Árboles que ya florecerán

(2001)

 

Desde la sala de estar
porque en algún lugar tiene que situarse una
o en alguna parte, a veces
en la sala, otras en un recuento
de días y noches como bolas mágicas
sin contenido especial
bolas redondas y chatas en los extremos.

 

Pequeña placidez del instante
ya pasado Y tú qué clase
de amor buscas siempre.

 

Repetido en las cajas de las
repeticiones, mis vacíos
martini, otra vez el sol.

 

La edad son goznes
mirar hacia abajo
ver un fondo donde ardes,
sentimientos de pena
para alcanzar algo mejorable
sin que se sepa definir
esto de aquello, y lo otro,
no cabe así. El día bruto
la luz era maléfica
una religión era necesaria.
Voy a mi extremo
que no tuviera miedo de la noche
ni de repetir la escena.
Desvié mis ojos hacia la cama
no estaba yo tampoco. Treinta años
condensados en el gesto
indefinible, cercano, inalcanzable,
enroscando la cafetera
junto a ningún ser aquí cerca.
Sólo tus muslos húmedos
alcanzan un arco de 48 horas
sin determinar bien
qué emoción antecede a otra
o cuál es el lugar
donde poner las manos ahora.
Tus muslos ardían
dentro del arco
en el que me muevo a tientas,
regalo del tiempo, el acto,
alguien me lo dio todo
en una pensión. La botella
la lámpara, la colcha verde,
recuerdo eso y la luz recogida
tras las cortinas, recuerdo eso,
la televisión, un sutil movimiento
para entrar en cavernas de ansia,
y el trabajo de los días,
de los años, de lo prieto.
Que el amor perdure —decías—
largo instante inscrito aquí
y ahora mismo
en la divisibilidad.
Parece ser que se origina
lo perdurable en el instante
dispersando el escalofrío.
Yo, para ti, tú, para mí.
Resplandor y música
alguien golpeó la pared.

 

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