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Los «Proverbios y cantares» de Antonio Machado

 

Nicolás Fernández-Medina

 

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En una carta dirigida a Antonio Machado poco después de la publicación de Campos de Castilla (1912), Juan Ramón Jiménez —entrañable amigo del poeta en estos años— le comenta que «tal vez sean los Proverbios y cantares lo que más me gusta de tu admirable libro último» (Machado, Prosas dispersas 328). En un resumen periodístico, Miguel de Unamuno [1] elogia los mismos poemas resaltando que «en estos proverbios y cantares de Antonio Machado se condensa y concreta su amarga sabiduría poética» (García Blanco 290). Ante alabanzas de esta índole, ¿cómo es que aún hoy, al repasar la fértil y voluminosa crítica en torno a Machado [2], advertimos que la sección «Proverbios y cantares» de Campos de Castilla yace tan ignorada? Salvo el «Estudio preliminar» de Emilio J. García Wiedemann en Concordancias y frecuencias en el léxico poético de los «Proverbios y cantares» de Antonio Machado (1994), el apartado titulado «La tendencia gnómica: proverbios, cantares, parábolas» en la «Introducción» a Campos de Castilla (1989) de Geoffrey Ribbans, y las valiosas páginas que dedica Gonzalo Sobejano a los «Proverbios y cantares» en su artículo «La verdad en la poesía de Antonio Machado: de la rima al proverbio» (1976), no se encuentra en las profundidades de la crítica más que breves resúmenes de esta sección. Acaso sea, como sugiere de paso Tuñón de Lara, que sus cincuenta y tres poemas [3] estén imbuidos en la «ambivalencia del pensamiento» machadiano, es decir, «que la exégesis de [los] poemas puedan tener un número casi ilimitado de facetas» (111). O bien puede ser, como afirma Gutiérrez-Girardot, que los «Proverbios y cantares» no se destacan sino «como variaciones, aproximaciones, repeticiones y, a grandes rasgos, como uno más entre los múltiples resúmenes de la poesía de Machado» (Poesía y prosa 46).

Lejos de ser una sección abocada a la ambigüedad o concebida como un resumen «más entre los múltiples resúmenes», adentrarse en los «Proverbios y cantares» supone revelar las preocupaciones fundacionales de Campos de Castilla. Se recordará que Machado se sintió atraído por los proverbios y cantares desde que aprendió a leer con el Romancero general (1849) de su tío Agustín Durán (1789?-1862) [4] y desde que asumió la labor artística de su padre Antonio Machado y Álvarez (1846-1893) [5], ilustre folklorista y recopilador de cantares. Su afán por lo sentencioso y popular fue un legado familiar, por así decirlo, tanto como su necesidad de comunicarse sin trabas con el pueblo, que le vino con gran ánimo al despertarse a las realidades del campesinado español durante sus años como humilde profesor en Soria (1907-1912) y luego Baeza (1912-1919). Todo ello deja su impronta en los proverbios, cantares, coplas y demás poemas populares que compuso Machado desde la temprana época de Soledades, galerías y otros poemas (1899-1907), pasando por las ediciones de 1912 y 1917 de Campos de Castilla, las Nuevas canciones (1917-1930), hasta incluso las sentencias, donaires, apuntes y recuerdos del apócrifo Juan de Mairena de 1936. La insistencia de lo popular en la obra machadiana a lo largo de estos años dejó muestra de la maduración del poeta con su pueblo. Más bien, como apartado sensible al proceso evolutivo e intelectual de Machado desde Soledades hasta la aparición de Juan de Mairena años después, los «Proverbios y cantares» contienen el núcleo de su ideario del porvenir español; un ideario concebido en el prólogo de la edición de 1917 de Campos de Castilla como «una preocupación patriótica» arraigada a lo «elemental humano» (Machado, Poesías completas 78-79). Es, a fin de cuentas, un ideario fundado en salvaguardar la «España que nace» mediante la conciliación entre los hombres y una fe secular atrincherada en el potencial humano y no divino. Es desde este punto de partida, a mi juicio, que podemos demostrar que los «Proverbios y cantares» forman parte íntegra de Campos de Castilla, y por lo tanto, de gran valor crítico. Para este fin, hay que tratar tres puntos fundamentales: 1) el saber y el escepticismo religioso de la sección; 2) su unidad simbólica interna, es decir, la interdependencia de los poemas en un sistema de significación autorreferente e interno; y 3) su unidad con la obra mayor, o la aproximación crítico-poética de ubicar los «Proverbios y cantares» dentro de Campos de Castilla.

 

El saber y el escepticismo religioso

Para empezar con este tema vale repasar someramente el estudio de Gonzalo Sobejano. En su artículo ya mencionado, Sobejano resume la temática del los «Proverbios y cantares» de la siguiente manera: «Por orden de mayor a menor reiteración: saber y no saber; el hombre malo; ilusiones y desilusiones; la muerte; el caminar es lo que importa; el bueno; Dios; la caridad; España» (56). Aunque Sobejano esboza astutamente estos temas, es posible unirlos bajo un único impulso. Se trata de reinsertar el auge didáctico del saber al proverbio y cantar popular como punto de entrada para allegar un ideario «humano» al pueblo. En el prólogo a la segunda edición de 1917 de Campos de Castilla, Machado mismo nos descubre este propósito: «...pero mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano...» (Machado, Poesías completas 79). Este auge didáctico-filosófico de los «Proverbios y cantares» se resuelve en el tema perenne del saber, como bien señaló Sobejano. Visto desde la óptica del pueblo ignorante y sufrido de Campos de Castilla, este tema empieza a resonar con mayor relevancia dentro de los confines del poemario. Si a la vez consideramos el trasfondo escéptico en torno a lo divino, fundado en su mayor parte, como veremos, en la ineficacia y caprichosa indiferencia del Todopoderoso en amparar al pueblo de su desgarrada miseria e ignorancia, comenzamos a denudar la esencialidad de estos versos.

En cuanto al escepticismo machadiano, José Luis Aranguren era de los primeros críticos que nos alertaba a la dubitación divina del poeta como «un fluctuar entre escepticismo e inconcreta creencia, entre desesperanza y esperanza» (396). Sánchez-Barbudo retoma las riendas del asunto desde un ángulo más incisivo, afirmando que «Machado es de los fideístas que, más propiamente, o con más claridad al menos, podríamos llamar ateos» (146). No hay más que captar las referencias divinas en los «Proverbios y cantares» para apreciar que Dios es recreado como un personaje del mundo onírico del hombre («Ayer soñé que veía a Dios...» / «Anoche soñé que oía a Dios...»), o más bien, como un mero objeto relegado a los sueños («Soñé a Dios como una fragua...»). A través del tamiz del sueño, en los poemas XXI, XXVIII y XLVI, Dios impera en lo irreal, en lo fantasioso, como un personaje imaginario sordo al grito del hombre; un personaje, en definitiva, regido por las fronteras efímeras del soñar. En este reino del sueño, Dios es falible y fracasado. Nada puede hacer en el mundo terrenal, y se intuye, además, que con el despertar del hombre —un despertar no sólo físico sino también a lo elemental humano— desaparecerá por completo.

En el sueño del poema XXXIII, Dios se transforma en una fragua «que ablanda el hierro» de las espadas fratricidas del hombre (aludiendo aquí al ínfimo Caín). Se hace patente que para afincarse a un saber sensible a la «preocupación patriótica» es necesario deshacerse del Dios sanguinario. Machado puntualiza, no sólo desde la unidad simbólica interna, sino también en la obra más extensa, como veremos, que para acaparar los motivos patrióticos de esa «España que nace» —núcleo de su ideario— es preciso donar al pueblo los medios filosóficos y espirituales a través del saber como para cuestionar su sabiduría, su fe, su religión y su ser en función de su porvenir. Recordemos que son preocupaciones de esta índole que siguen preocupando a Machado años más tarde vía el filósofo apócrifo Juan de Mairena, que nos advierte de los peligros de la «indigencia científica de nuestras Universidades» y del «pragmatismo eclesiástico»:

Juan de Mairena había pensado fundar en su tierra una escuela Popular de Sabiduría... Tenemos un pueblo maravillosamente dotado para la sabiduría, en el mejor sentido de la palabra: un pueblo a quien no acaba de entontecer la clase media, entontecida a su vez por la indigencia científica de nuestras Universidades y por el pragmatismo eclesiástico, enemigo siempre de las altas actividades del espíritu... Mas yo quisiera dejar en vuestras almas sembrado propósito de una Escuela Popular de Sabiduría Superior. Y reparad bien en que lo superior no sería la escuela, sino la sabiduría que en ella se alcanzase (Machado, Juan de Mairena 196-197).

Así pues, al acercarnos a los «Proverbios y cantares» es necesario captar la dinámica entre el saber y el escepticismo divino-religioso (y, por ende, la forma, el lenguaje y el entorno popular en función de dicha dinámica) bajo un designio meditado en el que Machado busca revelar los propósitos de su ideario del porvenir español en su cantar. Nuevamente, volvamos al prólogo de la edición de 1917 de Campos de Castilla donde Machado nos dice:

Muchas composiciones encontraréis ajenas a estos propósitos que os declaro. A una preocupación patriótica responden muchas de ellas... Algunas rimas revelan las muchas horas de mi vida gastadas —alguien dirá: perdidas— en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo (Machado, Poesías completas 79).
 

La unidad simbólica interna

Al orientarnos a la unidad simbólica interna encontramos que los «Proverbios y cantares» son poemas embriónicos [6] que Machado concibió con la suficiente unidad interna como para querer publicarlos como un libro separado de Campos de Castilla. En una carta fechada en mayo de 1913, casi un año exacto después de la primera publicación de Campos de Castilla, Machado le comenta a Jiménez que «preparo tres libros que pueden responder a los títulos siguientes: Hombres de España, Apuntes de paisaje, y Canciones y proverbios» (Machado, Prosas dispersas 334) [7]. Los títulos Hombres de España y Apuntes de paisaje se modifican y terminan como diferentes secciones en la edición de Campos de Castilla incluida en sus Poesías completas (1917) [8], y los poemas previstos para el libro Canciones y proverbios se incluyen bajo el rótulo «Proverbios y cantares». Lo significativo aquí es que Machado claramente tenía un concepto de unidad poética —de libro— para estos versos. Los «Proverbios y cantares», por cuestiones de forma, didactismo, y escepticismo religioso, se podían perfectamente publicar en una colección separada. No podemos obviar este punto al entrar en la sección, puesto que los poemas alcanzan —y así parece decírnoslo Machado— un grado de expresión más relevante considerados juntos.

Para tratar la unidad interna miremos primero el tema religioso. En El pensamiento religioso y filosófico de Antonio Machado (1985), Armand F. Baker nos presenta uno de los pocos estudios que trata conjuntamente el tema religioso y filosófico en la obra poética machadiana. Para Baker, «no cabe duda de que la metafísica de Antonio Machado se basa sobre una concepción panteísta» (16) [9]. Baker propone que Machado no era ni un escéptico ni un poeta desesperanzado, sino un hombre que se sostenía en una fe incorruptible en Dios: «La poesía no representa para Machado solamente el deseo de crear arte... la creación poética representa su manera de restablecer la totalidad de su ser, y de volver a unirse con el Gran Todo que es Dios» (152). Aunque la desesperanza que campea por Soledades, galerías y otros poemas va abriéndose significativamente en la visión sociopolítica de Campos de Castilla, si ampliamos nuestro radio poético e incluimos además el ámbito socio-histórico en el que se desenvolvía Machado, vemos que el poeta alberga graves dudas en cuanto a Dios, y más importante todavía, dudas en cuanto a su protagonismo en el porvenir del pueblo español. Empecemos con el poema XX:

¡Teresa, alma de fuego,
Juan de la Cruz, espíritu de llama,
por aquí hay mucho frío, padres, nuestros
corazoncitos de Jesús se apagan!

Los «padres» santa Teresa y san Juan de la Cruz, fundadores de un misticismo del «fuego» y de la «llama» espiritual, no son capaces de disipar, aun con su fe insuperable, el frío interno del pueblo. En las oposiciones fuego-frío y llama-frío, el símbolo bisémico de los «corazoncitos de Jesús» [10] del último verso alcanza su plena significación: entendidos como las diminutas flores, vemos que dichos corazoncitos se apagan del frío en el «por aquí» simbólico del tercer verso; entendidos como los corazones espirituales de los hombres, nos alerta a la «llama» y al «fuego» de una fe hueca, es decir, una fe que no calienta o inspira.

Desde este punto de partida, la presencia de Dios en la irrealidad de los sueños nos llega en los poemas XXI, XXVIII, XLVI y XXXIII. En el poema XXI, nos topamos con un Dios mudo y soñado:

Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía...
Después soñé que soñaba.

Ver y hablar con Dios es un sueño. Que Dios oiga al hombre también es un sueño. Más aun, soñar de Dios es un sueño. Dios es una ilusión, un sueño inspirado en un sueño, y por lo tanto, inalcanzable. Los verbos activos de ver, hablar, y oír, se aniquilan ante el verbo soñar, y el insistente uso del pretérito «soñé» y el imperfecto de los verbos apoya el alejamiento de Dios del soñador.

La continua lucha del hombre con Dios es el tema del poema XXVIII. De nuevo, aparece Dios en el campo onírico:

Todo hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios;
y despierto, con el mar.

La batalla descrita aquí es la lucha continua del hombre con Dios. Acercarse a Dios, como adentrarse en la mar, es una pugna sin tregua. Hay que dejar constancia que la propuesta de que hay que «pelear» con Dios, con su fe, ya es harto reveladora.

En el poema XLVI, Dios reaparece en los sueños evocando la cadena de verbos soñar-gritar / dormir-gritar:

Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba: ¡Despierta!

«¡Alerta!» le grita Dios al hablante, pero luego se hunde en el sueño. No sólo invade Dios el sueño sino que se duerme, aludiendo así a su alejamiento del hombre incluso en los sueños. Todo ello apunta a la ineficacia de Dios como el todopoderoso, puesto que contradice su mandamiento al soñador y precisa de él para despertar.

Lo contradictorio y fracasado de Dios reaparece en el poema XXXIII. Esta vez, Dios se transforma en «una fragua de fuego», y seguidamente en un forjador y un bruñidor de espadas y aceros. Con adusta precisión, Machado da cuerpo a un Dios soñado que acaba siendo una herramienta de Imperio:

Soñé a Dios como una fragua
de fuego, que ablanda el hierro,
como un forjador de espadas,
como un bruñidor de aceros,
que iba firmando en las hojas
de luz: Libertad. — Imperio.

Como fragua, Dios ablanda el hierro. Como forjador, le da cuerpo, y como bruñidor, le da brillo. En las hojas de las espadas, hojas labradas de su luz, lo que viene «firmado» (la palabra de Dios) no es amor, caridad o misericordia, o sea, valores de unión humana, sino una teología hermanada a crear Imperio. En concordancia con las referencias a las espadas, los aceros y las hojas, esta Libertad, con mayúscula, no hace más que evocar destrucción y muerte. Como fragua (inactivo) y como herrero (activo), Dios se hace cómplice a cada paso de armar este Imperio de Caín en el que se sacrifican los hombres.

La visión de un Imperio fratricida es el tema del poema XXXIV, donde aparece Jesús:

Yo amo a Jesús, que nos dijo:
Cielo y tierra pasarán.
Cuando cielo y tierra pasen
mi palabra quedará.
¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?
¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?
Todas tus palabras fueron
una palabra: Velad.

Machado hace referencia aquí al Evangelio según san Marcos. En dicho Evangelio Jesús relata a sus discípulos las señales del fin del mundo y les ordena velar:

Y el hermano entregará a la muerte el hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres, y los matarán... Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino... Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa. Para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad (San Marcos, 13.12-37).

Jesús relata a sus discípulos las señales que inauguran el fin del mundo, siendo el fratricidio una de ellas. Es de notar que Jesús manda a sus discípulos que miren, velen y oren, pero al final, el único verbo que permanece es velar. Ante tal expectativa, ¿cuál es la palabra de Jesús? No propone aquí el amor, ni el perdón, ni la caridad —de ahí los interrogantes del hablante—, es decir, opciones de unión humana y de conciliación, sino sólo velar, entendido aquí en términos de vigilia. Lo que procura Jesús ante el Caín guerrero, y por ende, el principio del fin de la humanidad, es algo tan inactivo como ineficaz.

Desde este marco, pues, Dios y Jesús son contraproducentes al ideario patriótico-humanístico machadiano. Ante la «preocupación patriótica» se alza el fratricidio, y ante lo «elemental humano» se alza un Dios onírico e inalcanzable. Es desde este punto de mira que en el poema XXXII, Machado da un giro sustancial a su sentir poético cimentando su ideario en una fe secular nacida del hombre para el hombre:

¡Oh fe del meditabundo!
¡Oh fe después del pensar!
Sólo si viene un corazón al mundo
rebosa el vaso humano y se hincha el mar.

La fe divina expuesta al meditabundo y al pensar (o sea, al saber) se ve debilitada. Sólo con el florecer de un corazón al mundo —la compasión, el sentimiento y la esperanza en el círculo terrenal y no-onírico— rebosa la humanidad con una fe humana lo suficientemente portentosa como para «hinchar el mar». Son los hombres, nos asegura Machado, en el mundo físico que tienen que sostener lo humano desde lo humano. Sería fundar, a fin de cuentas, una religión del espíritu del hombre y de la humanidad —de lo elemental humano— en función de la «España que nace», punto este que nos coloca en el umbral de los poemas dedicados al saber.

Al profundizar en el ideario machadiano de los «Proverbios y cantares» después de desgranar su postura religiosa, se desprende que Machado se esfuerza por suplantar lo divino con lo humano. Nos topamos, pues, con sabiduría, lecciones y admoniciones —propósitos claves del proverbio y cantar— muy al estilo de las meditaciones que se depositan en la Escuela Popular de Sabiduría descrita por Juan de Mairena [11]. El tema del saber se manifiesta, por ejemplo, en la esencia del saber popular, el conocerse, la unión de los hermanos, el no juzgar, y la ignorancia, el gran obstáculo de cualquier tentativa del saber. Desde este punto de partida, Machado hace frente a la ignorancia en el poema L:

—Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
—El vacío es más bien en la cabeza.

En el poema VII, Machado sigue el mismo hilo temático añadiendo una lección de las apariencias:

Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos...
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.

Regido a una matriz de claras oposiciones (garras fieras-pulidas manos, grajos mélicos-líricos marranos, truhán-corazón, bruto espeso-razón), este poema reseña múltiples facetas de la ignorancia velada.

En muchos casos, las lecciones y admoniciones en torno a la ignorancia se someten a nuevas contemplaciones desde los confines de Dios, Jesús y la religión. Miremos por ejemplo el poema LI, que abarca la ignorancia mientras retoma lo retrógrado de lo divino en el pensar machadiano:

Luz del alma, luz divina,
faro, antorcha, estrella, sol...
Un hombre a tientas camina;
lleva a la espalda un farol.

La luz divina hace al hombre ignorante, siendo que lleva un farol a la espalda iluminando lo que viene detrás mientras sigue el camino de la vida a tientas. La luz divina no ilumina el camino, tema éste también del poema XII:

¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!

Los ojos que se abren a la luz divina, a la fe religiosa y a Dios, se mantienen en una búsqueda inconcreta fijada en los cielos. Es así que al «tornar a la tierra» se hartan de mirarla «sin ver» los problemas que padece.

En los poemas XXXVII y XXXVIII nos topamos con una lección fundamental de conciliación que responde a la «preocupación patriótica» de Machado:

¿Dices que nada se crea?
No te importe, con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano.

¿Dices que nada se crea?
Alfarero, a tus cacharros.
Haz tu copa y no te importe
si no puedes hacer barro.

El interrogante del primer verso de cada poema establece el temple de los versos que siguen, o sea, los versos que se contraponen como respuesta. Los verbos crear y hacer anclan dicha respuesta en una acción productiva, siendo el «tú» anónimo y universal en el poema XXXVII el recipiente de la sentencia del poeta, que para el poema XXXVIII se ha transformado en un humilde alfarero [12]. La importancia de dar de beber al hermano se extiende, se repite y se modifica en el siguiente poema. Ahora, el hecho de que al alfarero no le tiene que preocupar «hacer barro» se plantea ante la falta de su copa. Es decir, el poeta se enfrenta con el alfarero («Alfarero, a tus cacharros...») y le urge mantenerse fiel al proceso de crear su copa, en este caso, un símbolo que hará posible la unión con el hermano aludido en el poema anterior. La copa se convierte así en solidaridad, unión, y el recipiente creador del hombre que destruirá el ciclo de Caín.

El poema XIV supone otra depuración sumamente positiva que también corresponde directamente al ideario machadiano, y con el tema de la unión de los hermanos, es una de las lecciones centrales de los «Proverbios y cantares»:

Virtud es la alegría que alivia el corazón
más grave y desarruga el ceño de Catón.
El bueno es el que guarda, cual venta del camino,
para el sediento el agua, para el borracho el vino.

Los últimos versos son claves, ya que el «bueno», el virtuoso, aguarda en el camino de la vida y no juzga al caminante: para el sediento le da agua, y para el borracho le da vino.

Con los temas centrales de Dios, el saber, Caín y el camino/caminante sobre el tapete, Machado propone una fe secular nacida del hombre para el hombre (lo elemental humano); y ante la ignorancia que amenaza hundir la «España que nace», propone, ante todo, el saber, seguido de la conciliación y el no juzgar al prójimo (la preocupación patriótica).

 

La unidad con la obra mayor

En la edición de Campos de Castilla de 1912 los «Proverbios y cantares» consistían en nada menos que 28 poemas, habiendo visto los primeros veinte su publicación en La Lectura de 1909 [13]. Aparecían «además los que llevarían la numeración XXI al XXVI y LI y LII en la edición de Poesías completas de 1917» (García Wiedemann 7). Como nos explica García Wiedemann, los «Proverbios y cantares» que conocemos hoy día en Campos de Castilla nos llegan notablemente alterados de la versión de 1912:

A los veintiocho «Proverbios y cantares» aludidos añadiría [Machado] también otros nuevos, entre ellos los publicados en 1913 en La Lectura, bajo el título «Cantares, proverbios, sátiras y epigramas»; así como, igualmente, los también publicados en La Lectura en 1916, con el título «Apuntes, parábolas, proverbios y cantares»; y los «Proverbios y cantares» publicados en Lucidarium en 1917 (8).

Los 103 poemas incluidos en la sección «Proverbios y cantares» de Nuevas canciones también pasan por considerables alteraciones, añadiduras y publicaciones [14]. Lo importante a destacar aquí es la metódica preocupación por parte de Machado de retomar el flujo gnómico de sus «Proverbios y cantares» a lo largo de su periplo artístico, es decir, mantener los «Proverbios y cantares» como un apartado siempre abierto a una gama de meditaciones patrióticas y espirituales.

Al acercarnos al ámbito socio-histórico de Machado, es ya lugar común pensar en él como uno de los máximos exponentes de la generación del 98. Indudablemente, Machado recupera el sentido dinámico de la historia en su patriotismo liberal como una aguda meditación sobre la arcaica España de principios del siglo XX. Una España esbozada sin tapujos en el poema «A orillas del Duero»:

¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roqueadas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones... (36-39)

Lejos de los líricos brochazos de un Azorín [15], la España de Machado, aquella «que pasó y no ha sido» —evocada desde las sombras de la fracasada revolución burguesa de 1868 y las pérdidas coloniales de ultramar en 1898— va madurando desde el subjetivismo de Soledades, galerías y otros poemas para resolverse en una visión más objetiva en Campos de Castilla. La angustia de un país enfermo, traducida en los páramos muertos, las campiñas desoladas y los hombres rudos de los poemas «A orillas del Duero», «Por tierras de España», «El hospicio», «Las encinas» y «Noche de verano», entre otros, se proyecta en una «malherida España», «la España que bosteza», «la España inferior» y «la España que se muere», que lleva a cuestas unas tradiciones atróficas que la mantienen en la oligarquía, la ignorancia, la superstición, la pobreza y el desconsuelo general. El liberalismo español —cruzada que remonta al jacobinismo de finales del siglo XVIII y en el que se nutre Machado vía el liberalismo de su familia y el krausismo educativo— se ha visto repetidamente derrotado a lo largo del siglo XIX. El turno político canovista, cuyo impulso se extiende a principios del siglo XX y se conoce mejor como la «farsa canovista», se industria en sólo preservar las iniquidades. La España sufrida, predominantemente agraria, sin reformar y atrasada hasta el punto que, como señala Raymond Carr, «by 1930... a Roman would still have felt at home on an Andalusian estate» (1), queda contemplada en una «Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora» (43-44). Una España, en fin, vislumbrando su glorioso pasado desde la ignorancia —e inconsecuencia— del presente. Y es esta ignorancia, fomentada por la religión institucionalizada (aquí nos topamos, por ejemplo, con el «sufrir y callar») y la asentada oligarquía y sus muchos don Guidos, que mina el verdadero desarrollo del país.

Aunque dejo aquí muy someramente resumido el ambiente socio-histórico en el que se desenvolvía Machado, su cosmovisión de España en esta época apuntaba a la ignorancia que empobrecía el país [16]. Podemos concretar que el punto de enlace entre los «Proverbios y cantares» y Campos de Castilla es el saber. El saber en su concepción de desenmascarar la superchería social y divina que fomentaba la ignorancia española, su fanatismo supersticioso, sus arcaicos mitos e irrealidades, y la esterilidad de una Restauración en bancarrota en la que padecían Machado y sus coetáneos liberales. Los «Proverbios y cantares» se acercaban al pueblo con una estética poética —posiblemente la única dentro de los parámetros del poemario— que le sería accesible tanto como reconocible. Es así que la sabiduría que encierran de cuestionarse el porvenir de uno, de preguntarse el dónde y el cómo del conocimiento, y de buscar la manera de conciliarse con el hermano para la nueva España, cobra un sentir tanto más evocador, necesario y urgente. Así pues, esta sección, como recipiente de la gama de meditaciones del poeta, forma parte íntegra de Campos de Castilla.

El poema «El Dios ibero» reitera el escepticismo machadiano y la necesidad de fundar una religión del espíritu humano visto en los «Proverbios y cantares». El poema gravita primero en los insultos de un campesino a Dios:

... y un «gloria a ti» para el Señor que grana
centenos y trigales... (6-7)

«Señor de la ruina,
adoro porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
hacia la tierra un corazón blasfemo» (9-12)

El campesino revela su asimilada doctrina religiosa en su adoración y glorificación del Todopoderoso. No obstante, su experiencia como campesino le revela un Dios caprichoso:

¡Oh dueño de fortuna y pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza! (27-30)

En la segunda parte del poema se impone una voz amonestadora que advierte al campesino de su excesiva dependencia en culpar a Dios por las desgracias que sufre. Es de notar que Machado hace alusión aquí al Dios de la fragua y de la espada. Como si de la suerte se tratara, Dios regala o priva fortuna al hombre:

Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó camino en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.
¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra,
más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte? (39-46)

La voz amonestadora orienta al hablante a una autorreflexión en el que este Dios caprichoso —Dios de la Iglesia y la doctrina que le instruye a sufrir sin rechistar y a encargar su porvenir a la incertidumbre del los cielos— sea desenmascarado. La voz amonestadora inaugura un Dios tallado por la «recia mano» del hombre que se revele a través de su trabajo y su comprensión humana. El último interrogante no puede ser más evocador: el Dios tallado por el hombre no habitará el mundo de los sueños, sino el mundo terrenal del trabajador:

¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda
al hombre ibero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda. (63-67)

La visión poética que nos brinda Machado en este poema reúne su actitud escéptica ante Dios y la Iglesia. El campesino que insulta, la voz amonestadora, y el Dios tallado por las manos del hombre, evidencian la esperanza depositada por Machado en el campesinado español como la regeneración del país. Dios se plasma precisamente en el centro de estas meditaciones porque la regeneración se basa, en palabras de Michael Predmore, «en un esfuerzo por purgar el alma... del culto supersticioso a una deidad invisible» (163). La fe secular del hombre hará este porvenir posible. En el poema «Desde mi rincón», Machado se hace eco de este Dios del porvenir:

creo en la libertad y en la esperanza,
y en una fe que nace
cuando se busca a Dios y no se le alcanza,
y en el Dios que se lleva y que se hace. (73-76)

El tema de Caín y la unión de los hermanos aparece en el poema «Por tierras de España». En un poema en el que abunda «el hombre malo del campo y de la aldea, / capaz de insanos vicios y crímenes bestiales... / los ojos siempre turbios de envidia o tristeza» (17-20), Caín es evocado como una sombra errante, fiel recordatorio de la envidia fratricida: «...son tierras para el águila, un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín» (31-32). Caín es presentado al principio del poemario, siendo éste el tercer poema de la colección después de «A orillas del Duero». El espectro de Caín, en simetría con la destrucción, la ignorancia y el odio con el que se asocia en la obra, nos seguirá a lo largo del poemario en los «rostros pálidos, atónitos y enfermos» del poema «El hospicio», la «agria melancolía» de la «Castilla de la muerte» de «Orillas del Duero», el «alma errante» en el poema «Un loco», y en el dramatismo trágico de los hijos de Alvargonzález. Para el poema «El mañana efímero», sin embargo, Machado vislumbra un tipo de conciliación. Dicha conciliación se centra en la unión de la España campesina con la intelectual, o sea, la «España del cincel y de la maza» con la «España de la rabia y de la idea»:

Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea. (35-42)

Como señala Rafael Alberti, «a Antonio Machado... no se le escapaba que España era, de toda Europa, el país destinado para una revolución profunda» (69). En este contexto revolucionario y desde la óptica de la guerra civil que vendría después, la unión del campesinado y los intelectuales cobra una significación mayor. La nueva España se construirá sobre las bases de esta nueva clase social. En una carta a Juan Ramón Jiménez en 1913 Machado admite: «creo que la conquista del porvenir sólo puede conseguirse por una suma de calidades... Si no formamos una sola corriente vital e impetuosa, la inercia española triunfara...» (Machado, Prosas dispersas 326). Planteado así, el tema de Caín, la unión de los hermanos y la fe secular elaborado en los «Proverbios y cantares» resuena en Campos de Castilla con una dimensión social mucho más amplia y nutrida.

Los temas de la ignorancia y el saber se mantienen como el ancla filosófica de Campos de Castilla. Por formación (el krausismo) y profesión (catedrático), Machado entendía el valor de la enseñanza en formar la juventud española y en combatir los males del pueblo. Al poco tiempo de radicarse en Soria como profesor, nos dice el poeta que «somos hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra donde todo está por hacer. He aquí lo que sabemos» (Machado, Prosas dispersas 225). Al tornar la vista a Baeza, nos comenta que «esta tierra es casi analfabeta... inquietudes espirituales, no existen; afán de cultura tampoco» (Machado, Prosas dispersas 319-320). Una de las pocas veces que Machado se dirigió públicamente a los niños, es decir, al futuro de esa nueva España de su ideario, lo que resaltó con más ánimo y urgencia fue el saber. Vale señalar que las lecciones y admoniciones que propone aquí Machado son aquellas de los «Proverbios y cantares»:

Vuestro mañana acaso sea un retorno a un pasado muerto y corrompido. Para que vosotros representéis la aurora de un día claro y fecundo, preciso es que os aprestéis por el trabajo y la cultura... En vuestros combates no empleéis sino las armas de la ciencia que son las más fuertes, las armas de la cultura que son las armas del amor... No aceptéis la cultura postiza que no pueda pasar por el tamiz de vuestra inteligencia... Que vuestros sesos os sirvan para el uso a que están destinados... Aprended a distinguir los valores falsos de los verdaderos... Amad a los buenos y a los sabios que son los poderosos de la tierra... (Machado, Prosas dispersas 243-244).

 

Conclusión

Los «Proverbios y cantares» son poemas sentenciosos, didácticos y de honda tradición popular —y familiar— en los que Machado condensa su escepticismo divino-religioso como punto de apoyo para su ideario del porvenir español. Empezando con el escepticismo, seguido por la ignorancia, el fratricidio, la reconciliación y luego la fe secular, Machado nos plantea la necesidad de un saber comprometido con el trabajo, la comprensión humana, el amor al prójimo y una nueva España. En estos poemas, pues, tenemos no sólo las coordenadas del periplo poético de su obra mayor de Campos de Castilla, sino también el núcleo mismo de su filosofía sociopolítica.

Resulta ahora tarea fácil concebir los «Proverbios y cantares» muy al margen de la ambigüedad de Tuñón de Lara o el motivo de las variaciones, aproximaciones y repeticiones de Gutiérrez-Girardot. Más regias resultan las observaciones de Jiménez y Unamuno de la introducción, que a mi juicio, vislumbraron el genio machadiano en los «Proverbios y cantares» en todas sus concordancias. Unamuno en especial reconoció el «condensar» y «concretar» de la sabiduría poética de Machado en estos versos, viendo que reunían —en poco espacio lírico— una amplísima y coherente gama de meditaciones que preocupaban al poeta.

Los «Proverbios y cantares» suponen «cantares de pensador» (Salinas 11). Pero un pensador renovado, visionario, e incluso optimista, que dejó en su canto popular un didactismo de futuro para su pueblo. Quienes a pesar de todo, sigan hablando de los «Proverbios y cantares» como poemas cuya «ordenación no parece obedecer a un hilo consecuente», como poemas «ambiguos», «poemillas» o meras «variaciones, aproximaciones y repeticiones» de un poeta con tendencia a resumir, no parecen haber entendido el diálogo de Machado con su pueblo.

 

Bibliografía

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Notas

[1] Para la influencia de Unamuno en Machado véase el estudio de Aurora de Albornoz, La presencia de Miguel de Unamuno en Antonio Machado (1967).

[2] Veáse por ejemplo Ramón de Zubiría, La poesía de Antonio Machado (1955), Tuñón de Lara, Antonio Machado, poeta del pueblo (1967), Ricardo Gullón, Una poética para Antonio Machado (1970), Santiago Montserrat, Poesía y pensamiento de Antonio Machado (1971), J. M. Aguirre, Antonio Machado, poeta simbolista (1973), Antonio Domínguez Rey, Antonio Machado (1979), Michael Predmore, Una España joven en la poesía de Antonio Machado (1981), y Rafael Gutiérrez-Girardot, Machado: reflexión y poesía (1989).

[3] Los «Proverbios y cantares» cuentan con 53 poemas en la edición de 1917 de Campos de Castilla. En la edición de 1912, esta sección sólo reunía 28 poemas.

[4] Véase Romancero general. Colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII, recogidos, ordenados, clasificados y anotados por Agustín Durán (1849). También es de interés lo que nos dice Machado del rol del romancero de su tío en su formación: «yo aprendí a leer en el Romancero general que compiló mi buen tío don Agustín Durán» (Machado, Poesías completas 79).

[5] Algunas de las obras más notables de Antonio Machado y Álvarez incluyen Colección de enigmas y adivinanzas en forma de diccionario (1880) y Folklore español. Biblioteca de las tradiciones populares españoles (1883).

[6] Nos dice Machado en una carta a Juan Ramón Jiménez que «publiqué un libro de versos Soledades en 1903, refundido más tarde en 1907 Soledades, Galerías, otros poemas... otro libro Campos de Castilla en 1912. Los versos que van insertos en los primeros libros están en su gran mayoría escritos en época muy anterior a su publicación» (Machado, Prosas dispersas 334). Recordemos que la primera publicación de Campos de Castilla contenía tan sólo 28 poemas en la sección «Proverbios y cantares».

[7] Los «Proverbios y cantares» también se rigen, en diferentes arreglos y publicaciones, bajo los rótulos «Cantares y proverbios» y «Canciones y proverbios».

[8] Hombres de España se transforma en el título «Elogios», Canciones y proverbios se convierte en «Proverbios y cantares», y Apuntes de paisaje desaparece como título, pero los poemas, claro está, se incluyen en la edición.

[9] Nos dice Baker que «a diferencia de la metafísica dualista del deísmo convencional cuyo Dios crea el universo ex nihilo y luego lo gobierna desde fuera, el panteísmo cree en un Dios inmanente. El universo entero es parte de Dios y, por eso, la esencia divina está en todas las cosas. Dios y la criatura no se diferencian en su esencia; los dos son divinos. La criatura subsiste en Dios y Dios, de un modo maravilloso, es manifestado en la criatura» (17).

[10] Nos dice Geoffrey Ribans que «corazoncitos de Jesús» es «una predilecta expresión despectiva» de Machado ante la «actual situación espiritual en España» (82).

[11] Algunos ejemplos que nos brinda Juan de Mairena en su Escuela Popular de Sabiduría: «Porque la finalidad de nuestra escuela... consistiría en revelar al pueblo, quiero decir al hombre de nuestra tierra, todo el radio de su posible actividad pensante, toda la enorme zona de su espíritu que puede ser iluminada y, consiguientemente, obscurecida; en enseñarle a reprensar lo pensado, a desaber lo sabido y a dudar de su propia duda, que es el único modo de empezar a creer en algo» (Machado, Juan de Mairena 198-199).

[12] En varios lugares de la Biblia, el trabajo del alfarero expresa el dominio absoluto de Dios en moldear el destino del hombre. En el contexto de «Proverbios y cantares», la voluntad del hombre de ser dueño absoluto de sí mismo y de su propia voluntad me parece una comparación relevante.

[13] Véase La Lectura, 98, 1909, pp. 167-169; y también La Lectura, 101, 1909, pp. 51-54.

[14] Nos dice García Wiedemann que «de los 103 poemas que constituían la sección “Proverbios y cantares” de Nuevas canciones (1924), había veintiún poemas que se habían publicado con el mismo título en Revista de Occidente en 1923. Se excluyen, pues, cinco de éstos, los que llevan la numeración XII, XIII, XXIV y XXVI, y se incluyen once de los catorce que habían sido publicados en España en 1923. Quedan fuera de esta última serie los que aparecían en la mencionada revista la numeración I, X y XIII que se suprimen; también encontramos trece de los quince poemas publicados en España (1927), no pasan a Nuevas canciones los que llevan los números XIV y XV. Por último se suprimen, al pasar a Poesías completas (1928), los que llevaban la numeración XLIV, LVII, LXXXV y LXXXVI» (8).

[15] Véase por ejemplo su libro titulado Castilla (1912). En dicha obra, Azorín recrea el pasado de España de una forma idílica, indagando poco o nada en los problemas que sufría a lo largo de su turbulenta historia. Nos dice que ante el progreso, «siempre habrá un hombre [en el balcón] con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano», añorando el pasado (69). En el poema «Desde mi rincón», Machado responde a esta visión del hombre del pasado, declarando que «creo en la libertad y en la esperanza, / y una fe que nace / cuando se busca a Dios y no se le alcanza, / y en el Dios que se lleva y que se hace» (257).

[16] Para un trasfondo socio-histórico más elaborado en el contexto de Machado véase el estudio de Michael P. Predmore, Una España joven en la poesía de Machado (1981).

 

Fecha de publicación: julio 2004


Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
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