Dolor en cera

(1979)

 

El aprendizaje

A veces, la espiaba por la puerta.
Le tiraba suspiros de colores.
Y ella sentía un aleteo tierno
de mariposas de imaginaciones.
Otras veces, la veía en la terraza
tendiendo ropa, y me inventaba roces
de sol, pedazos de aleluya, oreos
de caleidoscopio de canciones.
Ella reía. Me tiraba el agua.
Jugaba a niña blanca en sus albores.
Y el sol daba en su pelo como un arco
iris hecho de espuma de jabones.
Yo me sentía bueno, como un rezo,
como pájaro azul en puro goce
de luz. Y la llamaba desde el hondo
clarín vocal de todo su albo nombre.
Y ella, las sábanas al aire,
me contestaba desde el blanco morse
con que la ropa repetía el eco
de verse pronunciada por las torres.

Ésas fueron las puras,
aéreas conversaciones
con que aprendí de niño a ir nombrando
alturas y banderas, asteroides
de espejos, lejanías
y lentas circunvalaciones:
un lenguaje cifrado en las señales
claras de un entretenimiento pobre.

 

Crecimiento

Hurgaba en los hijos como
en una oración el labio:
les preparaba los ojos
para vivirlos al tacto.
Con los dedos iba haciéndoles
caricias de contrabando,
igual que si la ternura
doliente fuese un pecado.

Sus manos eran, de pronto,
un cadavérico halo,
una suma de luz tenue
como una cuerda de pájaros.
Y en aquel vuelo de signos
quedábamos alumbrados.
Ella, lámpara de aceite,
nos daba a beber su faro
triste, su melancolía
de ala de cera.
                Debajo,
éramos un parpadeo
de algodones apagados.
Ráfagas de oscuridad
nos fueron iluminando,
y una costumbre de alzar
al anochecer los párpados.
Por todas partes, el tiempo
era un fogonazo;
pero ella nos protegía
del esplendor del espanto.
Crecimos hechos hilera
de carbonizados álamos,
como en mitad de un incendio
vuela un pájaro.
Fuimos niños ciegos
de amaneceres aciagos,
y aprendimos que la luz
era un natural milagro,
una manera de ver
lo que estábamos mirando.

Ella, hurgando en nuestros ojos,
nos amasó el solitario
niño
oscuro del desencanto,
¡niño para siempre como
un carbón iluminado!

 

Racionamiento

El pan por la mitad menos
la mitad. Los ojos dulces,
untados de sueño. El tiempo,
un caramelo de azufre.
Acuchillado pan como
si fuera un Cristo insalubre.
Pan del hambre, pan hambriento,
pan amasado con cruces,
¡laureada de los niños
que crecían como lumbres!

Por las calles de Granada
va un pan relleno de nube:
como una árida tormenta
en lo alto Dios lo sacude.

Y caen migajas de piedra,
¡cielo de los andaluces!

 

Bombardeo

Habías acabado de llorar.
Como siempre. Y tenías el silencio
amontonado en las lentejas. Alguien
cantaba por el patio, y las sirenas
recortaban el cielo como con un hierro
frío. El tejado estaba sin sentido,
golpeado por el sol. El agua oía
columnas y tinajas, y escapaba
como una lagartija amedrentada.

Tú, en la mesa camilla, remendabas
rezos y calcetines, obediencias
terribles y guitarras embriagadas.

De pronto, una explosión movió los centros,
levantó gritos, derrumbó paredes
y, endemoniada, fuiste hasta el tejado
donde el hijo, en silencio, entrevistaba a los pájaros.

 

Segunda fotografía española de mi madre

Fue como esas estatuas que nunca hemos mirado
y son una consigna de memoria en el parque.
Tenía el acabado dominio de los ecos
y la serenidad llorosa de los sauces.
Venía de dar una vuelta por su cuna,
desmemoriada como un gemido entre pañales.
Era débil como una gota de paciencia.
Asustadiza como un ala de ángel principiante.

Se olvidó de vivir, cosiendo lutos
como quien hila retazos de soledades.
Le cayeron tres hijos en el vientre, tres gritos
legítimos anunciadores de pobredades.
Estaba hecha a la medida estricta
de todas las pequeñas partes,
¡ruido de caracol ensimismado
en el fósil lejano de su oleaje!
Menuda talla india, parecía
una hornacina para santas nimiedades,
y se guardaba como una reliquia de cartón
para que los niños jugaran a santificarse.
Era de harina y mosto candeal, de tristeza
fina como las rejas carcelarias del cante,
y tenía en los ojos una quieta manera
de llegar como un río se asoma por el cauce.
Nunca estuvo en la vida. Se cayó desde el vientre
como en la propia sangre se caen los animales
y quedó en la raíz
                    entre los hijos
amamantándose.

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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