Señala
Dámaso Alonso que, «en las “Soledades”
y “Galerías”, son casi siempre espacios soñados
o mágicos aquellos en los que penetramos» (Alonso:
1962). Han sido más que señaladas la importancia
y la plurisignificación del sueño en la obra de
Antonio Machado, quien, en la autobiografía escrita en
1913 para el proyecto de antología de Azorín, se
define como «un creyente en una realidad espiritual opuesta
al mundo sensible» (Machado: 1989). Ese elemento onírico
es ineludible al menos hasta Campos de Castilla y el
inicio del magisterio unamuniano y su actualización constante
en los poemas de Soledades. Galerías. Otros poemas,
revela una actitud estética similar y arraigada en la poética
del Simbolismo, entendido éste como el movimiento europeo
de finales del siglo XIX y con centro parisino, desde el que irradió
a las otras literaruras tras la concurrencia políglota
de sus futuros representantes en el París de 1900. Stefan
George, Hugo Hofmannsthal, Maeterlinck, Yeats, Rilke, Moréas,
Azorín o los hermanos Machado..., «todos fueron a
París», como señala Anna Balakian (1969).
Machado no pudo ser ajeno a la impronta simbolista, manifiesta,
además, como una de las claves estéticas que se
entretejían en el eclecticismo modernista. Se podría
decir que es la irrealidad del sueño la base constructiva
del poema simbolista. Sueño
y memoria son la perspectiva, la vía de representación
simbólica del poeta reveur, el don preclaro de
evocar los sueños machadiano.
Sueño
y memoria, por otra parte, aparecen indisolublemente ligados en
el conjunto significativo de los poemas de Soledades. Galerías...
Los ejemplos de la doble significación 'sueño' y
'recuerdo' son continuos. Esa concurrencia repetida de connotaciones
determina esa especie de «contaminación semántica»
en que ambas acciones, soñar y recordar, se identifican
como el mismo proceso e incluso tienen un reflejo formal idéntico
en los poemas. Así, su característica enumeración
y recreación vaga e impresionista de elementos (simbólicos
en cuanto desrealizados de tiempo y espacio objetivos y cargados
de un significado distinto, dentro de un sistema significativo
y simbólico propio, y de acuerdo con un procedimiento de
época, el Simbolismo), permite a Machado la reconstrucción
de esa imagen instantánea, producto del recuerdo o la ensoñación,
indistintamente, como estados análogos.
Rasgo
fundamental machadiano es la indeterminación temporal que
conduce a la atmósfera onírica tan característica
de estos poemas. Y es en ese predominio absoluto de lo irreal
donde los significados se entrecruzan generando sentidos simbólicos.
Un proceso de repetición y variación de términos,
a manera de combinación de diferentes hilos de intertextualidad
externa e interna, es quizá la base de toda creación
simbolista. Puede verse que, en Machado, este proceso acumulativo
característico es claro y se inicia en poemas tan tempranos
como «La fuente» (publicado en Electra en
1901, luego excluido de Soledades), donde pueden hallarse, en
germen, los recursos y elementos claves del léxico y la
tópica simbolista del autor. Recursos y elementos que,
más tarde, se desarrollan y depuran en Soledades. Galerías...,
poemas que, como el que se analizará a continuación,
representan la madurez del simbolismo machadiano:
Desgarrada
la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo,
y en un fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.
Desperté. ¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi sueño?
Mi corazón latía
atónito y disperso.
...¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el prado verde, el sol, el agua, el iris...!,
¡el agua en tus cabellos!
Y
todo en la memoria se perdía
como una pompa de jabón al viento.
|
Consideraciones previas y estructura
interna del poema
Publicado por primera vez en la revista Helios en mayo
de 1904 bajo el título de «Galerías»,
en la primera edición de Soledades. Galerías.
Otros poemas (1907), el poema constituye el número
I de la sección introducida en el libro bajo ese mismo
título. Sea por la confluencia de rasgos que convierten
este poema en paradigma de la estética del primer Antonio
Machado, sea por su validez como piedra angular de la unidad incontrovertible
de todo el libro, el texto ha sido objeto de atención preferente
de la crítica machadiana, siendo destacables las aportaciones
de Dámaso Alonso o Ricardo Gullón entre otros muchos.
La
línea argumental del poema (cuya lectura, pienso, necesita
en buena parte de una consideración sistemática,
como sistema de oposiciones y combinaciones de elementos, del
conjunto total en que se inscribe) se desarrolla a través
de una estructura apoyada en cuatro partes formal y temáticamente
discernibles (vv. 1-4; 5-8; 9-12 y 13-14, esta última a
modo de tenue epifonema que cierra la composición). A través
de esa estructura, sólida pero sutilmente construida, en
el poema se imbrican los dos ejes fundamentales de su núcleo
temático: sueño y realidad entrevistos desde la
percepción vacilante de la vigilia.
La
primera parte (vv. 1-4) constituye un comienzo in medias res,
la introducción de una imagen de «algo que se abre
y se profundiza, de un espacio que se abre y se ilumina»
(Alonso: 1962). El primer verso ofrece una visión matinal,
casi genesíaca, una imagen que se abre como consecuencia
de un movimiento ya concluido y apenas perceptible, desgarrada
la nube, y, súbitamente, permite la contemplación
de un espacio que se desvela: «súbitas vislumbres
del mundo, juntos ahí lo real y lo suprasensible»
(Cernuda: 1975).
A continuación, la imagen se desarrolla a través
de una descripción impresionista, que se sustenta en una
enumeración fundamentalmente nominal, y que va configurando
un espacio a partir de líneas vagas de color, luz y transparencia
que sólo con el verso 5 («desperté»)
se revelan como productos oníricos, como proyección
de una imagen interior. Surge en el verso 3 quizá la imagen
nuclear del poema («fanal de lluvia / y sol»), la
pureza de la luz sin matices, la transparencia de lo suprasensible
que vuelve a aparecer en forma de variaciones sobre el mismo tema,
explícitamente en el verso 6 («los mágicos
cristales»), implícitamente en la enumeración
de los versos 9-12. Toda la estrofa, además, aparece impregnada
de una clara desrealización temporal. Aparece tan sólo
un presente implícito, que se correspondería con
el instante de la visión descrita, y cuyos elementos, así
aislados de tiempo y espacio objetivos, muestran un proceso de
configuración simbólica. Configuración que
no es tanto aprehensión de lo exterior como exteriorización
de lo interno, en una experiencia cercana a la expresión
de la inefabilidad mística.
La
segunda parte (vv. 5-8) corresponde a la primera transición
entre los dos planos, al estado fronterizo de la vigilia que se
presenta como irrupción súbita expresada lacónicamente
(«desperté»). Al tiempo, con el regreso a la
conciencia se produce la entrada del yo narrador con la forma
personal del verbo. La interioridad se hace ahora explícita
y actuante en la interrogación retórica que sigue
(«¿Quién enturbia / los mágicos cristales
de mi sueño?»). Estos versos, que constituyen el
gozne entre visión onírica y percepción consciente
en la vigilia, verifican esa transición mediante una especie
de modulación de la luz: la transparencia del sueño
se enturbia, el interior del fanal se extingue momentáneamente.
Esta recreación de la evocación onírica no
es aislada en este poema. Otras «Galerías»
retoman también «del pasado soñar los turbios
lienzos» (LXXXIX, Soledades. Galerías...),
verso que en Revista Latina (1907) muestra la variante
«del turbio sueño los borrosos lienzos». Existen
múltiples reelaboraciones de la misma imagen, pero quizá
una de las correlaciones más claras de ésta pueda
verse en el titulado «Soledades» (Helios,
II, IV, n.º 14, mayo de 1904), donde aparecen «esa persona
/ que me hizo el mundo mientras yo dormía» y «el
vaso turbio de mi sueño». Finalmente, en los versos
7 y 8 hay una curiosa aproximación a lo material, una percepción
de agitación interior, incluso una injerencia del sueño
en la fisiología, que constituye el final del proceso de
acercamiento a la realidad. Es ya la inversión del camino
del sueño que desemboca casi en el regreso asombrado de
una experiencia mística («mi corazón latía
/ atónito y disperso»). Sobre el asombro en Machado
es interesante la opinión de Sánchez Barbudo: «en
él [Machado] domina un sentimiento, la melancolía...
y también una actitud... el pasmo» (Sánchez
Barbudo: 1981).
La
tercera parte (vv. 9-12) reafirma el «movimiento pendular
de la realidad al sueño, y retorno» que, para Ricardo
Gullón (1971), expresa este primer poema de la serie «Galerías».
La enumeración ascendente, correlato y variación
sobre la primera en la estrofa inicial, corresponde a la evocación
del sueño desde el estado fronterizo de la memoria vaga
y fragmentaria de lo soñado. Hay una recreación
ambigua de la imagen inicial a la que se adhieren tanto elementos
oníricos como recuerdos conscientes en amalgama incierta.
Esa ambigüedad de la conciencia se expresa en el tono, a
un tiempo anhelante e impreciso, con el que los elementos van
siendo morosamente nombrados, en suspenso, entrecortados por silencios
que envuelven lo entrevisto inasible. Esta segunda enumeración
es, sin embargo, voluntaria y ascendente. Para Ricardo Gullón,
se da una concreción de los abstractos iniciales del sueño.
La memoria interviene para introducir elementos reales («el
limonar florido, / el cipresal del huerto») que se yuxtaponen
a la imagen soñada («el prado verde, el sol, el agua,
el iris»), y culminan en la aparición de la figura
humana como clímax de la evocación y hallazgo máximo
y momentáneo en la indagación interior: «¡el
agua en tus cabellos!...».
La
cuarta parte (vv. 13-14) supone la desaparición súbita
y definitiva de la imagen evocada en sueños, la melancólica
toma de conciencia de su pérdida irremediable. Sin aludir
directamente a él, los dos últimos versos resumen,
a manera de epifonema, como ya se indicó, el desencanto
del despertar, la lejanía insalvable de lo inaprehensible
del sueño y la memoria, dicotomía recurrente en
los poemas machadianos. Así puede verse, por ejemplo, en
LXXXIX:
Y
podrás conocerte recordando
del pasado soñar los turbios lienzos,
en este día triste en que caminas
con los ojos abiertos.
De toda la memoria, sólo vale
el don preclaro de evocar los sueños. |
A
la memoria se alude también directamente en estos dos últimos
versos como fondo ineludible en el que desemboca finalmente la
experiencia onírica. La imagen de la pompa de jabón
con que la identifica, de claras connotaciones infantiles (sueño,
temporalidad, memoriae infancia se hallan estrechamente interrelacionados
en la poesía machadiana), remite nuevamente a la fragilidad
y evanescencia de la visión-evocación, donde podría
verse quizá un correlato del fanal de lluvia y sol en que
aparecía inicialmente.
En
muchas otras recreaciones oníricas de Soledades. Galerías...
se da ese mismo proceso en dos tiempos: sueño, evocación
desde la vigilia. Se verifica en ellas la expresión de
ambos planos a la vez convergentes y opuestos: posesión
momentánea y fugaz de la imagen soñada, frente a
la evocación melancólica de lo soñado y ya
irrecuperable. Amalgama indisoluble de sueño y memoria
que puede verse, por ejemplo, en LXIV («Desde el umbral
de un sueño me llamaron...»), LXIX («Hoy buscarás
en vano...»), LXXXV («La primavera besaba...»)
o XCIII («Deletreos de armonía...»), entre
otros.
Hay
en este tipo de composiciones un ir y venir propio de la vigilia
entre sueño y realidad; un tiempo detenido en imágenes
momentáneas, o cíclico (que Machado expresa al configurar
su propia tópica simbolista sobre elementos como la fuente,
la caída de la tarde, el otoño y otras imágenes
recurrentes). Asimismo, esa imagen «atemporal», estática
o cíclica (más una imagen de origen interior, que
nace de la intimidad del poeta que una subjetivación de
lo externo o expresión del paisaje como estado de alma),
imagen de la que parte el desarrollo de este poema, puede verse
también como el núcleo poemático de otrosmuchos
textos machadianos. Así en los poemas III («La plaza
y los naranjos encendidos...»), VI («Fue una clara
tarde, triste y soñolienta...»), VII («El limonero
lánguido suspende...»), X («A la desierta plaza...»),
XXVI («¡Oh figuras del atrio, más humildes...»),
XXXII («Las ascuas de un crepúsculo morado...»),
o LXXIII («Ante el pálido lienzo de la tarde...»).
Esta
imagen nuclear completa que se desarrolla y produce la impresión
global suscitada por el poema, se halla siempre integrada por
imágenes subordinadas a ella, relacionadas entre sípor
la visión casi mística de la evocación o
el sueño actuantes en el presente poético. Así
nube, iris, sol, limonar florido, cipresal, huerto, agua, cabellos...
integran una imagen que, en conjunto, posee la estaticidad del
lienzo y la desrealización de la visión interior.
Para ello el movimiento se expresa con la levedad de una nube
que se desgarra o la sugerencia apenas perceptible de ínfimos
matices como el brillo cromático del iris o la lluvia que
envuelve como fanal. La única acción discernible,
el único suceso objetivo dentro del poema es el tránsito
del sueño a la vigilia, el «desperté».
En los dos versos finales, se sugiere un proceso interior y leve,
el sueño que se pierde en la memoria, la transparencia
en la transparencia, movimiento vago que Machado ralentiza aún
más, si cabe, al modificar la forma inicial «rompía»
(variante que señala Ribbans en el texto publicado en Helios)
por «perdía».
Estructura
externa o formal
Formalmente, el poema presenta un esquema métrico muy común
en la obra de Machado, tanto la combinación de endecasílabos
y heptasílabos, como, en concreto, la silva arromanzada.
J. M. Aguirre señala cómo Machado parece seguir
a Verlaine al preferir la rima pobre, la asonancia indefinida
(Aguirre: 1982). Forma clásica como pocas, Machado actualiza
en este poema su flexibilidad rítmica y su capacidad sugestiva
mediante modulaciones y silencios que logran una equilibrada fusión
de sonido y sentido, sin merma de la austeridad expresiva y en
consonancia con la atmósfera de vaga y misteriosa evocación
que las imágenes suscitan.
Ricardo
Gullón ha señalado cómo «en las “Soledades”
machadianas nada se oye tanto como el silencio». Son en
realidad cuatro pausas enfatizadas (vv. 4, 8, 12 y 14) las que,
a efectos rítmicos, pero también semánticos,
marcan la estructura en cuatro partes diferenciadas. Silencios,
encabalgamientos, mezcla de metros, paralelismos y enumeraciones
configuran en el poema una cadencia entrecortada, en suspenso,
de distensiones y pausas, que hacen del discurso ese decir a media
voz, anhelante y melancólico, de sus primeros libros. Para
ello, Machado utiliza una sintaxis sobria, en la que la frase
se concentra y se pliega sobre sí misma mediante yuxtaposiciones
breves o simples nexos coordinantes. La estructura poemática
en general en Soledades. Galerías... se sustenta
en una construcción sintáctica fundamentalmente
nominal y enumerativa. La adjetivación es marcadamente
impresionista. Apenas hay formas verbales que expresen actualización,
lo que redunda en esa impresión de estaticidad, la peculiar
expresión machadiana de la temporalidad, la transformación
del tiempo en espacio a que aludía Dámaso Alonso:
«la fijación de la intuición vivida (que es
su concepto de lo temporal poemático) se logra por medio
de una imagen espacial». La imagen del sueño y la
memoria.
Bibliografía
citada
Aguirre, J. M. (1982), Antonio Machado, poeta
simbolista, Madrid, Taurus.
Alonso, Dámaso (1962), Cuatro poetas españoles,
Madrid, Gredos.
Balakian, Anna (1969), El movimiento simbolista, Madrid,
Guadarrama.
Cernuda, Luis (1975), Estudios sobre poesía española
contemporánea, Madrid, Guadarrama.
Gullón, Ricardo (1970), Una poética para Antonio
Machado, Madrid, Gredos.
— (1971), Direcciones del modernismo, Madrid, Gredos.
Machado, Antonio (1989), Poesía y prosa, vol.
III, ed. de O. Macrì, Madrid, Espasa-Calpe.
— (1998), Soledades. Galerías. Otros poemas,
ed. de G. Ribbans, Madrid, Cátedra.
Sánchez Barbudo, Antonio (1981), Los poemas de Antonio
Machado, Barcelona, Lumen.
Fecha
de publicación: mayo 2002
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com
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