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La
Poesía —escribe el insigne Salvador Rueda—
tiene derecho a su Academia, como la Pintura y como la Música;
tiene derecho a cosa más grande aún, porque
la Poesía es la esencia de la vida entera [1]. |
El
hallazgo de algunos legajos que pertenecieron a Mariano Miguel
de Val y los cien años que se cumplen de su fundación,
hacen inevitable rescatar ese capítulo olvidado en la historia
y en la literatura que se llamó Academia de la Poesía
Española.
Aquel intento de institucionalizar la poesía nacional,
que llegó a cobrar dimensiones extraordinarias, además
de ser un episodio único en nuestra historia y paradigma
de una corriente estética y de pensamiento, supone la constatación
de los postulados que se han venido barajando en los últimos
años acerca de la evolución del modernismo literario
en España.
El 13 de mayo de 1905, en el salón de actos del Ateneo
madrileño, se celebraba la fiesta que clausuraba la serie
de conferencias y actos organizados para conmemorar el tercer
centenario de la publicación de la primera parte del Quijote.
Julio Cejador recogía el premio por su Gramática
y vocabulario del Quijote y el público académico
se sorprendía al escuchar en boca del actor Ricardo Calvo
los versos de las «Letanías de Nuestro Señor
Don Quijote» que Rubén Darío había
compuesto para la ocasión:
de
las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, señor! |
En
la comisión organizadora de los actos del centenario cervantino
y entre aquel público atónito, se hallaba un poeta
que pese a su comunión estética y profunda amistad
con Rubén, iba a desoír el bohemio ruego e iba a
fundar tres años después la Academia de la Poesía
Española. Ese poeta era Mariano Miguel de Val [2].
Mariano Miguel de Val
(clic en la foto para ampliarla) |
La
primera noticia escrita de la Academia de la Poesía data
de 1909, aunque fue al menos cuatro años antes cuando se
empezó a gestar en la mente de Mariano Miguel de Val la
idea de crear una casa «cobijadora y protectora de los poetas
españoles» que fuera «algo así como
las cortes de la poesía nacional». Es evidente que
una idea con tales pretensiones no nace de manera espontánea,
sino como resultado de un proceso que en este caso responde a
las particulares circunstancias de la España del cambio
de siglo.
El Desastre y su consecuente pesimismo social, junto con la invasión
modernista y la pugna viejos/modernos, llenaban las páginas
de la actualidad y definían el convulso panorama nacional.
El modernismo «extranjerizante» había irrumpido
con fuerza en la literatura española, no eran pocos los
poetas que ensayaban la nueva estética de ruptura y los
nuevos temas. En los primeros años del siglo el «pontífice
del modernismo», Francisco Villaespesa, afirmaba:
|
Hay
que dar batalla a lo viejo, a lo clásico, nosotros
somos modernistas, aspiramos a secundar la revolución
lírica de Rubén Darío. Hay que renovar
nuestro viejo idioma que está anquilosado [3]. |
Mariano
Miguel de Val, contrario a la «batalla», escribía
en 1901 un revelador artículo titulado «Modernismo»,
que cifraba el estado de las cosas:
|
No
es otra cosa que lo que nos está sucediendo en España
cuando lanzada a todas horas la idea de la regeneración
nos creímos en la ineludible necesidad de variarlo
todo importando a granel costumbres e instituciones, sin
atender tanto a su calidad como a su procedencia, renegando
de tradiciones sagradas de que otros pueblos hacen gala
porque no las tienen, menospreciando nombres ilustres y
lauros intachables y sin pensar ni una sola vez en que para
alcanzar de nuevo la gloria, siglos y siglos familiarizada
con nosotros, no necesitamos de influencias extrañas.
|
Y
dejaba clara su postura:
|
No
puede menos de sentirse el más amargo de los dolores
al contemplar la extraña transformación que
de pocos años a esta parte han experimentado todas
las cosas. […]
Los poetas no cantan ya el amor ni la hermosura de la naturaleza
en rítmicas estrofas de dulce sonoridad, sino que,
huyendo de la regla y la armonía, entonan en renglones
desiguales y desordenados cánticos sin fin de alabanza
a las más groseras pasiones y a los mayores vicios,
ensalzando a criminales y borrachos, desterrando los ideales
más puros y fustigando con carcajadas de burla a
todo lo bello y virtuoso [4]. |
Las
voces más pesimistas clamaban que el fin de la poesía
estaba cerca; el hecho de que se violaran los preceptos clásicos
de la lírica era contemplado por algunos como la prueba
de que se acercaba el fin. Mariano Miguel de Val no quería
ni oír hablar de ese fin («No está, por fortuna,
llamado a desaparecer el divino arte», afirmaba), aunque
no discrepaba de la opinión de aquellos para quienes la
poesía, si no se ceñía a las reglas decimonónicas,
no podía llevar ese nombre. Esa transgresión de
los esquemas clásicos de la métrica, junto a la
irrupción de temas ajenos hasta entonces a la poesía,
suponían no sólo una amenaza para la literatura
nacional sino, y lo que era más «peligroso»,
para las inestables conciencias.
Como decía su fundador en la presentación de la
Academia, había que «fomentar y propagar un culto
a la vez humano y divino, cuyo influjo sobre las conciencias y
las inteligencias supera al que ejercen las otras Bellas Artes»
[5].
Había que velar para que la poesía nacional, que
había frecuentando aquellas «tortuosas veredas»,
volviera a los cauces de la ortodoxia en sus temas y en sus formas.
El nuevo modernismo apelaba a una decadencia que muchos no estaban
dispuestos a aceptar. Había que volver a ver la gloria
«siglos y siglos familiarizada con nosotros» de una
España como aquella que fue en los siglos de oro, había
que resucitar el espíritu de los clásicos, poner
la poesía, «cuyo influjo sobre las conciencias supera
al que ejercen las otras artes», al servicio de la patria
y de los valores clásicos.
Mariano
Miguel de Val con Pérez Galdós
(clic en la foto para ampliarla) |
Una
perfecta manera de conseguirlo era la creación de una casa
de la poesía que fuera algo así como «las
Cortes de la Poesía Nacional, donde se mantenga el ardimiento
y el fuego sagrado de la inspiración y que a más
de cobijadora y protectora de los poetas españoles, sea
elocuente prueba de que no está, por fortuna, llamado a
desaparecer el divino arte» [6].
Una casa en la que todos «los que más bellamente
sienten las ansias y las intimidades del alma de las distintas
regiones se estrechen en apretado abrazo, dándose con ello
un patriótico ejemplo de confraternidad» [7].
Una casa que sea a un tiempo «palacio de las musas, lugar
de reunión y amparo de poetas pobres» [8].
El carácter nacional y el patriotismo apuntalaron este
proyecto de nacionalización de la poesía cuyo modelo
fue, como dijo de Val en el discurso de apertura, la Sociedad
de Poetas franceses fundada en París nueve años
antes [9] y cuyo objetivo era
el de «realizar una útil y beneficiosa labor en provecho
de la cultura y como educadora del espíritu» [10].
El primer capítulo oficial de la Academia se escribió
el 12 de febrero de 1909. En el Heraldo de Madrid apareció
la noticia de la próxima celebración de un Congreso
poético en la ciudad de Valencia: se trataba de un Congreso
Internacional de Poesía. La iniciativa era nueva en España
e iba a ser la primera convención dedicada al «divino
arte» que se celebrara en el país. El Congreso anhelaba
«concertar los esfuerzos de todos los interesados para asegurar
las conquistas modernas y ensanchar las acciones futuras de la
poesía» [11]
y colocarla en el mismo lugar que las otras ciencias que ya celebraban
sus congresos desde hacía tiempo.
|
Acreedoras
son al aplauso todas estas iniciativas, que tan excelente
resultado acaban de dar en Zaragoza, donde el Congreso de
la Tuberculosis, el del Progreso de las Ciencias, el Histórico,
el Pedagógico, el Africanista, el de la Exportación,
etc., han proporcionado a España una elocuente manifestación
de sus adelantos, de su potencia intelectual, un recuento
importante de sus hombres ilustres. [...]
Caminamos cerca de un siglo retrasados con respecto a otras
naciones. Alemania comenzó sus Congresos científicos,
bajo la presidencia del gran Humboldt, en 1828, y no mucho
después inauguraron Inglaterra y Francia los del
Progreso de las Ciencias, que acabamos de introducir aquí
como una novedad [12]. |
Pero
el objetivo primordial de aquel encuentro era el de ser la primera
piedra de la futura Academia: el Congreso iba a servir para discutir
y sentar las bases de la fundación de una sociedad en Madrid
que fuera algo así como «las Cortes de la Poesía
Nacional, donde se mantenga el ardimiento y el fuego sagrado de
la inspiración» [13].
El 22 de marzo se celebró una primera reunión en
la secretaría del Ateneo madrileño. Entre los asistentes
figuraron: Francos Rodríguez, José Joaquín
Herrero, Cavestany, Amado Nervo, Antonio de Zayas, Gregorio Martínez
Sierra, Vega, Villaespesa, Manuel Machado, Eduardo Marquina, Miguel
de Castro, Enrique Díez-Canedo, Gil, Pedro de Répide,
Emilio Fernández Vaamonde y el secretario Mariano Miguel
de Val. Aunque no estuvieron presentes habían enviado expresivas
adhesiones Rubén Darío, Alfredo Vicenti, Francisco
Rodríguez Marín, Salvador Rueda, Joaquín
y Serafín Álvarez Quintero, Ramón Pérez
de Ayala, Catarineu, Manuel Sandoval y Carlos Fernández
Shaw.
El entusiasta secretario Mariano de Val tomó la palabra:
|
Empezaré
por decir que la organización del Congreso me parece
absolutamente fácil. Aun revestido de toda la importancia
que se le quiere y debe dar, serán escasas las dificultades
con que se tropiece, ni habrá obstáculo alguno
por cuanto se refiere a los gastos que ocasione. |
Tras no pocas gestiones, Mariano Miguel de Val había conseguido
que la casa real sancionara el proyecto y que los simpatizantes
aportaran sus donaciones. Aun así, no siendo suficiente
para sufragar los gastos que suponía un proyecto de tales
dimensiones, él mismo asumió y se hizo cargo también
de otras cuestiones de tipo práctico, como el domicilio
de la Academia, que en los primeros años de su existencia
estuvo en su propia casa en Serrano 27, conviviendo, por cierto,
con la redacción de la revista Ateneo [14]
y con la legación de Nicaragua de la que era entonces secretario.
Todos los presentes en la reunión celebraron el optimismo
del iniciador y siguieron escuchando sus palabras:
|
La
necesidad de que sea Congreso estriba en que sólo
así podrá contarse con la asistencia de los
grandes maestros de las letras patrias, tales como don Marcelino
Menéndez y Pelayo, que, a más de ser poeta,
conoce como nadie la historia de nuestra Poesía,
y puede, como nadie también, honrar con su presidencia
la solemnidad literaria. [...]
Para la admisión de congresistas se formarán
Comités en las distintas regiones y en Provenza,
los cuales se pondrán en relación con la Comisión
organizadora de Madrid. Cada uno de los grupos regionales
nombrará un presidente o mantenedor, que será
el que lleve la voz como representante de su región
en la solemne sesión de apertura.
La sesión de apertura, será, pues, el acto
de presencia de las distintas regiones y entidades que concurran
al Congreso.
Con el objeto de dar la mayor unidad y valor científico
al conjunto de los trabajos que se presenten, la Comisión
de Madrid encargará a todos y a cada uno de los mantenedores
regionales un estudio histórico-crítico de
la Poesía en sus respectivos países, con los
cuales trabajos se formará uno o varios volúmenes
importantísimos, seguidos de sus correspondientes
antologías y de los cuales se harán grandes
tiradas. [...]
Entre los fines del Congreso no debe olvidarse la fundación
de una Sociedad en Madrid que sea algo así como las
Cortes de la Poesía Nacional. |
Se
acordó también que junto al secretario general,
se encargarían de las tareas de organización Alfredo
Vicenti, Manuel Machado, Gregorio Martínez Sierra, José
Francos Rodríguez, José Joaquín Herrero,
Amado Nervo y Antonio de Zayas, y el secretario volvió
a recordar a los presentes la gran aceptación que había
tenido su idea y el enorme número de respuestas que había
recibido de todos los rincones de España.
|
Muchos
han sido los poetas residentes en Madrid que me han hablado
de este asunto, proponiéndome la convocatoria a una
reunión; muchos los poetas de provincias que me han
escrito y comunicado su adhesión [15]. |
El
Congreso, decidieron, iba a celebrarse en Valencia del 27 de octubre
al 3 de noviembre [16], coincidiendo
con la visita real a la ciudad levantina, y puesto que su majestad
iba a ser el invitado de honor de la convención que pretendía
ser el acontecimiento de la poesía: «una gran fiesta,
una suntuosa fiesta de la poesía» [17].
Los periódicos locales y nacionales se hicieron eco del
evento. Las Provincias de Valencia editó una larga
entrevista a Mariano de Val en la portada. Desde la publicación
de aquella primera noticia en el Heraldo de Madrid, casi
semanalmente se daba cuenta en la prensa de cómo iban avanzando
los preparativos. Apareció en varios diarios nacionales
la convocatoria a la que podían concurrir poetas de toda
índole y procedencia. La compañía de ferrocarriles
y los buques que realizaban viajes transatlánticos acordaron
descuentos para los congresistas [18].
|
El
activo, el enérgico, el infatigable Mariano Miguel
de Val se percató pronto de la imposibilidad pecuniaria
y arregló las cosas de manera que los poetas pudiesen
ir a Valencia por muy poco dinero [19]. |
La
familia real y varias autoridades del gobierno habían confirmado
su asistencia. Rubén Darío, íntimo amigo
de Mariano de Val y a la sazón redactor de La Nación
de Buenos Aires, contó para América los pormenores
de la futura reunión poética y presentó la
convocatoria para los escritores de ultramar que quisieran participar:
|
Ya
habrá llegado a Buenos Aires la noticia de que se
reunirá próximamente en Valencia el congreso
universal de la poesía. El iniciador de la idea es
un poeta y escritor muy distinguido, don Mariano Miguel
de Val, hombre de nobles entusiasmos y amante de las bellas
letras. Secundaron su iniciativa Alfredo Vicenti, José
Francos Rodríguez, Joaquín Herrero, Manuel
Machado, Gregorio Martínez Sierra, Amado Nervo y
Antonio de Zayas. [...]
Reunidos en comité han lanzado la convocatoria que
a ruego de ellos reproduzco en seguida y la cual comentaré
brevemente. Dicha convocatoria fue redactada por el eminente
director de El Liberal Alfredo Vicenti que es también
un noble poeta [...] [20]. |
De
Val y Darío habían estado juntos en la legación
de Nicaragua que había sido instalada durante algún
tiempo en la propia casa madrileña de Mariano de Val, y
se profesaban continuas muestras de cariño y amistad. La
participación en el Congreso y en la Academia por parte
de Rubén era más bien una muestra de amistad hacia
Mariano de Val que una convicción de Darío, poco
amigo como era de escuelas y academias. Lo mismo ocurrió
con otros poetas que se sumaron, pero sin mucho entusiasmo o con
desidia, como Juan Ramón Jiménez, que en 1911 escribía
a Enrique Díaz Canedo:
|
En
fin, una cosa tan ridícula como el fracasado Congreso
de Valencia. ¡Qué cosas Enrique! […]
Me enviaron mi título de Académico de número
y contesté dando las gracias. Después Val
me ha escrito diciéndome que debo ir cuanto antes
a Madrid para tomar posesión de mi… silla si
no quiero «perder mis derechos» [...] Yo, aunque
estuviera en Madrid, no iría a sus… tertulias
[21]. |
O
Cansinos Assens, para quien la idea de una Academia de la poesía
era algo burocrático y burgués. Reacciones como
éstas, además de las continuas faltas de recursos
y las discordias que según ciertos testimonios surgieron
al poco de su creación, hicieron que nadie quisiera tomar
el relevo cuando faltó el alma y motor del proyecto, y
la Academia dejó de existir, como veremos, el mismo día
que su fundador.
Nervo, de Val y Rubén se reunían semanalmente [22]
para tratar los pormenores del Congreso y para hacer conversación
y versos. De Val era un personaje muy influyente en el Madrid
de aquellos años; el amigo Nervo le decía: «tú
que todo lo puedes». Además de la dirección
de la revista Ateneo, la corresponsalía de Caras
y Caretas y de sus cargos en la junta de gobierno del Ateneo
madrileño, tenía buenas relaciones con la casa real
y con algunos miembros del gobierno como Moret o Canalejas, lo
que hizo que en muy pocos meses la empresa lograra una gran notoriedad
y el apoyo desde muchos lugares y de muchas personalidades del
país. No había periódico que no dedicara
algunas líneas a la iniciativa; aparecieron chistes en
Gedeón, en Madrid Cómico y notas
por todas partes [23].
La presencia real era uno de los puntos fuertes del Congreso.
Todos los infantes ostentaban el título de académicos
protectores, Moret, Canalejas o el ministro Burell también
lo eran. La infanta Paz de Borbón, con la que de Val mantenía
también una estrecha amistad, no sólo prestaba su
apoyo nominal o económico, como era el caso del monarca
o los demás infantes, sino que participaba con sus textos
en las veladas y publicaciones de la Academia. Fue precisamente
ella la que presidió la sesión de honor y escribió
para la ocasión el texto «La poesía del hogar»
[24].
Entre los legajos encontrados por la familia de Mariano Miguel
de Val, hay un manuscrito de 12 páginas con el sello oficial
de la Academia, titulado Los poetas, que reúne
la nómina de autores que de una manera u otra participaron
en el proyecto. Están ordenados alfabéticamente
por apellido y figura también la ciudad de origen, la revista
—si procede—, el domicilio, el teléfono de
cada uno y al lado del apellido una marca rotulada según
el grado de participación y la confirmación de asistencia
(véase la ilustración). Entre otros muchos poetas
y escritores de España e Hispanoamérica, en la relación
figuran los nombres de Serafín y Joaquín Álvarez
Quintero, Manuel Abril, Adolfo Bonilla San Martín, José
Santos Chocano, Emilio Carrere, Julio J. Casal, Enrique Díez-Canedo,
Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón,
Eugenio d’Ors, José Echegaray, Carlos Fernández
Shaw, Nilo Fabra, José Francos Rodríguez, Emilio
Ferrari, Andrés González Blanco, Manuel Gálvez,
Ángel Guimerá, Pedro Henríquez Ureña,
José Herrero, Francisco A. de Icaza, José Jurado
de la Parra, Juan Ramón Jiménez, Rafael
Lasso de la Vega, Leopoldo Lugones, Marcelino Menéndez
Pelayo, Antonio y Manuel Machado, Enrique de Mesa, Eduardo Marquina,
Gregorio Martínez Sierra, Tomás Morales, Juan Maragall,
Amado
Nervo, Eduardo de Ory, Ramón Pérez de Ayala, Manuel
Pichardo, Francisco Rodríguez Marín, Pedro de Répide,
Salvador Rueda, Santiago Rusiñol, Manuel Sandoval, José
Asunción Silva, José Juan Tablada, Miguel de Unamuno,
Rafael Ugarte, Alfredo Vicenti, Ramón del Valle-Inclán
y Francisco Villaespesa.
|
Cuaderno «Los poetas» (clic en la imagen para
ampliarla)
|
En el verano de 1909 comenzaron en Valencia y en Madrid los rumores
de que por diferentes motivos el Congreso no iba a celebrarse.
Así fue, y a principios de octubre fue anulada definitivamente
la reunión, según la prensa cotidiana y el Ateneo
por cuestiones relacionadas con la guerra del Rif, y según
Nervo porque la tan anunciada presencia del rey en Valencia se
redujo a tres días, y
|
Naturalmente
también, al pobre Congreso de la Poesía le
tocaba el tiempo más justo posible. Fue desposeído
por las demás Corporaciones, al grado de que apenas
le quedaran una o dos horas... Ya sabemos de antiguo que
cuando se trata de reparto los poetas llegan siempre tarde.
Y si por casualidad llegan temprano, no por eso se les da
más [25]. |
El
20 de octubre de Val escribía a Darío:
|
Mi
ilustre y querido amigo, el congreso se aplazó definitivamente,
hablé con Valencia y allí así lo deseaban,
igual sucede con el de las ciencias que iba a celebrarse
en los mismos días [26]. |
Y sólo seis días después, coincidiendo con
la anunciada fecha para la apertura, de Val volvía a enviarle
malas noticias a Darío:
|
Hoy
a las tres de la madrugada falleció mi pobre niña
Victorita [...] el mayor Miguelito está todavía
en la cama y la gravedad del más pequeño todavía
no ha desaparecido tampoco. Calcule usted la situación
angustiosa como ninguna [...] Todo esto en vísperas
de la fecha anunciada para la apertura del Congreso, se
imagina. Deshecho quedaré para muchos años
[27]. |
Pese
a todas las desgracias, de Val no quería renunciar al proyecto
y tirar por la borda los esfuerzos invertidos. No iba a celebrarse
el Congreso pero la Academia tenía que seguir con su «noble
misión levantada y patriótica» [28].
Mariano de Val «no es hombre que retroceda por poco. Si
el Congreso de los Poetas (que, como dije a usted, había
de ser preliminar para la fundación de la Academia de la
Poesía) no se celebraba, la Academia famosa se fundaría
quand même» [29].
Carta a Rubén Darío, 20 octubre 1909
(clic en la imagen para ampliarla) |
La
sesión de honor de la Academia tuvo lugar en el Ateneo
en el mes de noviembre de 1910 con la presencia de los reyes,
los infantes y la presidenta de honor: Paz de Borbón. En
la sesión se leyeron los estatutos, el objeto de la corporación
y las adhesiones.
También entre los papeles de Mariano Miguel de Val se ha
encontrado una fotografía de la velada de apertura con
la presencia de Alfredo Vicenti, la presidenta de honor y otros
miembros como Antonio Machado, Manuel Machado, Villaespesa, Cristóbal
de Castro, Pérez de Ayala o Martínez Sierra (véase
la fotografía).
Los estatutos de la Academia se componían de 10 artículos
subdivididos algunos de ellos en varios puntos. El artículo
1 exponía que:
|
Las
personas que se adhieran a los presentes Estatutos, constituirán
previos a los requisitos correspondientes, una asociación
que se denominará Academia de la poesía española,
y usará un sello en que conste este título. |
El
artículo 2, el objeto de la Academia en ocho puntos:
|
1.
Velar por el desenvolvimiento y los derechos e intereses
morales y materiales de todos sus socios.
2. Facilitar las relaciones de los poetas con los directores
de revistas y periódicos, editores, empresarios de
teatros y artistas dramáticos.
3. Editar buenos libros de versos favoreciendo, en la medida
de los fondos disponibles, la publicación de sus
obras a los poetas jóvenes inéditos.
4. Aficionar a la Poesía por medio de lecturas y
conferencias públicas que tiendan a desenvolver la
educación popular y el conocimiento de los poetas
actuales.
5. Representar a la poesía española cerca
de los poderes públicos.
6. Mantener y elevar la dignidad de la corporación.
7. Distribuir socorros y proteger a los socios en sus enfermedades
y desgracias.
8. Fomentar entre sus socios el espíritu de confraternidad
y solidaridad, y servir de árbitro en sus diferencias. |
Los
artículos 3 al 13 definían los tipos de académicos:
numerarios, honorarios, protectores, correspondientes y colaboradores,
y los derechos y obligaciones de unos y otros.
Sesión de honor de la Academia de la Poesía,
noviembre de 1910 (clic en la foto para ampliarla) |
Los artículos 14 al 18 definían las cuestiones relativas
a la comisión administrativa compuesta de presidente, cuatro
vicepresidentes, cuatro vocales, archivero, bibliotecario, secretario
y dos vicesecretarios. El artículo 19 decía que:
|
La
Academia rendirá en la forma establecida cuentas
al gobierno de las cantidades que perciba del Estado [30]. |
Y el último artículo —y no hemos llegado a
saber si fue así cuando desapareció la Academia—
decía que:
|
En
caso de disolución de la Academia, los fondos o haberes
sociales se aplicarán a un fin benéfico. |
Los
académicos honorarios eran: Mariano de Cavia, Carolina
Coronado, José Echegaray, Ángel Guimerá,
Teodoro Llorente, Juan Maragall, Marcelino Menéndez Pelayo,
Ramón Menéndez Pidal, Eduardo Pondal y Eugenio Sellés.
La nómina de académicos de número era extensa
[31]. Se crearon las correspondientes
comisiones para cada tarea. La comisión administrativa
estaba presidida por Alfredo Vicenti, con Ángel Avilés,
Jacinto Benavente, José Joaquín Herrero y Francisco
Rodríguez Marín como vicepresidentes, con Eduardo
Marquina, Salvador Rueda, Ramón del Valle Inclán
y Francisco Villaespesa como vocales, con Gregorio Martínez
Sierra como bibliotecario, Manuel Machado como archivero, Mariano
Miguel de Val como secretario y Enrique de Mesa y Luis Brun como
vicesecretarios. También se creó una comisión
de trabajos editoriales, de la que se encargaron Jurado de la
Parra, Manuel Machado, Martínez Sierra, Amado Nervo, Manuel
Pichardo, Mariano Miguel de Val, Francisco Villaespesa y Antonio
de Zayas. Una comisión de actos públicos con los
mismos hombres en las primeras filas y la comisión del
Centenario de Cervantes con Mariano de Cavia, como no podía
ser menos, a la cabeza.
La secretaría se encontraba, como decíamos, en el
domicilio de Mariano de Val en la calle Serrano 27 y allí
se dirigieron las peticiones de adhesión, los trabajos
y solicitudes, hasta que el gobierno cedió al año
siguiente unos locales en la Presidencia del Consejo de Ministros.
La velada de apertura continuó con la exposición
de la memoria en la que de Val explicó los dos primeros
actos que había previsto la Academia: uno en honor de Espronceda,
«a fin de que se le restituya su desaparecida lápida»,
y otro para Bécquer, «asistiendo a la inauguración
del monumento que por iniciativa de los señores Álvarez
Quintero ha de erigírsele en Sevilla» [32].
Tras la intervención del secretario se dio lectura a los
textos que los diferentes miembros habían escrito para
la ocasión [33] y que
la revista Ateneo reprodujo [34]
íntegramente.
El tipo de poesía que abrazaba la Academia, la «estética
académica», queda muy bien definida por los versos
de «La poesía de la raza», que aquel ex combativo
Francisco Villaespesa, «apartado de los errores del fatal
momento, y a salvo ya de las circunstancias en que entonces se
hallaba» [35], compuso
para la sesión. Métrica clásica, temática
patriótica y exaltación de un pasado nacional glorioso.
Hundir
mi hacha en el primer turbante
y en tanto que quedase un tripulante
herir sin treguas y matar con saña.
Y entre el sangriento estruendo del asalto
izar al sol sobre el mástil más alto
la cruz de Cristo y el pendón de España [36]. |
La última que intervino fue Paz de Borbón; al terminar
la lectura de la «Poesía del hogar» fue «ovacionada
por la concurrencia que llenaba el salón de actos del Ateneo»
[37] y en prueba de admiración
y gratitud recibió el título de presidenta honoraria
de la Academia de la Poesía Española, comenzando
ya a ostentar el que fue distintivo oficial: un sol de rostro
sombrío coronado con un castillo-corona y rodeado de laureles
[38].
Distintivo oficial de la Academia |
Este acto inaugural con que arrancó la corta vida de la
Academia tuvo una secuela un poco más tarde en el centro
del Ejército y la Armada de Madrid, presidida por el infante
Carlos. En esa reunión como en aquella inaugural del Ateneo,
se declamaron versos y de Val leyó un estudio sobre los
poetas militares encabezado con el programa de la labor que la
nueva institución se había trazado y al que obedecían
sus concursos, veladas, publicaciones y cátedras gratuitas.
El acto terminó con la cesión por parte del jefe
del gobierno de un amplio y lujoso salón y un despacho
amueblados en la Presidencia del Consejo de Ministros para domiciliar
oficialmente la Academia de la Poesía [39].
La Academia de la Poesía en 1911
(clic en la imagen para ampliarla) |
Otra importante empresa de la que se venía hablando desde
el nacimiento de la Academia, era la celebración del tercer
centenario de la muerte de Cervantes. Cavia había lanzado
la exitosa idea de homenajear a Cervantes en 1905 [40]
y 11 años más tarde, con el mismo hombre como presidente
honorífico, había que volver a honrar al personaje.
La Academia, en «su noble misión levantada y patriótica»,
buscaba hacer de Cervantes un referente de unión nacional.
Cervantes, decía la Academia, es símbolo y representación
«de nuestro idioma y nuestra estirpe», el homenaje
es la ocasión de confraternizar; «la anhelada confederación
espiritual de la gran familia de naciones que tienen por alma
y por vehículo de sus pensamientos la gloriosa lengua del
autor del Quijote». Se exaltaban los valores patrióticos
de grandeza y unidad que tras el Desastre se habían visto
dañados. Si España había perdido las Indias,
las Españas occidentales, aún le quedaba esta obra
literaria inmortal, como se consolaba Cavia, cuando en su artículo
de 1905 llamaba a todos los españoles a unirse en el homenaje
al más grande representante de la lengua patria.
Los fines patrióticos de la Academia eran casi tan importantes
como los literarios, la institución, además de ser
la casa de los poetas, era «un patriótico ejemplo
de confraternidad» [41].
La comisión académica visitó al presidente
Canalejas para proponerle la organización de los diversos
actos que servirían, en palabras de Cavia, para honrar
al «emperador del habla castellana». Pidieron a Canalejas
protección y ayuda para «tan patriótico anhelo»
confiando en que el gobierno a través de su presidente
les daría apoyo y colaboración.
En la carta que le dirigieron no sólo se hablaba de patria
sino de estirpe, consanguinidad étnica o raza hispánica.
Se habían perdido las últimas colonias, pero todas
la naciones de habla hispana, a través de su lengua, eran
una, consustancial e indivisible.
|
[...]
Siendo Cervantes, por alto fuero de gloria, representación
y símbolo de nuestro idioma y de nuestra estirpe
para todos los países que tienen por lengua nacional
la lengua española, y hallándose todos estos
países —España el primero— agitados
y movidos de un simultáneo impulso afectivo que los
lleva a reanudar para siempre los sagrados lazos de su consanguinidad
étnica, la Academia de la Poesía Española
espera que al pie de la estatua de Cervantes, erigida en
lo alto del monumento que la raza hispánica debe
a su representante más excelso, se firmará
en un abrazo de amor el pacto hispanoamericano, la anhelada
confederación espiritual de la gran familia de naciones
que tiene por alma y por vehículo de sus pensamientos
la gloriosa lengua del autor del Quijote, lengua
que no sólo para España, sino asimismo para
las veinte naciones surgidas de su seno, es una, consubstancial
e indivisible [42]. |
Este
gran proyecto del centenario, finalmente no se llegó a
realizar bajo la protección de una Academia que, por varios
motivos, no sobrevivió a la muerte en 1912 de su fundador,
aunque sí dejó sentadas las bases sobre las que
tenían que reposar los actos del festejo.
A finales de 1910, y siguiendo con su labor en pro de la cultura
patria, la joven institución abrió un concurso literario
para premiar el mejor cantar patriótico. Apareció
la convocatoria en los anuncios de Ateneo, la temática
era la exaltación de la patria y sus grandezas o lo que
la convocatoria llamó «el sentir español».
El primer premio era de 100 pesetas y la publicación del
cantar, y el segundo premio era de 50 pesetas y la publicación.
El jurado estaba formado por Mariano Miguel de Val y tres poetas
escogidos por él mismo: Antonio Machado, de quien dice
de Val en 1909:
|
Es
uno de nuestros poetas más intensos y que menos apetecen
el llamativo, se ha dejado llevar algunas veces por las
corrientes más extrañas pero su personalidad
es definida y seria [43]; |
Manuel Machado, miembro de la junta de gobierno de la Academia
y «culpable», según de Val, de la moda de las
Grisetas, las Colombinas, los Pierrotes y los Arlequines [44];
y Francisco Villaespesa, que
|
Figuraba
en aquel grupo [de escritores que ensayaban la nueva estética],
con menos «derecho» que nadie, porque sus aparentes
rarezas y desplantes no ocultaban su talento poético
ni su alma de artista [45]. |
El
concurso tuvo un gran éxito; según decía
la nota de Ateneo se recibieron en la redacción
359 cantares a pesar del corto plazo que se había dado
para la admisión. Era la prueba clara de que el «divino
arte» no sólo no estaba en vías de desaparición,
como anunciaban poco antes los más pesimistas, sino que
gozaba de una buena y fecunda salud. «No se me aparta la
idea de lo desacertados que estuvieron aquellos fúnebres
vaticinadores de la desaparición de la poesía»,
decía de Val [46].
El 2 de febrero de 1911 se fallaron los premios resultando ganador
del primero Federico Ruiz Morcuende con el cantar:
Si
entre mi madre y mi Patria
me pusieran a elegir,
¡madrecita de mi alma,
te ibas a quedar sin mí! [47] |
Y
del segundo el aragonés Andrés Gay Sangrés,
periodista y redactor del Heraldo de Aragón, con
el cantar:
Si
me matan de un balazo
por defender la bandera,
que no me cierren los ojos
para no dejar de verla [48]. |
Con
iniciativas como ésta la Academia extendía su misión
«levantada y patriótica» fomentando esa variante
nacional del modernismo, que lejos de romper los preceptos clásicos
y llorar por la debilidad de la patria, volvía los ojos
a un pasado heroico y mitificado, exaltando las grandezas de España
y conservando, si no adaptando sin violencia a los nuevos tiempos,
los moldes de la métrica clásica. Por supuesto,
los dos cantares premiados en el certamen eran manifestaciones
claras de ese modernismo estilo Academia de la Poesía y
eran la prueba de que los poetas se habían alejado ya de
las «tortuosas veredas» que antes frecuentaban y que
se consolidaba en España el modernismo castizo.
Con el mismo propósito, se lanzó poco después
otro certamen para poetas inéditos cuyo premio ascendía
a 500 pesetas [49]. Se falló
en el mes de mayo de 1911 resultando ganadores del primer y segundo
premio, respectivamente, el libro titulado La gruta,
del santanderino Ignacio Zaldívar [50],
y el poemario El rey ciego, de Adolfo Aponte. Los poemas
de los dos, obviamente, encajaban a la perfección con el
citado estilo académico, tanto en la temática como
en la forma, y constituían la prueba de que lo que triunfaba
en España era el modernismo castizo que «fundía
serenamente la inspiración como en crisol antiguo acomodándose
a los moldes clásicos» [51].
En noviembre de 1911 se celebró la sesión de apertura
del primer curso académico. Asistieron los reyes Alfonso,
Victoria y Cristina, los infantes María Teresa, Isabel,
Paz, don Fernando y la princesa Pilar de Baviera,
|
Ostentando
prendido al pecho el distintivo de la corporación.
[...] El ministro, en nombre del rey, abrió la sesión,
concediendo la palabra al secretario, D. Mariano Miguel
de Val, que leyó la Memoria, empezando por saludar
a las personas reales, que honraban el acto, y por dar cuenta
detallada de todas las veladas y trabajos de la Academia
durante su primer curso, trabajos que realmente acreditan
una útil y beneficiosa labor en provecho de la cultura
y como educadora del espíritu [52]. |
Se leyeron varias composiciones, se declamaron versos pertenecientes
al premiado libro La gruta, versos de Enrique de la Vega,
«La raza» en boca de su autor, Antonio Gullón,
el «Canto póstumo» de Ramón Goy de Silva,
leído por de Val, o las «Bucólicas»
y «Advocación», leídos por Manuel Machado,
y cuyos autores eran respectivamente Antonio Andión y José
Martínez Jerez. Para terminar la velada, como relató
la crónica de Ateneo, el ministro de Instrucción
Pública dio la última nota de la fiesta pronunciando
«un discurso elocuente e inspirado» [53].
Como se observa, desde su nacimiento la Academia nunca cejó
en su patriótica y poética labor. Otro certamen
lírico, que no llegó a fallarse, estaba en el aire
cuando Mariano de Val cayó enfermo. Algunos testimonios,
como el de Cansinos Assens, cuentan que pronto comenzaron las
discordias y las envidias y que la inicial armonía se fue
deteriorando hasta el punto que no sabemos cuál hubiera
sido la suerte de la Academia si la prematura desaparición
de su fundador no la hubiera hecho desaparecer.
|
La
Academia empieza a ser un semillero de intrigas y discordias,
envidias y sordos rencores, como su modelo, el de la lengua.
Y esos fundadores se están portando como cuervos
con su fundador, Mariano Miguel de Val , que es un mal poeta
pero un hombre bueno [54]. |
La Academia había nacido con la intención de ser
la magna y perdurable institución que protegiera a la poesía
y la elevara al lugar que era suyo, pretendía ser el símbolo
del anhelado renacimiento de las letras españolas, y tenía
una vocación de inmortalidad, como expresaba con fervor
su iniciador, que quedó lejos de ser real.
|
Será
más durable que el bronce y más elevado que
las soberbias pirámides de Egipto. Ni las lluvias,
que todo lo destruyen, ni los furiosos Aquilones, ni la
sucesión innumerable de años, ni el rápido
curso del tiempo que huye, podrán destruirlo. Nunca
morirá todo entero. |
La Academia se fue debilitando y apagando al mismo tiempo que
la propia vida de Mariano Miguel de Val. Aunque su labor de propagar
y consolidar la poesía, sobre todo de estilo castizo, parecía
estar cumplida, muchos de los anhelos quedaron por realizar porque
ninguno de los miembros de las diferentes comisiones, ningún
académico ni colaborador, nadie tomó el relevo de
la Academia, y ésta dejó de existir definitivamente
el mismo día de agosto de 1912 en que Mariano Miguel de
Val moría en su casa de Madrid. Quizás, como decía
la nota de El Liberal el día de su muerte
|
Mariano
Miguel de Val iniciador y médula de la Academia de
la poesía, mostró excepcionales condiciones
que difícilmente serán sustituidas [...] tareas
que sólo a él estaban reservadas [55]. |
Bibliografía
Álvarez,
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edición de Alfonso Alegre Heitzmann, Madrid, Residencia
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en Francisco Rico (ed.), Historia y crítica de la literatura
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Virtual Miguel de Cervantes.
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de Aragón, 12 diciembre 1901.
—, «El Congreso de la Poesía en Valencia»,
Heraldo de Madrid, 12 febrero 1909.
—, «Congreso de la Poesía en Valencia»,
Ateneo, n.º III, marzo 1909.
—, «El Congreso de la Poesía», Heraldo
de Madrid, 19 marzo 1909.
—, «El Congreso de la Poesía», Heraldo
de Madrid, 5 abril 1909.
—, De lo bueno y lo malo, Madrid, Bernardo Rodríguez,
1909.
—, «La Academia de la Poesía», Ateneo,
n.º VI, 1910.
—, Academia de la Poesía Española. Sesión
de honor, Madrid, Bernardo Rodríguez, 1911.
—, «La Academia de la Poesía», Ateneo,
n.º V, noviembre 1911.
—, «Tristitiae Rerum de Francisco Villaespesa»,
Ateneo, n.º XIV, 1911.
Zaldívar,
Ignacio, La gruta, Madrid, Sucesores de Hernando, 1912.
[1]
Mariano Miguel de Val, «La Academia de la Poesía»,
Ateneo, n.º VI, 1910, p. 399.
[volver]
[2] Mariano Miguel de Val y Samos (Madrid, 1875-1912),
hijo de un abogado zaragozano y una joven andaluza, pasó
su vida entre Madrid y Zaragoza, se licenció en Derecho
y Filosofía y Letras en Madrid, y aunque ejerció
la abogacía dedicó la mayor parte de su tiempo a
la literatura. Publicó su primera colección de poesías
titulada Ensayos en Oñate, Guipúzcoa, en
1896, y desde entonces hasta su prematura muerte en 1912 no dejó
de publicar poesía, teatro, ensayo y reseñas críticas
en la prensa. Fue secretario y director del Ateneo de Madrid,
director de la revista Ateneo (revista «oficial»
de la Academia de la Poesía Española) y del Diario
de Avisos de Zaragoza, fue representante en España
de la revista argentina Caras y Caretas, colaborador
de Heraldo de Aragón, La Ilustración
Española y Americana, El Liberal, la Revista
Aragonesa, la Revista Gallega, Vida Nueva,
Cultura Hispanoamericana o El Fígaro de la
Habana, entre otros. Fue también, junto a Rubén
Darío, secretario de la legación de Nicaragua en
Madrid (cuya sede estuvo en su propia casa en la calle Serrano,
27, hoy Serrano, 31), fundador y secretario de la Academia de
la Poesía, director y editor del sello editorial Biblioteca
Ateneo, y amigo personal de muchos personajes relevantes de la
vida política, social y cultural de entonces, entre los
que se cuentan —entre muchos otros— Antonio y Manuel
Machado, Francisco Villaespesa, Eduardo de Ory, Juan Ramón
Jiménez, Amado Nervo o Rubén Darío, que le
dedicó su Poema del otoño y un artículo
que lleva su nombre aparecido primero en la prensa y después
en Todo al vuelo. Participó de Val muy activamente
en la vida cultural de Madrid y Zaragoza, donde formó parte
en 1908 de la comisión organizadora del homenaje a los
Sitios. Murió en Madrid en 1912.
[volver]
[3] Rafael Cansinos Assens, La novela de
un literato, vol. 1, Madrid, Alianza, 2005, p. 90.
[volver]
[4] Mariano Miguel de Val, «Modernismo»,
Heraldo de Aragón, 12 diciembre 1901.
[volver]
[5] Mariano Miguel de Val, Academia de la
Poesía Española. Sesión de honor, Madrid,
Imp. de Bernardo Rodríguez, 1911.
[volver]
[6] Mariano Miguel de Val, «El Congreso
de la Poesía», Heraldo de Madrid, 5 abril
1909.
[volver]
[7] «El Congreso de la poesía. Una
interviú con Mariano Miguel de Val», Las Provincias
de Valencia, 11 abril 1909.
[volver]
[8] Amado Nervo, La lengua y la literatura,
en
Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1928, vol.
XXII-XXIII.
[volver]
[9] Mariano Miguel de Val, Memoria de secretaría.
Sesión de honor de la Academia de la Poesía Española,
p. 11: «Y que manifiesta ya el deseo de que ambas Corporaciones
hermanas vivan en relación y fraternidad, poderoso estímulo
a nuestra tentativa.»
[volver]
[10] Mariano Miguel de Val, «La Academia
de la Poesía», Ateneo, n.º V, noviembre
1911, p. 58.
[volver]
[11] Mariano Miguel de Val, Memoria de secretaría.
Academia de la Poesía Española. Sesión de
honor, Madrid, 1911.
[volver]
[12] Mariano Miguel de Val, «Congreso
de la Poesía en Valencia», Ateneo, n.º III,
marzo 1909, p. 185.
[volver]
[13] Mariano Miguel de Val, «El Congreso
de la Poesía», Heraldo de Madrid, 5 abril
1909.
[volver]
[14]
Ateneo (1906-1912), dependiente en un principio de la
institución que le había dado nombre, pasó
a ser dirigida por Mariano Miguel de Val en 1908 cuando los problemas
económicos ahogaban al círculo y éste se
vio obligado a cesar la revista. El que era bibliotecario y redactor
jefe se hizo cargo de ella y la recogió «como quien
recoge los restos de un naufragio». A partir de entonces,
Ateneo no sólo empezó su andadura independiente
bajo la dirección de Mariano Miguel de Val, dejando de
traer en sus páginas la sección «La vida de
los Ateneos», sino que se convertiría en «revista
oficial» del Congreso y de la Academia de la Poesía
Española.
[volver]
[15] Mariano Miguel de Val, «El Congreso
de la Poesía», Heraldo de Madrid, 19 marzo
1909.
[volver]
[16] «El Congreso de la Poesía»,
Ateneo, n.º III, marzo 1909, p. 151.
[volver]
[17] Mariano Miguel de Val, «El Congreso
de la Poesía en Valencia», Heraldo de Madrid,
12 febrero 1909, reproducido de Ateneo, enero 1909, p.
189.
[volver]
[18] «Congreso Universal de la Poesía»,
Ateneo, n.º I, julio 1909, p. 54: «La Compañía
Trasatlántica rebaja en el precio de los pasajes a favor
de los miembros del Congreso de la Poesía. (Ver Condiciones).
Fechas de salida de los más importantes puertos.»
[volver]
[19] Amado Nervo, op. cit.
[volver]
[20] Rubén Darío, «El Congreso
Universal de la Poesía», La Nación
(Buenos Aires), 15 agosto 1909, pp. 5-8.
[volver]
[21] Juan Ramón Jiménez, Epistolario
I, 1898-1916, edición de Alfonso Alegre Heitzmann,
Madrid, Residencia de Estudiantes, pp. 247-48.
[volver]
[22] Archivo Rubén Darío, colección
epistolar, Universidad Complutense de Madrid. Carta n. 1906, 28
diciembre 1908: «Mi ilustre amigo, Nervo acaba de llamarme
por teléfono para decirme que antes de media hora vendrá
para que trabajemos en lo del Congreso de la Poesía. ¿Podrá
venir o iremos a verle?»
[volver]
[23] Artículos en la prensa sobre el
Congreso de la Poesía:
G. de Candamo, Bernardo, «Palabras de un mundano»,
El Mundo, 23 marzo 1909.
García Sanchís, Federico, «Crónica»,
La Correspondencia de España, 23 marzo 1909.
Blanco Belmonte, M. R., «Cintas de cinematógrafo»,
El Imparcial, 24 marzo 1909.
Val, Mariano Miguel de, «Congreso de la Poesía»,
Heraldo de Madrid, 5 abril 1909.
Aznar Navarro, F., «El Palacio de los Poetas», La
Correspondencia de España, 7 abril 1909.
Azorín, «El Congreso de los poetas», ABC,
10 abril 1909.
Mateo, «Una interviú con Mariano Miguel de Val»,
Las Provincias de Valencia, 11 abril 1909.
Fillol Sanz, J., «Glosario», Heraldo de Madrid,
12 abril 1909.
Cortón, Antonio, «Congreso de la Poesía (crónica)»,
El Liberal, 18 abril 1909.
Otros artículos sin firma aparecieron en La Época,
El Liberal, Heraldo de Madrid, Gedeón,
ABC, etc.
[volver]
[24] Academia de la Poesía Española.
Sesión de honor, Madrid, Imp. de Bernardo Rodríguez,
1911, pp. 61-63.
[volver]
[25] Amado Nervo, op. cit.
[volver]
[26] Archivo Rubén Darío, colección
epistolar, Universidad Complutense de Madrid. Carta n. 1896, 20
de octubre de 1909.
[volver]
[27] Archivo Rubén Darío, colección
epistolar, Universidad Complutense de Madrid. Carta n. 1898, 26
de octubre de 1909.
[volver]
[28] Mariano Miguel de Val, «Sesión
de honor de la Academia de la Poesía Española»,
Ateneo, n.º VI, 1910, p. 301.
[volver]
[29] Amado Nervo, op. cit.
[volver]
[30] Tanto los estatutos como las composiciones
leídas en la velada se recogieron en el volumen Academia
de la Poesía Española. Sesión de honor,
Madrid, Imp. de Bernardo Rodríguez, 1911.
[volver]
[31] Véase la lista completa en Academia
de la Poesía Española. Sesión de honor,
cit.
[volver]
[32] Academia de la Poesía Española.
Sesión de honor, 1911, cit., p. 13.
[volver]
[33] Francisco Villaespesa, «La poesía
de la raza»; Manuel Machado, «La poesía del
pueblo»; Blanca de los Ríos, «La poesía
en la historia»; Enrique de Mesa, «La poesía
serrana»; Serafín y Joaquín Álvarez
Quintero, «Un recuerdo a Bécquer»; Antonio
de Zayas, «La poesía de la leyenda»; Sofía
Casanova, «La poesía del destierro»; Ángel
Avilés, «La poesía de la patria»; Paz
de Borbón, «La poesía del hogar».
[volver]
[34] «La Academia de la Poesía»,
Ateneo, n.º V, pp. 273-301.
[volver]
[35] Mariano Miguel de Val, «Tristitiae
Rerum de Francisco Villaespesa», Ateneo, n.º
XIV, p. 183.
[volver]
[36] Francisco Villaespesa, «La poesía
de la raza», sesión inaugural de la Academia de la
Poesía.
[volver]
[37] Ibíd., p. 299.
[volver]
[38] Véase facsímil del distintivo
oficial.
[volver]
[39] Una fotografía de la Academia de
la Poesía al posesionarse del local que le fue cedido en
el Consejo de Ministros y en la que aparecen Mariano Miguel de
Val, Villaespesa, Manuel Machado, Pérez de Ayala, Amado
Nervo o Cristóbal de Castro entre otros, se publicó
en Nuevo Mundo, 23 marzo 1911.
[volver]
[40] Mariano de Cavia, «El Centenario
del Quijote», El Imparcial, 2 diciembre 1903, p.
1.
[volver]
[41] «El Congreso de la poesía.
Una interviú con Mariano Miguel de Val», Las
Provincias de Valencia, 11 abril 1909.
[volver]
[42] «La Academia de la Poesía
en el Centenario de Cervantes», Ateneo, n.º II,
febrero 1911, p. 120.
[volver]
[43] Mariano Miguel de Val, De lo bueno
y lo malo, Madrid, Imp. Bernardo Rodríguez, 1909,
p. 150.
[volver]
[44] Ibíd., p. 133: «También
Mimí está de moda, y las Grisetas y las Colombinas
y los Pierrotes y los Arlequines, pero de esto tiene la culpa
Manuel Machado.»
[volver]
[45] Mariano Miguel de Val, «Tristitiae
Rerum de Francisco Villaespesa», Ateneo, n.º
XIV, p. 183.
[volver]
[46] Mariano Miguel de Val, De lo bueno
y lo malo, Madrid, Imp. Bernardo Rodríguez, 1909,
p. 127.
[volver]
[47] «Academia de la Poesía. Concurso
del cantar patriótico», Ateneo, n.º I, enero
1911, p. 59.
[volver]
[48] Ibíd.
[volver]
[49] «Academia de la Poesía. Concurso
del primer libro», Ateneo, n.º I, enero 1911, p.
58.
[volver]
[50] Ignacio Zaldívar, La gruta,
Madrid, Sucesores de Hernando, 1912.
[volver]
[51] Mariano Miguel de Val, «Tristitiae
Rerum de Francisco Villaespesa», Ateneo, n.º
XIV, p. 183.
[volver]
[52] «La Academia de la Poesía»,
Ateneo, n.º V, noviembre 1911, pp. 316-17.
[volver]
[53] Ibíd., p. 318.
[volver]
[54] Rafael Cansinos Assens, La novela de
un literato, Madrid, Alianza tres, 1982, vol. 1, p. 394:
«Mariano Miguel de Val tras ardua y larga gestión,
logra fundar en Madrid la Academia de la Poesía con carácter
oficial. En ella figuran como académicos natos, Villaespesa,
los Machado, Juan Ramón, etc.»
[volver]
[55] «Mariano Miguel de Val», El
Liberal, 8 agosto 1912.
[volver]
Fecha
de publicación: marzo 2009
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com
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