Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Eso fue ayer. Cuando viene la noche los versos se serenan
hasta llegar a consistencia pétrea,
anticipada lápida.
Reloj de cuco, ¿quién le dará cuerda?
El péndulo se mueve, y es sístole y diástole.
Pájaro que a veces pica,
pájaro que a veces canta,
cuando bulle necesita
salir fuera de la jaula.
Hablaba Pablo en un poema
de una tórtola de latón, de un jilguero mecánico,
reclamo artificioso, helor de purpurina.
¿He aquí el amor, la vida, el cántico?
No debes ser injusto cuando ya te retiras.
¿Todo fue tuyo y lo perdiste?
No hay ganancia ni pérdida.
Pasa la vida y su regalo,
Salicio juntamente y Nemoroso.
Pura, encendida rosa, émula de la llama,
en su vuelo veloz, ¿quién va y separa
aroma, espinas, y color divina?
Desde la tarde, desde la carencia,
desde la plenitud y desde el miedo,
y el orín implacable de los años.
En el andén incluso donde todos
esperamos un tren que nunca llega
—no, que ya llega; llegó, llegó y se fue; pasó, pasamos...—,
bajo la turbia, ruinosa y solitaria marquesina de la culpa,
allí cae la lluvia
con un son eterno.
Siempre, siempre besando
esa constelación de estrellas rubias,
un mar de trigo diminuto y áureo,
mi sal y cielo, mi pecosa Lola.
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