LA VIDA FACIL

(1985)

 

LA VIDA FÁCIL

QUÉ fácil es vagar los días grises,
creer que nuestra vida
rebosa de la vida de otros.
Incluso suponer
que nosotros seremos
el alto mundo lleno
que vivirán mañana los que vengan.
A tal extremo incita un buque, un árbol,
alguien que oigamos al piano
o esas perspectivas de un paseo
con gentes que también van suponiendo.
El cielo anubarrado y negro
o los gorriones
saltando entre los coches
saben que vamos
y no nos desengañan.

 

LA CARTA

HE encontrado la casa
donde te llevaré a vivir. Es grande,
como las casas viejas. Tiene altos
los techos y en el suelo,
de tarima de enebro, duerme siempre
un rumor de hojas secas
que los pasos avivan. A los ocres
de las paredes nada ya parece
retenerles aquí. Igual que frágiles
pétalos, largo tiempo olvidados
en un libro, amarillean todos.
Entre rejas, trenzado,
un rosal sin podar.
En el jardín pequeño, una fuente
y un fauno. Y me dicen
que también unos mirlos.
Cuando en los meses fríos de otoño,
al escuchar sus silbos
cobren vida tus ojos, en el verde
del agua miraré contigo
cómo mueren los días.
Cómo se vuelve polvo en los muebles
oscuros tu silencio
que azotará la lluvia
allí donde te encuentres.

 

MUSEO ROMÁNTICO

LA penumbra vacía de esa pequeña sala
guarda las campanadas de un reloj de pared.
Como un juguete antiguo suena su mecanismo,
la cuerda de hojalata entre nácares negros.

Poco a poco la tarde asoma encapotada
a las vitrinas, triste. Las encuadernaciones
con el oro cansado y las viejas granadas
de los lomos ya crujen de carcoma y polilla.

Abiertos sobre la mesa, pesada como un barco,
hay un montón de libros. Y estampas militares
que al rozarlas el aire desprenden un perfume
de caudaloso Sena, de cueva y humedades.

Éste es sitio tranquilo con algo galdosiano:
mecedoras que suenan, candelabros, espejos
con azogues leprosos y en el vitral pintado
un jardín erudito de fuente con Cupido.

Ya hace falta encender unas bombillas pobres
para ver aquí dentro. Pega fuera la lluvia.
Y cuando vuelve a oírse la hora en el reloj,
por estas mismas sombras han pasado cien años.

 

TRAJE DE ALMIRANTE

NEGRO traje guardado en un baúl de madera.
Se apagaron los oros que ceñían cordones
de un oscuro fulgor. Y lo que un día fue el fuego
de tus insignias rojas, apenas unas brasas
son hoy en la absoluta noche de ese severo
paño, desvanecidas como las flores secas.
El plateado Norte y los diques de Hamburgo
dejaron en tus pliegues un violento perfume
de algas y galernas y verdeoscuros mares
que han borrado los años y bolas de alcanfor.
Al mirar el emblema de tu orgulloso quepis
parecen escucharse todavía las profundas
sirenas y el chillar de gaviotas y los golpes
del ancla y las cadenas cuando entrabais en puerto.
Pero sólo en silencio se hunde tu atavío.
En la secreta tumba de un baúl marinero
el espadín de gala picado de humedad
y unos guantes que saludaron reyes y damas
en las grandes victorias y en los antiguos bailes,
blancos guantes vacíos del color de la cera.

 

CASINOS

CASINOS de esos pueblos en las tardes lluviosas
llenos de aburrimiento. Penumbrosos salones
donde se habla en hectáreas. Arañas. Polvorientos
jarrones. Soñolencia. Tableros de ajedrez.
Abecés atrasados con el papel ya flojo
de haber sido leídos por demasiadas manos.
Eternidades. Siempre la luz modesta. Grandes
sillones con gutapercha roja. Cortinones
espesos y testeros color café con leche.
Socios. Conversaciones de adulterio o de duros.
¡Casinos de esos pueblos donde se huele a establo,
a loción de barbero y a suelos con lejía!
Sólo tenéis de intacto la mesa de billar;
su verde luminoso de pradera, las bolas
buscándose infinitas, sin repetirse nunca
como la vida humana, advierten al que llega
a vosotros, que sólo lo trascendente pasa,
que sólo lo fugitivo permanece y dura.

 

UNA BIOGRAFÍA

SU vida fue la vida de los viejos,
un casi volteriano y no del todo
infeliz. Solitario, con un gato
algo rabino en el mirar turquesa.
Impenitente comprador de lance.
Siempre con frío hasta los huesos. Era
también sentimental, de lo que huía.
Cantaba en italiano unas romanzas,
cuando estaba contento, cosas tristes.
Sus ojos eran como un mar de invierno,
azules de ceniza con gaviotas.
Muy diecinueve, estuvo siempre en otro
siglo, lo cual le preocupaba poco.
Y entre sus grandes frases hubo una
que bien le retrataba:
Abel, no somos nada.

 

EL MIRADOR

TARDE de abril. Toda la melancolía
junto al ventanal. Añil, oro y ocaso.
Desde el mirador, nadie cruza la plaza.
Repica la esquila de un convento, claro
yunque de un ciprés que asoma tras sus muros.
Entonces los ojos vuelven de la calle
con un tiempo muerto a instalarse de nuevo
bajo el azafrán de la lámpara turbia.
Da un reloj las horas que se posan sobre
los muebles, igual que en otros versos, como
misteriosas aves de plumaje negro.
Al abrir las hojas, suenan secas olas
en el abrecartas. Vaivén de pataches.
Es un libro rancio encontrado de lance.
Polvoriento. Nada extraordinario: un viejo
nos cuenta su vida. Cabe en esta hora.
Tarde de abril. Toda la melancolía
junto al ventanal...

 

EL FONDO DE UNA TARDE

ÉSTA ha sido una tarde de lectura,
de lluvia y de brasero. Algunas flores,
es la estación, perdían su amarillo
seco y sucio en el velador rojizo.

Hasta ayer mismo fueron campo y río
y monte, pero hoy sólo son la sombra
de algo triste, decolorado y vago
dibujo de naturaleza muerta.

En la mesa camilla los papeles
de siempre, alguna carta, los catálogos
de pintores que nos aburren tanto.

La juventud, qué fantasía. Vale
poco la luz vulgar en esta hora
que cae con desaliento sobre el libro.

 

CANAL DE CASTILLA

ROMÁNICO ciprés y solitaria
sombra, adobes de una iglesia,
el nido con cigüeñas abstractas y conformes.
Lejos, vacía y espectral, la fábrica
de harina en la corriente mansa.
Un rosal polvoriento
trepaba por los muros de ladrillo.
En ese falansterio
viejos los olmos no cedían
ni los cristales rotos del almacén cerrado
donde se daban malvas entre ortigas.
Yo no sé por qué hoy
recuerdo aquellas tardes que veían barcazas,
contemplaban y eran todo pasado.
Las oigo venir sobre mi vida,
irremediables, enfermas de tristeza
y nada puedo hacer
sino esperar que un día me suceda
algo
enteramente nuevo
y no Carrión, Palencia, Villalcázar de Sirga.

 
Copyright © Andrés Trapiello

Todos los derechos reservados. Queda expresamente prohibida la reproducción por cualquier medio de estas poesías sin el permiso de su autor
 

[ Anterior ]

[ Archivo ]  [ Andrés Trapiello ]

[ Siguiente ]


Archivo de la poesía española reciente

Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com