La esperada transparencia

(1973)

 

1


II

Oh sombra, yacimiento acústico
de mi silencio, comenzada oruga
insomne, ¡oh mi presencia maniatada!,
descanso
del esqueleto intacto en que me oculto.

   Vienes sin dar un paso, mi desvelo
continuo, campanada oscura
de la hora circular que me termina
perfectamente. Tiendo
los verticales radios de la vida
y me armo
rueda persecutoria.

   ¡Qué ladrido, qué rito a mis espaldas
crece y me acompaña
desvistiendo la luz que hago conmigo!

   Me desprendo de mí por darme
a la sombra, al recuerdo
que soy;
         y una mano
sin tacto fijo me pregunta
por el cuerpo que dejo en forma de oscuro sosiego.

   Vengo quedando en prenda por la tierra,
¡oh deuda bautismal!, perenne
cotización del caos peregrino.

   Si me mojo de tiempo un solo instante,
me sacudo la sombra
y dejo en mí una mancha
más parecida a otras veces, más
densa que el viejo espacio que ahora arrastro.

   Oh sombra, innecesaria
memoria, funeral
emblema de mi paso.

 

IX

Paso. Llevo el tiempo a otro sitio. Permanezco
amarrado a un extremo y otro, innumerable.

   Veo un rostro quedándose, una quieta
manera de seguir y acompañarme. Acelero
el paisaje, los hombros, la memoria,
el suspiro mojado de otras veces.

   ¿Quién vivirá detrás de mí, en este mismo recuerdo?...

   Me sucedo de pronto, cuando paso
camino de una inexplorada seña
o gesto
umbilical, que me repite y hace
exactamente tan distinto al mismo.

   La existencia me vive como un sueño
recuperado. Te oigo, vida mía, extensa,
hundido mar que salvo a nado, que pongo en pie
y recrudezco en olas milenarias.

   Todo es irse en el ala transparente,
recubrirla de vuelo
y sentir que aquel aire se ha llenado
de altura, de oquedad con mi presencia.

   Voy pasando a mitad de mi mudanza
constante, a la mitad del eco
sucedido.
          Aquí estoy, un paso a medias,
un dar la vuelta entera para irme llenando,
hemisferio volcado en otra parte,
vacío sideral que me acompaña.

   Aquí estoy, escuchando
cómo pasa una parte del recuerdo
que vengo siendo desde que camino.

 

2


IV

Presentes sucesiones de difuntos

Quevedo

Y si después no sirve haber vivido,
callar y hacer la espalda para el muerto
que se sorprenderá, llenándonos. Y si después
llegamos a la conclusión de que saber
es el principio de la ignorancia abandonada.

   Y si después aparecemos y no existe el después
trabajado con nuestra delgadez horizontal,
¿cómo dar la respuesta a tanto ser acarreado,
a este dolor que me supone el haber sido,
a la esperanza con que distraigo mis dudas
más firmes, más heridas, aquella oscuridad
que me esperaba para hacerse luz habitada?...

   Tiemblo pasando de un lugar a otro,
pieles que doy a cada lado,
quedándome. Conservo la mirada
donde alguien cierra sus ojos un instante y me sigue,
abandonada la costumbre que le da memoria.

   Camino para dar sentido
a la tierra, a la lejanía
que aguarda mi impalpable despedida. Sueño
con ser imagen de mí mismo,
una luz que sonría sin motivo.

   Y estoy aquí. ¿Me oís, pequeños hijos,
oh mis deleites olvidados? ¿Me oís, muchachos
españoles del otro lado de la distancia,
oh mis nostalgias amarillas? ¿Me escucháis,
oh madres reiteradas,
querencias tibias de mi nacimiento?...

   Estoy sobre el centro que me sueña
anulación de toda lejanía,
aquí donde la piedra es una fuerza derrotada
y el hombre recompone la imposible presencia.

   Estoy después y nunca estuve.

   No fui la sucesión que me anunciaron.

   He acabado de armar los sueños que me esperan.

   Levanto la bandera de la nada,
y cruzo el infinito —el alma
de nadie—
para entregarme a la fuerza de otra pregunta
que, por ser mía, no ha triunfado.

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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