1.
Ortega escribe sobre Antonio Machado un artículo juvenil,
«Los versos de Antonio Machado», que se publica en 1912
[1], el mismo año de la primera edición de Campos
de Castilla. Se trata de un escrito de juventud, pero increíblemente
maduro en algunos aspectos, tanto en el instrumento lingüístico,
ya en posesión de los recursos que serán habituales
en su prosa, como en la capacidad analítica, en el juicio
crítico y en la aparición de algunas ideas que luego
van a ser fundamentales en la obra orteguiana. Nunca abandona
Ortega su interés por la literatura (y por el hecho estético
en general), que en él es algo más que curiosidad de
diletante y constituye uno de los rasgos que definen su figura
intelectual [2]. No es casual que entre sus primeros escritos
estén este artículo comentado o el que dedicara a Valle-Inclán
[3], y que escribiera –sin salir de sus contemporáneos– textos
iluminadores sobre Baroja, Azorín, Miró, Pérez
de Ayala, Unamuno...
2. Sitúa Ortega a Machado
en el devenir histórico de la poesía española,
en un momento, los años primeros del siglo XX, en el que
los intelectuales jóvenes presienten la crisis de la cultura
finisecular de la Restauración y el advenimiento de algo
nuevo. Esto ocurre en todos los órdenes, también en
el poético. Viene Machado, según Ortega, de una época
de franca decadencia del género lírico, en que la poesía
se caracteriza por ser descriptiva y prosaica. Era un especie
de verso en prosa. Véase cómo describe Ortega este panorama
poético desolador de lo que se ha llamado la época «realista»
de la poesía española: «Reinaba entonces una poesía
de funcionario. Era bueno un verso cuando se parecía hasta
confundirse a la prosa, y era la prosa buena cuando carecía
de ritmo.» [4] Aunque no los cita, nos vienen a las mientes
los ejemplos arquetípicos de Campoamor y Núñez
de Arce. Ortega intuye que el autor de Campos de Castilla,
es ya otra cosa, responde a un distinto concepto del quehacer
literario, otea un nuevo horizonte poético, distinto y superior
al de la «poesía realista», a un nuevo movimiento
que se abre paso en la lírica en español.
3. Aunque no se usa en el
artículo la palabra «Modernismo» (que quizá
en estos momentos no tiene un sentido tan delimitado como el actual),
se sitúa en el origen de este nuevo modo poético, con
una intuición que me parece certera y que la crítica
posterior viene a ratificar casi sin discusión, a Rubén
Darío. Llama al nicaragüense, con una retórica
que ya le es consustancial, «el indio divino, domesticador
de palabras, conductor de los corceles rítmicos» [5].
¿En qué consiste esta nueva poesía, en la que se
ubica, con matices que luego se verán, Machado? ¿Qué
rasgos la definen? Aquí asoma –me parece que por vez primera–
una idea que luego va a desarrollar y matizar en su obra posterior:
la poesía como lengua autónoma, como lengua «aparte»
del lenguaje común. Para Darío –escribe Ortega– «una
estrofa es una isla encantada, donde no puede penetrar ninguna
palabra del prosaico continente sin dar una voltereta en la fantasía
y transfigurarse, cargándose de nuevos efluvios...»
[6]. Ésta es una idea –y una imagen– a la que volverá
Ortega en numerosas ocasiones, tratando de otros géneros,
de otros poetas (Mallarmé, Góngora) y de otras manifestaciones
artísticas. Lengua poética y lengua común son mundos
distintos y separados; como lo son, en un sentido más general,
arte y vida. Desarrollo un poco está idea orteguiana, antes
de volver a Machado.
4. Si algo Ortega deja claro
más de una vez con respecto al lenguaje poético, es
considerarlo como un lenguaje distinto, aparte del lenguaje usual.
En sus escritos sobre el tema repite esta idea una y otra vez.
Piensa que el poeta tiene que buscar rincones inéditos de
la realidad o ángulos nuevos para verla. Para ello tiene
que alejarse, como decía Mallarmé, de las «palabras
de la tribu». Lo poético se aleja del lenguaje usual
premeditadamente. Un modelo de esta poética son los autores
barrocos. Precisamente hablando de Góngora, dirá: «Poesía
es eufemismo, eludir el nombre cotidiano de las cosas.» [7]
El autor no puede presentar las cosas del mundo con las palabras
habituales, porque esto sería dar de ellas la perspectiva
de siempre; y su misión es todo lo contrario: ofrecernos
una visión sorpresiva e inédita del mundo: «mediante
un rodeo inesperado –dice Ortega– ponernos ante el dorso nunca
visto del objeto de siempre» [8].
De esta visión del fenómeno
poético destaco dos rasgos que, en realidad, son dos aspectos
de la misma realidad:
a) El concepto de artificialidad
como inherente a la creación poética.
b) La separación
lenguaje poético / lenguaje usual como reflejo de la más
amplia distinción arte /vida que abarca a la anterior.
En cuanto al primer aspecto,
Ortega destaca en el lenguaje poético su carácter artificial.
«Poesía –dice– no es naturalidad, sino voluntad de amaneramiento»
[9]; lo cual, por otra parte, no es un descubrimiento de las modernas
vanguardias, ni siquiera del barroco, sino que se remonta a las
primigenias literaturas occidentales, como un sello que marca
la literatura lírica desde sus orígenes. Ortega nos
recuerda que las antiguas obras de Homero y Píndaro no están
escritas en la lengua que el pueblo hablaba en esa época,
sino en un lenguaje artificial, para iniciados. Y su tema no es
el de la vida cotidiana y normal, sino un tema por definición
sobrenatural: la mitología [10]. Desde el concepto de artificium
clásico a los modernos teóricos, esta idea se ha repetido
con diversos tonos y matices. Un teórico (a la par que poeta)
tan inteligente como Carlos Bousoño ha escrito: «La
“artificialidad” es al parecer “naturaleza” en literatura. Es,
por tanto, su verdadera “naturalidad”, aunque la cantidad de artificio
varíe considerablemente de unos estilos a otros. Este modo
de ser [...] nos explica que literaturas enteras, como la latina
o la árabe, se hallen escritas en un lengua tan sorprendentemente
disímil de la hablada, que admite, incluso, una denominación
diferente.» [11]
El segundo aspecto que deduzco
de esta consideración del lenguaje poético es su relación
directa con uno de los puntos fundamentales de la estética
orteguiana: la discriminación, sin posibilidad de confusiones
o mezclas, del arte y la vida. Esta idea queda bien patente en
la teoría del teatro, donde la separación del ámbito
mágico del arte y de la vida circundante tiene su claro límite
en el telón que separa ambas partes. Función separadora
que en la pintura cumple el marco [12], también de una forma
muy clara: lo que hay allende el marco es la vida, lo que hay
dentro es el arte. Si en la poesía no existe un elemento
delimitador tan claro como el telón o el marco, sí que
está clara esta separación; y ésta se produce en
cuanto al lenguaje, en la materia prima de la poesía: las
palabras.
5. Tenemos que ir más
lejos. Lo que se afirma en el terreno de la teoría literaria,
adquiere un sentido más pleno en el contexto de una teoría
estética. Esta consideración de la «otredad»
del lenguaje poético está en consonancia con la consideración
del arte y la poesía como «irrealización».
Es ésa la palabra exacta que usa Ortega, y destacándola
con mayúsculas: «El arte es esencialmente IRREALIZACIÓN.
Podrá dentro del ámbito estético, haber ocasión
para clarificar las tendencias diversas en idealistas y realistas,
pero siempre sobre el supuesto ineludible de que es la esencia
del arte creación de una nueva objetividad nacida del previo
rompimiento y aniquilación de los objetos reales.» [13]
Esta tesis, y toda la perspectiva estética que conlleva,
tiene sus defensores y detractores. Es un larga polémica
desde que –por poner un fecha simbólica– en 1859 Théophile
Gautier lanza en su publicación L’artiste la teoría
de «l’Art pour l’Art». Se ha discutido largamente, no
sólo la independencia del arte con respecto a ideas y facciones,
sino con respecto a la misma realidad. Los detractores de un arte
autónomo, de un arte «irreal» tienen un argumento
de peso: un elemento del proceso poético que, con frecuencia,
se olvida: el lector. Algo en común han de tener el autor
y el lector cuando se produce el proceso de comunicación.
Así piensa Carlos Bousoño: «Dado que esas “irrealidades”
no dijesen nada de nuestro mundo, ¿cuál habría
de ser su relación con el lector? ¿Cuál sería
el motivo de que a éste le emocionasen? ¿En qué
sentido y por qué podría aceptarlas, aparecérsele
bajo especie de verosimilitud, o [...] asentir a ellas.»
[14] La tesis orteguiana naturalmente limitada, no entra en estos
temas. Aunque pienso que, en el fondo, lo que hay son dos perspectivas
para abordar el mismo objeto. Ortega lo hace desde el objeto estético
mismo; Bousoño, desde el proceso de comunicación que
abarca a emisor y receptor.
6. En este nuevo arte poético
que Ortega teoriza (y ejemplifica en Darío), en reacción
a la pobreza prosaica de la poesía española anterior,
se explica la novísima poesía de Machado. Sin embargo
(y ésta matización es una de las ideas más interesantes
del texto), el autor de Campos de Castilla no lleva este
proceso evolutivo hasta el final, hasta sus últimas y radicales
consecuencias. En él aún queda mucho de poesía
descriptiva, del anterior mundo poético que, en parte, supera.
«Sin embargo –dice Ortega– no se ha liberado aún el
poeta en grado suficiente de la materia descriptiva. Hoy por hoy
significa un estilo de transición.» [15] Aunque
hay en Machado mucho del nuevo soplo poético, «el paisaje,
las cosas en torno persisten, bien que volatizadas por el sentimiento,
reducidas a claros símbolos esenciales» [16]. En efecto,
Machado, tal como intuye Ortega, no será lo que se llama
un escritor «rupturista». Tanto en sus versos como en
sus reflexiones teóricas queda clara esta actitud. Véase
lo que escribe Machado en la misma Revista de Occidente:
«Los programas literarios, que pretenden fundar escuelas
que se anticipan a las obras, son casi siempre desorientadores,
si se les interpreta literalmente [...] suelen responder a visiones
unilaterales, incompletas y apresuradas de los problemas que se
plantea el arte en cada tiempo. Su valor es grande, pero exclusivamente
documental.» Queda claro, pues, el escepticismo de Machado
no sólo con una concepción poética de esteticismo
radical, sino con todos los «ismos» en general, como
«programas», como pautas previas a la creación
poética.
Un crítico reciente,
como Francisco Rico, sitúa a Machado como poeta decimonónico.
Piensa que entra de lleno en los temas y problemas de eso que
conocemos como «poesía moderna». No podemos imaginar
a Machado escribiendo en verso libre y él mismo confesó
que le causaban despego «los afeites de la actual cosmética».
Se supone que se refería al Modernismo. Mucho más duras
de digerir les hubieran resultado las cosméticas de los «ismos»
posteriores [17].
7. Como recapitulación
hay que decir que Ortega muestra aquí una clara conciencia
de la modernidad poética, del arte concebido como fuente
de belleza en sí mismo. La solidez de esta concepción
la demuestran sus textos posteriores, algunos de los cuales hemos
citado. Esta concepción difiere de la machadiana «palabra
esencial en el tiempo». Machado, como Unamuno, que es una
de sus referencias principales, trae a la poesía el tema
del hombre, de su vida íntima, de problemas filosóficos
y existenciales. «Yo encuentro –escribe Ortega– en Machado
un comienzo de esta novísima poesía, cuyo más fuerte
representante sería Unamuno.» [18] Para él la poesía
es un medio de ahondar y transmitir estos temas, no un objeto
autónomo de belleza. Hay una gran diferencia de la concepción
orteguiana de la poesía como isla (es decir, alejamiento
y autonomía) y la de Machado, que une vida y poesía,
literatura y experiencia personal [19]. Dos poéticas, pues,
contrapuestas. Sin embargo, a pesar de la distancia que hay entre
sus obras y sus concepciones poéticas, estos dos autores
sin duda se admiraban personal e intelectualmente. Machado colabora
en la Revista de Occidente y dedica un elogioso poema «Al
joven meditador José Ortega y Gasset». Por otra parte,
es conocida por sus estudiosos la afición que sentía
por la filosofía, que casi ocupa en su estimación un
lugar de preeminencia con respecto a la poesía. «En
rigor –dice Guillermo de Torre– sus máximas admiraciones
entre sus contemporáneos, no iban hacia ningún puro
poeta o novelista; se concentraban en Unamuno y Ortega y Gasset,
con quienes hubiera querido aparejarse filosóficamente.»
[20] Toda esta idiosincrasia estética se comprenderá
mejor si se tiene en cuenta que «es un escritor a quien la
literatura como tal –más allá del estricto horizonte
poético– distaba mucho de apasionarle» [21].
En suma, me parece que el
artículo demuestra un gran discernimiento crítico de
una forma prematura. No podemos olvidar que Ortega no escribe
como crítico profesional, sino como pensador que busca en
la literatura claves para los grandes problemas intelectuales
que tiene planteados. Actúa, pues, más desde la intuición
que desde la erudición. Y me parece una intuición perfecta
la síntesis que nos da de la poesía machadiana: «casta,
densa y simbólica» [22]. Sólo estos tres adjetivos
podrían condensar muchas páginas sobre Machado y demuestran,
a la vez que un gran escritor, a un crítico de raza.
Notas
[1]
El artículo luego se recoge (1916) en la editorial Renacimiento,
en Personas, obras, cosas...; y por fin en 1941 (col. Austral)
en Mocedades, junto con otros escritos de juventud. Cito
por la ed. de la col. El Arquero, Madrid, Revista de Occidente,
1973, pp. 185-190. Cito en adelante como «Machado».
[2] En mi tesis doctoral Los géneros literarios en el
ensayo de Ortega: novela, poesía y teatro (Universidad
de Málaga, 1993) intento sistematizar todos estos textos
críticos y otros teóricos. Véase, como acercamiento
general al tema el cap. I.2, «Ortega y la literatura».
[3] «La Sonata de estío de don Ramón del
Valle-Inclán», publicado primero en La Lectura
(1904) y luego recogido en el tomo I de sus Obras completas,
Madrid, Revista de Occidente, 1963-1973.
[4]
«Machado», p. 186. Esta afirmación recuerda una
famosa sentencia de Juan de Mairena: «Cada día
la poesía es más escrita y menos hablada [...] es así
prosa fría y sin gracia.» Quizá Machado está
pensando, para escribir esto, en los mismos ejemplos que Ortega.
[5] «Machado», p. 187.
[6] «Machado», p. 188.
[7] «Góngora. 1627-1927»; uso la ed. de El Arquero,
Madrid, Revista de Occidente, 1967, pp. 113-122; en adelante cito
como «Góngora».
[8] Ídem. Se puede establecer un paralelismo entre esta búsqueda
del aspecto inédito, inexplorado de la realidad y dos ilustres
«invenciones» literarias españolas: el esperpento
valleinclanesco y la greguería juanramoniana. En cuanto al
primero, ese famoso «espejo cóncavo» por el que
hay que reflejar al héroe clásico no es sino una nueva
perspectiva, que busca el lado sorprendente de la realidad. En
cuanto a la creación de Gómez de la Serna, hay en la
greguería (mezcla de humorismo y metáfora, como la definió
su creador) una indudable pretensión de indagar aspectos
sorpresivos e inéditos de la realidad. Se da aquí, según
García de la Concha, un principio fragmentador de la realidad,
«por el que se desintegra cualquier visión totalizadora
preconcebida y consigue centrar la atención en aspectos parciales
e inéditos», característica que este crítico
relaciona con el arte cubista, que es uno de los modelos del arte
nuevo deshumanizado, analizado por Ortega. Cfr. «La generación
unipersonal de Gómez de la Serna», Cuadernos de Investigación
Filológica, III, 1977, p. 84.
[9] «Góngora», p. 115.
[10] Ídem.
[11] Teoría de la expresión poética, Madrid,
Gredos, 1970, t. I, p. 58.
[12] Cfr. «Meditación del marco», en El Espectador.
[13] «Ensayo de estética a manera de prólogo»,
en La deshumanización del arte y otros ensayos de estética,
Madrid, Revista de Occidente, 1976. Este ensayo se escribió
(en 1914) como prólogo a El pasajero del poeta malagueño
José Moreno Villa.
[14] Op. cit., p. 138.
[15] «Machado», p. 188; el subrayado es mío. Claudio
Guillén observa la importancia de descripción y narración
en este libro: «Lo más expresivo de esta poesía,
según avanza el libro [Campos de Castilla] va desenvolviendo
tres formas principales de proceso: el narrar, el describir y
el meditar» («Proceso y orden inminente en Campos
de Castilla», en José Ángeles, ed., Estudios
sobre Antonio Machado, Barcelona, Ariel, 1977, p. 206).
[16] «Machado», p. 187.
[17] Sobre la relación de Machado con Darío y el Modernismo
se ha escrito mucho. Por ejemplo, Aullón de Haro, más
que atrás en esta evolución poética, coloca a Machado
en una trayectoria paralela al Modernismo. Relaciona la retórica
de los modernistas con la primera época romántica (Espronceda,
Zorrilla, Arolas), mientras que Machado viene de la segunda época
del Romanticismo español (Bécquer, Rosalía, Ferrán),
«mucho más introspectiva, serena de gesto, lingüísticamente
esencialista y próxima al concepto contemporáneo de
poeticidad» (La poesía en el siglo XX (hasta 1939),
t. XX de Historia de la literatura hispánica, Madrid,
Taurus, 1986, p. 70).
[18] «Machado», p. 187.
[19] J. L. L. Aranguren escribe: «La ecuación poesía-vida
en ningún poeta es más verdadera que en Antonio Machado;
y nadie ha autentificado más que él la poesía,
nadie la ha acercado tanto a la verdadera existencia» («Esperanza
y desesperanza en Dios en la experiencia de la vida de Antonio
Machado», Cuadernos Hispanoamericanos, septiembre-diciembre
1949, pp. 383 ss.); se trata de un número homenaje dedicado
monográficamente al poeta. Octavio Paz hace una matización
interesante, a este respecto; acepta la íntima relación
en Machado entre vida-obra, pero «la vida no sustenta a la
obra. Más bien a la inversa: la vida de Machado [...] se
apoya en la obra de Machado» («Antonio Machado»,
en Las peras del olmo, Barcelona, Seix Barral, 1982, p.
166).
[20] «Antonio Machado», en La difícil universalidad
española, Madrid, Gredos, 1965, p. 259. Dámaso Alonso
piensa que la influencia de la filosofía en Machado ha sido,
si no esterilizante, sí negativa para el desarrollo de su
poesía («Antonio Machado», en Cuatro poetas
españoles, Madrid, Gredos, 1962).
[21] Torre, op. cit., p. 257.
[22] «Machado», p. 185.
Fecha
de publicación: septiembre 2002
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com
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