Sonaba
el reloj la una, dentro de mi cuarto. Era triste la noche. La luna, reluciente calavera, iba del ciprés del huerto fríamente iluminando el alto ramaje yerto. llegaban a mis oídos metálicos alaridos de una música lejana. una mazurca olvidada, entre inocente y burlona, mal tañida y mal soplada. del alma cuando bosteza el corazón, la cabeza, y... morirse es lo mejor. |
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Pueyo, 1907. |