Cuántas llaves

(1998)

 

Momento en junio

Se van. 
Hacen cloc clac, como si chocaran.
Crujen dentro y fuera del agua,
están en otra parte: vuelan.
No hay números infinitos
sólo los que dividen unidades.
Mi mejor chaqueta para el espectáculo.
Tú estabas más vieja. No es la edad,
sino las señales. ¿Averiguaste dónde
en qué lugar se forman?
Una dentro de otra, como gemelas,
son agujeros en una vida llana
que pretende altibajos sin emociones.
Parecías una laguna sin vida interior
cuyas ondas te daban un semblante
de ninfa poco aureolada.
Yo me convertí en la pesadilla
y hacía ruido cuando me movía,
hacía clong-clong, y se alejaba
todo lo que tenía ganas de acercarse.
Formé una ladera de restos
como cuando subes a una loma
y encuentras una incineradora de basura
cuyas cimas se dibujan
porque varias gaviotas te inquietan
alineadas sobre los plásticos.
Recordé cómo llegué aquí
y mis pies crecieron. Cómo
no haber llegado. Me fui acercando
a un presente que estuvo presente.

 

¿Qué es lo que cae?

Cada año me convierto en un grupo de personas
que se disuelven en una calle peatonal,
los días dos de enero veo esparcirse
un trozo de mi alma
que yo contemplo apostada en una esquina
buscando en las grietas de la pared
una especie de recuerdo como de ventana
caída. También veo
la disolución de una edad y me observo
con una mueca sin días previos
que se lleva parte de mi ser
y es entonces cuando me distraigo
y entran a mi casa las cartas, resuenan
en los párrafos, en los trozos de frases.
¿Y aquel encuentro? Ahora que no estás yo.
No te... viajaremos este verano.
Vayamos al lugar. Árboles frutales,
tú la fru... te vivo en la azotea.
Cuando quebró. ¿Quién creería?
Tu compañía me endul... me rompe
el mar.

 

Sillas

Días en los que vivir parece una tabla
que apuntala una ciudad, y luego
querer tomar café. Qué clase de correcta
inarmonía duele al desechar los azucarillos.
Un mundo en los dedos y un mundo
más hondo y desgajado que no late
en la mirada de nadie. Momentos así
son todo alrededor de tantas sillas.
Me gustaría emborracharme pero son las diez
y calculo que dentro de ocho horas
estaré perdida. Come algo.
No, porque no tengo apetito. Deseo fumar
y hacer malabarismos con el instante
éste. ¿Sabes que no eres adorable?
Busco echarme en el suelo y tener libertad
para mojarme. Son cosas que comienzan
cuando apuntalas el mundo un lunes.
Si se está realmente quieta
notas el humo del tabaco
en el espejo y te ves irreal
para poder pasar el brazo
por encima de una imagen
que apuntala cinco años de vida.
¿Tienes grietas cuando sales a la calle?
Tres o cuatro. Y me empujas para no entrar
donde hasta las piedras sienten la lejanía.
Son bares en habitaciones,
pósters iluminados de artificiales ratos
que invitan a morirse de risa
ante una silla. La gente ofrece dicha
con la lengua pastosa, demanda roces
imperecederos apurando una copa,
son brechas de diminutas felicidades
enjuagadas en alcohol. Yo me río
porque me encuentro cobarde,
quiero aferrarme a algo, a una silla,
hacer una prueba de fuego sobre un taburete
dejándome llevar de la mirada
del personaje que pone los discos y me veo
extendida en una biblioteca irreal,
la sabiduría pide demasiado poco.
Es tan temprano. Te quiero acompañar
y derrumbar contigo el puente de la salvación
que nos lleva de esta casa a los vientos
y a las salidas de mar.
Tienes la voz de un gran amor
y una presencia de escondite
que enturbia planes, que sale de dudas
y entra en ciudades donde no hay un local
para abrazarte. Yo te veo en la 315
asomada hacia la calle para ver si llego.
Llega una bandeja con café sobre una silla
que apuntalo al borde de la cama.
Y después yo, que soy las aberturas,
el grifo goteando, el tic-tac, las voces
de la gente que chilla que se quiere morir
de una rabia hecha jirones.

 

Brinco de sorpresa

Podríamos incluso contemplar sin fastidio
ese amontonamiento de lo que ahora está bien.
Volver al deleite, anticiparse una vez más
a una especie de pérdida bajo las hojas
de papeles, en la cocina, los diarios,
la publicidad en el buzón, las hojas del campo,
y qué solos estamos cuando todo está bien,
qué pereza subir la escalera, qué rencor
de peldaños.

 

El brezo en parterres

A Coral Elena, in memoriam

No estaba muerta porque deseé volver
a una fisura de la memoria
allí donde dejamos escrita en barro
una palabra deliciosa, un choque de vida.
Una vez más el incendio de aquel
pasado dio un fulgor breve y huraño.
Castaños creciendo, ventanas bajas
una sombra cabizbaja con senos
la señal del sexo bajo la mirada,
aquella mujer. He llorado.
Me subí el jersey para recibir sol,
las borrosas alamedas, los autos,
una iglesia románica, mi pelvis,
mi sudor de hace tres años.
Hierba que nace
entre las ranuras de las piedras,
un restaurante lleno, tu mano,
el álgebra de las horas, la destreza,
las cosechas que se echan a perder,
el amor que te tuve, el brezo
en parterres. Y un sol lejano.
Mi dedo es amarillo por culpa del tabaco,
mi fantasía escindida, la tabla de planchar,
una casa con bodega, un día sin pena,
tu cintura sin forma, el pelo muy corto,
un culto sin firmeza, dos veranos
estar breve.
Sobre todo pelear contra la calma.
Te bifurcaste, allí una sombra.
Varias vacas paciendo, acariciar una oreja,
perder de vista la costumbre
para salir de ti misma. No me gustas.
Quieres porvenir y te doy alamedas.
No me gustas.
Has perdido el brillo. Todo hiela.
Es enorme adivinar
bastante antes del principio.
Sueños desubicados, un brazo roto,
la vela no arde. Siento precipicios
de camas largas y estrechas.
Una boca que niega, una lengua
rota, palabreos. Luego entereza.
Una tumba y la amiga,
y el brezo en parterres.
Saltando, prolongar el afecto
una pirueta mortal,
dos días de vida. Una semana
en mi casa. Las almas perdidas.
Una timidez absoluta. Un
¿qué digo? ¿qué hago?
¿qué pregunto? ¿y la respuesta?
Cuántas llaves.

 

Copyright © Concha García

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