Amor americano

(1968)

 

Forma

La tierra es mi semilla. Canto
mi origen y la sangre
vuelve hacia mí su acústica.
La tierra es mi silencio,
mi forma más perfecta,
¡paletada de tiempo
que la vida nivela!
Me siento adentro, vivo
agujero de tierra.
Salgo a la luz y voy
con la carne por fuera,
¡semilla subterránea
que horada mi presencia!
A oscuras, mano
de cavidad minera,
¡profundo tacto frío
siento por la osamenta!
Vengo y voy en el círculo
ciego de la existencia,
noria que saca a flote
vivos cubos de tierra.
Pero mi forma está
más allá de la piedra,
límite insomne, nudo
final donde la tierra
gana su eternidad
en líneas verdaderas.

¡Oh, fijación y origen
de mi única vuelta,
largo giro en silencio
de mi mortal esfera!

 

Dimensión

La noche está llena de tierra.
Se me pierde la mano, el horizonte. Cantan
las piedras. Todo es negro y el sonido
se ha puesto espinas.
Profundo y negro, el aire;
la calle, en tierra;
los pies son pobres y no saben
de dónde viene el sueño, el camalote...
Llevo la mano al fondo:
me impregno de vacío. El grito
está en las sienes, blanco, como un hueso;
está en las manos, oprimido y negro.
Es hondo y gris
el agujero en que alimento el cuerpo.
Nadie grita por mí. La tierra
devora las semillas. Nadie clama.
Los espejos derriban las imágenes
al disparo de mis latidos.
Me abro en carne, en mitad
de hombre herido,
y un rebotante son profundo y negro
me tapona la forma en que resisto
un volumen de llanto
semejante a la muerte que me espera.
Caigo. La tierra tiene límites
ignorados. Perdí las horas
en alcanzar el sueño. El aire
vive sólo, como la espina.
Reconozco que existo.
Siento que el tiempo arroja
noche sobre la tierra.

 

Resumen

Cargado voy, no sé, de ideas y vueltas.
Lo mismo da mirar, cerrar los ojos,
reanudar la palabra o el silencio,
quedarse menos vivo poco a poco
o señalar en alguien la tristeza
de ser redondamente lo que somos.
Allanamos las manos y las puertas,
atravesamos con horror los rostros
más puros, no dejamos claridad
con nuestro cuerpo, aupamos con el odio
grandes abrazos, y acabamos
en algo inesperadamente roto.
Es la verdad: deshecho. Estaba nuevo
y era bello, no sé, pero de pronto
un musgo frío, un ácido, una lepra
fue derramando derretidos plomos
hasta cerrar, perfectamente ciega,
la triste redondez de lo que somos.

No lo sabremos nunca, nadie, si esto
es así o ya dejó de ser o es otro
estado o cosa o vamos hacia un sueño
verídico que ayer era incoloro
o si miramos lo que siempre vimos
para cargar de tiempo nuestro asombro
o somos víscera profunda
que duele desde el uno al otro.

Nadie. Lo sé. No importa lo que es esto.
No preguntemos. Todo está más hondo
hoy. Caeremos sin saber por cuánto
tiempo a través de este profundo hoyo
para, al final, tal vez, el agua clara
y un cielo allí, lejos, remoto...

 

Punto muerto

Paso por estas calles. Toco
los huesos sordos de las casas.
Hay un abismo en la ciudad
nocturna y un pájaro inmóvil
grita desde una estrella negra.

Quisiera saber dónde crecen
las manos, dónde corre la sangre,
quién tiene a estas horas un vaso
de pan y agua, y quién salió
del páramo de la ciudad,
paisaje donde el aire apenas
es humo amargo derrumbado.

Todo es noche, un inmenso círculo
de piedra. Se han ido los límites
más allá del abismo. El hombre
toca el borde de las aceras
y llora. Se ha perdido. Mira
pasar la calle oscuramente
sin comprender la dirección.
Cae. Es humo también. Es noche.

 

La madrugada

No siempre estoy sentado, como ahora,
oyendo los pequeños animales
de la noche, pasar los autos
y esperar la crecida madrugada.
Otras veces, me cruje una madera
entre los brazos,
y el tiempo es un gran cable retorcido
al rojo lento.
En ocasiones, me levanto y miro
por la ventana,
para ver detenido el gran anillo
de la noche sobre la calle.
Rara vez, alguien pasa.
El sueño tiene fijos hombres.
Un perro, apenas, o una leve brisa
se detiene. Hay un instante
en que el reloj también se desconcierta.
Esto puede ser paz, vacío, tiempo.
No hay nada más después.

 

Algo de paz

Tú quedas bien, sentada y débil;
la esquina con los árboles;
el pan, el vino, la muchacha
con su dinero dentro;
el mozo y su ovalada geografía;
el cigarrillo azul y la ventana.
Están bien el cansancio,
la radio familiar entre los platos,
el pacífico olor a aceite.
De cuando en cuando, hasta el silencio calla.
El mantel se humedece de sonido
y de tristeza.
Un perro lame el vidrio. El tango
puede ser vals, corbata o tenedor:
todas las cosas tienen igual música.
Tú,
¿eres así, pequeña americana,
esquina, luz, insecto?...
El noticiero dice no sé qué
accidente en Europa, policías
detenidos, nieva en Los Andes...
(Granada ya no está).
El horizonte viene
empujando un cielo con tormenta.

 

Atenta soledad

La tierra está a la escucha. Suena, en torno,
el límite, la cuerda que se tensa
el infinito.
Sólo un disparo bastaría para
que la Pampa cayera al suelo en polvo
deshecha.
Sobre la tierra crece un vidrio, un hielo
agotador, un hilo estupefacto
y sin garganta.
La noche está en su forma acústica.
Los hombres superaron la distancia
y están en el vacío.
Ni el tiempo basta ya para alcanzarlos.
La oscuridad es única presencia.
Ni el tacto alcanzará la luz.
Sólo la tierra va consigo misma,
paralela llanura extática,
sin precisar la voz que es necesario
fijar exactamente entre los astros.
La soledad
deja morir de sangre al hombre.
La tierra
es el gran animal cerrado.
No escucho aún
la voz.
Siento que me he llenado de extensión
y de absoluta oscuridad.
Mi oído llega hasta el final y vuelve;
se conecta a los polos y reanuda
la planicie de tierra derretida
donde el hombre, animal también, se ahoga.

 

El amanecer

He pasado la noche en el oído.
Es triste no llorar y estar ahogado,
querer sacar la mano de su piedra
y amontonar la boca inútilmente.
Amanece con sólo una campana;
pero es triste yacer y no morirse,
abrir el cuerpo y no tener más aire
y descansar al no sentir la vida.
Abro el costado izquierdo al nuevo día
y me echo a andar con sangre apenas pálida;
pero es triste salir, dejar el cuerpo
en otro sitio, hallar la luz vacía
y preparar la voz como una harina
desesperadamente ávida.
Triste es el muro gris, la mano pobre,
el amarillo diente a la mañana;
triste el pájaro sobre la migaja,
los pequeños papeles indefensos,
la mujer por el pan. Es triste el hueso
con que hoy salgo a la calle. Es triste el grupo
de perfectas muchachas laboriosas,
el auto rojo, el árbol, la sonrisa...
Pero es más triste amanecer y verlo
cómo se guarda todo en el pañuelo.

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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