En
una carta dirigida a Antonio Machado poco después de
la publicación de Campos de Castilla (1912), Juan
Ramón Jiménez —entrañable amigo del poeta
en estos años— le comenta que «tal vez sean
los Proverbios y cantares lo que más me gusta
de tu admirable libro último» (Machado, Prosas
dispersas 328). En un resumen periodístico, Miguel
de Unamuno [1] elogia los mismos poemas resaltando que «en
estos proverbios y cantares de Antonio Machado se condensa
y concreta su amarga sabiduría poética» (García
Blanco 290). Ante alabanzas de esta índole, ¿cómo
es que aún hoy, al repasar la fértil y voluminosa
crítica en torno a Machado [2], advertimos que la sección
«Proverbios y cantares» de Campos de Castilla
yace tan ignorada? Salvo el «Estudio preliminar»
de Emilio J. García Wiedemann en Concordancias y frecuencias
en el léxico poético de los «Proverbios y cantares»
de Antonio Machado (1994), el apartado titulado «La
tendencia gnómica: proverbios, cantares, parábolas»
en la «Introducción» a Campos de Castilla
(1989) de Geoffrey Ribbans, y las valiosas páginas que
dedica Gonzalo Sobejano a los «Proverbios y cantares»
en su artículo «La verdad en la poesía de Antonio
Machado: de la rima al proverbio» (1976), no se encuentra
en las profundidades de la crítica más que breves
resúmenes de esta sección. Acaso sea, como sugiere
de paso Tuñón de Lara, que sus cincuenta y tres
poemas [3] estén imbuidos en la «ambivalencia del
pensamiento» machadiano, es decir, «que la exégesis
de [los] poemas puedan tener un número casi ilimitado
de facetas» (111). O bien puede ser, como afirma Gutiérrez-Girardot,
que los «Proverbios y cantares» no se destacan sino
«como variaciones, aproximaciones, repeticiones y, a
grandes rasgos, como uno más entre los múltiples
resúmenes de la poesía de Machado» (Poesía
y prosa 46).
Lejos de ser una sección
abocada a la ambigüedad o concebida como un resumen «más
entre los múltiples resúmenes», adentrarse
en los «Proverbios y cantares» supone revelar las
preocupaciones fundacionales de Campos de Castilla.
Se recordará que Machado se sintió atraído
por los proverbios y cantares desde que aprendió a leer
con el Romancero general (1849) de su tío Agustín
Durán (1789?-1862) [4] y desde que asumió la labor
artística de su padre Antonio Machado y Álvarez
(1846-1893) [5], ilustre folklorista y recopilador de cantares.
Su afán por lo sentencioso y popular fue un legado familiar,
por así decirlo, tanto como su necesidad de comunicarse
sin trabas con el pueblo, que le vino con gran ánimo
al despertarse a las realidades del campesinado español
durante sus años como humilde profesor en Soria (1907-1912)
y luego Baeza (1912-1919). Todo ello deja su impronta en los
proverbios, cantares, coplas y demás poemas populares
que compuso Machado desde la temprana época de Soledades,
galerías y otros poemas (1899-1907), pasando por
las ediciones de 1912 y 1917 de Campos de Castilla,
las Nuevas canciones (1917-1930), hasta incluso las
sentencias, donaires, apuntes y recuerdos del apócrifo
Juan de Mairena de 1936. La insistencia de lo popular en la
obra machadiana a lo largo de estos años dejó muestra
de la maduración del poeta con su pueblo. Más bien,
como apartado sensible al proceso evolutivo e intelectual
de Machado desde Soledades hasta la aparición
de Juan de Mairena años después, los «Proverbios
y cantares» contienen el núcleo de su ideario del
porvenir español; un ideario concebido en el prólogo
de la edición de 1917 de Campos de Castilla como
«una preocupación patriótica» arraigada
a lo «elemental humano» (Machado, Poesías
completas 78-79). Es, a fin de cuentas, un ideario fundado
en salvaguardar la «España que nace» mediante
la conciliación entre los hombres y una fe secular atrincherada
en el potencial humano y no divino. Es desde este punto de
partida, a mi juicio, que podemos demostrar que los «Proverbios
y cantares» forman parte íntegra de Campos de
Castilla, y por lo tanto, de gran valor crítico.
Para este fin, hay que tratar tres puntos fundamentales: 1)
el saber y el escepticismo religioso de la sección; 2)
su unidad simbólica interna, es decir, la interdependencia
de los poemas en un sistema de significación autorreferente
e interno; y 3) su unidad con la obra mayor, o la aproximación
crítico-poética de ubicar los «Proverbios y
cantares» dentro de Campos de Castilla.
El
saber y el escepticismo religioso
Para
empezar con este tema vale repasar someramente el estudio de
Gonzalo Sobejano. En su artículo ya mencionado, Sobejano
resume la temática del los «Proverbios y cantares»
de la siguiente manera: «Por orden de mayor a menor reiteración:
saber y no saber; el hombre malo; ilusiones y desilusiones;
la muerte; el caminar es lo que importa; el bueno; Dios; la
caridad; España» (56). Aunque Sobejano esboza astutamente
estos temas, es posible unirlos bajo un único impulso.
Se trata de reinsertar el auge didáctico del saber al proverbio
y cantar popular como punto de entrada para allegar un ideario
«humano» al pueblo. En el prólogo a la segunda
edición de 1917 de Campos de Castilla, Machado mismo
nos descubre este propósito: «...pero mis romances
no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso
y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental
humano...» (Machado, Poesías completas 79).
Este auge didáctico-filosófico de los «Proverbios
y cantares» se resuelve en el tema perenne del saber, como
bien señaló Sobejano. Visto desde la óptica del
pueblo ignorante y sufrido de Campos de Castilla, este
tema empieza a resonar con mayor relevancia dentro de los confines
del poemario. Si a la vez consideramos el trasfondo escéptico
en torno a lo divino, fundado en su mayor parte, como veremos,
en la ineficacia y caprichosa indiferencia del Todopoderoso
en amparar al pueblo de su desgarrada miseria e ignorancia,
comenzamos a denudar la esencialidad de estos versos.
En cuanto al escepticismo
machadiano, José Luis Aranguren era de los primeros críticos
que nos alertaba a la dubitación divina del poeta como
«un fluctuar entre escepticismo e inconcreta creencia,
entre desesperanza y esperanza» (396). Sánchez-Barbudo
retoma las riendas del asunto desde un ángulo más
incisivo, afirmando que «Machado es de los fideístas
que, más propiamente, o con más claridad al menos,
podríamos llamar ateos» (146). No hay más que
captar las referencias divinas en los «Proverbios y cantares»
para apreciar que Dios es recreado como un personaje del mundo
onírico del hombre («Ayer soñé que veía
a Dios...» / «Anoche soñé que oía a
Dios...»), o más bien, como un mero objeto relegado
a los sueños («Soñé a Dios como una fragua...»).
A través del tamiz del sueño, en los poemas XXI, XXVIII
y XLVI, Dios impera en lo irreal, en lo fantasioso, como un
personaje imaginario sordo al grito del hombre; un personaje,
en definitiva, regido por las fronteras efímeras del soñar.
En este reino del sueño, Dios es falible y fracasado. Nada
puede hacer en el mundo terrenal, y se intuye, además,
que con el despertar del hombre —un despertar no sólo
físico sino también a lo elemental humano— desaparecerá
por completo.
En
el sueño del poema XXXIII, Dios se transforma en una fragua
«que ablanda el hierro» de las espadas fratricidas
del hombre (aludiendo aquí al ínfimo Caín). Se
hace patente que para afincarse a un saber sensible a la «preocupación
patriótica» es necesario deshacerse del Dios sanguinario.
Machado puntualiza, no sólo desde la unidad simbólica
interna, sino también en la obra más extensa, como
veremos, que para acaparar los motivos patrióticos de esa
«España que nace» —núcleo de su ideario—
es preciso donar al pueblo los medios filosóficos y espirituales
a través del saber como para cuestionar su sabiduría,
su fe, su religión y su ser en función de su porvenir.
Recordemos que son preocupaciones de esta índole que siguen
preocupando a Machado años más tarde vía el filósofo
apócrifo Juan de Mairena, que nos advierte de los peligros
de la «indigencia científica de nuestras Universidades»
y del «pragmatismo eclesiástico»:
Juan
de Mairena había pensado fundar en su tierra una
escuela Popular de Sabiduría... Tenemos un pueblo
maravillosamente dotado para la sabiduría, en el
mejor sentido de la palabra: un pueblo a quien no acaba
de entontecer la clase media, entontecida a su vez por
la indigencia científica de nuestras Universidades
y por el pragmatismo eclesiástico, enemigo siempre
de las altas actividades del espíritu... Mas yo quisiera
dejar en vuestras almas sembrado propósito de una
Escuela Popular de Sabiduría Superior. Y reparad
bien en que lo superior no sería la escuela, sino
la sabiduría que en ella se alcanzase (Machado, Juan
de Mairena 196-197). |
Así
pues, al acercarnos a los «Proverbios y cantares» es
necesario captar la dinámica entre el saber y el escepticismo
divino-religioso (y, por ende, la forma, el lenguaje y el entorno
popular en función de dicha dinámica) bajo un designio
meditado en el que Machado busca revelar los propósitos de
su ideario del porvenir español en su cantar. Nuevamente,
volvamos al prólogo de la edición de 1917 de Campos
de Castilla donde Machado nos dice:
Muchas
composiciones encontraréis ajenas a estos propósitos
que os declaro. A una preocupación patriótica
responden muchas de ellas... Algunas rimas revelan las muchas
horas de mi vida gastadas —alguien dirá: perdidas—
en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo (Machado,
Poesías completas 79). |
La
unidad simbólica interna
Al
orientarnos a la unidad simbólica interna encontramos que
los «Proverbios y cantares» son poemas embriónicos
[6] que Machado concibió con la suficiente unidad interna
como para querer publicarlos como un libro separado de Campos
de Castilla. En una carta fechada en mayo de 1913, casi un
año exacto después de la primera publicación de
Campos de Castilla, Machado le comenta a Jiménez que
«preparo tres libros que pueden responder a los títulos
siguientes: Hombres de España, Apuntes de paisaje, y
Canciones y proverbios» (Machado, Prosas dispersas
334) [7]. Los títulos Hombres de España y
Apuntes de paisaje se modifican y terminan como diferentes
secciones en la edición de Campos de Castilla incluida
en sus Poesías completas (1917) [8], y los poemas
previstos para el libro Canciones y proverbios se incluyen
bajo el rótulo «Proverbios y cantares». Lo significativo
aquí es que Machado claramente tenía un concepto de
unidad poética —de libro— para estos versos.
Los «Proverbios y cantares», por cuestiones de forma,
didactismo, y escepticismo religioso, se podían perfectamente
publicar en una colección separada. No podemos obviar este
punto al entrar en la sección, puesto que los poemas alcanzan
—y así parece decírnoslo Machado— un grado
de expresión más relevante considerados juntos.
Para
tratar la unidad interna miremos primero el tema religioso. En
El pensamiento religioso y filosófico de Antonio Machado
(1985), Armand F. Baker nos presenta uno de los pocos estudios
que trata conjuntamente el tema religioso y filosófico en
la obra poética machadiana. Para Baker, «no cabe duda
de que la metafísica de Antonio Machado se basa sobre una
concepción panteísta» (16) [9]. Baker propone que
Machado no era ni un escéptico ni un poeta desesperanzado,
sino un hombre que se sostenía en una fe incorruptible en
Dios: «La poesía no representa para Machado solamente
el deseo de crear arte... la creación poética representa
su manera de restablecer la totalidad de su ser, y de volver a
unirse con el Gran Todo que es Dios» (152). Aunque la desesperanza
que campea por Soledades, galerías y otros poemas
va abriéndose significativamente en la visión sociopolítica
de Campos de Castilla, si ampliamos nuestro radio poético
e incluimos además el ámbito socio-histórico en
el que se desenvolvía Machado, vemos que el poeta alberga
graves dudas en cuanto a Dios, y más importante todavía,
dudas en cuanto a su protagonismo en el porvenir del pueblo español.
Empecemos con el poema XX:
¡Teresa,
alma de fuego,
Juan de la Cruz, espíritu de llama,
por aquí hay mucho frío, padres, nuestros
corazoncitos de Jesús se apagan! |
Los
«padres» santa Teresa y san Juan de la Cruz, fundadores
de un misticismo del «fuego» y de la «llama»
espiritual, no son capaces de disipar, aun con su fe insuperable,
el frío interno del pueblo. En las oposiciones fuego-frío
y llama-frío, el símbolo bisémico de los «corazoncitos
de Jesús» [10] del último verso alcanza su plena
significación: entendidos como las diminutas flores, vemos
que dichos corazoncitos se apagan del frío en el «por
aquí» simbólico del tercer verso; entendidos como
los corazones espirituales de los hombres, nos alerta a la «llama»
y al «fuego» de una fe hueca, es decir, una fe que no
calienta o inspira.
Desde este punto de partida,
la presencia de Dios en la irrealidad de los sueños nos llega
en los poemas XXI, XXVIII, XLVI y XXXIII. En el poema XXI, nos
topamos con un Dios mudo y soñado:
Ayer
soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía...
Después soñé que soñaba. |
Ver
y hablar con Dios es un sueño. Que Dios oiga al hombre también
es un sueño. Más aun, soñar de Dios es un sueño.
Dios es una ilusión, un sueño inspirado en un sueño,
y por lo tanto, inalcanzable. Los verbos activos de ver, hablar,
y oír, se aniquilan ante el verbo soñar, y el insistente
uso del pretérito «soñé» y el imperfecto
de los verbos apoya el alejamiento de Dios del soñador.
La continua lucha del hombre
con Dios es el tema del poema XXVIII. De nuevo, aparece Dios en
el campo onírico:
Todo
hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios;
y despierto, con el mar. |
La
batalla descrita aquí es la lucha continua del hombre con
Dios. Acercarse a Dios, como adentrarse en la mar, es una pugna
sin tregua. Hay que dejar constancia que la propuesta de que hay
que «pelear» con Dios, con su fe, ya es harto reveladora.
En el poema XLVI, Dios reaparece
en los sueños evocando la cadena de verbos soñar-gritar
/ dormir-gritar:
Anoche
soñé que oía
a Dios, gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba: ¡Despierta! |
«¡Alerta!»
le grita Dios al hablante, pero luego se hunde en el sueño.
No sólo invade Dios el sueño sino que se duerme, aludiendo
así a su alejamiento del hombre incluso en los sueños.
Todo ello apunta a la ineficacia de Dios como el todopoderoso,
puesto que contradice su mandamiento al soñador y precisa
de él para despertar.
Lo contradictorio y fracasado
de Dios reaparece en el poema XXXIII. Esta vez, Dios se transforma
en «una fragua de fuego», y seguidamente en un forjador
y un bruñidor de espadas y aceros. Con adusta precisión,
Machado da cuerpo a un Dios soñado que acaba siendo una herramienta
de Imperio:
Soñé
a Dios como una fragua
de fuego, que ablanda el hierro,
como un forjador de espadas,
como un bruñidor de aceros,
que iba firmando en las hojas
de luz: Libertad. — Imperio. |
Como
fragua, Dios ablanda el hierro. Como forjador, le da cuerpo, y
como bruñidor, le da brillo. En las hojas de las espadas,
hojas labradas de su luz, lo que viene «firmado» (la
palabra de Dios) no es amor, caridad o misericordia, o sea, valores
de unión humana, sino una teología hermanada a crear
Imperio. En concordancia con las referencias a las espadas, los
aceros y las hojas, esta Libertad, con mayúscula, no hace
más que evocar destrucción y muerte. Como fragua (inactivo)
y como herrero (activo), Dios se hace cómplice a cada paso
de armar este Imperio de Caín en el que se sacrifican los
hombres.
La visión de un Imperio
fratricida es el tema del poema XXXIV, donde aparece Jesús:
Yo
amo a Jesús, que nos dijo:
Cielo y tierra pasarán.
Cuando cielo y tierra pasen
mi palabra quedará.
¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?
¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?
Todas tus palabras fueron
una palabra: Velad. |
Machado
hace referencia aquí al Evangelio según san Marcos.
En dicho Evangelio Jesús relata a sus discípulos las
señales del fin del mundo y les ordena velar:
Y
el hermano entregará a la muerte el hermano, y el
padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los
padres, y los matarán... Porque se levantará
nación contra nación, y reino contra reino...
Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo
será el tiempo. Es como el hombre que yéndose
lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos,
y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase.
Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá
el señor de la casa. Para que cuando venga de repente,
no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos
lo digo: Velad (San Marcos, 13.12-37). |
Jesús
relata a sus discípulos las señales que inauguran el
fin del mundo, siendo el fratricidio una de ellas. Es de notar
que Jesús manda a sus discípulos que miren, velen y
oren, pero al final, el único verbo que permanece es velar.
Ante tal expectativa, ¿cuál es la palabra de Jesús?
No propone aquí el amor, ni el perdón, ni la caridad
—de ahí los interrogantes del hablante—, es decir,
opciones de unión humana y de conciliación, sino sólo
velar, entendido aquí en términos de vigilia. Lo que
procura Jesús ante el Caín guerrero, y por ende, el
principio del fin de la humanidad, es algo tan inactivo como ineficaz.
Desde este marco, pues, Dios
y Jesús son contraproducentes al ideario patriótico-humanístico
machadiano. Ante la «preocupación patriótica»
se alza el fratricidio, y ante lo «elemental humano»
se alza un Dios onírico e inalcanzable. Es desde este punto
de mira que en el poema XXXII, Machado da un giro sustancial a
su sentir poético cimentando su ideario en una fe secular
nacida del hombre para el hombre:
¡Oh
fe del meditabundo!
¡Oh fe después del pensar!
Sólo si viene un corazón al mundo
rebosa el vaso humano y se hincha el mar. |
La
fe divina expuesta al meditabundo y al pensar (o sea, al saber)
se ve debilitada. Sólo con el florecer de un corazón
al mundo —la compasión, el sentimiento y la esperanza
en el círculo terrenal y no-onírico— rebosa la
humanidad con una fe humana lo suficientemente portentosa
como para «hinchar el mar». Son los hombres, nos asegura
Machado, en el mundo físico que tienen que sostener lo humano
desde lo humano. Sería fundar, a fin de cuentas, una religión
del espíritu del hombre y de la humanidad —de lo elemental
humano— en función de la «España que nace»,
punto este que nos coloca en el umbral de los poemas dedicados
al saber.
Al profundizar en el ideario
machadiano de los «Proverbios y cantares» después
de desgranar su postura religiosa, se desprende que Machado se
esfuerza por suplantar lo divino con lo humano. Nos topamos, pues,
con sabiduría, lecciones y admoniciones —propósitos
claves del proverbio y cantar— muy al estilo de las meditaciones
que se depositan en la Escuela Popular de Sabiduría descrita
por Juan de Mairena [11]. El tema del saber se manifiesta, por
ejemplo, en la esencia del saber popular, el conocerse, la unión
de los hermanos, el no juzgar, y la ignorancia, el gran obstáculo
de cualquier tentativa del saber. Desde este punto de partida,
Machado hace frente a la ignorancia en el poema L:
—Nuestro
español bosteza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
—El vacío es más bien en la cabeza. |
En
el poema VII, Machado sigue el mismo hilo temático añadiendo
una lección de las apariencias:
Yo
he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos...
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón. |
Regido
a una matriz de claras oposiciones (garras fieras-pulidas manos,
grajos mélicos-líricos marranos, truhán-corazón,
bruto espeso-razón), este poema reseña múltiples
facetas de la ignorancia velada.
En muchos casos, las lecciones
y admoniciones en torno a la ignorancia se someten a nuevas contemplaciones
desde los confines de Dios, Jesús y la religión. Miremos
por ejemplo el poema LI, que abarca la ignorancia mientras retoma
lo retrógrado de lo divino en el pensar machadiano:
Luz
del alma, luz divina,
faro, antorcha, estrella, sol...
Un hombre a tientas camina;
lleva a la espalda un farol. |
La
luz divina hace al hombre ignorante, siendo que lleva un farol
a la espalda iluminando lo que viene detrás mientras sigue
el camino de la vida a tientas. La luz divina no ilumina el camino,
tema éste también del poema XII:
¡Ojos
que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver! |
Los
ojos que se abren a la luz divina, a la fe religiosa y a Dios,
se mantienen en una búsqueda inconcreta fijada en los cielos.
Es así que al «tornar a la tierra» se hartan de
mirarla «sin ver» los problemas que padece.
En los poemas XXXVII y XXXVIII
nos topamos con una lección fundamental de conciliación
que responde a la «preocupación patriótica»
de Machado:
¿Dices
que nada se crea?
No te importe, con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano.
¿Dices que nada se crea?
Alfarero, a tus cacharros.
Haz tu copa y no te importe
si no puedes hacer barro. |
El
interrogante del primer verso de cada poema establece el temple
de los versos que siguen, o sea, los versos que se contraponen
como respuesta. Los verbos crear y hacer anclan dicha respuesta
en una acción productiva, siendo el «tú» anónimo
y universal en el poema XXXVII el recipiente de la sentencia del
poeta, que para el poema XXXVIII se ha transformado en un humilde
alfarero [12]. La importancia de dar de beber al hermano se extiende,
se repite y se modifica en el siguiente poema. Ahora, el hecho
de que al alfarero no le tiene que preocupar «hacer barro»
se plantea ante la falta de su copa. Es decir, el poeta se enfrenta
con el alfarero («Alfarero, a tus cacharros...») y le
urge mantenerse fiel al proceso de crear su copa, en este caso,
un símbolo que hará posible la unión con el hermano
aludido en el poema anterior. La copa se convierte así en
solidaridad, unión, y el recipiente creador del hombre que
destruirá el ciclo de Caín.
El poema XIV supone otra depuración
sumamente positiva que también corresponde directamente al
ideario machadiano, y con el tema de la unión de los hermanos,
es una de las lecciones centrales de los «Proverbios y cantares»:
Virtud
es la alegría que alivia el corazón
más grave y desarruga el ceño de Catón.
El bueno es el que guarda, cual venta del camino,
para el sediento el agua, para el borracho el vino. |
Los
últimos versos son claves, ya que el «bueno», el
virtuoso, aguarda en el camino de la vida y no juzga al caminante:
para el sediento le da agua, y para el borracho le da vino.
Con los temas centrales de
Dios, el saber, Caín y el camino/caminante sobre el tapete,
Machado propone una fe secular nacida del hombre para el hombre
(lo elemental humano); y ante la ignorancia que amenaza hundir
la «España que nace», propone, ante todo, el saber,
seguido de la conciliación y el no juzgar al prójimo
(la preocupación patriótica).
La
unidad con la obra mayor
En
la edición de Campos de Castilla de 1912 los «Proverbios
y cantares» consistían en nada menos que 28 poemas,
habiendo visto los primeros veinte su publicación en La
Lectura de 1909 [13]. Aparecían «además los
que llevarían la numeración XXI al XXVI y LI y LII en
la edición de Poesías completas de 1917»
(García Wiedemann 7). Como nos explica García Wiedemann,
los «Proverbios y cantares» que conocemos hoy día
en Campos de Castilla nos llegan notablemente alterados
de la versión de 1912:
A
los veintiocho «Proverbios y cantares» aludidos
añadiría [Machado] también otros nuevos,
entre ellos los publicados en 1913 en La Lectura,
bajo el título «Cantares, proverbios, sátiras
y epigramas»; así como, igualmente, los también
publicados en La Lectura en 1916, con el título
«Apuntes, parábolas, proverbios y cantares»;
y los «Proverbios y cantares» publicados en
Lucidarium en 1917 (8). |
Los
103 poemas incluidos en la sección «Proverbios y cantares»
de Nuevas canciones también pasan por considerables
alteraciones, añadiduras y publicaciones [14]. Lo importante
a destacar aquí es la metódica preocupación por
parte de Machado de retomar el flujo gnómico de sus «Proverbios
y cantares» a lo largo de su periplo artístico, es decir,
mantener los «Proverbios y cantares» como un apartado
siempre abierto a una gama de meditaciones patrióticas y
espirituales.
Al acercarnos al ámbito
socio-histórico de Machado, es ya lugar común pensar
en él como uno de los máximos exponentes de la generación
del 98. Indudablemente, Machado recupera el sentido dinámico
de la historia en su patriotismo liberal como una aguda meditación
sobre la arcaica España de principios del siglo XX. Una España
esbozada sin tapujos en el poema «A orillas del Duero»:
¡Oh,
tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roqueadas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones... (36-39) |
Lejos
de los líricos brochazos de un Azorín [15], la España
de Machado, aquella «que pasó y no ha sido» —evocada
desde las sombras de la fracasada revolución burguesa de
1868 y las pérdidas coloniales de ultramar en 1898—
va madurando desde el subjetivismo de Soledades, galerías
y otros poemas para resolverse en una visión más
objetiva en Campos de Castilla. La angustia de un país
enfermo, traducida en los páramos muertos, las campiñas
desoladas y los hombres rudos de los poemas «A orillas del
Duero», «Por tierras de España», «El
hospicio», «Las encinas» y «Noche de verano»,
entre otros, se proyecta en una «malherida España»,
«la España que bosteza», «la España inferior»
y «la España que se muere», que lleva a cuestas
unas tradiciones atróficas que la mantienen en la oligarquía,
la ignorancia, la superstición, la pobreza y el desconsuelo
general. El liberalismo español —cruzada que remonta
al jacobinismo de finales del siglo XVIII y en el que se nutre
Machado vía el liberalismo de su familia y el krausismo educativo—
se ha visto repetidamente derrotado a lo largo del siglo XIX.
El turno político canovista, cuyo impulso se extiende a principios
del siglo XX y se conoce mejor como la «farsa canovista»,
se industria en sólo preservar las iniquidades. La España
sufrida, predominantemente agraria, sin reformar y atrasada hasta
el punto que, como señala Raymond Carr, «by 1930...
a Roman would still have felt at home on an Andalusian estate»
(1), queda contemplada en una «Castilla miserable, ayer dominadora,
/ envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora» (43-44).
Una España, en fin, vislumbrando su glorioso pasado desde
la ignorancia —e inconsecuencia— del presente. Y es
esta ignorancia, fomentada por la religión institucionalizada
(aquí nos topamos, por ejemplo, con el «sufrir y callar»)
y la asentada oligarquía y sus muchos don Guidos, que mina
el verdadero desarrollo del país.
Aunque dejo aquí muy
someramente resumido el ambiente socio-histórico en el que
se desenvolvía Machado, su cosmovisión de España
en esta época apuntaba a la ignorancia que empobrecía
el país [16]. Podemos concretar que el punto de enlace entre
los «Proverbios y cantares» y Campos de Castilla
es el saber. El saber en su concepción de desenmascarar
la superchería social y divina que fomentaba la ignorancia
española, su fanatismo supersticioso, sus arcaicos mitos
e irrealidades, y la esterilidad de una Restauración en bancarrota
en la que padecían Machado y sus coetáneos liberales.
Los «Proverbios y cantares» se acercaban al pueblo con
una estética poética —posiblemente la única
dentro de los parámetros del poemario— que le sería
accesible tanto como reconocible. Es así que la sabiduría
que encierran de cuestionarse el porvenir de uno, de preguntarse
el dónde y el cómo del conocimiento, y de buscar la
manera de conciliarse con el hermano para la nueva España,
cobra un sentir tanto más evocador, necesario y urgente.
Así pues, esta sección, como recipiente de la gama de
meditaciones del poeta, forma parte íntegra de Campos
de Castilla.
El poema «El Dios ibero»
reitera el escepticismo machadiano y la necesidad de fundar una
religión del espíritu humano visto en los «Proverbios
y cantares». El poema gravita primero en los insultos de
un campesino a Dios:
...
y un «gloria a ti» para el Señor que grana
centenos y trigales... (6-7)
«Señor de la ruina,
adoro porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
hacia la tierra un corazón blasfemo» (9-12) |
El
campesino revela su asimilada doctrina religiosa en su adoración
y glorificación del Todopoderoso. No obstante, su experiencia
como campesino le revela un Dios caprichoso:
¡Oh
dueño de fortuna y pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza! (27-30) |
En
la segunda parte del poema se impone una voz amonestadora que
advierte al campesino de su excesiva dependencia en culpar a Dios
por las desgracias que sufre. Es de notar que Machado hace alusión
aquí al Dios de la fragua y de la espada. Como si de la suerte
se tratara, Dios regala o priva fortuna al hombre:
Este
que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó camino en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.
¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra,
más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte? (39-46) |
La
voz amonestadora orienta al hablante a una autorreflexión
en el que este Dios caprichoso —Dios de la Iglesia y la
doctrina que le instruye a sufrir sin rechistar y a encargar su
porvenir a la incertidumbre del los cielos— sea desenmascarado.
La voz amonestadora inaugura un Dios tallado por la «recia
mano» del hombre que se revele a través de su trabajo
y su comprensión humana. El último interrogante no puede
ser más evocador: el Dios tallado por el hombre no habitará
el mundo de los sueños, sino el mundo terrenal del trabajador:
¿Quién
ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda
al hombre ibero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda. (63-67) |
La
visión poética que nos brinda Machado en este poema
reúne su actitud escéptica ante Dios y la Iglesia. El
campesino que insulta, la voz amonestadora, y el Dios tallado
por las manos del hombre, evidencian la esperanza depositada por
Machado en el campesinado español como la regeneración
del país. Dios se plasma precisamente en el centro de estas
meditaciones porque la regeneración se basa, en palabras
de Michael Predmore, «en un esfuerzo por purgar el alma...
del culto supersticioso a una deidad invisible» (163). La
fe secular del hombre hará este porvenir posible. En el poema
«Desde mi rincón», Machado se hace eco de este
Dios del porvenir:
creo
en la libertad y en la esperanza,
y en una fe que nace
cuando se busca a Dios y no se le alcanza,
y en el Dios que se lleva y que se hace. (73-76) |
El
tema de Caín y la unión de los hermanos aparece en el
poema «Por tierras de España». En un poema en el
que abunda «el hombre malo del campo y de la aldea, / capaz
de insanos vicios y crímenes bestiales... / los ojos siempre
turbios de envidia o tristeza» (17-20), Caín es evocado
como una sombra errante, fiel recordatorio de la envidia fratricida:
«...son tierras para el águila, un trozo de planeta
/ por donde cruza errante la sombra de Caín» (31-32).
Caín es presentado al principio del poemario, siendo éste
el tercer poema de la colección después de «A orillas
del Duero». El espectro de Caín, en simetría con
la destrucción, la ignorancia y el odio con el que se asocia
en la obra, nos seguirá a lo largo del poemario en los «rostros
pálidos, atónitos y enfermos» del poema «El
hospicio», la «agria melancolía» de la «Castilla
de la muerte» de «Orillas del Duero», el «alma
errante» en el poema «Un loco», y en el dramatismo
trágico de los hijos de Alvargonzález. Para el poema
«El mañana efímero», sin embargo, Machado
vislumbra un tipo de conciliación. Dicha conciliación
se centra en la unión de la España campesina con la
intelectual, o sea, la «España del cincel y de la maza»
con la «España de la rabia y de la idea»:
Mas
otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea. (35-42) |
Como
señala Rafael Alberti, «a Antonio Machado... no se le
escapaba que España era, de toda Europa, el país destinado
para una revolución profunda» (69). En este contexto
revolucionario y desde la óptica de la guerra civil que vendría
después, la unión del campesinado y los intelectuales
cobra una significación mayor. La nueva España se construirá
sobre las bases de esta nueva clase social. En una carta a Juan
Ramón Jiménez en 1913 Machado admite: «creo que
la conquista del porvenir sólo puede conseguirse por una
suma de calidades... Si no formamos una sola corriente vital e
impetuosa, la inercia española triunfara...» (Machado,
Prosas dispersas 326). Planteado así, el tema de Caín,
la unión de los hermanos y la fe secular elaborado en los
«Proverbios y cantares» resuena en Campos de Castilla
con una dimensión social mucho más amplia y nutrida.
Los temas de la ignorancia
y el saber se mantienen como el ancla filosófica de Campos
de Castilla. Por formación (el krausismo) y profesión
(catedrático), Machado entendía el valor de la enseñanza
en formar la juventud española y en combatir los males del
pueblo. Al poco tiempo de radicarse en Soria como profesor, nos
dice el poeta que «somos hijos de una tierra pobre e ignorante,
de una tierra donde todo está por hacer. He aquí lo
que sabemos» (Machado, Prosas dispersas 225). Al tornar
la vista a Baeza, nos comenta que «esta tierra es casi analfabeta...
inquietudes espirituales, no existen; afán de cultura tampoco»
(Machado, Prosas dispersas 319-320). Una de las pocas veces
que Machado se dirigió públicamente a los niños,
es decir, al futuro de esa nueva España de su ideario, lo
que resaltó con más ánimo y urgencia fue el saber.
Vale señalar que las lecciones y admoniciones que propone
aquí Machado son aquellas de los «Proverbios y cantares»:
Vuestro
mañana acaso sea un retorno a un pasado muerto
y corrompido. Para que vosotros representéis la aurora
de un día claro y fecundo, preciso es que os aprestéis
por el trabajo y la cultura... En vuestros combates no
empleéis sino las armas de la ciencia que son las
más fuertes, las armas de la cultura que son las
armas del amor... No aceptéis la cultura postiza
que no pueda pasar por el tamiz de vuestra inteligencia...
Que vuestros sesos os sirvan para el uso a que están
destinados... Aprended a distinguir los valores falsos
de los verdaderos... Amad a los buenos y a los sabios
que son los poderosos de la tierra... (Machado, Prosas
dispersas 243-244). |
Conclusión
Los
«Proverbios y cantares» son poemas sentenciosos, didácticos
y de honda tradición popular —y familiar— en
los que Machado condensa su escepticismo divino-religioso como
punto de apoyo para su ideario del porvenir español. Empezando
con el escepticismo, seguido por la ignorancia, el fratricidio,
la reconciliación y luego la fe secular, Machado nos plantea
la necesidad de un saber comprometido con el trabajo, la
comprensión humana, el amor al prójimo y una nueva España.
En estos poemas, pues, tenemos no sólo las coordenadas del
periplo poético de su obra mayor de Campos de Castilla,
sino también el núcleo mismo de su filosofía sociopolítica.
Resulta ahora tarea fácil
concebir los «Proverbios y cantares» muy al margen de
la ambigüedad de Tuñón de Lara o el motivo de las
variaciones, aproximaciones y repeticiones de Gutiérrez-Girardot.
Más regias resultan las observaciones de Jiménez y Unamuno
de la introducción, que a mi juicio, vislumbraron el genio
machadiano en los «Proverbios y cantares» en todas sus
concordancias. Unamuno en especial reconoció el «condensar»
y «concretar» de la sabiduría poética de Machado
en estos versos, viendo que reunían —en poco espacio
lírico— una amplísima y coherente gama de meditaciones
que preocupaban al poeta.
Los «Proverbios y cantares»
suponen «cantares de pensador» (Salinas 11). Pero un
pensador renovado, visionario, e incluso optimista, que dejó
en su canto popular un didactismo de futuro para su pueblo. Quienes
a pesar de todo, sigan hablando de los «Proverbios y cantares»
como poemas cuya «ordenación no parece obedecer a un
hilo consecuente», como poemas «ambiguos», «poemillas»
o meras «variaciones, aproximaciones y repeticiones»
de un poeta con tendencia a resumir, no parecen haber entendido
el diálogo de Machado con su pueblo.
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Madrid, Gredos, 1955.
Notas
[1]
Para la influencia de Unamuno en Machado véase el estudio
de Aurora de Albornoz, La presencia de Miguel de Unamuno
en Antonio Machado (1967).
[2] Veáse por ejemplo Ramón de Zubiría, La
poesía de Antonio Machado (1955), Tuñón de
Lara, Antonio Machado, poeta del pueblo (1967), Ricardo
Gullón, Una poética para Antonio Machado (1970),
Santiago Montserrat, Poesía y pensamiento de Antonio
Machado (1971), J. M. Aguirre, Antonio Machado, poeta
simbolista (1973), Antonio Domínguez Rey, Antonio
Machado (1979), Michael Predmore, Una España joven
en la poesía de Antonio Machado (1981), y Rafael Gutiérrez-Girardot,
Machado: reflexión y poesía (1989).
[3] Los «Proverbios y cantares» cuentan con 53 poemas
en la edición de 1917 de Campos de Castilla. En
la edición de 1912, esta sección sólo reunía
28 poemas.
[4] Véase Romancero general. Colección de romances
castellanos anteriores al siglo XVIII, recogidos, ordenados,
clasificados y anotados por Agustín Durán (1849).
También es de interés lo que nos dice Machado del
rol del romancero de su tío en su formación: «yo
aprendí a leer en el Romancero general que compiló
mi buen tío don Agustín Durán» (Machado,
Poesías completas 79).
[5] Algunas de las obras más notables de Antonio Machado
y Álvarez incluyen Colección de enigmas y adivinanzas
en forma de diccionario (1880) y Folklore español.
Biblioteca de las tradiciones populares españoles (1883).
[6] Nos dice Machado en una carta a Juan Ramón Jiménez
que «publiqué un libro de versos Soledades
en 1903, refundido más tarde en 1907 Soledades, Galerías,
otros poemas... otro libro Campos de Castilla en
1912. Los versos que van insertos en los primeros libros están
en su gran mayoría escritos en época muy anterior
a su publicación» (Machado, Prosas dispersas
334). Recordemos que la primera publicación de Campos
de Castilla contenía tan sólo 28 poemas en la
sección «Proverbios y cantares».
[7] Los «Proverbios y cantares» también se rigen,
en diferentes arreglos y publicaciones, bajo los rótulos
«Cantares y proverbios» y «Canciones y proverbios».
[8] Hombres de España se transforma en el título
«Elogios», Canciones y proverbios se convierte
en «Proverbios y cantares», y Apuntes de paisaje
desaparece como título, pero los poemas, claro está,
se incluyen en la edición.
[9] Nos dice Baker que «a diferencia de la metafísica
dualista del deísmo convencional cuyo Dios crea el universo
ex nihilo y luego lo gobierna desde fuera, el panteísmo
cree en un Dios inmanente. El universo entero es parte de Dios
y, por eso, la esencia divina está en todas las cosas.
Dios y la criatura no se diferencian en su esencia; los dos
son divinos. La criatura subsiste en Dios y Dios, de un modo
maravilloso, es manifestado en la criatura» (17).
[10] Nos dice Geoffrey Ribans que «corazoncitos de Jesús»
es «una predilecta expresión despectiva» de Machado
ante la «actual situación espiritual en España»
(82).
[11] Algunos ejemplos que nos brinda Juan de Mairena en su Escuela
Popular de Sabiduría: «Porque la finalidad de nuestra
escuela... consistiría en revelar al pueblo, quiero decir
al hombre de nuestra tierra, todo el radio de su posible actividad
pensante, toda la enorme zona de su espíritu que puede
ser iluminada y, consiguientemente, obscurecida; en enseñarle
a reprensar lo pensado, a desaber lo sabido y a dudar de su
propia duda, que es el único modo de empezar a creer en
algo» (Machado, Juan de Mairena 198-199).
[12] En varios lugares de la Biblia, el trabajo del alfarero
expresa el dominio absoluto de Dios en moldear el destino del
hombre. En el contexto de «Proverbios y cantares»,
la voluntad del hombre de ser dueño absoluto de sí
mismo y de su propia voluntad me parece una comparación
relevante.
[13] Véase La Lectura, 98, 1909, pp. 167-169; y
también La Lectura, 101, 1909, pp. 51-54.
[14] Nos dice García Wiedemann que «de los 103 poemas
que constituían la sección “Proverbios y cantares”
de Nuevas canciones (1924), había veintiún
poemas que se habían publicado con el mismo título
en Revista de Occidente en 1923. Se excluyen, pues, cinco
de éstos, los que llevan la numeración XII, XIII,
XXIV y XXVI, y se incluyen once de los catorce que habían
sido publicados en España en 1923. Quedan fuera
de esta última serie los que aparecían en la mencionada
revista la numeración I, X y XIII que se suprimen; también
encontramos trece de los quince poemas publicados en España
(1927), no pasan a Nuevas canciones los que llevan los
números XIV y XV. Por último se suprimen, al pasar
a Poesías completas (1928), los que llevaban la
numeración XLIV, LVII, LXXXV y LXXXVI» (8).
[15] Véase por ejemplo su libro titulado Castilla
(1912). En dicha obra, Azorín recrea el pasado de España
de una forma idílica, indagando poco o nada en los problemas
que sufría a lo largo de su turbulenta historia. Nos dice
que ante el progreso, «siempre habrá un hombre [en
el balcón] con la cabeza, meditadora y triste, reclinada
en la mano», añorando el pasado (69). En el poema
«Desde mi rincón», Machado responde a esta visión
del hombre del pasado, declarando que «creo en la libertad
y en la esperanza, / y una fe que nace / cuando se busca a Dios
y no se le alcanza, / y en el Dios que se lleva y que se hace»
(257).
[16] Para un trasfondo socio-histórico más elaborado
en el contexto de Machado véase el estudio de Michael P.
Predmore, Una España joven en la poesía de Machado
(1981).
Fecha
de publicación: julio 2004
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com
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