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Breve
biblioteca de narrativa española contemporánea
(Carta
a una estudiante que me pregunta, nada menos, cuáles son
las 30 mejores obras de la narrativa española en lengua castellana
de este siglo) |
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Querida
amiga:
Me preguntas cuáles son las
«30 mejores obras de la narrativa española en lengua castellana
de este siglo», y no me preguntas cuál es la fórmula
del bisulfito de antimonio porque no se te ha ocurrido. No es que no
se pueda responder a la pregunta tan sencilla que me haces. Pero te
voy a dar dos razones de por qué no conviene hacerlo. Y
voy a responderte mediante dos claros ejemplos que nos evitarán
farragosas disquisiciones:
1) Si a Clarín o
a Valera, supongamos —y por citar dos ilustres críticos del
pasado siglo—, les hubieran preguntado cuáles eran las «mejores
obras» de su siglo, es seguro que la mayor parte de nombres que
nos hubieran citado —fervientemente incluso—, ni siquiera
nos sonarían hoy en día (excepto a un puñado de eruditos,
claro) y, lo que es peor, es probable que de la escasa media docena
de autores del siglo XIX que aún leemos hoy con gusto omitieran
a más de uno. Y no es que Clarín o Valera fueran torpes ni
tuvieran un gusto literario especialmente retorcido. En absoluto.
Con todo esto lo que al cabo te
quiero decir es que quien se meta a semejante tarea está expuesto,
como mínimo, al más completo ridículo. La historia de
la crítica literaria está llena de ejemplos de ello, algunos
incluso pintorescos (el cultísimo Gracián, denostador del
Quijote; Clarín mismo, sin ir más lejos, ridiculizó
de la cruz a la fecha a Rubén Darío —y Valera, en cambio,
fue su valedor de primera hora...—, etc., etc.). A la vista del
ejemplo deduce tú misma por qué tales labores críticas
están expuestas irremediablemente al fracaso.
2) Es sabido que Azorín
se levantaba a las tantas de la mañana y se ponía a leer o
a escribir, y así un día y otro. No hizo otra cosa —paseos
aparte— en su dilatadísima vida. Pues bien, si a alguien
se le ocurriera hoy en día hacer lo mismo, no digo al cabo de setenta
años, a los pocos meses es seguro habrían de internarlo en
un psiquiátrico. ¿Es que Azorín (y Baroja, y...) estaba
hecho de una pasta distinta a la nuestra? No. Es que ha cambiado la
consideración social de la literatura. Hoy podemos levantarnos
a las tantas de la mañana, por ejemplo, para hacer cine, TV o enchufarnos
a Internet, y no hacer otra cosa y sin que nos suceda ningún mal.
Pero no para leer o escribir.
Con este último ejemplo quiero
traer a tu consideración un fenómeno originalísimo que
acontece en nuestro siglo y que viene a complicar más aún
las cosas si cabe con respecto a nuestro propósito. El hecho es
el siguiente: la irrupción de los llamados «medios de comunicación
de masas» en nuestro siglo no es algo baladí para la literatura.
Y no lo es a tal punto que —estoy convencido— hay un antes
y un después en literatura, siendo los mass media la partición
de aguas. Dicho de otro modo: no puede hablarse de «literatura»
en los mismos términos después de 1915 —por traer una
fecha un tanto arbitrariamente—, que antes de esa fecha. Este
hecho ignoro si ha sido estudiado suficientemente por la crítica
y de qué modo. Pero, abundando en ello y aun a riesgo de hacerme
pesado, no sé hasta qué punto los profesionales de la literatura
—críticos, escritores, profesores...— no guardan un
cadáver en el armario (me refiero, claro, al de la literatura),
por lo menos desde los años veinte para acá.
Ya lo planteó elegantemente
Antonio Machado en su esbozo de discurso de ingreso a la Real Academia
(refiriéndose a la lírica, pero que puede hacerse extensivo
a la literatura en general): la «lírica se ha convertido en
problema». Ésta, como digo, es una manera elegante y suave
de decir las cosas. La versión fuerte de decirlo ya puedes imaginarte
cuál es.
Hechas estas consideraciones voy
a lo que me pides. Pero antes una última observación. En la
selección de autores y obras he tratado de salirme de lo trillado
y, en la medida de lo posible, elegir autores poco conocidos, o bien,
de ser éstos conocidos, obras poco conocidas suyas. Ello no obedece
más que a una predilección mía, aun a riesgo de ser tildado
de esnob.
1. Ricardo
MACÍAS PICAVEA (Santoña,
Santander, 1847 - Valladolid, 1899), La Tierra de Campos, Madrid,
Lib. de Victoriano Suárez, 1897.
Así pues, fiel a lo dicho,
empiezo con un autor y una obra que seguro te va a sonar a chino: Ricardo
Macías Picavea, La Tierra de Campos (1897). Ignoro si hay
edición moderna de esta novela, cosa más importante de lo
que parece, pues si no la hay te va a costar encontrarla incluso en
las bibliotecas de más fuste.
Ya dijo Azorín en un artículo
—no recuerdo ahora cuál, y no voy a ponerme a buscarlo—
que no hay nada incausado, que aquellos barros trajeron esos lodos,
etc. (se refería Azorín a la generación del 98), y siguiendo
el hilo de su discurso menciona una nutrida lista de predecesores y
antecesores de su generación (los barros de los famosos lodos).
No citó Azorín en su lista de precursores a Picavea. No importa.
Si no lo citó, pudo haberlo hecho.
Alguien dirá que en una selección
de autores y obras del siglo XX, cómo saco un autor del XIX. La
razón es que la novela de Macías Picavea no fue leída
apenas en su siglo (es de 1897) ni tampoco en el XX (arrollados los
de su generación por los nuevos escritores que, como el propio
Azorín, empezaron —todo es empezar— por hacer leña
de lo anterior). De modo que saquemos de su inmerecido y perenne purgatorio
una novela sumamente interesante y entretenida —incluso para los
lectores de hoy—, y, por lo demás, con un fino y agrio humor
diluido en toda ella.
2. Benito PÉREZ
GALDÓS (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920), Miau,
Madrid, Imp. de La Guirnalda, 1888.
Después de Picavea es obligado
continuar con Benito Pérez Galdós. Y aquí se me presenta
un problema que me voy a encontrar más de una vez en este calvario,
a saber, qué obra elegir.
Hay
un puñado de novelas inexcusables: Doña Perfecta (1876),
La desheredada (1881), Fortunata y Jacinta (1887), Nazarín
(1895), Misericordia (1897)... Pero voy a recomendarte una que
seguramente no figurará en tu manual de literatura: Miau
(1888). Es una novela entretenidísima e incluso divertida. Ya la
ponderó encarecidamente Clarín en su día (Benito Pérez
Galdós. Estudio crítico-biográfico, 1889), de modo
que, junto con tan buena y autorizada compañía, te la recomiendo
yo también.
Y para no dejar huérfana tan
buena lectura, dos obritas ligeras. Primero, El caballero encantado
(Cuento real... inverosímil) (1909), que si no muy sólida
literariamente, tiene la virtud de la amenidad, sobre todo si gustas
de las tierras castellanas, pues la acción discurre en su mayor
parte por la provincia de Soria (también de Segovia —aunque
no se menciona en la novela— y Guadalajara). Y un cuento divertidísimo,
incluso hilarante a trechos: «Celín» (de 1887, publicado
en el volumen La sombra. Celín. Tropiquillos. Theros, 1890).
3. Miguel de
UNAMUNO (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936), Abel Sánchez (Una
historia de pasión), Madrid, Renacimiento, 1917; 2.ª ed.,
con un prólogo del autor: Madrid, Renacimiento, 1928.
Luego de Picavea y Galdós entramos
de lleno en nuestro siglo y por la puerta grande de la llamada generación
del 98, cruz de los críticos (por aquello de si la hubo o no la
hubo, etc.). Y siguiendo cronológicamente por fecha de nacimiento
esta selección de autores, el primero con quien nos topamos es
nada menos que con Miguel de Unamuno. Unamuno lo fue casi todo, excepto
músico —como apuntó cáusticamente Pío Baroja
en sus Memorias—; pero sobre todo fue un incordio permanente.
De haber hoy en día un par de Unamunos tan sólo, es seguro
que estaríamos más entretenidos. Siéndolo todo, fue también,
cómo no, novelista, dramaturgo y, sobre todo, notable poeta (a
juzgar nada menos que por Rubén Darío, cuya autorizada opinión
no voy a discutir).
Aquí la elección es clara:
Abel Sánchez (Una historia de pasión) (1917). Es una
novela —nivola, o como quiera llamársela— que
le salió a Unamuno del alma, tal como él quería y creía
que debían salir las cosas. Sin dificultad podrás encontrar
edición moderna del libro.
4. Ramón
del VALLE-INCLÁN (Villanueva de Arosa, Pontevedra, 1866 - Santiago
de Compostela, 1936), La corte de los milagros, Madrid, Imp.
Rivadeneyra, 1927.
Ramón del Valle-Inclán
presenta mayores problemas en punto a elegir obra suya. Por de pronto,
te recomiendo que vayas directamente a sus obras de los años veinte.
Es Valle-Inclán autor que lo bueno y mejor suyo —para nosotros,
lectores de fin de siglo— viene paso a paso y con el tiempo. En
fin, después de calentarme suficientemente la cabeza te recomiendo
su serie de El ruedo ibérico (I: La corte de los milagros,
1927; II: Viva mi dueño, 1928; III: Baza de espadas,
póstuma, 1958). Como ves, no pretendo ser original.
Ahora bien, dicho esto he de recomendarte
apresuradamente Martes de Carnaval (1930), libro en que Valle-Inclán
recogió en un pañuelo algunos de sus mejores «esperpentos»:
«Los cuernos de don Friolera» (publicada originalmente en
La Pluma, n.º 11 y 15, abril y agosto 1923), «Las galas
del difunto» (publicada antes en La Novela Mundial, 1926, con el
título El terno del difunto) y «La hija del capitán»
(también en La Novela Mundial, 1927: «Tan pronto como se publicó,
las autoridades ordenaron la recogida de todos los ejemplares»,
apunta O. Guerrero en Valle-Inclán y el novecientos, 1977).
5. Pío
BAROJA (San
Sebastián, 1872 - Madrid, 1956), La busca, Madrid, Lib.
de Fernando Fe, 1904; 2.ª ed., íd., s.f. (1906); 3.ª
ed., Madrid, Caro Raggio, 1917.
No soy lector de Pío Baroja,
cosa más importante de lo que parece si se tiene en cuenta que
Baroja publicó más de 60 novelas de regulares dimensiones,
amén de los 22 volúmenes de las Memorias de un hombre de
acción y las no pocas obritas cortas en colecciones periódicas
(además de los ocho volúmenes de sus Memorias, un tomo
de versos, varios libros de ensayo...: «atendiendo sólo al
volumen de páginas escritas, apenas un Balzac o un Galdós
resisten la comparación», dice E. de Nora).
De modo que, dentro de lo poco leído,
tampoco aquí voy a ser nada original: La busca (1904). Ahora
bien, si quieres huir de lo conocido, una novela de Baroja de mi predilección
es El mayorazgo de Labraz (1903).
6. AZORÍN
(Monóvar,
Alicante, 1873 - Madrid, 1967), Antonio Azorín (Pequeño
libro en que se habla de la vida de este peregrino señor),
Madrid, Viuda de Rodríguez Serra, s.f. (1903); 2.ª ed., Madrid,
Renacimiento, 1913.
Y de Pío Baroja a Azorín.
Aquí —entre la no menos amplísima producción literaria
de Azorín— siempre me he debatido entre dos obras suyas:
una, La voluntad (1902); otra, Antonio Azorín (1903),
que es por la cual finalmente me decanto.
Es Azorín escritor que no goza
de mucho predicamento actualmente. La causa de ello quizá se deba
a que las obras de Azorín requieren cierto rodaje como lector,
cosa que no se estila mucho hoy en día. De todos modos, si la lectura
de Azorín te deja indiferente —e incluso te carga—,
no te preocupes. Lo más que puede sucederte es que te ahorres una
incurable y peligrosa «azorinitis» que suele afectar sin remedio
a muchos de sus lectores.
Dicho esto, y por si te da por entrar
en el club de los azorinistas empedernidos, hay un puñado de libros
de Azorín que me parecen inexcusables, aparte de los citados: Las
confesiones de un pequeño filósofo (1904), Los pueblos
y La ruta de Don Quijote (ambos de 1905), Castilla (1912)
y Un pueblecito (Riofrío de Ávila) (1916). Los azorinistas
crónicos no me perdonarán si no menciono sus libros de crítica
publicados en los años diez (Lecturas españolas, 1912;
Clásicos y modernos, 1913; Los valores literarios,
1913; Al margen de los clásicos, 1915); y aun algún
otro libro inclasificable y que en opinión de muchos contienen
algunas de sus mejores páginas (Valencia y Madrid,
ambos de 1941; Agenda y Posdata, de 1959, y Ejercicios
de castellano, 1960).
7. Manuel
CIGES APARICIO (Enguera,
Valencia, 1873 - Ávila, 1936), El vicario, Madrid, Lib.
de Fernando Fe, 1905.
Ignoro si Manuel Ciges Aparicio
puede adscribirse o no a la generación del 98. Ello no quita para
que rescate del olvido un libro suyo, que es además su primera
novela y no tiene desperdicio: El vicario (1905).
No sé por qué razón
no se incluye a Ciges Aparicio en los manuales de literatura al uso.
Fue fusilado en 1936 siendo gobernador civil de Ávila.
8. Ramón
PÉREZ DE AYALA (Oviedo,
1880 - Madrid, 1962), Prometeo. Luz de domingo. La caída de
los Limones (Novelas poemáticas de la vida española),
Madrid, Imp. Clásica Española, 1916.
Se supone que, después de la
«generación del 98», debería proseguir con Ramón
Gómez de la Serna, Pérez de Ayala o Gabriel Miró, escritores
—junto a otros, claro— que alguien, siguiendo el fatídico
hilo de las etiquetas generacionales, rotuló como «generación
de 1914».
Pero es justo aquí —tan
pronto— donde empiezan mis problemas, y es que si fuera por mi
gusto daría un fenomenal salto desde los escritores que empezaron
a publicar a comienzos de siglo, hasta los que empezaron a publicar
a fines de los años veinte o entrada la década de los treinta.
Sólo para cumplir el expediente
y rellenar un poco el vacío cronológico, voy a mencionar una
obra de Ramón Pérez de Ayala, que no es ni Troteras y danzaderas
(1913) ni Tigre Juan (1926), sino un sencilla obrita que reúne
tres relatos cortos: Prometeo. Luz de domingo. La caída de los
Limones (Novelas poemáticas de la vida española) (1916).
El último relato mencionado fue calificado por E. de Nora como
«obra maestra».
9. Juan
Ramón JIMÉNEZ (Moguer,
Huelva, 1881 - San Juan de Puerto Rico, 1958), Platero y yo (Elegía
andaluza), con ilustraciones de Fernando Marco, Madrid, La Lectura,
1914; 1.ª ed. completa: Madrid, Casa Editorial Calleja, 1917.
Sólo por razones cronológicas
de fecha de nacimiento va Juan Ramón Jiménez en este lugar,
aunque empezó a publicar mucho antes que algunos escritores mayores
en edad que él.
Platero y yo (1914) es una
obra para adultos, y lo digo rotundamente y muy a contrapelo de la opinión
generalizada —incluida la de su propio autor—, que la califica
como libro para niños, nada menos. Más aún: es una de
las obras más terribles y duras de la literatura europea de este
siglo. Reflexiona despacio, si no, qué significa que un burro,
un animal, sea el mejor y único compañero del protagonista.
Y esto para empezar.
Platero y yo fue publicado
en plena Primera Guerra Mundial (12 de diciembre de 1914, reza el colofón
de la primera edición de La Lectura), guerra con la que los occidentales
entramos —malamente— en el siglo XX (entraron los europeos
más que nosotros, sea dicho de paso, que mantuvimos una curiosa
neutralidad).
10. Pedro
SALINAS (Madrid,
1891 - Boston, Estados Unidos, 1951), Víspera del gozo,
Madrid, Revista de Occidente, 1926.
Pedro Salinas, poeta de la generación
del 27, tiene sin embargo uno de los relatos que más me impresionaron
hace mucho tiempo: «Aurora de verdad», publicado en el volumen
Víspera del gozo (1926). El relato es una auténtica
pequeña obra de arte, de un preciosismo y belleza difíciles
de ponderar.
11. César
M. ARCONADA (Astudillo,
Palencia, 1898 - Moscú, 1964), La turbina, Madrid, Eds.
Ulises, 1930.
César M. Arconada, miembro
del PCE desde 1931, ha sido etiquetado —como novelista—
dentro del llamado «realismo socialista» de los años
treinta. Sea como fuere, ahí va una novela suya, cuya acción
transcurre en sus tierras palentinas (si vas a Astudillo verás
que una de las calles con más solera y bonitas de la población
lleva su nombre, lo cual honra grandemente a sus convecinos). La novela
es La turbina (1930).
12. Rafael
DIESTE (Rianxo,
La Coruña, 1899 - Santiago de Compostela, 1981), Historias e
invenciones de Félix Muriel, Buenos Aires, Nova, 1943.
Rafael Dieste es autor —ya
en su exilio bonaerense— de un libro de un preciosismo lírico
exquisito: Historias e invenciones de Félix Muriel (1943).
13. Paulino
MASIP (La
Granadella, Lérida, 1899 - Cholula, México, 1963), El diario
de Hamlet García, México, Imp. Manuel León Sánchez,
1944.
Y mira por dónde hemos llegado
a la que considero una de las mejores novelas españolas en lengua
castellana de este siglo: El diario de Hamlet García (1944),
de Paulino Masip. ¿Sorprendida? Pues figúrate yo de decirlo
y escribirlo.
Antes de la guerra, Paulino Masip
se dedicó al periodismo en Madrid (fue colaborador de Ahora,
El Sol y La Voz, diario este último del que sería
director). En 1932 y 1936 estrenó dos comedias teatrales intrascendentes
(La frontera y El báculo y el paraguas). Durante
la guerra fue editorialista y editor técnico de La Vanguardia
de Barcelona, colaborando activamente en pro de la causa republicana.
En 1939 se exilió a México. Allí se gana la vida como
comentarista cinematográfico y guionista de más de cincuenta
películas, a juzgar por Román Gubern. Fue también asiduo
colaborador de las revistas del exilio mexicano (Romance, España
Peregrina, Litoral, Las Españas), y publicó
algunos libros (dos obras de teatro: El hombre que hizo un milagro,
1944, y El emplazado, 1955; dos novelas: El diario de Hamlet
García, 1944, y La aventura de Marta Abril, 1953; y
tres volúmenes de relatos: Historias de amor, 1943, De
quince llevo una, 1949, y La trampa, 1954).
No he podido ver la segunda de sus
dos obras teatrales publicadas en el exilio, pero mi impresión
es que El diario de Hamlet García aparece como un monumental
oasis en medio de su producción narrativa. Por de pronto, es la
novela de un hombre poderosamente inteligente, Paulino Masip, y surgida
a raíz de una experiencia extraordinariamente singular: la guerra
civil española.
Ya dijo Sender en unos comentarios
publicados hace años en la revista Ínsula, que no había
que esperar demasiado de las obras sobre la guerra civil publicadas
en el exilio. Y no le faltaba razón a Sender, ni coherencia. Y
es que la guerra, civil o no, es una experiencia inasimilable. Sin embargo,
puede que haya excepciones, y la novela de Masip es una de ellas.
No voy a comentarte la novela, cosa
que me llevaría bastante trabajo. Ahora bien, te advierto que es
una novela difícil, muy difícil. Incluso puede resultarle
difícil a un lector experimentado. Habrás visto que, hasta
ahora, he tratado de elegir obras de más o menos asequible lectura,
adecuadas al lector ocasional, sin pretensiones y apresurado, como conviene
al lector de hoy. Pero la novela de Masip es una excepción. Ahora
bien, la dificultad no está ni en el vocabulario ni en que tenga
una construcción particularmente extravagante. Al contrario, es
una novela lineal, sin aparentes dificultades formales (eso sí,
con escasos diálogos y largos y densos párrafos). La dificultad
está en otra parte: está en que es la novela de una experiencia
—como te he dicho antes— muy singular. Lo cual se dice rápido.
Y una novela con pocas concesiones al lector que busca el placer de
leer por leer y que amenicen la lectura. En este aspecto, y a pesar
de estar impecablemente bien escrita, es una novela dura de leer. Si
la etiqueta «novela intelectual» no estuviera tan desprestigiada
—y aplicada tantas veces tan fuera de lugar—, no dudaría
en calificar el libro de Masip como de novela rigurosamente intelectual:
escrita a pelo con inteligencia y dirigida, pura y dura y sin concesiones,
a la inteligencia del lector. Sin embargo, creo que merece la pena hacer
un esfuerzo y leer esta novela, una de las mejores —si no la mejor—
de este siglo, y, desde luego, sobre la guerra civil.
Por si todo esto fuera poco, El
hombre que hizo un milagro (Farsa en cuatro actos, el segundo dividido
en tres cuadros) (México, Editorial Atlante, 1944), es una
soberbia y desconocidísima obra de teatro, y no exagero un ápice
si digo que es una de las mejores que he leído. Te la recomiendo
también vivamente.
14. Eduardo
BLANCO-AMOR (Orense,
1900 - Vigo, Pontevedra, 1979), La parranda [1959, en gallego,
con el título A esmorga], trad. del autor, Buenos Aires,
Cía. General Fabril Editora, 1960.
No entiendo cómo no se incluye
a Eduardo Blanco-Amor en el destacadísimo lugar que sin duda le
corresponde entre los escritores en lengua castellana. Él mismo
tradujo —mejor dicho, reescribió— brillantemente sus
obras al castellano.
Ninguno de los libros de Blanco-Amor
tiene desperdicio. Elijo La parranda (1960), por mencionarte
uno, pero sin desventaja ninguna puedes leer La catedral y el niño
(1956), Las musarañas (1962, 1975), Los miedos (1963)
o Aquella gente... (1972, 1976).
15. Ramón
J. SENDER (Chalamera,
Huesca, 1901 - San Diego, California, 1982), El lugar de un hombre,
México, Quetzal, 1939 (con el título El lugar del hombre);
2.ª ed., revisada: México, Eds. CNT, 1958.
Con Baroja y Camilo José Cela,
Sender es uno de los escritores más prolíficos. Hay un nutrido
puñado de novelas ineludibles: Imán (1930), Siete
domingos rojos (1932), Epitalamio del prieto Trinidad (1942),
Crónica del alba (1942 y 1965-66), Réquiem para
un campesino español (1960), La aventura equinoccial de
Lope de Aguirre (1964)... (a ello habría que añadir una
nada desdeñable labor crítica: Examen de ingenios. Los
noventayochos, 1961; Ensayos sobre el infringimiento cristiano,
1967).
Sin embargo, mi elección es
clarísima, entusiasta, y muy fuera de lo destacado por la crítica:
El lugar de un hombre (1939, 1958), novela, por lo demás,
situada en el Aragón natal del autor.
16. Felipe
ALFAU (Barcelona,
1902), Locos (Una comedia de gestos) [1936, en inglés],
Barcelona, Seix Barral, 1990.
La historia de este libro —y
de Felipe Alfau— es un tanto singular. Resulta que un día
abrimos el periódico y leemos el siguiente titular: «Felipe
Alfau obtiene el éxito literario en Estados Unidos a los 88 años»
(El País, 2 de noviembre de 1990). Nadie conoce a Felipe
Alfau. Leyendo la noticia nos enteramos de que una novela suya, Chromos,
ha quedado finalista —junto a otras cinco— del más
importante premio literario de Estados Unidos, el National Book Award.
«Lo insólito del caso —dice el articulista— es
que se trata de una novela de 1948 que hasta este año nadie quiso
publicar.»
Siguiendo con la noticia del periódico
nos enteramos de que Felipe Alfau emigró con su familia a Estados
Unidos en 1916. En 1928 y 1929, respectivamente, escribe en inglés
y casi seguidos, dos libros: Locos, a Comedy of Gestures (que
no consiguió publicar hasta 1936, en un club de lectores, Farrar
& Rinehart, y en una edición limitada de 1.500 ejemplares)
y Old Tales from Spain (publicado en Doubleday, 1929; hay una
edición reciente en castellano: Cuentos españoles de antaño,
prólogo y traducción de Carmen Martín Gaite, Madrid,
Siruela, 1991). Poco después Alfau consigue un trabajo de traductor
en el Morgan Bank, en Wall Street, y deja de escribir. Hasta 1948, en
que en dos meses escribe Chromos, su segunda novela («escrita
entre traducción y traducción, para matar el tiempo»,
dice el articulista), que no conseguiría publicar.
Cuarenta años después,
en 1988, un pequeño editor de Illinois descubre un ejemplar de
Locos en una librería de ocasión. Le gusta tanto que
lo publica. La novela tiene un éxito de crítica inesperado.
En 1990 el mismo editor publica Chromos, y, nada menos, queda
finalista del más prestigioso premio literario de Estados Unidos.
Todo el mundo se interesa entonces por su autor: un desconocido octogenario
que vive en una residencia de ancianos de Nueva York, y gracias a una
pensión de indigente que le concede el ayuntamiento de la ciudad.
De las dos novelas de Alfau, elijo
la primera, Locos (1936, 1990), situada en una Toledo alucinante.
17. Max
AUB (París,
1903 - México, 1972), Campo de los almendros, México,
Joaquín Mortiz, 1968.
He de confesarte que ninguna obra
de Max Aub ha conseguido satisfacerme lo bastante. No puedo con su prosa
y siempre ha acabado por atravesárseme, y mira que lo he intentado.
Debe de ser el mío un misterioso problema de incompatibilidad entre
autor y lector. Por lo demás, la obra de Max Aub es impresionante
por lo que toca a extensión.
Ahora bien, como sea que Max Aub
viene avalado por la mejor crítica, me veo en la ineludible obligación
de recomendarte, aunque sea muy provisionalmente, una novela de su serie
de los «Campos»: Campo de los almendros (1968).
18. Segundo
SERRANO PONCELA (Madrid,
1912 - Caracas, Venezuela, 1976), Habitación para hombre solo,
Barcelona, Seix Barral, 1963.
Me decido por su primera novela:
Habitación para hombre solo (1963). Arturo Serrano Plaja
empezó a publicar tardíamente en el exilio, a mediados de
los años cincuenta. Su última obra, vasta y ambiciosa novela
sobre la guerra civil, fue La viña de Nabot, publicada póstumamente
en 1979 (Madrid, Albia).
19. Manuel
ANDÚJAR (La
Carolina, Jaén, 1913), Historias de una historia, Madrid,
Al-Borak, 1973.
Sin duda, uno de los escritores
más importantes del exilio. Regresó a España en 1976,
siendo entonces la obra de Andújar prácticamente desconocida
aquí.
Su amplio retablo narrativo sobre
la España contemporánea se inscribe en el ciclo «Lares
y penares», del cual forma parte la novela —sobre la guerra
civil— que te recomiendo: Historias de una historia (1973).
20. Juan
Antonio GAYA NUÑO (Tardelcuende,
Soria, 1913 - Madrid, 1976), Historia del cautivo (Episodios nacionales),
México, Imp. Venecia, 1966.
No suele incluirse a Gaya Nuño
—afamado ensayista e historiador del arte— en los manuales
de literatura. Mal hecho. Ya apuntaba Santos Sanz Villanueva que quizá
su prestigio como historiador del arte sea la causa de su desconocimiento
como narrador.
Historia del cautivo (1966)
es una impresionante novela sobre el desastre de Annual. Y, como acompañamiento,
una obrita ligera y desconocidísima, publicada en Italia en edición
limitada: La espeluznante historia de la calavera de Goya (Roma,
Edizioni dell’Elefante, 1966).
21. Jorge
CAMPOS (Madrid,
1916 - El Espinar, Segovia, 1983): selección de relatos de los
libros Seis mentiras en novela (1940), En nada de tiempo
(1948), Pasarse de bueno (1950), El atentado (1951), El
hombre y lo demás (1953), Tiempo pasado (1956), Cuentos
en varios tiempos (1974) y Cuentos sobre Alicante y Albatera
(1985).
Jorge Campos —seudónimo
de Jorge Renales Fernández— ha sido encuadrado dentro de
lo que se ha venido en llamar «exilio interior». Alguien ha
dicho que algunos de sus cuentos figuran entre lo mejor de la narrativa
española contemporánea. No sé si será verdad, pero
uno de los relatos que más me han impresionado fue el titulado
«Corrida de toros», publicado en el volumen Tiempo pasado
(con prólogo de Eusebio García Luengo, Santander, Cantalapiedra,
1956, edición de 100 ejemplares), libro que le valió el premio
Nacional de Literatura en 1955.
Creo que sería conveniente
reunir en un buen volumen una nutrida selección de los cuentos
y relatos de Jorge Campos, muchos de ellos publicados en sueltos o agrupados
en ediciones de muy reducida tirada, o desperdigados en variedad de
revistas literarias. De modo que a la espera de esta futura recopilación,
no puedo señalarte ningún libro en particular. De todos modos,
El hombre y lo demás (en la estupenda colección «Prosistas
contemporáneos» que dirigiera Antonio Rodríguez-Moñino,
Valencia, Castalia, 1953), recogió en su día una buena selección.
22. Camilo
José CELA (Padrón,
La Coruña, 1916), La colmena, Buenos Aires, Emecé,
1951.
No soy lector de Cela, lo cual no
es menudo inconveniente dada su ingente producción literaria, extendida
a lo largo de más de cincuenta años. Y, para acabarlo de arreglar,
fue galardonado nada menos que con el premio Nobel de Literatura en
1989 y recientemente con el premio Cervantes.
Ahora bien, valoro dos cosas de
Cela: su incansable trabajo y su revista Papeles de Son Armadans
(Palma de Mallorca, 1956-1979), fundada y dirigida por él, y sin
duda una de las revistas literarias más notorias en la segunda
mitad de siglo.
En cierta ocasión le pregunté
a bocajarro a un prestigioso medievalista y cien veces editor del Quijote,
cuál era en su opinión la mejor novela española de este
siglo. Y me contestó sin pestañear que La colmena.
Hay veces que uno no sabe qué contestar. No soy muy rápido
de reflejos, pero pensé que obtendría mejores resultados y
provecho si me acercaba más a su terreno, de modo que luego
luego le pregunté cuál era la mejor edición de las
obras completas de Cervantes (respuesta: la de Rodolfo Schevill y Adolfo
Bonilla, 19 vols., 1914-1941; evidentemente, un diez). Sin embargo,
por si acaso el afamado cervantista llevara razón, no tengo más
remedio que recomendarte también La colmena (1951), aunque
sea más que provisionalmente.
23. Carmen
LAFORET (Barcelona,
1921), Nada, Barcelona, Destino, 1945.
Nada (1945) obtuvo un sonado
éxito cuando le fue concedido el premio Nadal —el primero
de ellos— en 1944. Hubo muchas idas y venidas entonces, y mucho
ajetreo, pero con el tiempo la novela primeriza de Carmen Laforet ha
quedado como la mejor de la posguerra española. Por lo menos ésta
es mi opinión.
Pero no es la única novela
de Carmen Laforet, y si te gusta esta primera suya he de recomendarte
también La isla y los demonios (1952), ubicada en las Canarias
donde pasó su niñez y adolescencia la escritora.
24. Manuel
LAMANA (Madrid,
1922 - Buenos Aires, 1996), Los inocentes, Buenos Aires, Losada,
1959.
Manuel Lamana sigue siendo un escritor
desconocido, cuando su magnífica novela Los inocentes (1959)
cae entre las tres o cuatro novelas sobre la guerra civil que merece
la pena leer. Para empezar, por su originalidad: es la guerra civil
vista a través de los ojos de un niño, en Valencia, niño
que, claro, no sabe muy bien lo que pasa, simplemente las cosas «pasan».
Pero el cuadro de la Valencia de 1937 que nos desliza Manuel Lamana
con una técnica impecable, a través de los ojos inocentes
del niño protagonista de la novela, es digno de leer y recomendar
vivamente.
25. Antonio
FERRES (Madrid,
1924), La piqueta, Barcelona, Destino, 1959.
Dentro de lo que se ha catalogado
como «realismo social» de los años cincuenta, la novela
de Antonio Ferres, La piqueta (1959), ocupa un destacado lugar.
Y si te he de ser sincero, es la mejor de su estilo que he leído.
26. Luis
MARTÍN SANTOS (Larache,
Marruecos, 1924 - Vitoria, 1964), Tiempo de silencio, Barcelona,
Seix Barral, 1962.
Tiempo de silencio (1962),
de Luis Martín Santos, conmocionó el mundo literario de comienzos
de los años sesenta. Fue calificada de «obra excepcional y
desconcertante» en su día, de «clásico de nuestras
letras» veinte de años después. Ningún autor con
una sola novela, como Martín Santos, ha merecido tanta atención
de la crítica (reflejada en una bibliografía desproporcionada,
como apunta I. Soldevila).
Ahora bien, no sé hasta qué
punto el lector actual, ajeno por completo a los dilemas e intríngulis
técnicos de la novela de los años cincuenta, se va a quedar
a dos velas con la lectura de este libro. De todos modos, no tengo más
remedio que recomendártelo y juzga por ti misma.
27. José
Manuel CABALLERO BONALD (Jerez
de la Frontera, Cádiz, 1926), En la casa del padre, Barcelona,
Plaza & Janés, 1988.
Se supone que debería recomendarte
a ojos cerrados Dos días de setiembre (1962), pero hay aún
otra novela de Caballero Bonald —por otra parte, notable poeta—,
más reciente, que es por la cual finalmente me inclino: En la
casa del padre (1988), premio Internacional de Novela Plaza &
Janés de aquel año, situada en el Jerez de la Frontera natal
del autor.
28. Ana
María MATUTE (Barcelona,
1926), Primera memoria, Barcelona, Destino, 1960.
Ana María Matute tiene una
copiosa obra literaria, iniciada a fines de los años cuarenta con
la novela Los Abel (1948). A esta producción narrativa habría
que que añadir además sus muchos libros infantiles (ejemplo:
Los tontos, Madrid, Eds. Arión, 1956, con ilustraciones
de Miguel Lluch), que, evidentemente, la crítica no suele tener
en cuenta.
Elijo entre sus libros Primera
memoria (1960), premio Nadal 1959, novela situada en Mallorca y
enmarcada en la guerra civil.
29. Rafael
SÁNCHEZ FERLOSIO (Roma,
1927), El Jarama, Barcelona, Destino, 1956.
La novela de Sánchez Ferlosio
El Jarama (1956) podría entrar entre la media docena de
mejores novelas de la literatura española contemporánea.
Es El Jarama una novela peculiar.
A lo largo de sus 365 dilatadas páginas de apretada letra —que,
en otro aspecto, son un museo de la vida cotidiana de los años
cincuenta— no sucede nada. No hay más que un grupo de amigos
que va a pasar el domingo a un merendero a orillas del Jarama. Sólo
muy al final de la novela sucede algo: uno de los excursionistas se
ahoga en el río. Y ahí —justo ahí—, se acaba
de repente la larga novela.
A comienzos de los años ochenta
hubo un antropólogo o historiador de las religiones francés
—no me acuerdo muy bien— que propuso en una serie de libros
que causaron gran revuelo, interpretar la cultura occidental a partir
de una categoría harto arcaica, pero nunca aplicada a nuestra cultura:
el sacrificio. Pues bien, el ahogamiento en el río de la novela
de Sánchez Ferlosio, ¿es una muerte accidental, o un sacrificio
ritual?
Y, siguiendo este hilo, la segunda
pregunta, ésta más fuerte, es la siguiente: ¿es necesario
que alguien muera para que otros vivan?
Al margen de las elucubraciones
tecnicistas de la crítica literaria, la novela de Sánchez
Ferlosio no es una novela de ayer, una pieza de arqueología literaria
sólo apta para aburrir quizá a los estudiantes. Es un monumento
literario, rabiosamente de hoy y —probablemente— de mañana.
30. José
JIMÉNEZ LOZANO (Langa,
Ávila, 1930), Duelo en la Casa Grande, Barcelona, Anthropos,
1982.
En 1978 José Jiménez Lozano
publicó un notable ensayo —a citar entre sus otros muchos—
con el título Los cementerios civiles y la heterodoxia española.
Pues bien, si no fuera porque en 1992 recibió el premio Nacional
de las Letras Españolas, diría que Jiménez Lozano estaba
condenado a hacerle compañía a sus heterodoxos, pues maldito
el caso que ha venido haciéndole la crítica.
No quiero hacerme pesado, pero he
de decirte que Duelo en la Casa Grande (1982) es una de las mejores
novelas sobre la guerra civil que he leído. Por otra parte, los
amantes de la lengua castellana encontrarán en este libro un inesperado
tesoro, lleno de castellanismos y localismos, algunos de ellos auténticas
perlas del idioma.
He dicho antes que Jiménez
Lozano es también ensayista. De modo que, como complemento, te
recomiendo un hermoso libro: Guía espiritual de Castilla
(Valladolid, Ámbito, 1984, ilustrado con fotografías de Miguel
Martín).
31. Juan
GOYTISOLO (Barcelona,
1931), Reivindicación del Conde don Julián, México,
Joaquín Mortiz, 1970.
Juan Goytisolo es un caso especial
en nuestra literatura (aunque quizá no debería ser lo especial,
sino lo habitual). Ha ido siempre a su aire, sin hacer caso ni del aplauso
ni de la crítica.
Literariamente, su obra adquiere
solidez a partir de Señas de identidad (1966), primera de
las novelas de la que se ha llamado «trilogía de Álvaro
Mendiola». A ella siguió Reivindicación del Conde
don Julián (1970), que es la novela que te recomiendo.
32. Juan
MARSÉ (Barcelona,
1933), Si te dicen que caí, México, Novaro, 1973; 2.ª
ed., Barcelona, Seix Barral, 1976; versión corregida y definitiva:
íd., 1986.
Tengo un problema aquí y es
que soy incapaz de inclinarme por ninguna novela de Marsé en particular.
Elijo Si te dicen que caí (1973, 1986), pero sin desventaja
ninguna puedes leer también Últimas tardes con Teresa
(1966) o La oscura historia de la prima Montse (1970), sin olvidar
el soberbio y divertidísimo relato «Teniente Bravo»,
publicado en el libro homónimo (1987).
33. Eduardo
MENDOZA (Barcelona,
1943), Sin noticias de Gurb, Barcelona, Seix Barral, 1991.
Sin noticias de Gurb (1991)
es una novela hilarante de un extraterrestre en Barcelona. Quizá
no merezca más que unas pocas líneas en los futuros manuales
de literatura —o puede que ni esto—, en detrimento de otras
obras más «serias» de Eduardo Mendoza, pero yo te la
recomiendo entusiásticamente.
La novela fue publicada por entregas
en el periódico El País en agosto de 1990, sin duda
para amenizar el verano de sus lectores (se publicó del 1 al 25
de agosto, bajo la cabecera «El folletín de Eduardo Mendoza»
e ilustrada con dibujos de Perico Pastor). El diario batió un récord
de ventas aquel mes.
34. José
María GUELBENZU (Madrid,
1944), El mercurio, Barcelona, Seix Barral, 1968.
De novela «experimental»,
«culturalista» y otros calificativos extravagantes ha sido
etiquetada El mercurio (1968), no sé por qué. A mí
me parece una de las mejores novelas de los años sesenta. No es
fácil su lectura (como la anterior de Juan Goytisolo que te he
mencionado, de fecha similar), pero de todos modos te la recomiendo.
35. Julio LLAMAZARES (Vegamián,
León, 1954), La lluvia amarilla, Barcelona, Seix Barral,
1988.
Hace rato que debería de haber
finalizado esta selección de autores y obras (me pedías treinta
en tu carta y llevo ya treinta y cinco con ésta), pero he querido
dar un salto en el tiempo, y cerrar esta lista con una magnífica
novela de Julio Llamazares: La lluvia amarilla (1988).
Amiga
mía, acabo. Llevo horas con este suplicio de carta y no puedo más.
Pero antes, una última consideración: esto es una carta y
no un libro de texto, y yo no soy Nicolas Boileau. Quiero decir que
no es mi intención pontificar, y muchísimo menos en literatura.
Primero, porque no soy quién; segundo, porque no tengo vocación
para ello; y tercero, porque ya te he advertido de entrada, en las primeras
líneas de esta carta, sobre la inutilidad, irrelevancia e incluso
superfluidad de este tipo de listados. Si alguna utilidad tienen es
la de que, contagiada por el poco o mucho entusiasmo que he puesto en
ello, leas algún libro de los mencionados (y si lees dos, miel
sobre hojuelas). Antes que «maestro» soy alumno, por lo menos
en literatura, y ojalá pueda seguir siéndolo por muchos años.
Y no hay nada que agradezca más, ni me agrade tanto, que alguien
—sea quien sea— me recomiende un libro; y si lo hace con
mediano entusiamo, mejor. Me falta tiempo para leerlo, aunque sea para
ver si es tan bueno como dice.
Dicho esto habrás visto que
en la lista anterior hay lagunas evidentes. Ello se debe a muchas razones.
Una, que no he incluido ningún autor cuya obra no conozca por entero
y bien (salvo tres excepciones ineludibles: Baroja, Max Aub y Cela).
De modo que he omitido a autores muy ponderados por la crítica
(sólo por poner cuatro ejemplos bien distintos: Gabriel Miró,
Miguel Delibes, Rafael Benet o Juan García Hortelano). Así
pues, esta lista es rabiosamente inconclusa e incompleta. Que es como
debe ser.
Un saludo,
Diciembre
1996.
Abel
Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com