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Breve biblioteca de narrativa española contemporánea

(Carta a una estudiante que me pregunta, nada menos, cuáles son las 30 mejores obras de la narrativa española en lengua castellana de este siglo)

 

por Jordi Doménech

 

 

Querida amiga:

Me preguntas cuáles son las «30 mejores obras de la narrativa española en lengua castellana de este siglo», y no me preguntas cuál es la fórmula del bisulfito de antimonio porque no se te ha ocurrido. No es que no se pueda responder a la pregunta tan sencilla que me haces. Pero te voy a dar dos razones de por qué no conviene hacerlo. Y voy a responderte mediante dos claros ejemplos que nos evitarán farragosas disquisiciones:

1)  Si a Clarín o a Valera, supongamos —y por citar dos ilustres críticos del pasado siglo—, les hubieran preguntado cuáles eran las «mejores obras» de su siglo, es seguro que la mayor parte de nombres que nos hubieran citado —fervientemente incluso—, ni siquiera nos sonarían hoy en día (excepto a un puñado de eruditos, claro) y, lo que es peor, es probable que de la escasa media docena de autores del siglo XIX que aún leemos hoy con gusto omitieran a más de uno. Y no es que Clarín o Valera fueran torpes ni tuvieran un gusto literario especialmente retorcido. En absoluto.

Con todo esto lo que al cabo te quiero decir es que quien se meta a semejante tarea está expuesto, como mínimo, al más completo ridículo. La historia de la crítica literaria está llena de ejemplos de ello, algunos incluso pintorescos (el cultísimo Gracián, denostador del Quijote; Clarín mismo, sin ir más lejos, ridiculizó de la cruz a la fecha a Rubén Darío —y Valera, en cambio, fue su valedor de primera hora...—, etc., etc.). A la vista del ejemplo deduce tú misma por qué tales labores críticas están expuestas irremediablemente al fracaso.

2)  Es sabido que Azorín se levantaba a las tantas de la mañana y se ponía a leer o a escribir, y así un día y otro. No hizo otra cosa —paseos aparte— en su dilatadísima vida. Pues bien, si a alguien se le ocurriera hoy en día hacer lo mismo, no digo al cabo de setenta años, a los pocos meses es seguro habrían de internarlo en un psiquiátrico. ¿Es que Azorín (y Baroja, y...) estaba hecho de una pasta distinta a la nuestra? No. Es que ha cambiado la consideración social de la literatura. Hoy podemos levantarnos a las tantas de la mañana, por ejemplo, para hacer cine, TV o enchufarnos a Internet, y no hacer otra cosa y sin que nos suceda ningún mal. Pero no para leer o escribir.

Con este último ejemplo quiero traer a tu consideración un fenómeno originalísimo que acontece en nuestro siglo y que viene a complicar más aún las cosas si cabe con respecto a nuestro propósito. El hecho es el siguiente: la irrupción de los llamados «medios de comunicación de masas» en nuestro siglo no es algo baladí para la literatura. Y no lo es a tal punto que —estoy convencido— hay un antes y un después en literatura, siendo los mass media la partición de aguas. Dicho de otro modo: no puede hablarse de «literatura» en los mismos términos después de 1915 —por traer una fecha un tanto arbitrariamente—, que antes de esa fecha. Este hecho ignoro si ha sido estudiado suficientemente por la crítica y de qué modo. Pero, abundando en ello y aun a riesgo de hacerme pesado, no sé hasta qué punto los profesionales de la literatura —críticos, escritores, profesores...— no guardan un cadáver en el armario (me refiero, claro, al de la literatura), por lo menos desde los años veinte para acá.

Ya lo planteó elegantemente Antonio Machado en su esbozo de discurso de ingreso a la Real Academia (refiriéndose a la lírica, pero que puede hacerse extensivo a la literatura en general): la «lírica se ha convertido en problema». Ésta, como digo, es una manera elegante y suave de decir las cosas. La versión fuerte de decirlo ya puedes imaginarte cuál es.

Hechas estas consideraciones voy a lo que me pides. Pero antes una última observación. En la selección de autores y obras he tratado de salirme de lo trillado y, en la medida de lo posible, elegir autores poco conocidos, o bien, de ser éstos conocidos, obras poco conocidas suyas. Ello no obedece más que a una predilección mía, aun a riesgo de ser tildado de esnob.

 

1.  Ricardo MACÍAS PICAVEA (Santoña, Santander, 1847 - Valladolid, 1899), La Tierra de Campos, Madrid, Lib. de Victoriano Suárez, 1897.

Así pues, fiel a lo dicho, empiezo con un autor y una obra que seguro te va a sonar a chino: Ricardo Macías Picavea, La Tierra de Campos (1897). Ignoro si hay edición moderna de esta novela, cosa más importante de lo que parece, pues si no la hay te va a costar encontrarla incluso en las bibliotecas de más fuste.

Ya dijo Azorín en un artículo —no recuerdo ahora cuál, y no voy a ponerme a buscarlo— que no hay nada incausado, que aquellos barros trajeron esos lodos, etc. (se refería Azorín a la generación del 98), y siguiendo el hilo de su discurso menciona una nutrida lista de predecesores y antecesores de su generación (los barros de los famosos lodos). No citó Azorín en su lista de precursores a Picavea. No importa. Si no lo citó, pudo haberlo hecho.

Alguien dirá que en una selección de autores y obras del siglo XX, cómo saco un autor del XIX. La razón es que la novela de Macías Picavea no fue leída apenas en su siglo (es de 1897) ni tampoco en el XX (arrollados los de su generación por los nuevos escritores que, como el propio Azorín, empezaron —todo es empezar— por hacer leña de lo anterior). De modo que saquemos de su inmerecido y perenne purgatorio una novela sumamente interesante y entretenida —incluso para los lectores de hoy—, y, por lo demás, con un fino y agrio humor diluido en toda ella.

 


2.
  Benito PÉREZ GALDÓS (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920), Miau, Madrid, Imp. de La Guirnalda, 1888.

Después de Picavea es obligado continuar con Benito Pérez Galdós. Y aquí se me presenta un problema que me voy a encontrar más de una vez en este calvario, a saber, qué obra elegir.

Hay un puñado de novelas inexcusables: Doña Perfecta (1876), La desheredada (1881), Fortunata y Jacinta (1887), Nazarín (1895), Misericordia (1897)... Pero voy a recomendarte una que seguramente no figurará en tu manual de literatura: Miau (1888). Es una novela entretenidísima e incluso divertida. Ya la ponderó encarecidamente Clarín en su día (Benito Pérez Galdós. Estudio crítico-biográfico, 1889), de modo que, junto con tan buena y autorizada compañía, te la recomiendo yo también.

Y para no dejar huérfana tan buena lectura, dos obritas ligeras. Primero, El caballero encantado (Cuento real... inverosímil) (1909), que si no muy sólida literariamente, tiene la virtud de la amenidad, sobre todo si gustas de las tierras castellanas, pues la acción discurre en su mayor parte por la provincia de Soria (también de Segovia —aunque no se menciona en la novela— y Guadalajara). Y un cuento divertidísimo, incluso hilarante a trechos: «Celín» (de 1887, publicado en el volumen La sombra. Celín. Tropiquillos. Theros, 1890).

 


3.
  Miguel de UNAMUNO (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936), Abel Sánchez (Una historia de pasión), Madrid, Renacimiento, 1917; 2.ª ed., con un prólogo del autor: Madrid, Renacimiento, 1928.

Luego de Picavea y Galdós entramos de lleno en nuestro siglo y por la puerta grande de la llamada generación del 98, cruz de los críticos (por aquello de si la hubo o no la hubo, etc.). Y siguiendo cronológicamente por fecha de nacimiento esta selección de autores, el primero con quien nos topamos es nada menos que con Miguel de Unamuno. Unamuno lo fue casi todo, excepto músico —como apuntó cáusticamente Pío Baroja en sus Memorias—; pero sobre todo fue un incordio permanente. De haber hoy en día un par de Unamunos tan sólo, es seguro que estaríamos más entretenidos. Siéndolo todo, fue también, cómo no, novelista, dramaturgo y, sobre todo, notable poeta (a juzgar nada menos que por Rubén Darío, cuya autorizada opinión no voy a discutir).

Aquí la elección es clara: Abel Sánchez (Una historia de pasión) (1917). Es una novela —nivola, o como quiera llamársela— que le salió a Unamuno del alma, tal como él quería y creía que debían salir las cosas. Sin dificultad podrás encontrar edición moderna del libro.

 


4.
  Ramón del VALLE-INCLÁN (Villanueva de Arosa, Pontevedra, 1866 - Santiago de Compostela, 1936), La corte de los milagros, Madrid, Imp. Rivadeneyra, 1927.

Ramón del Valle-Inclán presenta mayores problemas en punto a elegir obra suya. Por de pronto, te recomiendo que vayas directamente a sus obras de los años veinte. Es Valle-Inclán autor que lo bueno y mejor suyo —para nosotros, lectores de fin de siglo— viene paso a paso y con el tiempo. En fin, después de calentarme suficientemente la cabeza te recomiendo su serie de El ruedo ibérico (I: La corte de los milagros, 1927; II: Viva mi dueño, 1928; III: Baza de espadas, póstuma, 1958). Como ves, no pretendo ser original.

Ahora bien, dicho esto he de recomendarte apresuradamente Martes de Carnaval (1930), libro en que Valle-Inclán recogió en un pañuelo algunos de sus mejores «esperpentos»: «Los cuernos de don Friolera» (publicada originalmente en La Pluma, n.º 11 y 15, abril y agosto 1923), «Las galas del difunto» (publicada antes en La Novela Mundial, 1926, con el título El terno del difunto) y «La hija del capitán» (también en La Novela Mundial, 1927: «Tan pronto como se publicó, las autoridades ordenaron la recogida de todos los ejemplares», apunta O. Guerrero en Valle-Inclán y el novecientos, 1977).

 


5.  Pío BAROJA
(San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956), La busca, Madrid, Lib. de Fernando Fe, 1904; 2.ª ed., íd., s.f. (1906); 3.ª ed., Madrid, Caro Raggio, 1917.

No soy lector de Pío Baroja, cosa más importante de lo que parece si se tiene en cuenta que Baroja publicó más de 60 novelas de regulares dimensiones, amén de los 22 volúmenes de las Memorias de un hombre de acción y las no pocas obritas cortas en colecciones periódicas (además de los ocho volúmenes de sus Memorias, un tomo de versos, varios libros de ensayo...: «atendiendo sólo al volumen de páginas escritas, apenas un Balzac o un Galdós resisten la comparación», dice E. de Nora).

De modo que, dentro de lo poco leído, tampoco aquí voy a ser nada original: La busca (1904). Ahora bien, si quieres huir de lo conocido, una novela de Baroja de mi predilección es El mayorazgo de Labraz (1903).

 


6.  AZORÍN
(Monóvar, Alicante, 1873 - Madrid, 1967), Antonio Azorín (Pequeño libro en que se habla de la vida de este peregrino señor), Madrid, Viuda de Rodríguez Serra, s.f. (1903); 2.ª ed., Madrid, Renacimiento, 1913.

Y de Pío Baroja a Azorín. Aquí —entre la no menos amplísima producción literaria de Azorín— siempre me he debatido entre dos obras suyas: una, La voluntad (1902); otra, Antonio Azorín (1903), que es por la cual finalmente me decanto.

Es Azorín escritor que no goza de mucho predicamento actualmente. La causa de ello quizá se deba a que las obras de Azorín requieren cierto rodaje como lector, cosa que no se estila mucho hoy en día. De todos modos, si la lectura de Azorín te deja indiferente —e incluso te carga—, no te preocupes. Lo más que puede sucederte es que te ahorres una incurable y peligrosa «azorinitis» que suele afectar sin remedio a muchos de sus lectores.

Dicho esto, y por si te da por entrar en el club de los azorinistas empedernidos, hay un puñado de libros de Azorín que me parecen inexcusables, aparte de los citados: Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), Los pueblos y La ruta de Don Quijote (ambos de 1905), Castilla (1912) y Un pueblecito (Riofrío de Ávila) (1916). Los azorinistas crónicos no me perdonarán si no menciono sus libros de crítica publicados en los años diez (Lecturas españolas, 1912; Clásicos y modernos, 1913; Los valores literarios, 1913; Al margen de los clásicos, 1915); y aun algún otro libro inclasificable y que en opinión de muchos contienen algunas de sus mejores páginas (Valencia y Madrid, ambos de 1941; Agenda y Posdata, de 1959, y Ejercicios de castellano, 1960).

 


7.  Manuel CIGES APARICIO
(Enguera, Valencia, 1873 - Ávila, 1936), El vicario, Madrid, Lib. de Fernando Fe, 1905.

Ignoro si Manuel Ciges Aparicio puede adscribirse o no a la generación del 98. Ello no quita para que rescate del olvido un libro suyo, que es además su primera novela y no tiene desperdicio: El vicario (1905).

No sé por qué razón no se incluye a Ciges Aparicio en los manuales de literatura al uso. Fue fusilado en 1936 siendo gobernador civil de Ávila.

 


8.  Ramón PÉREZ DE AYALA
(Oviedo, 1880 - Madrid, 1962), Prometeo. Luz de domingo. La caída de los Limones (Novelas poemáticas de la vida española), Madrid, Imp. Clásica Española, 1916.

Se supone que, después de la «generación del 98», debería proseguir con Ramón Gómez de la Serna, Pérez de Ayala o Gabriel Miró, escritores —junto a otros, claro— que alguien, siguiendo el fatídico hilo de las etiquetas generacionales, rotuló como «generación de 1914».

Pero es justo aquí —tan pronto— donde empiezan mis problemas, y es que si fuera por mi gusto daría un fenomenal salto desde los escritores que empezaron a publicar a comienzos de siglo, hasta los que empezaron a publicar a fines de los años veinte o entrada la década de los treinta.

Sólo para cumplir el expediente y rellenar un poco el vacío cronológico, voy a mencionar una obra de Ramón Pérez de Ayala, que no es ni Troteras y danzaderas (1913) ni Tigre Juan (1926), sino un sencilla obrita que reúne tres relatos cortos: Prometeo. Luz de domingo. La caída de los Limones (Novelas poemáticas de la vida española) (1916). El último relato mencionado fue calificado por E. de Nora como «obra maestra».

 

9.  Juan Ramón JIMÉNEZ (Moguer, Huelva, 1881 - San Juan de Puerto Rico, 1958), Platero y yo (Elegía andaluza), con ilustraciones de Fernando Marco, Madrid, La Lectura, 1914; 1.ª ed. completa: Madrid, Casa Editorial Calleja, 1917.

Sólo por razones cronológicas de fecha de nacimiento va Juan Ramón Jiménez en este lugar, aunque empezó a publicar mucho antes que algunos escritores mayores en edad que él.

Platero y yo (1914) es una obra para adultos, y lo digo rotundamente y muy a contrapelo de la opinión generalizada —incluida la de su propio autor—, que la califica como libro para niños, nada menos. Más aún: es una de las obras más terribles y duras de la literatura europea de este siglo. Reflexiona despacio, si no, qué significa que un burro, un animal, sea el mejor y único compañero del protagonista. Y esto para empezar.

Platero y yo fue publicado en plena Primera Guerra Mundial (12 de diciembre de 1914, reza el colofón de la primera edición de La Lectura), guerra con la que los occidentales entramos —malamente— en el siglo XX (entraron los europeos más que nosotros, sea dicho de paso, que mantuvimos una curiosa neutralidad).

 


10.  Pedro SALINAS
(Madrid, 1891 - Boston, Estados Unidos, 1951), Víspera del gozo, Madrid, Revista de Occidente, 1926.

Pedro Salinas, poeta de la generación del 27, tiene sin embargo uno de los relatos que más me impresionaron hace mucho tiempo: «Aurora de verdad», publicado en el volumen Víspera del gozo (1926). El relato es una auténtica pequeña obra de arte, de un preciosismo y belleza difíciles de ponderar.

 


11.  César M. ARCONADA
(Astudillo, Palencia, 1898 - Moscú, 1964), La turbina, Madrid, Eds. Ulises, 1930.

César M. Arconada, miembro del PCE desde 1931, ha sido etiquetado —como novelista— dentro del llamado «realismo socialista» de los años treinta. Sea como fuere, ahí va una novela suya, cuya acción transcurre en sus tierras palentinas (si vas a Astudillo verás que una de las calles con más solera y bonitas de la población lleva su nombre, lo cual honra grandemente a sus convecinos). La novela es La turbina (1930).

 

12.  Rafael DIESTE (Rianxo, La Coruña, 1899 - Santiago de Compostela, 1981), Historias e invenciones de Félix Muriel, Buenos Aires, Nova, 1943.

Rafael Dieste es autor —ya en su exilio bonaerense— de un libro de un preciosismo lírico exquisito: Historias e invenciones de Félix Muriel (1943).

 


13.  Paulino MASIP
(La Granadella, Lérida, 1899 - Cholula, México, 1963), El diario de Hamlet García, México, Imp. Manuel León Sánchez, 1944.

Y mira por dónde hemos llegado a la que considero una de las mejores novelas españolas en lengua castellana de este siglo: El diario de Hamlet García (1944), de Paulino Masip. ¿Sorprendida? Pues figúrate yo de decirlo y escribirlo.

Antes de la guerra, Paulino Masip se dedicó al periodismo en Madrid (fue colaborador de Ahora, El Sol y La Voz, diario este último del que sería director). En 1932 y 1936 estrenó dos comedias teatrales intrascendentes (La frontera y El báculo y el paraguas). Durante la guerra fue editorialista y editor técnico de La Vanguardia de Barcelona, colaborando activamente en pro de la causa republicana. En 1939 se exilió a México. Allí se gana la vida como comentarista cinematográfico y guionista de más de cincuenta películas, a juzgar por Román Gubern. Fue también asiduo colaborador de las revistas del exilio mexicano (Romance, España Peregrina, Litoral, Las Españas), y publicó algunos libros (dos obras de teatro: El hombre que hizo un milagro, 1944, y El emplazado, 1955; dos novelas: El diario de Hamlet García, 1944, y La aventura de Marta Abril, 1953; y tres volúmenes de relatos: Historias de amor, 1943, De quince llevo una, 1949, y La trampa, 1954).

No he podido ver la segunda de sus dos obras teatrales publicadas en el exilio, pero mi impresión es que El diario de Hamlet García aparece como un monumental oasis en medio de su producción narrativa. Por de pronto, es la novela de un hombre poderosamente inteligente, Paulino Masip, y surgida a raíz de una experiencia extraordinariamente singular: la guerra civil española.

Ya dijo Sender en unos comentarios publicados hace años en la revista Ínsula, que no había que esperar demasiado de las obras sobre la guerra civil publicadas en el exilio. Y no le faltaba razón a Sender, ni coherencia. Y es que la guerra, civil o no, es una experiencia inasimilable. Sin embargo, puede que haya excepciones, y la novela de Masip es una de ellas.

No voy a comentarte la novela, cosa que me llevaría bastante trabajo. Ahora bien, te advierto que es una novela difícil, muy difícil. Incluso puede resultarle difícil a un lector experimentado. Habrás visto que, hasta ahora, he tratado de elegir obras de más o menos asequible lectura, adecuadas al lector ocasional, sin pretensiones y apresurado, como conviene al lector de hoy. Pero la novela de Masip es una excepción. Ahora bien, la dificultad no está ni en el vocabulario ni en que tenga una construcción particularmente extravagante. Al contrario, es una novela lineal, sin aparentes dificultades formales (eso sí, con escasos diálogos y largos y densos párrafos). La dificultad está en otra parte: está en que es la novela de una experiencia —como te he dicho antes— muy singular. Lo cual se dice rápido. Y una novela con pocas concesiones al lector que busca el placer de leer por leer y que amenicen la lectura. En este aspecto, y a pesar de estar impecablemente bien escrita, es una novela dura de leer. Si la etiqueta «novela intelectual» no estuviera tan desprestigiada —y aplicada tantas veces tan fuera de lugar—, no dudaría en calificar el libro de Masip como de novela rigurosamente intelectual: escrita a pelo con inteligencia y dirigida, pura y dura y sin concesiones, a la inteligencia del lector. Sin embargo, creo que merece la pena hacer un esfuerzo y leer esta novela, una de las mejores —si no la mejor— de este siglo, y, desde luego, sobre la guerra civil.

Por si todo esto fuera poco, El hombre que hizo un milagro (Farsa en cuatro actos, el segundo dividido en tres cuadros) (México, Editorial Atlante, 1944), es una soberbia y desconocidísima obra de teatro, y no exagero un ápice si digo que es una de las mejores que he leído. Te la recomiendo también vivamente.

 


14.  Eduardo BLANCO-AMOR
(Orense, 1900 - Vigo, Pontevedra, 1979), La parranda [1959, en gallego, con el título A esmorga], trad. del autor, Buenos Aires, Cía. General Fabril Editora, 1960.

No entiendo cómo no se incluye a Eduardo Blanco-Amor en el destacadísimo lugar que sin duda le corresponde entre los escritores en lengua castellana. Él mismo tradujo —mejor dicho, reescribió— brillantemente sus obras al castellano.

Ninguno de los libros de Blanco-Amor tiene desperdicio. Elijo La parranda (1960), por mencionarte uno, pero sin desventaja ninguna puedes leer La catedral y el niño (1956), Las musarañas (1962, 1975), Los miedos (1963) o Aquella gente... (1972, 1976).

 

15.  Ramón J. SENDER (Chalamera, Huesca, 1901 - San Diego, California, 1982), El lugar de un hombre, México, Quetzal, 1939 (con el título El lugar del hombre); 2.ª ed., revisada: México, Eds. CNT, 1958.

Con Baroja y Camilo José Cela, Sender es uno de los escritores más prolíficos. Hay un nutrido puñado de novelas ineludibles: Imán (1930), Siete domingos rojos (1932), Epitalamio del prieto Trinidad (1942), Crónica del alba (1942 y 1965-66), Réquiem para un campesino español (1960), La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964)... (a ello habría que añadir una nada desdeñable labor crítica: Examen de ingenios. Los noventayochos, 1961; Ensayos sobre el infringimiento cristiano, 1967).

Sin embargo, mi elección es clarísima, entusiasta, y muy fuera de lo destacado por la crítica: El lugar de un hombre (1939, 1958), novela, por lo demás, situada en el Aragón natal del autor.

 

16.  Felipe ALFAU (Barcelona, 1902), Locos (Una comedia de gestos) [1936, en inglés], Barcelona, Seix Barral, 1990.

La historia de este libro —y de Felipe Alfau— es un tanto singular. Resulta que un día abrimos el periódico y leemos el siguiente titular: «Felipe Alfau obtiene el éxito literario en Estados Unidos a los 88 años» (El País, 2 de noviembre de 1990). Nadie conoce a Felipe Alfau. Leyendo la noticia nos enteramos de que una novela suya, Chromos, ha quedado finalista —junto a otras cinco— del más importante premio literario de Estados Unidos, el National Book Award. «Lo insólito del caso —dice el articulista— es que se trata de una novela de 1948 que hasta este año nadie quiso publicar.»

Siguiendo con la noticia del periódico nos enteramos de que Felipe Alfau emigró con su familia a Estados Unidos en 1916. En 1928 y 1929, respectivamente, escribe en inglés y casi seguidos, dos libros: Locos, a Comedy of Gestures (que no consiguió publicar hasta 1936, en un club de lectores, Farrar & Rinehart, y en una edición limitada de 1.500 ejemplares) y Old Tales from Spain (publicado en Doubleday, 1929; hay una edición reciente en castellano: Cuentos españoles de antaño, prólogo y traducción de Carmen Martín Gaite, Madrid, Siruela, 1991). Poco después Alfau consigue un trabajo de traductor en el Morgan Bank, en Wall Street, y deja de escribir. Hasta 1948, en que en dos meses escribe Chromos, su segunda novela («escrita entre traducción y traducción, para matar el tiempo», dice el articulista), que no conseguiría publicar.

Cuarenta años después, en 1988, un pequeño editor de Illinois descubre un ejemplar de Locos en una librería de ocasión. Le gusta tanto que lo publica. La novela tiene un éxito de crítica inesperado. En 1990 el mismo editor publica Chromos, y, nada menos, queda finalista del más prestigioso premio literario de Estados Unidos. Todo el mundo se interesa entonces por su autor: un desconocido octogenario que vive en una residencia de ancianos de Nueva York, y gracias a una pensión de indigente que le concede el ayuntamiento de la ciudad.

De las dos novelas de Alfau, elijo la primera, Locos (1936, 1990), situada en una Toledo alucinante.

 

17.  Max AUB (París, 1903 - México, 1972), Campo de los almendros, México, Joaquín Mortiz, 1968.

He de confesarte que ninguna obra de Max Aub ha conseguido satisfacerme lo bastante. No puedo con su prosa y siempre ha acabado por atravesárseme, y mira que lo he intentado. Debe de ser el mío un misterioso problema de incompatibilidad entre autor y lector. Por lo demás, la obra de Max Aub es impresionante por lo que toca a extensión.

Ahora bien, como sea que Max Aub viene avalado por la mejor crítica, me veo en la ineludible obligación de recomendarte, aunque sea muy provisionalmente, una novela de su serie de los «Campos»: Campo de los almendros (1968).

 

18.  Segundo SERRANO PONCELA (Madrid, 1912 - Caracas, Venezuela, 1976), Habitación para hombre solo, Barcelona, Seix Barral, 1963.

Me decido por su primera novela: Habitación para hombre solo (1963). Arturo Serrano Plaja empezó a publicar tardíamente en el exilio, a mediados de los años cincuenta. Su última obra, vasta y ambiciosa novela sobre la guerra civil, fue La viña de Nabot, publicada póstumamente en 1979 (Madrid, Albia).

 

19.  Manuel ANDÚJAR (La Carolina, Jaén, 1913), Historias de una historia, Madrid, Al-Borak, 1973.

Sin duda, uno de los escritores más importantes del exilio. Regresó a España en 1976, siendo entonces la obra de Andújar prácticamente desconocida aquí.

Su amplio retablo narrativo sobre la España contemporánea se inscribe en el ciclo «Lares y penares», del cual forma parte la novela —sobre la guerra civil— que te recomiendo: Historias de una historia (1973).

 

20.  Juan Antonio GAYA NUÑO (Tardelcuende, Soria, 1913 - Madrid, 1976), Historia del cautivo (Episodios nacionales), México, Imp. Venecia, 1966.

No suele incluirse a Gaya Nuño —afamado ensayista e historiador del arte— en los manuales de literatura. Mal hecho. Ya apuntaba Santos Sanz Villanueva que quizá su prestigio como historiador del arte sea la causa de su desconocimiento como narrador.

Historia del cautivo (1966) es una impresionante novela sobre el desastre de Annual. Y, como acompañamiento, una obrita ligera y desconocidísima, publicada en Italia en edición limitada: La espeluznante historia de la calavera de Goya (Roma, Edizioni dell’Elefante, 1966).

 


21.  Jorge CAMPOS
(Madrid, 1916 - El Espinar, Segovia, 1983): selección de relatos de los libros Seis mentiras en novela (1940), En nada de tiempo (1948), Pasarse de bueno (1950), El atentado (1951), El hombre y lo demás (1953), Tiempo pasado (1956), Cuentos en varios tiempos (1974) y Cuentos sobre Alicante y Albatera (1985).

Jorge Campos —seudónimo de Jorge Renales Fernández— ha sido encuadrado dentro de lo que se ha venido en llamar «exilio interior». Alguien ha dicho que algunos de sus cuentos figuran entre lo mejor de la narrativa española contemporánea. No sé si será verdad, pero uno de los relatos que más me han impresionado fue el titulado «Corrida de toros», publicado en el volumen Tiempo pasado (con prólogo de Eusebio García Luengo, Santander, Cantalapiedra, 1956, edición de 100 ejemplares), libro que le valió el premio Nacional de Literatura en 1955.

Creo que sería conveniente reunir en un buen volumen una nutrida selección de los cuentos y relatos de Jorge Campos, muchos de ellos publicados en sueltos o agrupados en ediciones de muy reducida tirada, o desperdigados en variedad de revistas literarias. De modo que a la espera de esta futura recopilación, no puedo señalarte ningún libro en particular. De todos modos, El hombre y lo demás (en la estupenda colección «Prosistas contemporáneos» que dirigiera Antonio Rodríguez-Moñino, Valencia, Castalia, 1953), recogió en su día una buena selección.

 


22.  Camilo José CELA
(Padrón, La Coruña, 1916), La colmena, Buenos Aires, Emecé, 1951.

No soy lector de Cela, lo cual no es menudo inconveniente dada su ingente producción literaria, extendida a lo largo de más de cincuenta años. Y, para acabarlo de arreglar, fue galardonado nada menos que con el premio Nobel de Literatura en 1989 y recientemente con el premio Cervantes.

Ahora bien, valoro dos cosas de Cela: su incansable trabajo y su revista Papeles de Son Armadans (Palma de Mallorca, 1956-1979), fundada y dirigida por él, y sin duda una de las revistas literarias más notorias en la segunda mitad de siglo.

En cierta ocasión le pregunté a bocajarro a un prestigioso medievalista y cien veces editor del Quijote, cuál era en su opinión la mejor novela española de este siglo. Y me contestó sin pestañear que La colmena. Hay veces que uno no sabe qué contestar. No soy muy rápido de reflejos, pero pensé que obtendría mejores resultados y provecho si me acercaba más a su terreno, de modo que luego luego le pregunté cuál era la mejor edición de las obras completas de Cervantes (respuesta: la de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, 19 vols., 1914-1941; evidentemente, un diez). Sin embargo, por si acaso el afamado cervantista llevara razón, no tengo más remedio que recomendarte también La colmena (1951), aunque sea más que provisionalmente.

 


23.  Carmen LAFORET
(Barcelona, 1921), Nada, Barcelona, Destino, 1945.

Nada (1945) obtuvo un sonado éxito cuando le fue concedido el premio Nadal —el primero de ellos— en 1944. Hubo muchas idas y venidas entonces, y mucho ajetreo, pero con el tiempo la novela primeriza de Carmen Laforet ha quedado como la mejor de la posguerra española. Por lo menos ésta es mi opinión.

Pero no es la única novela de Carmen Laforet, y si te gusta esta primera suya he de recomendarte también La isla y los demonios (1952), ubicada en las Canarias donde pasó su niñez y adolescencia la escritora.

 

24.  Manuel LAMANA (Madrid, 1922 - Buenos Aires, 1996), Los inocentes, Buenos Aires, Losada, 1959.

Manuel Lamana sigue siendo un escritor desconocido, cuando su magnífica novela Los inocentes (1959) cae entre las tres o cuatro novelas sobre la guerra civil que merece la pena leer. Para empezar, por su originalidad: es la guerra civil vista a través de los ojos de un niño, en Valencia, niño que, claro, no sabe muy bien lo que pasa, simplemente las cosas «pasan». Pero el cuadro de la Valencia de 1937 que nos desliza Manuel Lamana con una técnica impecable, a través de los ojos inocentes del niño protagonista de la novela, es digno de leer y recomendar vivamente.

 


25.  Antonio FERRES
(Madrid, 1924), La piqueta, Barcelona, Destino, 1959.

Dentro de lo que se ha catalogado como «realismo social» de los años cincuenta, la novela de Antonio Ferres, La piqueta (1959), ocupa un destacado lugar. Y si te he de ser sincero, es la mejor de su estilo que he leído.

 


26.  Luis MARTÍN SANTOS
(Larache, Marruecos, 1924 - Vitoria, 1964), Tiempo de silencio, Barcelona, Seix Barral, 1962.

Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos, conmocionó el mundo literario de comienzos de los años sesenta. Fue calificada de «obra excepcional y desconcertante» en su día, de «clásico de nuestras letras» veinte de años después. Ningún autor con una sola novela, como Martín Santos, ha merecido tanta atención de la crítica (reflejada en una bibliografía desproporcionada, como apunta I. Soldevila).

Ahora bien, no sé hasta qué punto el lector actual, ajeno por completo a los dilemas e intríngulis técnicos de la novela de los años cincuenta, se va a quedar a dos velas con la lectura de este libro. De todos modos, no tengo más remedio que recomendártelo y juzga por ti misma.

 


27.  José Manuel CABALLERO BONALD
(Jerez de la Frontera, Cádiz, 1926), En la casa del padre, Barcelona, Plaza & Janés, 1988.

Se supone que debería recomendarte a ojos cerrados Dos días de setiembre (1962), pero hay aún otra novela de Caballero Bonald —por otra parte, notable poeta—, más reciente, que es por la cual finalmente me inclino: En la casa del padre (1988), premio Internacional de Novela Plaza & Janés de aquel año, situada en el Jerez de la Frontera natal del autor.

 


28.  Ana María MATUTE
(Barcelona, 1926), Primera memoria, Barcelona, Destino, 1960.

Ana María Matute tiene una copiosa obra literaria, iniciada a fines de los años cuarenta con la novela Los Abel (1948). A esta producción narrativa habría que que añadir además sus muchos libros infantiles (ejemplo: Los tontos, Madrid, Eds. Arión, 1956, con ilustraciones de Miguel Lluch), que, evidentemente, la crítica no suele tener en cuenta.

Elijo entre sus libros Primera memoria (1960), premio Nadal 1959, novela situada en Mallorca y enmarcada en la guerra civil.

 

29.  Rafael SÁNCHEZ FERLOSIO (Roma, 1927), El Jarama, Barcelona, Destino, 1956.

La novela de Sánchez Ferlosio El Jarama (1956) podría entrar entre la media docena de mejores novelas de la literatura española contemporánea.

Es El Jarama una novela peculiar. A lo largo de sus 365 dilatadas páginas de apretada letra —que, en otro aspecto, son un museo de la vida cotidiana de los años cincuenta— no sucede nada. No hay más que un grupo de amigos que va a pasar el domingo a un merendero a orillas del Jarama. Sólo muy al final de la novela sucede algo: uno de los excursionistas se ahoga en el río. Y ahí —justo ahí—, se acaba de repente la larga novela.

A comienzos de los años ochenta hubo un antropólogo o historiador de las religiones francés —no me acuerdo muy bien— que propuso en una serie de libros que causaron gran revuelo, interpretar la cultura occidental a partir de una categoría harto arcaica, pero nunca aplicada a nuestra cultura: el sacrificio. Pues bien, el ahogamiento en el río de la novela de Sánchez Ferlosio, ¿es una muerte accidental, o un sacrificio ritual?

Y, siguiendo este hilo, la segunda pregunta, ésta más fuerte, es la siguiente: ¿es necesario que alguien muera para que otros vivan?

Al margen de las elucubraciones tecnicistas de la crítica literaria, la novela de Sánchez Ferlosio no es una novela de ayer, una pieza de arqueología literaria sólo apta para aburrir quizá a los estudiantes. Es un monumento literario, rabiosamente de hoy y —probablemente— de mañana.

 


30.  José JIMÉNEZ LOZANO
(Langa, Ávila, 1930), Duelo en la Casa Grande, Barcelona, Anthropos, 1982.

En 1978 José Jiménez Lozano publicó un notable ensayo —a citar entre sus otros muchos— con el título Los cementerios civiles y la heterodoxia española. Pues bien, si no fuera porque en 1992 recibió el premio Nacional de las Letras Españolas, diría que Jiménez Lozano estaba condenado a hacerle compañía a sus heterodoxos, pues maldito el caso que ha venido haciéndole la crítica.

No quiero hacerme pesado, pero he de decirte que Duelo en la Casa Grande (1982) es una de las mejores novelas sobre la guerra civil que he leído. Por otra parte, los amantes de la lengua castellana encontrarán en este libro un inesperado tesoro, lleno de castellanismos y localismos, algunos de ellos auténticas perlas del idioma.

He dicho antes que Jiménez Lozano es también ensayista. De modo que, como complemento, te recomiendo un hermoso libro: Guía espiritual de Castilla (Valladolid, Ámbito, 1984, ilustrado con fotografías de Miguel Martín).

 

31.  Juan GOYTISOLO (Barcelona, 1931), Reivindicación del Conde don Julián, México, Joaquín Mortiz, 1970.

Juan Goytisolo es un caso especial en nuestra literatura (aunque quizá no debería ser lo especial, sino lo habitual). Ha ido siempre a su aire, sin hacer caso ni del aplauso ni de la crítica.

Literariamente, su obra adquiere solidez a partir de Señas de identidad (1966), primera de las novelas de la que se ha llamado «trilogía de Álvaro Mendiola». A ella siguió Reivindicación del Conde don Julián (1970), que es la novela que te recomiendo.

 


32.  Juan MARSÉ
(Barcelona, 1933), Si te dicen que caí, México, Novaro, 1973; 2.ª ed., Barcelona, Seix Barral, 1976; versión corregida y definitiva: íd., 1986.

Tengo un problema aquí y es que soy incapaz de inclinarme por ninguna novela de Marsé en particular. Elijo Si te dicen que caí (1973, 1986), pero sin desventaja ninguna puedes leer también Últimas tardes con Teresa (1966) o La oscura historia de la prima Montse (1970), sin olvidar el soberbio y divertidísimo relato «Teniente Bravo», publicado en el libro homónimo (1987).

 


33.  Eduardo MENDOZA
(Barcelona, 1943), Sin noticias de Gurb, Barcelona, Seix Barral, 1991.

Sin noticias de Gurb (1991) es una novela hilarante de un extraterrestre en Barcelona. Quizá no merezca más que unas pocas líneas en los futuros manuales de literatura —o puede que ni esto—, en detrimento de otras obras más «serias» de Eduardo Mendoza, pero yo te la recomiendo entusiásticamente.

La novela fue publicada por entregas en el periódico El País en agosto de 1990, sin duda para amenizar el verano de sus lectores (se publicó del 1 al 25 de agosto, bajo la cabecera «El folletín de Eduardo Mendoza» e ilustrada con dibujos de Perico Pastor). El diario batió un récord de ventas aquel mes.

 

34.  José María GUELBENZU (Madrid, 1944), El mercurio, Barcelona, Seix Barral, 1968.

De novela «experimental», «culturalista» y otros calificativos extravagantes ha sido etiquetada El mercurio (1968), no sé por qué. A mí me parece una de las mejores novelas de los años sesenta. No es fácil su lectura (como la anterior de Juan Goytisolo que te he mencionado, de fecha similar), pero de todos modos te la recomiendo.

 


35.  Julio LLAMAZARES
(Vegamián, León, 1954), La lluvia amarilla, Barcelona, Seix Barral, 1988.

Hace rato que debería de haber finalizado esta selección de autores y obras (me pedías treinta en tu carta y llevo ya treinta y cinco con ésta), pero he querido dar un salto en el tiempo, y cerrar esta lista con una magnífica novela de Julio Llamazares: La lluvia amarilla (1988).

 

Amiga mía, acabo. Llevo horas con este suplicio de carta y no puedo más. Pero antes, una última consideración: esto es una carta y no un libro de texto, y yo no soy Nicolas Boileau. Quiero decir que no es mi intención pontificar, y muchísimo menos en literatura. Primero, porque no soy quién; segundo, porque no tengo vocación para ello; y tercero, porque ya te he advertido de entrada, en las primeras líneas de esta carta, sobre la inutilidad, irrelevancia e incluso superfluidad de este tipo de listados. Si alguna utilidad tienen es la de que, contagiada por el poco o mucho entusiasmo que he puesto en ello, leas algún libro de los mencionados (y si lees dos, miel sobre hojuelas). Antes que «maestro» soy alumno, por lo menos en literatura, y ojalá pueda seguir siéndolo por muchos años. Y no hay nada que agradezca más, ni me agrade tanto, que alguien —sea quien sea— me recomiende un libro; y si lo hace con mediano entusiamo, mejor. Me falta tiempo para leerlo, aunque sea para ver si es tan bueno como dice.

Dicho esto habrás visto que en la lista anterior hay lagunas evidentes. Ello se debe a muchas razones. Una, que no he incluido ningún autor cuya obra no conozca por entero y bien (salvo tres excepciones ineludibles: Baroja, Max Aub y Cela). De modo que he omitido a autores muy ponderados por la crítica (sólo por poner cuatro ejemplos bien distintos: Gabriel Miró, Miguel Delibes, Rafael Benet o Juan García Hortelano). Así pues, esta lista es rabiosamente inconclusa e incompleta. Que es como debe ser.

Un saludo,

Jordi Doménech

Diciembre 1996.


Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com