La música extremada

(1991)

 

Monodiálogo

Cómo sigues en mí, cómo manejas
mi pluma desde el fondo oscuro de mi sangre,
miguel de siete años,
mi pequeño yo mismo, que ignorabas
que un día ibas a ser el hombre ensombrecido
que ahora escribe estos versos
evocando la extraña tristeza que caía
como una nube súbita
sobre tu corazón los 6 de enero
porque aquellos regalos sigilosos
nunca te deslumbraban
como los que, radiante, recibías
en tus sueños del 3, el 4, el 5...; aquella
vaga tristeza tuya: esta misma que aquí
voy convirtiendo en música
esta tarde que nunca sospechaste
que estaba en tu futuro.

						

17-X-87

 

Ante una foto de 1948

A través de los años, oscura y dluida,
has llegado a esta tarde. Los ojos de ese niño
(que, misteriosamente, son estos mismos ojos
con los que lo contemplo)
miran por la ventana lluviosa aquellos viejos
tejados —estoy viéndolos ahora—
como prados de flores y yerbajos
y un rincón populoso de la plaza de Abastos.
A lo lejos, herida por la luz vespertina,
la iglesia de Belvís, y sobre el vago
perfil de una colina, tres pinos (yo pensaba
que por allí llegaban los Reyes Magos), y
allá donde los últimos montes se desleían
en niebla vacilante, mis sueños inventaron
un país radiante al que llamaba «Hógar».

Conmigo lo he llevado
a través de los años. Solamente
que hoy lo llamo Wyoming.


25-XI-89

 

Nostalgias amazónicas

Quién fuera un yanomani:
desnudo e inocente, viviría
fuera de calendarios y mentiras,
en paz con los vecinos y las lluvias,
los dioses y mi cuerpo. Mis únicas costumbres
serían los espesos follajes goteantes
traspasados por cantos de colores vivísimos
rápidos como flechas.
No envidiaría, no consumiría,
nadie me robaría. En una estera
tejida con cortezas
fecundaría a mi fiel india bajo
la mirada propicia de los astros.

Pero —nada es perfecto— ninguna de esas cosas
tendría para mí el menor atractivo.


22-IV-88

 

Cuando estés en Wyoming

Cuando estés en Wyoming por fin, y como siempre
despiertes —en Cheyenne o en Buffalo— y sea lunes
y lluvia, como siempre,
y vuelvas a encontrarte en el espejo,
como siempre, a ese pobre
diablo que no puede soportarte,
y deberes, hastío, soledad y fracasos
hayan urdido en torno a ti otra jaula
de sombra como ésta;
cuando no tengas más remedio que admitir
que allí también está la vida, esta miseria,
y que los Brown, los Fox y los McKinley
tienen también por dentro
eso tan infrahumano que es un hombre;
cuando, en definitiva, Wyoming sólo sea
el nombre desabrido
de la maldita realidad,
                        entonces
a ver qué territorio de esperanza te inventas,
a ver con qué palabras escribes los poemas
que hoy escribes soñando con Wyoming.


6-X-88

 

A través de la reja

Apenas empezaba, en esta misma hoja,
a esbozar unos versos cuando pasa
—un feixe de maíz enorme en la cabeza
y los zuecos de estiércol— Argimira.
Va con prisa, me dice, girándose un momento
como una cariátide campestre,
a dar la teta al cuarto de sus hijos
y luego bajará a la carretera
la bombona vacía —su marido
por las tardes trabaja en las gaseosas—,
y a ver si le da tiempo de acercarse
después a la Novena. Y, tan feliz,
sonríe una pregunta mirando mis papeles:
«¿Y tú qué es lo que estás pintando ahí?»


8-XI-87

 

D’Os

Yo hablo de lluvias y campanas, de sendas de hojarasca,
hablo del olor cálido y a oscuras de los establos,
de robles, de Wyoming, de la luz que ilumina mi memoria,
de las gaviotas que con su vuelo quieto
hacen la tarde tan hermosa
como un anuncio de la tarde...

Me pregunto
de qué estará hablando
en mis versos
ese desconocido
llamado
yo.


17-XI-87

 
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