De casidas y otros perfumes

(1999)

 

I

El girasol que sueña con ser llama,
una fiesta de águilas y cúspides, la oruga
que acaba siendo molla de la hoja,
un río hasta su desembocadura,
la playa que se aprende de memoria
el ocio de tus ingles, esas dunas
en las que el sol imita un fruto seco
y es fósil de la desterrada espuma;
el estruendo de un zumo de naranja,
un trapecio que se ha ido de su altura:
¡eres suma de polen y sonata,
el licor estival de la medusa!

Desnuda y toda cuenco, ¿has dado tiempo
al oro astral de tu temperatura...?

Tu piel es arco iris en la noche:
¡estás soñando en medio de la lluvia!

 

IV

Las calles son ahora aprendizaje
de recuerdo, telar de peristilos:
has pasado y el tiempo
ya no sabe qué hacer con su espejismo.
El Albayzín teje azulejos, pájaros,
alfombras, fuentes, aéreos paraísos.
No mires más el agua: ya es tu sombra,
icono candeal de los sentidos.
Los cauchiles se salen de garganta,
anuncian galerías y escrutinios.
Dile al aire que pula su verano
de amapolas, vencejos y solsticios.
A mí dame la yema de tu pelo,
la piel fuera de cuerpo como un sismo.
Entre las piernas ponte dones verdes
de juncia, derramados orificios
y jadeos, penumbra de palabras,
mi mano como el ancla de un abismo.
Y rema con un par de claridades por donde
el naufragio fue oscuridad a gritos.

 

V

¡Ay de Granada...!
                    Los muecines lloran
tanta desolación de buena piedra
y por los alminares hay ruinosos
alcotanes, botines de tormenta.
No estás, ¡ay, de tus dedos...!
                                El orégano
ya no es ungüento o lengua por tus piernas
y las sábanas ahora aguardan
el invierno candeal de la alacena.
Corta arrayanes y teje un desierto
donde Abú Beker Mohammed sea fiesta
de soledad, destierro
y agorería de albas en cadena.
¡Ay, de mí, condenado a ser un agua
sin acequia,
a irme sembrando en humus de memoria
o escarcha, a entrada que no tiene puerta!

¡Ay, de Granada,
                 arco iris
de luto que amordaza las adelfas!

 

VIII

Albahacas a tus pies. Y sándalo.
Y salvia de hojaldre y hollejo de cantueso
y abedules forrados de aguacales,
gayubas como lecho y un telar de nenúfares
por ajaquefa. Lindarajas verdes
para esperar la hora del tiempo
y un mirador con peines y ajabebas
que rehílen silbos, un perfil
de rifeños cañaverales. Y alcalifas y albendas
para el Día de Todos los Soñados,
una algaba que sea torre de la alcazaba.
Tu boca, llave de la aljama.
Tu cuerpo, baldaquín para mis ocios,
taifa de tan perdida herencia,
y un reino de jallullas y de dátiles
donde sea curso legal el trueque de la oblea.
Alhelíes, lebrillos alfareros
y agua de anís que baje de la Sierra.
Y en medio, tu desnudo desamparo
dando a morir las llaves de tu huerta.

 

XXIII

La mañana es un chorro
de dátil en la palangana.
Me estoy lavando
  la cara
y es un jabón de hierbas
  el alba.

El sol es un concierto
  de alas
batidas con espuma
  de aguas:
amanece con frío
  sobre Granada.

 

Copyright © José Carlos Gallardo

Todos los derechos reservados. Queda expresamente prohibida la reproducción por cualquier medio de estas poesías sin el permiso de su autor
 

[ Anterior ]

[ Archivo ]  [ José Carlos Gallardo ]


Archivo de la poesía española reciente

Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com