El polvo de los desaparecidos

(1978)

 

Indio

Indio feo,
           indio sentado,
indio negrito,
               indio rojo,
indio terrestre,
                 indiecito,
hijo de polvo macondo,
¡oh, feria de indios callados,
tallas, madera de piojo...!

Indio comprado,
                indio herrado,
indio de indio sin ojos,
cadenas de indios atados
por los hombros.

Indio de alma descalza,
carmelita de agua y locro,
indio pegado a la tierra
como un caracol de polvo.

Indio,
pirámide de los ponchos.

Indio helado, indio muerto,
arreado indio potro.
Indios al peso, reunidos
en una espuerta de escombros.
Indio más indio más indio,
al final del indio torvo
un bisonte,
            una montaña
de altos indios incoloros
haciéndose polvareda
de balas en meteoro,
¡un puñetazo de gritos
sancándole sangre a un rostro!

 

Terracota

El alfarero
saca una mano como
si se sacara el viento.

Se saca arcilla
del cuerpo.

Y queda al sol
como un modelo
de barro
con forma de silencio.

 

Día de milagro

Al mediodía, el pueblo se enterró
bajo un alud de mariposas.
El cielo parecía una campana
de colores llamando a Gloria.
Las mujeres sacaban a los hijos
para teñirlos de la milagrosa
incandescencia, de una lluvia
angélica de mareada flora.
Los niños aspiraban alas
como pedazos frágiles de aroma
y el pecho se llenaban de arco iris
cazados con la boca.
Las ventanas estaban florecidas
de enredaderas aleteadoras
y el suelo parecía
una resucitada alfombra.

Desde aquel día, el pueblo riega
las plantas con agua de mariposas
y las luces son luces de alas espasmódicas.
Y cuando alguien va a morir,
                             se anuncia
con un pequeño vuelo por la boca.
Y todo el pueblo se alimenta
del polen dulce de aquella memoria
como de un maná bello almacenado
en vasijas de sombra.

 

A imagen y semejanza

Dios está en todas partes, en los cuatro
redondos puntos cardinales. Tiene
su centro en las raíces del espino
para ser coronado humanamente.
A todas luces, como un cielo bíblico,
sale del infinito y se aparece
poniendo sus pies de altiplano
sobre las apunadas mieses.
Dios es muy pobre y vive en ranchos mudos
de barro que sostienen sus paredes.
Hace un hoyo en el suelo y se calienta
como un frío en cruz.
                      Luego, se muere.
Vuelve al polvo soñando
que fue polvo otras veces.
La muerte lo despierta, lo desnuda
y se lo pone frente a frente
para que el milagro perdido
de su existencia pueda verse.
Y resucita una mañana
para seguir omnipotente
a los cuatro redondos puntos
maternales de todos los vientres,
en las raíces indígenas 
del semen
y en la pobreza disecada
del morir de la muerte,
antes de que Dios rompa su palabra 
a mediados del siglo veinte,
¡su palabra infinita
como estas pobres gentes...!

 

Correntada

Llueve y la tierra está
llena de selva transparente.          
El agua
se ha puesto verde,
transfigurada en hojas
de golpes estridentes.
El rancho nada como
un barro ausente
y ríos de grumo ahogado
se llevan sus paredes.
Toda la tierra
es puente,
arco de miedo
sin sitio en que caerse.
Golpes de monte aguado
pasan como rupestres
tormentas arrancadas
de sus profundas sienes.
Y cerro arriba,
el agua viene
como un pozo de cólera
que no se contuviese.

El rancho se desliza
como un baúl de peste
llevado a hombros
de las aguas terrestres.

 

Incitación a la rebeldía

En la tierra del pan no hay pan. 
                                  Hay agua
a siete leguas de la sed.
                          Y hay sal,
hay agua amordazada, cicatriz
de labio al horno.
                   Y es la tierra grande
del trigo propietario donde hay ranchos
sin mesa y jarros secos, esqueletos
de hojalata a setenta leguas flacas
del pozo dueño, de un agua con botas
a caballo.
           El agua es una bebida
en descuento.
              Hay quien vende el alma y bebe
su juicio final.
                 Agua con candados
de fuego.
          Alrededor, la tierra, ¡infierno
de pieles cuarteadas que arden como
cortezas de amianto!

El pan tiene memoria y se hace
saliva de destierro. Tiene gusto
a sueño de hijos familiares.
Las mujeres lo velan como a un niño
muerto y le cantan nanas de famélico
acento.
        Hay pan que resucita
de entre los panes secos. Y la gente
festeja con estómagos sonoros
al vuelo
          al tercer día
del hambre en esqueleto.
                         Abre la boca
y echa afuera el mortero de su cuerpo
moliendo trozos de pan mineral
sin olor y sin forma de alimento.

Al otro lado de la tierra, el agua
busca molinos donde el trigo es grano
y esperanza de hijos ataviados
de hereditarios amos suculentos.
No hay pan sino cedazo, cielo raso
y forma candeal de hambre por dentro.
El pan se cambia por cuerpos desnudos
y por brazos terrestres como ídolos
labriegos.
           Viene el agua un día
                                 y hace
llover el polvo anubarrado del desierto.

En estos campos hay un hombre, un duro
azadón carismático que cava
el surco estéril de su propio hueso.
Un hombre ralo, un pez de pelo, un palo
salinero buscando manchas húmedas
en las llamas de un polvo rastrojero.
Un hombre con la boca en alto, arqueada
como una ballesta de silencio,
haciendo blanco sobre el corazón
intacto de un casero pan en sueños...

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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