La presencia de una filosofía en la obra de Antonio Machado es constante en la producción del poeta, si bien es en boca de sus personajes apócrifos como se nos da a conocer en todo su esplendor, aglutinando todos ellos las ideas dispersas en sus poesías, sus textos en prosa así como en sus anotaciones personales.
Desde Abel Martín hasta Juan de Mairena, pasando por Jorge Meneses, apócrifo a su vez del maestro Mairena, Machado es portavoz de un pensamiento cuya base radica en el intento de superación del subjetivismo del siglo XIX, símbolo indiscutible de la militancia individualista de un yo que domina la relación con el objeto. Machado reacciona contra este modo de aprehender la realidad en la medida en que desemboca en un solipsismo que pone en tela de juicio la existencia de la otredad. Este planteamiento nos conduce a una cuestión a fondo tratada por Abel Martín y su discípulo Mairena: el problema de la conciencia.
Según Martín, la conciencia se define desde el claro impulso hacia lo otro inasequible, algo así como la tensión erótica entre un yo y el ser amado: es la sed metafísica del otro, el cual se representa como inmanente al yo pero que, a su vez, nos es exterior. «La conciencia —dice Abel Martín— como reflexión o pretenso conocer del conocer, sería, sin el amor o impulso hacia lo otro, el anzuelo en constante espera de pescarse a sí mismo. Mas la conciencia existe, como actividad reflexiva, porque vuelve sobre sí misma, agotando su impulso por alcanzar el objeto trascendente. Entonces reconoce su limitación y se ve a sí misma, como tensión erótica, impulso hacia lo otro inasequible [1]». Estamos, pues, ante una situación de anhelo del ser otro-que-yo que se manifiesta en el impulso hacia lo trascendente. Cuando somos conscientes de que la sed metafísica que padecemos no puede resolverse mediante un cambio sustancial que reintegre físicamente lo otro en nosotros, la conciencia vuelve sobre sí y acepta el fracaso de su impulso por alcanzar el objeto trascendente: se descubre así la esencial heterogeneidad del ser, también subrayada por Mairena: «lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía en lo otro, en “la esencial heterogeneidad del ser”, como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno» [2].
Así pues, la comprensión de la heterogeneidad del ser de Martín rememorada por Mairena reconoce la conciencia desde un ejercicio que la hace volver sobre sí, tras lo cual el hombre descubre la otredad y a la vez su propia soledad, bañada por un sentimiento de angustia existencial que podría equipararse al «ser arrojado» del hombre, que expresa Heidegger: el encontrarse en el mundo desde la angustia que se revela ante la pregunta por el ser, o lo que es lo mismo, ante la necesidad de suelo existencial en el abismo vital al que fuimos arrojados.
Como ya hemos visto, la cuestión de la heterogeneidad del ser queda íntimamente relacionada con el problema de la conciencia en Machado. En el momento en que el hombre descubre la alteridad como conciencia ajena imposible de aprehender por sí, descubre a su vez la soledad de su propio sí mismo: si yo no puedo llegar a conocer en último término la conciencia del otro, éste tampoco puede hacerlo conmigo, con la alteridad que a él le supongo. En este sentido se refería Machado al origen del sentimiento de angustia en los hombres, momento en el que se descubre la nada y se experimenta el asombro ante el ser: ante la conciencia que se interroga por el ser, ante la pregunta por la esencia o el sí mismo de cada cual y de los otros, la poesía y la metafísica se erigen como respuestas creativas. Hablamos por ello de una capacidad ejecutiva del arte, que se cifra en la creación frente al abismo de la nada, frente a la ausencia de respuestas para una realidad cuyos viejos paradigmas de comprensión han sido ya invalidados.
Tras la crisis finisecular del siglo XIX, los modelos cognoscitivos que habían primado a lo largo de la primera modernidad quedaron en suspenso ante la imposibilidad de justificar o dar sentido a la realidad. En este momento emergió una nueva sensibilidad que, más allá de las fronteras españolas, se extendió también por la Europa del nuevo siglo XX bajo la influencia de intelectuales y pensadores de marcado carácter vitalista cuyas obras supondrían una alternativa a ese modo periclitado de conocer la realidad. Y es en este contexto donde se enmarca la teoría de la lógica poética desplegada por Antonio Machado.
Para Machado, el descubrimiento de la nada por parte del hombre es la base de la capacidad ejecutiva del arte: la creación artística se comprende como respuesta a una época donde todo lo aprendido es cuestionado y donde todo lo real no está acotado por el ente. Y esta comprensión es un pilar fundamental de la concepción filosófica de Machado, quien desde el espíritu creador trataba de constatar la capacidad del arte para erigirse como paradigma cognoscitivo, algo que no es del todo extraño si tenemos en cuenta que Machado destacaba la aspiración de todas las artes (incluida la música y la poesía) de ser «frutos intemporales» [3]. Esa aspiración a la universalidad y a la intemporalidad son rasgos esenciales tanto en la creación artística como en los paradigmas cognoscitivos, si bien, y a efectos prácticos, en este último caso es la temporalidad la que se impone, y no su contrario. En este contexto, Machado enuncia su poética tan nueva como el mundo, puesto que «el mundo es lo nuevo por excelencia, lo que el poeta inventa, descubre a cada momento» [4].
1. Principios de la lógica poética
La invención de mundo es, por tanto, un punto clave en la concepción poética de Machado. El pensamiento poético quiere ser creador, inventor de realidades que buscan respuestas ante la angustia existencial. En este sentido, la invención de mundo se antoja como reflejo de la capacidad ejecutiva del arte a la que aludíamos anteriormente. El poeta inventa, crea mundo con su palabra, con su voz que responde al abismo de su tiempo. Esta dimensión del pensamiento creador en Machado podría relacionarse con una comprensión de calado vitalista-existencial que, en diferente plano, podríamos comprobar en Nietzsche y Ortega.
En el caso del primero, la voluntad de creación se concibe como la capacidad que redescubre el hombre en sí más allá de su propio ser subsumido en lo creado. Es el momento en que se produce un crecimiento vital que arrasa con la propia decadencia existencial. La voluntad supera su debilidad y emerge como fundamento creador: podría decirse, al modo de Heidegger y Machado, que es el intento de responder al abismo inmanente de la existencia más allá de las filosofías y teorías que hasta entonces se habían erigido como modelos del conocer. Como ya sabemos, el pensamiento de Nietzsche cuestiona los cimientos sobre los que se asienta la cultura occidental: desde la ciencia hasta la filosofía, pasando por la religión y el arte, su propósito es, por expresarlo en términos cercanos a los de Machado, enunciar la capacidad ejecutiva y creadora del hombre más allá de los cimientos que hasta entonces apoyaban la tradición cultural.
En el caso de Ortega, la perspectiva es similar, si bien es cierto que, en comparación con Nietzsche, su palabra es más pausada, pero no menos intensa. Para Ortega, la respuesta ante el abismo existencial radica en el sentido lúdico deportivo de la vida. Según el pensador madrileño, el hombre se encuentra ante un mundo que tiene que crear con sus actos, sus hechos y proyectos. Más allá de un sentido pesimista vital, Ortega afirma el sentido lúdico deportivo de la existencia de este hombre, ocupado en un quehacer vital que adquiere la constancia, el esfuerzo y la competitividad del deporte desde un carácter lúdico bien peculiar, puesto que, al modo de Nietzsche, supondría considerar la vida con la misma seriedad e importancia con que juegan los niños.
Como bien apunta Pedro Cerezo [5], Ortega establece una diferencia entre el deporte y el juego. Para el pensador madrileño, el deporte implica un riesgo ante el cual el hombre, lejos de huir o salvaguardarse se enfrenta a él y por ello es deportista. Es, como bien apunta Cerezo, «la perduración del espíritu heroico en la era industrial; y más exactamente, la transformación del espíritu guerrero en espíritu lúdico; esto es, el cambio de un heroísmo de los ideales por otro de las aficiones y de los gustos, o por usar una palabra más enteriza, de la vocación» [6]. Así pues, en términos orteguianos podría decirse que el aspecto lúdico de la existencia al modo nietzscheano no contempla el esfuerzo y la disciplina de la vocación, sin que esto suponga que Nietzsche la niegue, al contrario. En ambos pensadores es importante destacar la voluntad de creación como respuesta al abismo existencial, si bien existen matices diferenciables, tal y como ya hemos apuntado.
La forma deportiva de existencia sería entonces para Ortega la aceptación del riesgo de la existencia, asumiendo éste y sustituyendo la obligación por la vocación. Estaríamos ante una forma de vida en la que «el esfuerzo, en vez de oneroso, sería la autoexigencia y disciplina, libremente queridas y empleadas en aquellos objetivos que responden a la expansión del propio ser; la vocación sustituiría a la obligación […] llenando gozosamente el tiempo de ocio, convertido en un tiempo de recreación personal» [7]. La apuesta de Ortega es, por tanto, una defensa de la vocación y la creación frente al hombre masa, aquel que vive su vida sin motivaciones, huyendo del riesgo y del esfuerzo para apostar por una vida donde la realización personal queda supeditada a la corriente del devenir.
Las perspectivas de Nietzsche y Ortega se pueden extrapolar, teniendo en cuenta sus diferencias, al pensamiento de Machado. El carácter creativo propio del sentido lúdico deportivo de la existencia es algo latente en el poeta sevillano. En una carta dirigida a Ernesto Giménez Caballero con motivo de una encuesta acerca de la juventud española [8], afirma Machado que ésta no es demasiado luchadora sino que, por el contrario, se halla más inclinada al juego. Se trata de los jóvenes que han crecido de los brotes de la crisis finisecular: «aun en el supuesto de que la vida sea más lucha que juego, el verlo al revés es lujo que sólo los jóvenes, nunca los viejos, pueden permitirse. […] Los jóvenes actuales gustan del deporte, que es, en cierto modo, lucha, pero ennoblecida y desubjetivada. Acocean, ciertamente, el balón; pero no, con fruición excesiva, la espinilla de su prójimo» [9]. Y es a esta misma juventud a la que Machado le aconsejará «más orgullo, menos docilidad a la moda y, en suma, más originalidad» [10]. El poeta sevillano es consciente de la necesidad de una nueva actitud apegada al sentido deportivo de la existencia al modo orteguiano, sin embargo, al mismo tiempo es también consciente de la dificultad de este cometido, pues la expansión del hombre común (lo que en términos orteguianos podría interpretarse como el hombre masa) impide tener más originalidad y más orgullo. En un tiempo dominado por la masa destacar se hace no ya una misión imposible sino, nos atreveríamos a decir, indiferente. Aún así, la forma deportiva de la existencia es algo que, sobre todo, pueden experimentar y desarrollar los jóvenes, pues son ellos los que comienzan a crear su mundo desde cada acción y proyecto con el consecuente esfuerzo trágico que ello supone en el ánimo. Y es que, retomando la terminología nietzscheana, la voluntad de creación implica el esfuerzo vital de la entrega al proyecto de la existencia, de la creación de mundo desde la habilidad del jugador y la constancia del deportista. Desde el punto de vista de la lógica poética, nos atreveríamos a postular la comprensión lúdica deportiva de la existencia como la que mejor recoge el espíritu de esta nueva lógica propuesta, pues desde esta perspectiva se atiende a un hombre que, aparte de asumir la dimensión creativa de su propia existencia como algo ineludible, acepta también el riesgo y el esfuerzo que ello implica. Y todo esto con la consabida dificultad de su desarrollo ante la expansión evidente de la mediocridad o, lo que es lo mismo, del hombre masa.
El espíritu de la voluntad creadora es una constante en el pensamiento de Nietzsche, Ortega y, consecuentemente, de Machado, cuya filosofía fue quedando impregnada del espíritu vitalista que envolvía el concepto de voluntad acuñado a partir de esos autores y que llegaría a construirse en un pilar fundamental en la poética del poeta sevillano. Y es que ésta era entendida como algo nuevo en tanto que invención de mundo, pues es el poeta quien lo inventa y descubre a cada momento mediante el pensamiento poético, creativo e inventor de realidades.
La exposición de la poética machadiana corre a cargo de Juan de Mairena, apócrifo concebido por el autor con los rasgos de «poeta, filósofo, retórico e inventor de una máquina de cantar» [11], cuya vida se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XIX hasta su muerte en 1909.
Es en boca de Mairena, fundamentalmente, como Machado expresa su poética, la cual queda estrechamente relacionada con la temporalidad. Decía el poeta sevillano en 1931 que, en contraposición al pensamiento lógico, la poesía es «la palabra esencial del tiempo» [12] o, también, «el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo. Eso es lo que el poeta pretende eternizar, sacándolo fuera del tiempo, labor difícil y que requiere mucho tiempo, casi todo el tiempo de que el poeta dispone» [13].
Frente a las tendencias poéticas de su tiempo defensoras de la conceptualización y reacias a la emotividad, Machado defiende una lírica entregada a la vida en su más profundo significado, es decir, una nueva poética que se adhiera a la propia esencia temporal de los hombres y desborde los límites de una poesía del intelecto, abstracta, intemporal y por eso inepta para dar voz profunda al alma humana, puesto que «el intelecto no ha cantado jamás, no es su misión» [14]. Recordemos en este aspecto las palabras de Heidegger, que afirmaban respecto a la figura del poeta que éste era la voz en estos tiempos de penurias en los que no hay redención posible. Y es que sólo mediante la creación estética resulta posible ahondar en los cimientos menos explorados de la realidad, los mismos que los límites ónticos de la ciencia se han encargado de relegar al olvido.
También en este sentido la poética machadiana intentó restaurar el olvido del ser que ha acompañado a la trayectoria dominante del pensamiento occidental, aprendiendo a conjugarlo con el tiempo de forma más originaria. Desde luego, es innegable la importancia del elemento «tiempo» en la práctica poética de Machado. Y lo mismo en su pensamiento: podemos afirmar que, para él, el hombre está inmerso en la temporalidad de una manera tan esencial que no es posible desligar su ser del devenir del tiempo, a cuya medida se está entregado más allá de nuestro afán de hacer perdurar cada instante. Enuncia Machado que el hombre es quien únicamente tiene conciencia y, por tanto, se ocupa del tiempo. Los animales se entregan a la inercia del discurrir vital, mientras que lo propio de los hombres es ocuparse y pre-ocuparse de su existencia en los marcos de la temporalidad desvelada. Frente a esa evidencia que arroja nuestro modo de estar en el mundo, para Machado pensar lógicamente es «abolir el tiempo, suponer que no existe, crear un movimiento ajeno al cambio […] Pero al poeta no le es dado pensar fuera del tiempo, porque piensa su propia vida que no es, fuera del tiempo, absolutamente nada» [15].
Apelando a Heidegger, decimos que sólo el hombre tiene conciencia, pues sólo en él radica el verdadero sentido de la palabra existencia, es decir, sólo el hombre es consciente o sabe de sí mismo que existe más allá de, por ejemplo, una roca, la cual simplemente está en el mundo sin tener ella misma conciencia de ello y sin tener, por ende, que ocuparse de plan vital alguno. Carece de proyectos, de acción, carece, en definitiva, de existencia. De este modo, y como ya habíamos dicho, deducía Heidegger la identificación de la existencia como conciencia, afirmación también presente en Machado y que ya explicamos a raíz del descubrimiento de la otredad.
Pues bien, según el poeta sevillano, frente al pensamiento lógico que tiende a la homogeneidad del pensar (propia de su afán por ofrecer una respuesta uniforme y acotada de la realidad) se sitúa el pensamiento poético, cuya radicalidad se corresponde con su afán por descubrir no sólo la heterogeneidad del ser (es decir, la alteridad, la existencia como conciencia) sino también la necesidad de ahondar en las profundidades de lo real más allá de esa uniformidad lógica que tiende, desde un punto de vista machadiano, a la intemporalidad de las ideas, a silenciar la nada desde una comprensión que se aposenta en la rigidez.
El canto del poeta es la palabra de la diferencia, de la mutabilidad, de la creación de mundo. Es la palabra que da voz a la nada y a la pregunta por el ser, origen de la metafísica y la poesía. Así, desde este punto de vista, la lógica poética es la expresión de esa vuelta a la intimidad que supone la poesía y, a la vez, un nuevo modo de razonamiento que tiene en cuenta la necesidad de ahondar en la heterogeneidad del ser.
Machado consideraba que el razonamiento era el culpable de la aniquilación de la emoción ante el asombro. No obstante, abogaba por una razón humana, que se basa en el diálogo que anhela la comunión intelectual que otorga la consecución de las verdades. Esa búsqueda de la comunión se corresponde con la esencial heterogeneidad del ser machadiana, expresión a su vez de la revelación de la angustia así como del asombro ante el ser y la nada. En ese sentido, y aun salvando las diferencias, prosigue la estela de Nietzsche e incluso de Heidegger en su rechazo de la lógica y la metafísica tradicional para, así, inclinarse hacia la poesía, la cual se pregunta por el ser y la nada en cada instante creador de mundo.
La lógica poética rechaza los principios de la lógica tradicional tales como el de identidad o el de no contradicción. Machado afirmará que no es posible probar que nada permanezca idéntico a sí mismo, ni siquiera cuando nos referimos a nuestro propio pensamiento. Asimismo, y en referencia al principio de no contradicción, rechazará que algo sea contrario de lo que es, pues, según él, «el ser carece de contrarios. Y donde no hay contrarios no hay posible contradicción» [16]. Frente a estos supuestos sostenidos por la lógica tradicional, Machado apuesta por una lógica que tenga en cuenta «lo uno y lo otro», sin que necesariamente deba entenderse esto como una lucha de contrarios, pues más bien se trata de comprender que la existencia de algo otro que yo no es indicativo de que sea contrapuesto, sino simplemente distinto o ajeno a mí. En el caso de referirnos al universo discursivo, la lógica poética machadiana afirma que no es posible afirmar como válidas las premisas de un silogismo en el momento en que la conclusión es enunciada. Y es que ello no casa con la pretensión poética de pensar en el tiempo, «la pura sucesión irreversible, en la cual no es dable la coexistencia de premisas y conclusiones» [17]. Podría decirse, a la luz de esta afirmación del poeta, que su concepción de la lógica tradicional está completamente tamizada por la convicción de que, en todo su proceder, ésta intenta siempre situarse fuera del tiempo y sus leyes no tienen en cuenta el discurrir irremediable de las horas, sino que pretenden permanecer en una especie de homogeneidad incorruptible del pensar. Frente a esta lógica abstracta se sitúa la lógica poética, que pretende ser «la de un pensar poético, heterogeneizante, inventor o descubridor de lo real» [18].
Machado sabe de la ardua empresa de su filosofía, pues no siempre se le ha otorgado tanto protagonismo a la psique en su totalidad más allá del puro discurrir del intelecto. Es consciente de que todo, en mayor o menor medida, está bajo la tutela de la lógica, de su estricta racionalidad. Y es precisamente por ello por lo que cree necesaria su reforma, pues no se puede hacer arte, ni siquiera ciencia o religión fuera del tiempo, con patrones anclados que no se someten al devenir, sino que se aposentan sobre una especie de univocidad incuestionable que no se corresponde con la realidad, con su mutabilidad.
La poesía es ese modo de enfrentarse a lo real teniendo en cuenta la temporalidad, la conciencia propia y ajena, además de la angustia. Es por ello por lo que Machado hablará de su nueva poética como el modo de acercarse a la comprensión de la realidad centrado en las «diferencias esenciales, irreductibles, sólo en contacto con lo otro, real o aparente» [19]. Así pues, esta nueva poética apostará por una comprensión de la realidad que huirá de los presupuestos lógico-tradicionales basados en el estudio de la estructura formal del pensamiento. La lógica poética machadiana tiene en cuenta la importancia del cómo, de la forma, pero debido a su nexo con la poesía centra su interés en la aplicación de esa formalidad a la comprensión de la realidad desde sus múltiples perspectivas. La poesía ofrece, por tanto, una ampliación del campo de comprensión de la realidad que la lógica al modo tradicional no logró alcanzar, pues eludía ocuparse de lo otro que yo y centraba su universo de discusión en lo meramente óntico. Frente a ello, Machado concibe la lógica poética como libertad del pensamiento mismo que es descubridor o inventor de realidades. Y se puede decir que apela al concepto lógica en un intento de hacer constar que, aunque sin incurrir en los mismos errores que esa «gran rueda de molino con que comulga la humanidad entera a través de los siglos» [20], su poética supone también un razonamiento, un pensar que reflexiona sobre las cuestiones esenciales de la existencia, sobre aquello a lo que el hombre se atiene desde su conciencia. La lógica poética de Machado no se adueña de las ideas tal cual haría el pensamiento lógico, al contrario, presta su reflexión a la vida, a las preguntas fundamentales del hombre que se sabe tal, que es consciente de su existencia. Mas la dificultad de hacer tambalear el edificio de la lógica tradicional es algo de lo que el poeta es plenamente consciente. No obstante, dirá Machado, «que nuestro propósito sea más o menos irrealizable, en nada amengua la dignidad de nuestro propósito. Mas si éste se lograre algún día, nuestra lógica pasaría a ser la lógica del sentido común» [21]. Así pues, a pesar de tomar en cuenta los principios de la lógica tradicional, la nueva poética machadiana se concibe como un intento de relegar la lógica tradicional a la categoría de artificio, pues carece de sentido común al afanarse en construir razonamientos ajenos al propio discurrir del tiempo. La lógica poética machadiana va más allá de las relaciones formales propias de las estructuras del pensamiento, pues la realidad no es sólo comprensible desde su aspecto formal porque no es éste el único punto de vista posible para acceder a ella.
Así, puede afirmarse en este sentido que «las ideas del poeta no son categorías formales, cápsulas lógicas, sino directas intuiciones del ser que deviene, de su propio existir, son pues, temporales, nunca elementos acrónicos existencialistas, en las cuales el tiempo alcanza un valor absoluto» [22]. La lógica poética queda estrechamente relacionada con la conciencia de temporalidad propia de los hombres, si bien a este respecto nos referiremos con mayor detenimiento más adelante. Y es que se trata de abordar la realidad desde el razonamiento poético, que tiene en cuenta la heterogeneidad tanto del ser como del pensar. Sería algo así como lo que Heidegger denomina el pensar esencial [23], que, lejos de ser una mera interpretación de la esencia del pensar (al modo de la lógica) o un pensar contable que agota lo contado en el recuento (pensamiento calculante), responde a lo incalculable, al acontecer del ser en el devenir del tiempo. Es la palabra arriesgada del poeta capaz de dar voz a la nada, cuya verdad no puede ser captada por lógica alguna.
Y es que, según nos dice Heidegger en Introducción a qué es metafísica [24], el ser no ha sido pensado en su esencia desveladora. A lo largo de la historia, la metafísica ha ignorado la verdad del ser en favor de un pensar filosófico que se sustentaba en lo ente en cuanto ente. Es, en cierto modo, un pensar que se asemeja a las limitaciones impuestas en el ámbito de las ciencias. Heidegger dirá que el estudio del ente en cuanto tal le corresponde a la ontología, pero la metafísica debe tener en cuenta aquello que permanece oculto en el desocultarse: el ser.
Podría decirse que, según Heidegger, el modo de abordar esa verdad oculta parte del dasein, o lo que es lo mismo, del hombre en cuanto hombre, que es el «ser aquí» del ser. La esencia del Dasein consiste en su existencia. Tanto en Heidegger como en Machado había una comprensión del existir humano como conciencia, y pusimos el ejemplo de una roca: a diferencia del hombre, ésta «es» pero no existe, pues no tiene conciencia. Y es en esa esencia existencial de los hombres donde habita la verdad del ser, la misma que lejos del decir de la ciencia que se olvida del fundamento o raíz de lo real, sólo son capaces de decir los poetas.
Frente al pensamiento lógico-calculante que relega el conocimiento de lo real a la ontificación de lo mismo, el pensar poético ofrece una perspectiva que permite ahondar en el fundamento, en la esencia, en la angustia que se origina en la conciencia del hombre que, desde un punto de vista machadiano, es incapaz de aprehender al otro. Es la angustia de saberse solo y a la vez acompañado, la angustia ante la nada, ante el fundamento que siempre ha sido relegado en sustitución por el ente.
La perspectiva heideggeriana nos acercaría a comprender la radicalidad del pensar poético en Machado en el sentido en que, podría decirse, la lógica poética es la que se hace cargo de esa comprensión del ser a la que nos remite Heidegger. No es que Machado reinterpretase el pensamiento del filósofo alemán, sino que nos retrotrae a una preocupación común y, como hemos visto, incluso anterior en torno a la perspectiva de comprensión de realidad de la que se ocupa la nueva poética.
Desde una interpretación heideggeriana, la propuesta de la lógica machadiana sería el modo en que el poeta y el filósofo dan voz al acontecer del ser en el devenir del tiempo, a esa esencia del pensar que va más allá de lo puramente óntico. Sería la voz de la esencia existencial, del hombre en cuanto hombre.
Este descubrir o desocultar propio del ser no es ajeno al tiempo. El hombre está definido por su temporalidad en tanto que su propio «es» indica una conciencia temporal determinada por ser presente, pasado o futuro. Es propiamente humano ocuparse de la existencia, y esa ocupación nos remite a un binomio espacio-temporal en el que los hombres enmarcan su proyecto de vida (indica temporalidad, pues remite a una acción futura) y en el que, fundamentalmente, se instaura la ocupación ante la vida, en un aquí y ahora en el tiempo.
A la imposibilidad de desligar el ser del tiempo, así como a la de determinar a éste como elemento esencial de la lógica poética en cuanto comprensión de la realidad se refirió Machado en Juan de Mairena, al afirmar que «nosotros pretendemos pensar en el tiempo, la pura sucesión irreversible, en la cual no es dable la coexistencia de premisas y conclusiones» [25]. El poeta y el filósofo, conscientes de la necesidad de remitirse al origen de la metafísica, son los únicos que estrictamente se ocupan del ser de los hombres, de su esencia consciente en tanto que seres temporales. En el caso de la lógica tradicional, el elemento temporal queda desplazado por un pensar homogéneo que no contempla la posibilidad de mutabilidad de la realidad, y ese cambio es algo inherente a la esencia temporal de lo real, pues en el devenir y acontecer del tiempo no pueden fijarse como inamovibles las premisas de un razonamiento. Los paradigmas se modifican, y en ello queda patente la presencia del tiempo, en cuyo suceder se enmarca todo cambio.
En este punto cabría preguntarse la importancia de la temporalidad en el acontecer de lo real pues, como se pregunta Machado, «¿cantaría el poeta sin la angustia del tiempo? [26]». Es más, y nosotros planteamos, ¿podemos hablar de un mismo tiempo en un sentido poético o lógico-calculante?
2. Lógica poética y temporalidad
La poética de Machado tiene en cuenta que el hombre es un ser temporal, indesligable de su aquí y ahora vital. Y este aspecto adquiere unos tintes metafísicos que supone la aceptación, como principio evidente, del ser real de todo contenido de la conciencia: la esencia de la conciencia es existencia, y sólo el hombre es poseedor de ella. Así pues, esta metafísica que Machado pone en boca de Mairena, supone la relación entre el ser del hombre y su desarrollo en el tiempo, elemento ligado a su conciencia. Desde el punto de vista de Mairena, el hombre sería uno de los problemas fundamentales de la metafísica, pues ni la ciencia ni la divinidad se plantean algo más allá del aparecer en cuanto tal: si la ciencia se ampara en lo ente por antonomasia, la religión apela a la apariencia del conocimiento para fundamentar la creencia en una especie de ejercicio metafísico que, lejos de ahondar en los fundamentos de lo real, crea opinión subscrita como un conocimiento que no se aparta de su pseudo.
El hombre del que habla Machado es aquel cuya esencia es la conciencia, cuyo ser está más allá de los designios lógico-matemáticos que presuponen un mundo y una temporalidad homogénea. Así, en este punto, es esencial destacar la relación entre la conciencia y el elemento temporal intrínseco al hombre «en cuanto nuestra vida coincide con nuestra conciencia, es el tiempo la realidad última, rebelde al conjuro de la lógica, irreductible, inevitable, fatal. Vivir es devorar tiempo: esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será espera de seguir esperando» [27].
La esencia temporal del ser humano es algo ineludible, tal y como indica Machado. La existencia es un continuo esperar que siempre «es», haciendo u ocupándose de algo, donde el futuro nos va adelantando y nuestro pasado va quedándose atrás. Es por ello por lo que la lógica matemática no puede ocuparse de las cuestiones esenciales, es decir, no puede aprehender la conciencia, la existencia humana, pues sus razonamientos tratan de ser ajenos al tiempo, concentrados en la verdad de unos enunciados que en su pretensión de homogeneización de la realidad resultan hueros. Y es que no debemos eludir que podría hablarse de la poesía como «diálogo del hombre con el tiempo» [28], siendo, a su vez, «palabra en el tiempo» [29], un tiempo esencialmente humano que Machado valora en el ejercicio poético, que es el ejercicio de la existencia. En referencia a ello, considerará como un regalo de las musas el verso temporal, definitorio de su nueva poética, en la que el poeta «es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos; entendámonos: de peces que puedan vivir después de pescados» [30]. El poeta pretende eternizar la palabra en el diálogo que mantiene con su tiempo, que es a la vez un diálogo consigo mismo.
Si prescindiésemos del tiempo, «el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza. Y el diablo ya no tendría nada que hacer. Y los poetas tampoco» [31]. Un mundo que careciera de tiempo sería el mundo de la lógica, de las premisas seguidas de conclusiones necesarias, de principios de identidad y no contradicción. Pero ni la realidad se configura desde premisas certeras ni la identidad es siempre tal, pues, aludiendo a Machado, no siempre se piensa una misma cosa de igual modo.
En este sentido, no se trata de invalidar la lógica como ciencia, al contrario. De lo que se trata es de enunciar que, al igual que el resto de ciencias, la lógica ha estado apartada del mundo de la vida, anclada en sus patrones que se limitaban a una justificación o explicación de la realidad mediante un lenguaje simbólico que se escudaba en contenidos abstraídos de lo real. Ese no es el modo en que se debe atender a la dimensión existencial del hombre. La vida no puede ser acotada al modo de las leyes del conocer científico, pues lejos de habitar exclusivamente en el ámbito óntico, el hombre tiene una dimensión heterogénea que le hace ser extraño a lo otro, sentirse angustiado ante el abismo y saberse preso de la pregunta por el ser y la extrañeza ante la nada, puntos que sólo desde una visión poética de la existencia se puede aprehender. Y es que, recordemos con Heidegger que, en este sentido, la metafísica tiene que aprender de la poesía, pues a lo largo de la historia ha cometido los mismos errores que la ciencia al pensar la realidad desde un punto de vista meramente óntico.
Los errores de la ciencia y, también, de la metafísica, son denunciados por Machado a través de su lógica poética, expresión de la heterogeneidad del pensar del hombre en su aquí y ahora. Es precisamente esta conciencia del tiempo uno de los elementos fundamentales que la distancian de la lógica tradicional.
A pesar de que el pensar homogéneo es definitorio de la lógica matemática así como, en consecuencia, la ignorancia del aquí-ahora temporal, Machado reivindica la inviabilidad de ello. Así, en boca de Juan de Mairena dirá que «tampoco es posible el silogismo en un puro pensar de lo homogéneo, en que nada puede cambiar, ni siquiera de nombre» [32]. Si bien es cierto que las leyes de la lógica nada tienen que ver con el tiempo existencial de los hombres, la sentencia de Machado pretende ser una denuncia a ello pues el ámbito de actuación del ser humano pasa por la conciencia del tiempo, algo que no debe ser ignorado o puesto en tela de juicio. Se hace necesario pensar en el tiempo, en el devenir existencial al modo de la lógica poética.
Así, la nueva poética de Machado será concebida como un modo de aprehender la realidad del hombre que tiene en cuenta su esencia: el hombre define su existencia como conciencia de ser, la misma que se da en el tiempo.
La poética machadiana penetra en el ser del hombre, cuyo origen está, como hemos apuntado, en la filosofía de Heidegger, algo reconocido por el propio Machado: «y para penetrar en el ser, no hay otro portillo que la existencia del hombre, el ser en el mundo y en el tiempo… Tal es la nota profundamente lírica que llevará a los poetas a la filosofía de Heidegger, como las mariposas a la luz» [33]. Es preciso, según Machado, apostar por un pensamiento del ser al modo heideggeriano, donde se contempla la heterogeneidad, la existencia del prójimo y del exterior, tal y como es manifestado por la intuición. En este sentido se lleva a cabo la lógica poética, en un ámbito en el que el ser es pensado cualitativamente, concibiendo las negaciones y los contrarios como artificios de la mente humana.
La lógica poética nos ofrece, por tanto, una perspectiva de comprensión de la realidad en el que la problemática relación entre el ser y la nada es piedra angular en la misión y creación del poeta. Éste debe superar esa nada para revelar la heterogeneidad del ser, debe ir más allá de todo pensar lógico-conceptual y ser voz de su tiempo, pues es éste en su dimensión existencial algo connatural al hombre. Frente a la palabra de la lógica anclada en sus leyes y universo abstraído, la lógica poética ofrece una perspectiva de comprensión de la realidad que va más allá de la verdad del ente. Se ocupa, por el contrario, del devenir de lo real, de la irremediable sucesión del tiempo, despojándose de todo principio lógico-matemático que ignora estos principios.
Sólo desde el punto de vista de la lógica poética es posible ahondar en la comprensión de la heterogeneidad del ser y del pensar, comprendiendo la existencia como conciencia así como temporalidad que anhela superar su finitud. Estas cuestiones, esencialmente humanas, son definitorias de la poética machadiana, paradigma de comprensión de la realidad que el poeta pone en boca, fundamentalmente, de Juan de Mairena, apócrifo del autor que le sirve para exponer de forma oculta su filosofía. Y es que nuestro mundo es, dirá Mairena, esencialmente apócrifo, «un poema de nuestro pensar» [34] heterogéneo, poético e inmerso en la temporalidad del ser.
Notas
[1] Antonio Machado, «De un cancionero apócrifo», en Poesías completas, Madrid, Espasa Calpe, 2007, p. 335.
[2] Antonio Machado, Juan de Mairena, I, Madrid, Cátedra, 2009, p. 85.
[3] Antonio Machado, Poesías completas, cit., p. 346.
[4] Antonio Machado, Juan de Mairena, I, cit., p. 145.
[5] Pedro Cerezo Galán, La voluntad de aventura, Barcelona, Ariel, 1984.
[6] Ibíd., p. 157.
[7] Ibíd., p. 158.
[8] Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), edición de Jordi Doménech, Madrid, Páginas de Espuma, 2001.
[9] Ibíd., p. 589.
[10] Ibíd., p. 592.
[11] Antonio Machado, Poesías completas, cit., p. 344.
[12] Ibíd., p. 76.
[13] Antonio Machado, Juan de Mairena, I, cit., p. 121.
[14] Antonio Machado, Poesías completas, cit., p. 76.
[15] Ibíd., p. 76.
[16] Antonio Machado, Juan de Mairena, I, cit., p. 206.
[17] Ibíd., p. 207.
[18] Ibíd., p. 207.
[19] Ibíd., p. 145.
[20] Ibíd., p. 302. Así definió Machado la lógica matemática.
[21] Ibíd., p. 208.
[22] Antonio Machado, Poesías completas, cit., p. 77.
[23] Martin Heidegger, Epílogo a qué es metafísica, en Hitos. En este texto que data de 1943, Heidegger rastrea los malentendidos tradicionales en torno al estudio de la metafísica para llegar a enunciar la necesidad de un pensar esencial: el pensar del ser que se configura desde el decir del poeta.
[24] Martin Heidegger, cit.
[25] Antonio Machado, Juan de Mairena, I, cit., p. 207.
[26] Ibíd., p. 110.
[27] Antonio Machado, Juan de Mairena, I, cit., p. 110.
[28] Ibíd., p. 111.
[29] Ibíd., p. 111.
[30] Ibíd., p. 121.
[31] Ibíd., p. 202.
[32] Ibíd., p. 207.
[33] Antonio Machado, Juan de Mairena, II (1936-1938), Madrid, Cátedra, 2004, p. 96.
[34] Antonio Machado, Juan de Mairena, I, cit., p. 195.
Fecha
de publicación: febrero 2011
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
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