No estaba muerta porque deseé volver
a una fisura de la memoria
allí donde dejamos escrita en barro
una palabra deliciosa, un choque de vida.
Una vez más el incendio de aquel
pasado dio un fulgor breve y huraño.
Castaños creciendo, ventanas bajas
una sombra cabizbaja con senos
la señal del sexo bajo la mirada,
aquella mujer. He llorado.
Me subí el jersey para recibir sol,
las borrosas alamedas, los autos,
una iglesia románica, mi pelvis,
mi sudor de hace tres años.
Hierba que nace
entre las ranuras de las piedras,
un restaurante lleno, tu mano,
el álgebra de las horas, la destreza,
las cosechas que se echan a perder,
el amor que te tuve, el brezo
en parterres. Y un sol lejano.
Mi dedo es amarillo por culpa del tabaco,
mi fantasía escindida, la tabla de planchar,
una casa con bodega, un día sin pena,
tu cintura sin forma, el pelo muy corto,
un culto sin firmeza, dos veranos
estar breve.
Sobre todo pelear contra la calma.
Te bifurcaste, allí una sombra.
Varias vacas paciendo, acariciar una oreja,
perder de vista la costumbre
para salir de ti misma. No me gustas.
Quieres porvenir y te doy alamedas.
No me gustas.
Has perdido el brillo. Todo hiela.
Es enorme adivinar
bastante antes del principio.
Sueños desubicados, un brazo roto,
la vela no arde. Siento precipicios
de camas largas y estrechas.
Una boca que niega, una lengua
rota, palabreos. Luego entereza.
Una tumba y la amiga,
y el brezo en parterres.
Saltando, prolongar el afecto
una pirueta mortal,
dos días de vida. Una semana
en mi casa. Las almas perdidas.
Una timidez absoluta. Un
¿qué digo? ¿qué hago?
¿qué pregunto? ¿y la respuesta?
Cuántas llaves.
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