Aunque
desde los tiempos de Homero, todos los poetas hayan cantado a
la naturaleza, hay uno que sobresale por encima de los demás
por haber logrado una perfecta armonía entre su espíritu
y el de la naturaleza misma: Antonio Machado, un poeta de hábitos
solitarios, austeros y profunda alma. Cuando se establece en Soria,
encuentra en la aridez del paisaje castellano una expresión
de sus propios sentimientos. No es casualidad que su obra cumbre
se titule precisamente Campos de Castilla.
¡Colinas
plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río... |
El paisaje que describe es profundamente descarnado y hostil:
obscuros, ariscos, calvas..., junto a ello pone a un árbol
que se yergue sobre el paisaje, un testigo vivo de aquella tierra
desolada, un álamo del río que como él
mismo contempla la aridez de los campos de Castilla, a la vera
de un camino blanco, una promesa de vida plena.
Aunque a veces se le nombra como «el poeta de los árboles»,
nunca intenta hacer odas a la naturaleza, sino que la utiliza
como metáfora para explicar sus sentimientos y anhelos.
En Soria conoce a Leonor, enamorándose de aquella alma
juvenil y plasmándolo sutilmente en sus poesías.
Tanto es así, que algunos biógrafos denominan
a sus imágenes «la Castilla de Leonor». Machado,
ya maduro, se identifica a sí mismo como un álamo
dorado, un árbol que como el poeta, se encuentra junto
a un juvenil arroyo en medio de la vasta soledad de la vieja
Castilla.
He
vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio [...]
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas; [...]
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria [...]
alamedas del río, verde sueño [...]
de la ciudad decrépita,
me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella? |
Otro árbol en el que buscará amistad y consuelo
es el olmo. Los viejos olmos que presiden las plazas de muchos
de nuestros pueblos, son amigos y confidentes. Su gran edad avalan
que han vivido y han visto mucho.
De
los parques las olmedas
son las buenas arboledas
que nos han visto jugar,
cuando eran nuestros cabellos
rubios y, con nieve en ellos,
nos han de ver meditar. |
Por
desgracia, la dicha poco duró al poeta. Su esposa cae gravemente
enferma. Pasaban los días y él veía como
entre sus brazos se apagaba la llama de aquel alma juvenil que
irremisiblemente caminaba hacia la muerte. Machado se refugia
en la poesía, mientras espera de la naturaleza un milagro.
Al
olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido. [...]
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta [...]
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera. |
Hasta agosto de aquel año estuvo esperando, en vano, otro
milagro de la primavera, una primavera que para el poeta nunca
llegó. Leonor murió poco después de publicarse
Campos de Castilla. Machado, huye desesperadamente de
Soria, que a partir de entonces la considerará tierra sagrada.
Desde el tren que le devolvería a su Andalucía natal,
escribe el poema «Recuerdos».
Y
pienso: Primavera, como un escalofrío
irá a cruzar el alto solar del romancero,
ya verdearán de chopos las márgenes del río.
¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?
[...]
En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo. Soria, mi corazón se abreva.
Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles, mi corazón te lleva. |
Desde
Baeza, se pregunta si los álamos del río (o chopos)
podrán echar ramas en Soria, en la Soria de Leonor, sin
Leonor. Si los olmos con el corazón muerto son capaces
de superar su angustia y seguir hacia delante. A Machado la vida
se le hace una angustia mortal, tanto que hasta piensa en el suicidio.
Escribe una epístola poética a José María
Palacio, un amigo soriano, en la que no puede por menos que preguntarle:
Palacio,
buen amigo.
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas? |
Jamás volvería a vivir tan intensamente como los
cinco años que pasó en Soria. Mucho tiempo fue necesario
para que de su corazón herido pudieran brotar otra vez
algunas hojas verdes en una nueva primavera, pero ya nunca sería
como aquella en la que conoció a Leonor.
Allá,
en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo. |
Fecha
de publicación: marzo 2002
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com
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