Concierto para una sola cuerda

(1997)

 

Inútil convocatoria

Se han ido todos. Y es la hora. Y nadie dijo que el día de mañana era el sitio, que el
pan fuese cuestión de un diezmo de migajas o que la sed fuera único sostén del espejismo.
Ante la puerta está el destino y oigo peregrinar el eco de unas sábanas, cómo rumian
tejados y raíces o tratan ciertos asuntos muy lejanos las fuentes y los cirios. Me asomo
a la ventana y contemplo la miga del desierto y un pájaro que no sabe volar entre las
sombras. Subo a la torre y busco la campana, echo a tronar un toque de socorro, casi
réquiem por los regantes que han perdido el agua, arrío callejuelas y luces
apesadumbradas y en la placeta veo un niño que se diluye como terrón de azúcar a la
sombra de una lágrima. Me dicen que contaba un diagnóstico de silencios llenos de mar
oceana, que sacaba arco iris, no de una chistera, sino de crepúsculos o caleidoscopios,
y resurrecciones de ángeles envueltos con promesas de sábana. Le arrojo telegramas,
juncias, polen de teatricos, guirnaldas de papel, caballos de cartón y pelotas de
trapo.
       Después llevo la red hasta los labios y paladeo una partida de nacimiento, el
rastro de un borroso recuerdo.

 

Melancolía

Creo haber sido fiel certificado de sobrevivencia,
es decir, apócrifo de los hijos lejanos
de mi tierra, esquina al socaire de la Campana
de la Vela, aljibe trashumante, un boabdilense
sin llave ni puñado de caramelos para
niños que no fueron invitados a la fiesta.
Aquí está el fin del mundo, el Polo Sur
de la pena ecuménica. Y me siento en el hielo
como un copo de olvido cae sobre la nevada desierta
e insisto en la llamada que hago
con pañuelos y cuadrantes de tristeza,
reclamando la sangre que dejé en una
pobre piedra de la calle Cruéllar aquella.

Granada estará a todas luces en sus cabales
y yo iré a buscar agujeros y crisálidas,
cipreses que nacieron para apuntalar estrellas,
mientras alguien cubra los Comares con una mancha,
las fuentes digan su última agua
y el mar devuelva la botella de un cadáver
que no pudo llegar a tiempo hasta la orilla.

 

Heredero y pertinaz

Barroco y gandulean, no va mi tacto la máscara del corpiño, la liquidez estatutaria de
la faja, la insolente belleza de un producto envasado al vacío. Me pierdo en los
destellos del perfil, en la harina candeal de la palabra, en el éxtasis del pétalo o
el agua en la agrimensura musical de la acequia, en el peso otoñal del membrillo. Y
acaricio los labios del silencio cuando al día lleva las torres y los patios hasta el
borde del infinito. Respondo a un ángulo recto lentamente caído y recojo memoria en
los aljibes, en los animales que saltan como rosetas de azúcar en medio de las plazas.


                                                        A la hora del retiro, evocaré
unos versos en diminutivo y esconderé en un dedal el pespunte de alma que aún le quede
a mi hilo.

 

Copyright © José Carlos Gallardo

Todos los derechos reservados. Queda expresamente prohibida la reproducción por cualquier medio de estas poesías sin el permiso de su autor
 

[ Anterior ]

[ Archivo ]  [ José Carlos Gallardo ]

[ Siguiente ]


Archivo de la poesía española reciente

Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com