Las
cosas no tienen mamá
(2008) |
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Carta de presentación
Mi razón de ser es sencilla: no tengo sangre ni ademanes de princesa tan sólo una ventana detrás de mi almohada por donde miro el mundo y un tesauro de reliquias léxicas cuyos conceptos desembocan en la hondura de tu nombre.
Desconozco la magia de la lengua de oc no llego a las alturas de la gaya ciencia no abrigo artificios de dolce stil nuovo pero de cuando en cuando garabateo versos cifro el signáculo de la abeja que izan abril y mayo.
Me consumen ciertas patologías de luna amarga pueriles lloriqueos de cierva herida pero a menudo me ronda una sonrisa tibia y trato, con más amor que rudimentos, de hacerle frente a las hienas que me impiden el camino.
Salgo a tu encuentro y vuelo, no pido prestadas las alas a un ángel no preciso alondras, clavileños ni pegasos distingo el signo de tus huellas en los mapas del aire.
Me gusta el regaliz si lo imagino en tu boca prefiero la monja alférez a barbarella creo en la fotosíntesis más que en los juramentos me pone triste asomarme al catalejo de mis días y divisar tu ausencia en los huecos del alba.
No he visto maravillas más allá de este cuarto pero pensar en ti me calma el desasosiego tú eres el mandala que interpreta mi esperanza y en fin, te amo, no encuentro más referencias.
Te amo son todas mis credenciales. Cuanto siento es cuanto tengo
no hay más cera.
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Te faruru
o las delicias de tu alcoba |
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En algún lugar
de Tahití, a la entrada de su casa, Gauguin o
Taata vahine
—hombre-mujer, como lo llamaban los indígenas
por su melena larga—
había escrito: Te Faruru, esto es, Aquí
se hace el amor, en maorí. |
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Aquí se besa, se acaricia, se saliva, se lubrica aquí se araña, se desgarra, se llora, se moquea aquí se muerde, se grita, se suda, se eyacula aquí violencia y ternura, aquí el incendio aquí el placer de ser cuerpo aquí ves dios al desnudo aquí da gusto morir aquí me quedo te faruru.
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El lenguaje
de los pájaros |
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«La lengua de los
pájaros debió de ser aquella que hablaban
antes
de la catástrofe de la Torre de Babel, allá
por los tiempos adámicos.»
Fulcanelli el alquimista |
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Te lo diré en el idioma estornino para que al fin me comprendas:
bájame aquí tu júbilo. No me regañe siempre esta dolora tan de colmena antológica con pesares en su jugo.
Dame a perpetuar tu lumbre. Se aletargue de una vez este nocturno en la blanda secuela que frecuenta mi cubículo.
Circunferénciame con ardimiento. Busca tu paramor en mis viceversas sin que decaiga otoño apenas trágico.
Con bárbara tendencia de gacela te codicio. Corazonal me devienes, libelulando yo muy cercana tu pecho lucro este níspero tersísimo que entera me sustancia.
¿Qué te cuesta que te ame? Si cuando te respiro apostrofo solícita tu raíz impoluta. No más aoristos babélicos que rocen los enojos.
Quiérote ahora en futuro inmediato. Agraz me consumo.
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Auspicios
del fin
De repente el gallo ha dejado de chirriar y ha frenado el giro de los acontecimientos. Ya no hay sobre las tejas ni norte ni sur la tarde ha quedado pausada como una instantánea color sepia.
Una repentina burbuja de quietud en cuyo epicentro las alas de un vencejo se han quedado a medio abrir.
Cada nube interrumpida en su hábitat celeste.
Pareciera que el tiempo terminara de saquear todos los paraísos. Se diría la pavorosa calma de aire baldío que sigue al humo clacinante de todas las batallas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ahora el tronco de la higuera vuelve a crujir el mundo traza su ruta otra vez en el horizonte.
Falsa alarma, no hay cuidado, aún no es tiempo de memento.
Y sin embargo acabo de hallar entre mis zarzales a un fauno muerto.
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Salmodia
Esa ovejita negra que pasta en la última latitud de la noche rumiando las estrellas del dolor eterno la aciaga ovejita de atroz naturaleza que el sueño desprecia y yo cariacontecida de lejos y en silencio cuando todos imitan el sueño de los muertos sólo yo en pesadumbre asomada al fin del mundo abiertos los postigos de insomne soledad escucho mansamente a la oveja balar balar y balar la oscura ovejita que no sabe que hiere la más pavorosa de todas las criaturas esa inocente oveja de lana mortecina de cuya madeja nace el final del amor
y yo cariacontecida de lejos y en silencio cuando todos imitan el sueño de los muertos sólo yo en pesadumbre asomada al fin del mundo abiertos los postigos de insomne soledad escucho mansamente a la oveja balar balar y balar.
Balar y balar.
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Amé
como leí
Never give all the Heart... Y no me entregué lo suficiente. O never give the Heart outright... Y fui a menudo egoísta.
Ahora mi última ilusión boquea con toda su muerte a la intemperie en las nasas despiadadas del vacío como un pez misérrimo a las afueras de su amar más profundo y verdadero.
Maldito sea yeats. Maldita sea yo. Malditas mis lecturas y todos los poetas en los que creí.
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Especie desprotegida
Mantenga una distancia prudencial, que la efigie de la sombra que esta criatura proyecta no le alcance.
No extienda la mano para celebrar su negritud, porque ella creerá que pretende usted acariciar su vida y éste es el mayor peligro que pudiera acarrearle: el vislumbre de sentirse querida, la sospecha de saberse cobijada de su innato agonismo.
Procure no desplegar sonrisas. Tronche las alas a cualquier palabra cálida. Si se adivina amada, el desorden emocional del que ya es presa se tornará estrepitosamente en el padecimiento de una felicidad que la hará insoportable.
No la nombre, porque creerá que es su dueño y sería capaz de meter por usted la cabeza en un horno.
No le diga jamás que la ama, o correrá el riesgo de convertirse en el fatum de su lírica tragedia.
Invéntense un idilio al margen de ella, evite cuanto pueda ilusionarla, rómpale el corazón a una cobaya, si es eso lo que su vanidad demanda.
Pero, por favor, no quiera lastimar a esta pobre bestezuela:
cualquier amago de amor la mata.
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