A los cuatro gritos

(1990)

 

Indiecito que juega

Juegan a barro
                y fabrican una cosmética de orígenes,
una forma que aún no tiene línea.
                                  Juegan
a descontarse el nacimiento,
                             a mica
de aliento que no tiene boca,
                              a sentarse quietos.
Juegan a darse tierra,
                       a echarse polvo de cactus,
enigmas de pudor montado a pelo,
                                 a humedecerse
la garganta con una voz en cueros...

En el desierto,
                un niño es un escualo
de lobisón bajo una chatarra de luna en sueños:
juega a libélula atrofiada,
a fibra de algodón, a cueva
que ha desalojado sus ecos y laberintos.

Aquí se juega a dar la bienvenida
al muerto que inaugura la calle con una ráfaga
de silencio congénito,
                       a espiar
el erótico estrago de los gatos en el firmamento,
a mirar extramuros que no existen,
copos de polvo en manos que se quedan sin dedos...

Se juega con la única materia
manual,
        sometida,
                  cosmetóloga:
¡tierra para inventar desiertos,
                                 guerras
de cementerios,
                ralos enemigos
que no saben matarse encía por encía
y abandono por abandono,
                         sin ojos ya,
                                      sin dientes!...

 

Los desaparecidos

Muere un peón
               y nadie echa de menos su ladrillo,
el andamio vacío como si le hubieran arrancado un agujero,
el plato con la fétida migaja del pan que se ha acabado...

Muere un joven
               y nadie vio su muerte,
su oración bajo tierra,
                        su esqueleto
sin dientes,
             sin los fémures quebrados...

Muere una madre en punto
                          y el hijo es una estéril
traducción,
            una antorcha de veneno...

Muere un anciano
                 y no aparece
la huella de una cama,
                       el hospital
ni su radiografía de corazón tan grande...

Muere un pedazo de gangrena,
                             un libro
cuya tapa no inclina la cabeza,
una palabra exacta como un vector
o una mímica de arte abstracto...

Muere el sueño,
                la sábana,
                           el boliche,
el sigiloso Documento de Identidad,
la madrugada a solas en la calle,
                                  el timbrazo
como una sirena bajo la puerta derribada...

Mueren los pocos que quedaban.
                               Mueren
los que se anuncian con el corazón en voz alta,
aquellos que no hicieron cola en la peluquería
y tienen en el dedo una gota de metralla...

Muere conmigo aquella que me hizo
y va hacia su tumba con un duelo de pañuelo blanco...

Disponemos de un álbum nacional
con muertos llenos de fotografías,
¡un cementerio que ya tiene escrito
el epitafio desde el cual empiece a vivir la Historia!...

 

Historia de placas fotográficas

Alguien muestra una gota de rocío
traída de los valles calchaquíes
y todos hacen fotos,
                    quieren que algo
de todo esto vuelva hasta mañana.
El paisaje es un ritmo de quebradas
advertencias. Es una filtración
de lo que va quedando del futuro;
y los turistas dejan desperdicios
kodak,
       envases descartables,
                             latas
vacías Schneider,
                  hojas de periódico,
voces bilingües...

                   Tarde abajo y lenta,
una mujer da su perfil al cerro.
Se mueve apenas,
                 como si la tierra
la envolviera en el prisma ritual de un cuarzo
y quedase plantada y fija, quieta
en la momia que la iba persiguiendo...

Al otro lado, un hombre observa el duro
siniestro de las piedras. Toca el sol
como si en lluvia de color cayera,
y se detiene,
              siempre se detuvo
alrededor mirando la promesa.

Los hijos, en el rancho, afilan cañas,
desafían el tiempo de los pájaros,
se alargan y son verano de hormiguero,
esperan a que el padre traiga un viento
desde el que soplen
                    antes de que el futuro
se guarde incorrupto en las fotografías...

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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