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Algunos vínculos de la simbología paisajista de
Castilla
en Unamuno y Antonio Machado
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Dean Simpson
Tufts University
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La generación del 98, después del descalabro político de las colonias que experimentó España en el ocaso finisecular del siglo XIX, buscó una reconstrucción —o más bien un «rejuvenecimiento»— del país y de su imagen a través de una nueva valoración crítica, cuyas mayores inquietudes reflexionaban sobre el futuro de España con cierto amor agridulce. Algunos de los literatos del 98 (Unamuno, Azorín, Baroja y Antonio Machado) encontraron en la tierra castellana el símbolo de la esperanza de este rejuvenecimiento, una tierra con una inmensa efusión simbólica, que evocaba un glorioso pasado épico como prototipo intrahistórico para el presente y el futuro. La descripción paisajista en la escritura de Miguel de Unamuno y Antonio Machado tiene una fuerte relación con el enfoque cosmovisionario de la generación del 98.
El interés literario por el paisaje para expresar sentimientos personales es un tema tratado ampliamente en el romanticismo, como se ve en la poesía romántica posterior de España. El paisaje en los versos de Rosalía de Castro, por ejemplo, describe de manera subjetiva el alma gallega. Asimismo, los miembros del 98 utilizaban sus escritos para despertar al «alma» española. Los hombres del 98, al descubrir la tierra, afirmaron su valor simbólico, un valor que encarnaba la mayor parte de los motivos de la generación —geográficos, temporales, sociales, entre tantos— y juntos descubrieron lo que Unamuno llamaba la «intrahistoria» de España. Sus paisajes se diferenciaron de la tradición costumbrista porque trataron menos de la naturaleza y más de la tierra, porque es justamente en esta tierra donde pisaba el hombre español, y este contacto vital es esencial en la transferencia simbólica de las ideas fundamentales noventayochistas. Hay una sinergia de hombre/tierra que penetra los temas de vida/muerte, nobleza/ruina, calor/frío, orgullo/degradación, etc., en Unamuno y Machado, como se verá más adelante.
¿Por qué representaba Castilla el alma de España? Es verdad que todos los miembros de la generación nacieron en zonas periféricas, lejos de Castilla, pero, a lo largo del tiempo, una vez familiarizados con la naturaleza de la «casta» de que hablaba Unamuno, se percataron de que el paisaje de Castilla simbolizaba el pasado glorioso, la realidad del presente, y la esperanza del futuro de España. Castilla hizo España, y por su ubicación geográfica no es sólo el núcleo del país, sino el corazón del espíritu nacional.
El protagonismo del símbolo como herramienta literaria es evidente en estos escritores. Carlos Bousoño explica que «en los símbolos, el sentido simbólico permanece oculto, y sólo se nos hace presente en la emoción que a ese sentido corresponde» [1]. El símbolo se usa para crear la emoción sugeridora. Charles Chadwick describe el simbolismo como el arte de expresar ideas y emociones no denotativamente, ni a través de comparaciones con imágenes concretas, sino al sugerir la índole de estas ideas y emociones, reproduciéndolas en la mente del lector a través del uso de símbolos no explicados [2]. Simbólicamente, como veremos, la poesía de Machado y la escritura de Unamuno producen este efecto emotivo en el lector a través de sugerencias connotativas y simbólicas que sistemáticamente no explican las cosas en sí, sino que las dan a entender. La causa de esta sugerencia es la impresión que tenían Machado tanto como Unamuno del paisaje castellano y la emoción que sentían por él. El efecto logrado es la apropiación simbólica de Castilla como núcleo del espíritu de la patria (o de la «matria», como diría Unamuno).
En 1889 Unamuno describió por primera vez el paisaje castellano en «En Alcalá de Henares», en que expresó una preferencia por su tierra natal vasca más que por el paisaje castellano; sin embargo, tras los años se iba «descubriendo» Castilla y su paisaje, y la llegó a amar por su valor intrahistórico. Reconoció que el amor al paisaje es tan importante como el amor a la patria, ya que el paisaje es símbolo de la patria. En su ensayo En torno al casticismo, que escribió en 1895 pero que no se publicó hasta 1902, él describe que la historia verdadera es la intrahistoria, la vida cotidiana tal como es, cuya autenticidad es homogénea con la patria verdadera: el paisaje y el paisanaje. El paisaje hace al paisanaje y el paisanaje trabaja el paisaje para vivir; en este sistema cíclico los dos comparten una misma existencia: la monotonía del paisaje refleja la dura vida del hombre, lo monocromático del paisaje semeja la agria existencia de la pobreza campesina y el campo atestigua las heroicas hazañas de los hombres de otra época. A Unamuno le «duele» España, pero precisamente en este pesar reconoce el espíritu: «¡Ancha es Castilla!» y «¡qué hermosa la tristeza reposada de ese mar petrificado y lleno de cielo!» [3]. El contemplar la llanura castellana produce en Unamuno la imagen de don Quijote con su compañero panzudo, con sus siluetas «sobre el cielo agonizante»[4].
Unamuno, el mayor de los del 98, sirvió de ejemplo, aunque no es responsable del todo, para la afición a la descripción paisajista de Castilla. Azorín, algunos años después, publica en 1912 Castilla, una compilación de artículos previamente publicados, en los que elabora con mayor precisión y detalle las percepciones noventayochistas sobre la importancia del paisaje; y a continuación, Antonio Machado, tras su llegada a Soria en 1907, publica Campos de Castilla en 1912, con una segunda ampliación en 1917.
Machado debe su formación y su aprecio al paisaje a varios factores: su instrucción en la Institución Libre de Enseñanza, su conocimiento de las descripciones paisajistas de otros escritores, principalmente de Unamuno y Azorín, y sus años en Soria, donde se sumerge en la vida cotidiana castellana. Don Antonio es el cantor solitario que llora, sueña, elogia, y glorifica con una sensibilidad sin par la dolorosa actualidad española: su intrahistoria. Él es el portavoz del paisaje tanto como del paisanaje, el portavoz de España. Su canto épico se alza hacia una colectividad universal, desde Soria a Castilla, de Castilla a España, y de España al hombre universal.
La primera vez que Machado reconoció el paisaje castellano fue en Soledades. Galerías. Otros poemas (1907), en el poema «Orillas del Duero» (IX de Poesías completas). En el verso final («¡Hermosa tierra de España!»), Machado levanta el paisaje de Castilla al nivel nacional, a una colectividad característica de la generación del 98, y por tanto es el primer paso por parte de Machado a su integración con los demás del 98. También en Soledades. Galerías. Otros poemas aparecen otros poemas de carácter ambiental (el LXII y el XCIV) en que surgen descripciones que anticipan Campos de Castilla: la plaza del pueblo, la noche, las sombras, la luna, etc.
Para cuando apareció Campos de Castilla, los años que Machado había pasado en Soria «orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano» [5], como dice en el prologuillo a este libro en Páginas escogidas (1917). En este libro Campos de Castilla quizá los tres poemas paisajistas más importantes son «Por tierras de España» (XCIX), «A orillas del Duero» (XCVIII) y «Campos de Soria» (CXIII). En el primero («Por tierras de España») se ve esta sinergia de paisaje y paisanaje en que se presenta el «hombre malo» del campo y los «pobres hijos» en un terreno de «llanuras belicosas». En «A orillas del Duero» la naturaleza soriana representa la España literaria, histórica y épica de antaño, en que la grandeza anterior ya no existe, dejando una «Castilla miserable, ayer dominadora / envuelta en sus harapos…»; pero, al final del poema, Machado hace surgir de la miseria lo hermoso del presente: el atardecer, las campiñas a lo lejos, los pedregales desiertos, etc. Entre la historia y la intrahistoria el lector va saltando, para acabar con un retrato pictórico del momento actual en que Machado capta un momento instantáneo de la realidad castellana.
La melancolía de Campos de Castilla ante el paisaje se arraiga en un sentimiento que tiene resonancias del existencialismo unamuniano (que éste recoge de Kierkegaard). Él saluda al paisaje con una esperanza que parece una «sonrisa efímera», como dice Gil Novales [6], pero esta melancolía que interpreta el fondo trágico de España es una manera de identificarse con ella, una manera de llegar a su alma verdadera, como dicen estos versos de «La tierra de Alvargonzález»: «tierras pobres, tierras tristes / tan tristes que tienen alma» (CXIV). Como dice Barbagallo, «Machado no es cronista ni historiador, no es romántico ni surrealista, sino un poeta de la emoción, de la emoción que le produce la realidad, el paisaje» [7]. A don Antonio le causa dolor la tierra de Castilla, pero al mismo tiempo a esta tierra la ama de una manera insuperable.
Machado, con su sensibilidad poética, crea el doble efecto de seducir al lector con la belleza poética, mientras se ciñe a las intenciones pedagógicas de su generación. El paisaje es hermoso en sí, tal como lo describe él, pero también lo es la simbología que lleva al pueblo español. Como dice Molinero:
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Machado mira a Soria, a Castilla, llevado de un amor vivo, místico, palabra que emplea el poeta para describir lo indescriptible. Así se explica el número de exclamaciones del poema. Castilla es no sólo una región geográfica, sino más bien símbolo que encarna su visión de España [ 8]. |
La creación y el ser humano, el paisaje y el paisanaje; éstos fueron los temas favoritos de Machado, y se ve una elaboración de las ideas que Unamuno había planteado años antes en En torno al casticismo.
Unamuno era el «fuerte vasco» (poema CLI de Poesías completas) en el que Machado veía la esperanza venidera del país; no obstante, como hemos visto, Unamuno no es responsable del todo por la afición que tiene Machado del paisaje castellano, y tampoco son sus conceptos de igual modo idénticos a los de don Miguel. Unamuno buscaba en el paisaje y su naturaleza la tranquilidad y el sosiego que no encontraba en la sociedad actual. Convocaba a un Dios de la creación, y se refugiaba en el ensueño mitificador, cuyo mayor representante para él era don Quijote. Machado convierte el paisaje en una experiencia personal en la que el tiempo es el protagonista. Hay un elemento en la descripción paisajista machadiana muy experimentado por el poeta que la dota de una cualidad humana que compete con la expresión de Unamuno:
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El paisaje no está elaborado ideológicamente, no construido históricamente; sino vivido por sí mismo, en un lugar y hora determinados, con toda su pulsación elemental de vida y de presencia humana [ 9]. |
A pesar de las alusiones épicas e históricas que hace don Antonio en «A orillas del Duero», y la frecuencia con que evoca el pasado histórico de Castilla en general, especialmente en «La tierra de Alvargonzález», su poesía no está impregnada de tantas referencias históricas que define la índole nacional «castiza» como hace Unamuno en En torno al casticismo:
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… Machado —quien sin duda conocía buena parte de la obra de Unamuno— no se dejó llevar por el espejismo unamuniano de querer definir el carácter español desde los modelos creados por la «castiza» literatura barroca del Siglo del Oro [ 10]. |
Machado es más que un poeta «popular» en el sentido de que él escribe con cierta convivencia con sus entornos y con sus vecinos; escribe tanto con el pueblo como para el pueblo, mientras que Unamuno da la impresión de ser un escritor más alejado de la naturaleza castellana (en comparación con Machado; no es para despreciar su sensibilidad paisajista), quien, desde su despacho salmantino, redacta con una facundia, mitad intelectualista, mitad oratoria, sus pensamientos sobre la intrahistoria del país. El paisaje desempeña un papel secundario, aunque muy importante, mientras que en Machado es el elemento indispensable de la obra. Quizá esta impresión se explica con el hecho genérico de las obras: Campos de Castilla y las otras obras de Machado son de poesía; En torno al casticismo se orienta más hacia un estilo ensayístico, y por tanto, puede que la efusión emocional del primero sea mayor que el segundo por su carácter poético.
Otro elemento de la poesía de Machado que no se ve en Unamuno con tanta lucidez (aparte de los componentes existencialistas que ambos comparten, que van ligados con el tema de la vida en cuanto va hacia la muerte) es el tema del tiempo (en especial, su hiperestesia en la poesía machadiana), y su causa se relaciona otra vez con la impresión, lo cual es siempre temporal. «A orillas del Duero» es un poema (uno de los importantes que hemos mencionado) que se desarrolla con una perspectiva temporal. El lector pasea con Machado por los versos, y, como dice él: «A trechos me paraba a enjugar mi frente», el lector también se detiene de cuando en cuando para absorber la grandeza del poema. Es un poema casi participatorio en que Machado camina con el lector describiendo con imaginería lo épico de una España ya pasada: «majestuoso vuelo», «rapaces aves de altura». Esta visión del paisaje es casi siempre una visión del poeta caminante, y por tanto temporal, cosa no muy común en otros poetas paisajistas. Su poema «Yo voy soñando caminos…» (XI de Poesías completas) es un poema ejemplar que demuestra este carácter temporal: «¿Adónde el camino irá? / Yo voy cantando, viajero / a lo largo del sendero…» Lo importante del paso del tiempo es su perceptibilidad: el paso de horizontes, llanuras, árboles, mesones, etc.; es un tiempo humano tanto como lo es el paisaje. La tierra y el tiempo los vive Machado y los humaniza con su poética.
Aunque hay algunas diferencias entre los paisajes de Machado y Unamuno, son más sus semejanzas. Ambos son escritores «comprometidos», vinculados los dos con la ideología noventayochista de querer fomentar una identidad nacional. Los dos relacionan el hombre con sus entornos naturales con la realización de que la sinergia tierra/hombre es inseparable de la intrahistoria española. Describen el detalle del paisaje con cierta objetividad no romántica para que adquiera sentido universal, ya que es al hombre a quien se dirige la emoción del deseo de solidarizar el espíritu nacional a través de la simbología de Castilla como el «alma» de España.
Hemos notado las similitudes simbólicas, que son casi todas iguales; y en cuanto a las descriptivas, Unamuno tanto como Machado retratan un paisaje amarillento, con un carácter monótono. Es precisamente desde esta monotonía donde surge la melancolía de ambos, pero a través de esta melancolía ambos llegan a identificarse con el paisaje, y por tanto, amarlo. Ambos destacan la sequedad de la tierra; Unamuno utiliza palabras como «sequía», «campos ardientes», «lluvia torrencial de luz», «escueto», «ardorosos», «monoteísta», etc., y Machado un vocabulario que incluye: «seca», «pobre», «triste», «monótono», etc. El clima en Unamuno se describe con fríos y calores extremos: la causa de la tierra marchita; en Machado, tras su experimentación climática en Soria, a él le llega una descriptiva parecida. Y, para terminar, los matices de los colores en ambos complementan la adjetivación de este terreno seco.
En resumen, entre los de la generación del 98, Unamuno había precedido a Machado en la descripción del paisaje castellano, pero con los primeros poemas machadianos que abrazaron los valores noventayochistas, ya empezó a surcar su paso a la integración con los demás miembros de la generación del 98. Ambos escritores veían en Castilla el símbolo de España: su pasado y la esperanza de un futuro nacional, y expresaron esta esperanza por medio del paisaje (y por tanto del paisanaje) con detalles, matices y una adjetivación adecuada para manifestar su melancolía frente a la realidad española, pero era a través de esta mismísima melancolía como llegaron a identificarse con la naturaleza, convirtiendo la mezcla de su sensibilidad como escritor, su preocupación y su amor a Castilla, para engendrar algunas de las más importantes obras de la literatura española.
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Notas
[1] Carlos Bousoño, Épocas literarias y evolución, Madrid, Gredos, 1981, p. 214. [volver]
[2] Charles Chadwick, Symbolism, Londres, Methuen, 1971, pp. 2-3. [volver]
[3] Miguel de Unamuno, En torno al casticismo, ed. Francisco Fernández Turienzo, Madrid, Alcalá, 1971, p. 139. [volver]
[4] Ibídem, p. 140. [volver]
[5] Antonio Machado, Poesías completas, Madrid, Espasa Calpe, 1996, p. 78. [volver]
[6] Alberto Gil Novales, Antonio Machado, Madrid, Ediciones del Orto, 1992, p. 28. [volver]
[7] Antonio Barbagallo, España, el paisaje, el tiempo y otros temas en la poesía de Antonio Machado, Soria, Imprenta Provincial de Soria, 1990, p. 31. [volver]
[8] Marcos Molinero, Antonio Machado y Soria, Madrid, Ediciones T, 1993, p. 53. [volver]
[9] Pedro Cerezo Galán, Palabra en el tiempo, Madrid, Gredos, 1975, p. 511. [volver]
[10] Molinero, cit., p. 82. [volver]
Fecha
de publicación: noviembre 2010
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