valverde
su aserto con una breve cita del apócrifo Juan de Mairena:
«Cuando queráis hacer presente una cosa, no la nombréis,
sino aludidla, iniciad la curva que termina en la cosa. Ésta
no será algo material, sino dominio de lo espiritual (el
recuerdo, una emoción...).» De ahí que la
curva de la alusión tenga su inicio en la propia realidad,
de la que toma objetos que son lanzados como «saetas a los
mares inefables del alma, de donde brota, en torno a ellas, el
efluvio que es la esencia de lo poético».
Y de lo anterior a los dos niveles que contempla Valverde en el
misterio de lo poético: el inmanente y el trascendente.
El primero corresponde al misterio de la poesía en sí
misma; el segundo es el misterio de lo que nos llega a través
de aquélla. Centrándose en el segundo, habla del
«misterio del alma» que se da en el que la va vislumbrando
vagamente, y como al fondo, unas regiones que ni el propio poeta
acierta a conocer bien, Machado sería ejemplo de ello.
Y también otra vez aparece Lorca, a quien incluye en una
poética orientada hacia el «misterio de las cosas»
(aquí Valverde no se atreve a dar una definición
de en qué consiste) y hacia «el misterio de la palabra»
(ahora lo que interesa es la musicalidad, la rima, «la catarsis
del sonido»).
Hay, por tanto, en el jovencísimo Valverde una interpretación
de la poesía de Antonio Machado vista en la senda de una
trascendencia que lo pone a contracorriente de quienes, de una
forma u otra, pretenden negar el misterio que inoculan sus versos.
Y parece evidente que mostrar, subrayar o recordar (en la gradación
que deseemos) «lo anticatólico» de Machado
mermaba o disolvía tal sentido del misterio en su poesía.
Conclusión
Ya hemos visto que había cierta tensión expectante
sobre cómo era visto o interpretado Antonio Machado en
la España de mediados de los años cincuenta. Tal
tensión iba más allá de la aceptación
o no que pudiera recibir por parte del régimen, se trataba,
en el fondo, para muchos, como parece ser que ocurría en
Valverde, de algo que estaba fuera de la valoración políticamente
correcta o incorrecta que pudiera darse de la figura del poeta
del 98. Es como si para algunos autores, ya en el primer lustro
de los cincuenta, la afinidad política de Machado (claramente
republicana) estuviera ya descontada, fuera dada por supuesta
en unos autores (entre ellos el nuestro) que cada vez tenían
que ver menos con el franquismo y todo su entramado ideológico.
¿Qué le importaba a estas alturas a Valverde que
Machado hubiera sido un proclamado republicano? Incluso Ridruejo
había dejado ya por entonces de considerar que hubiera
que limar u ocultar tal faceta de don Antonio.
¿Sucede lo mismo con el jacobino anticlericalismo y anticatolicismo
que Guillén encuentra y proclama que existe en Machado,
haciéndolo como de paso en unas páginas que no tratan
sobre Machado y sí sobre Lorca? Obviamente, no. Porque
Valverde podría haber dejado de ser falangista, como lo
fue en el sarpullido juvenil de sus años más tiernos
y de una forma muy limitada y más sociológica que
políticamente (en una línea que ponía en
cierto falangismo liberal una mezcla de ingenuidad y de bríos
cuasi revolucionarios); pero no había dejado de ser católico.
Acaso ese innominado falangismo liberal era cada vez menos franquista,
e incluso gestó en su seno algo con ciertos visos de «resistencia»
al franquismo, de ahí otra razón para que la cuestión
de lo político en Machado dejase pronto de ser motivo de
disputa para sus miembros.
En fin, Valverde reivindica un Antonio Machado abierto a «lo
mistérico» y en el que dicha naturaleza parece insinuar
(recordemos lo dicho más arriba sobre «la alusión»)
también la salida de una vereda que podría conducir
al catolicismo. Ciertamente, esto era incompatible con lo que
Guillén dejó escrito en su prólogo.
Notas
[1]
Hay que indicar que tal parcialidad en la consideración
hacia Machado fue pronto advertida y corregida por el propio Ridruejo,
como se advierte en Once años (1950).
[2] Así lo hace en «Poesía española
contemporánea», Mundo Hispánico,
n.º 11, 1949.
[3] De tal modo aparece en su primer número de noviembre
de 1940, en su «Manifiesto Editorial».
[4] Resulta significativo indicar al respecto que Manuel Machado
participó en el número de enero de 1942 de Escorial
(lo hará en más), donde se rendía homenaje
a su director y divisionario azul recién regresado del
frente, Dionisio Ridruejo. La aportación de Manuel Machado
se tituló «Al poeta Dionisio Ridruejo, con Europa
contra la barbarie oriental, soldado español».
[5] En Vivanco la etapa machadiana será incluso anterior,
cuando en los años veinte se mueve en una poética
de tinte existencial, previa a la más trascendente posterior.
[6] Así lo dice en Antología de sus versos,
Cátedra, Madrid, 1978. Hará otra antología,
ya definitiva, en 1990.
[7] Respectivamente, dichos artículos aparecen en La
Estafeta Literaria, en los números 19 y 29 los dos
primeros que citamos (el segundo en 1945); en Arbor,
n.º 36, 1948, y en Estudios, Santiago de Chile, n.º 181-182.
[8] Los dos últimos aparecen en Fantasía,
n.º 17, 1945, y en Espadaña, nº 40, 1949.
[9] Ambos en Escorial, respectivamente en el n.º 46,
1944, y en el número de octubre de 1949.
[10] Este escrito forma parte de Estudios sobre la palabra
poética, obra publicada en 1952 pero con prólogo
de 1951. En cualquier caso, se trata de fechas por las que Valverde
estaba ya en Roma (aquí permanece como lector en su Universidad
durante el primer lustro de los años cincuenta).
[11] Hay una foto de 1951 en Madrid que tiene un cierto aire de
familia, en ella están en torno a una mesa Germán
Bleiberg, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Carlos Bousoño,
Luis Felipe Vivanco, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Melchor
F. Almagro, Dámaso Alonso, Jorge Guillén y José
María Valverde.
[12] La referencia a Macrì no es anecdótica. Seguramente
Valverde también tuvo trato con el autor italiano durante
su estancia en Roma. Así, en carta fechada en dicha ciudad
el 30 de abril de 1954 y dirigida a Dionisio Ridruejo, aquél
le dice que en octubre «saldrá la antología
española moderna de Macrì, en que estamos mejor
representados y traducidos de lo que hasta ahora podíamos
esperar». Por esta fecha Valverde hace también de
corresponsal en Italia de Revista, inspirada por Ridruejo.
Además, Valverde publicará en Ínsula,
n.º 57, febrero de 1957, «Oreste Macrì y su Poesía
spagnola del Novecento».
[13] Aparecida en la editorial Aguilar, Madrid, 1954. Además
del prólogo de Guillén llevaba un epílogo
de V. Aleixandre.
[14] En línea parecida a lo anterior encontramos una nota
manuscrita que Machado envió a Azorín para una antología
que éste preparaba. Bien podría ser que la referencia
machadiana de Guillén tuviera que ver con el párrafo
que sigue (que figura al final de una nota manuscrita de carácter
biográfico): «Estimo oportuno combatir a la Iglesia
católica y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia
y estoy convencido de que España morirá por asfixia
espiritual si no rompe ese lazo de hierro. Para ello no hay más
obstáculos que la hipocresía y la timidez. Ésta
no es una cuestión de cultura —se puede ser muy culto
y respetar lo ficticio y lo inmoral— sino de conciencia.
La conciencia es anterior al alfabeto y al pan.» Podemos
hallar lo anterior en Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936),
Madrid, Páginas de Espuma, 2001, p. 346.
[15] Valverde acababa de ser padre.
Fecha
de publicación: noviembre 2007
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com
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