Hacia
un ocaso radiante caminaba el sol de estío, y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante, tras de los álamos verdes de las márgenes del río. de la cigarra cantora, el monorritmo jovial, entre metal y madera, que es la canción estival. giraban los cangilones de la noria soñolienta. Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía. Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta. absorto en el solitario crepúsculo campesino. toda desdén y armonía; hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!» Lejos la ciudad dormía, como cubierta de un mago fanal de oro trasparente. Bajo los arcos de piedra el agua clara corría. Los últimos arreboles coronaban las colinas manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas. Yo caminaba cansado, sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado. bajo los arcos del puente, como si al pasar dijera: la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera, se canta: no somos nada. Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.» (Yo pensaba: ¡el alma mía!) en la tarde, a meditar... ¿Qué es esta gota en el viento que grita al mar: soy el mar? por los élitros cantores que hacen el campo sonoro, cual si estuviera sembrado de campanitas de oro. un lucero diamantino. Cálido viento soplaba alborotando el camino. hacia la ciudad volvía. Sonaban los cangilones de la noria soñolienta. Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía. |
Los
Lunes de El Imparcial, 22 de octubre de 1906, con el título «Soledades». Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907. |
![]() |