(MAIRENA A MARTÍN, MUERTO)

 

Maestro, en tu lecho yaces,
en paz con Ella o con Él...
(¿Quién sabe de últimas paces,
don Abel?)
  Si con Ella, bien colmada
la medida,
dice, quieta, en la almohada
tu noble cabeza hundida.
Si con Él, que todo sea
—donde sea— quieto y vivo,
el ojo superlativo,
que mire, admire y se vea.

  Del juglar meditativo
quede el ínclito ideario
para el alba que aun no ríe;
y el muñeco estrafalario
del retablo desafíe
con su gesto al sol gregario.

  Hiedra y parra. Las paredes
de los huertos blancas son.
Por calles de Sal-Si-Puedes
brillan balcón y balcón.
  Todavía, ¡oh don Abel!,
vibra la campanería
de la tarde, y un clavel
te guarda Rosa María.
  Todavía
se oyen entre cipreses
de tu huerto y laberinto
de tus calles —eses y eses,
trenzadas, de vino tinto—
tus pasos; y el mazo suena
que en la fragua de un instinto
blande la razón serena.
  De tu logos variopinto,
nueva ratio,
queda el ancla en agua y viento,
buen cimiento
de tu lírico palacio.
  Y cuajado en piedra el fuego
del amante,
(Amor bizco y Eros ciego)
brilla al sol como diamante.


Poesías completas, Madrid, Espasa-Calpe, 1928.


Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com